Meditación.
(ROM. 8, 14-17). A pesar de las esperanzadoras palabras de San Pablo con que hemos comenzado nuestra meditación dominical, de la misma forma que cuando leemos una novela cuyo protagonista tiene que sufrir grandes dificultades nos inquietamos hasta ver cómo las mismas se resuelven, lo cuál contribuye a devolvernos el sosiego, con nuestra vida nos sucede lo mismo, así pues, a pesar de que se nos ha dicho muchas veces que no hemos de afligirnos por nuestros problemas actuales, sino que hemos de pensar que algún día viviremos en un mundo mucho mejor que nuestra sociedad actual, si bien el citado mensaje es esperanzador, ¿indica ello que no hemos de resolver nuestras dificultades actuales, y que únicamente debemos pensar en consolarnos pensando que el mundo se acabará muy pronto? Aunque leyendo la mayoría de las publicaciones católicas no llegamos a la conclusión que os he planteado en la pregunta que os contestaré en esta meditación, debemos tener cuidado con muchos de nuestros hermanos cristianos que viven mirando al fin del mundo, de manera que no resuelven sus asuntos convenientemente.
Nosotros, a pesar de que San Pablo nos dice las palabras que leemos en ROM. 8, 18, aunque no carecemos de la esperanza de vivir en el Reino de Dios cuando el mismo sea plenamente instaurado entre nosotros, no podemos dejar de esforzarnos para conseguir resolver nuestros problemas.
San Pablo nos habla en su Carta a los romanos de los sufrimientos característicos de la humanidad, en los siguientes términos: (ROM. 8, 19-23).
San Pablo nos ha dicho muy claramente que Dios dispuso a su tiempo que sufriéramos. Esto no significa que Nuestro Padre celestial se divierta a costa de nuestro padecimiento, sino que permite que, a través de las dificultades características de nuestra vida, tengamos la oportunidad de relacionarnos con Él, con el fin de que deseemos alcanzar la salvación.
Aunque recientemente he tratado el tema sobre el que meditaremos a continuación, es necesario que volvamos a considerarlo nuevamente, dado que vivimos en un tiempo en que tenemos muchos medios de comunicación aunque no todos somos muy comunicativos, y, además de sufrir una crisis espiritual mundial cuyos efectos nos atraen muchos padecimientos, estamos siendo víctimas de una crisis económica también de carácter mundial, la cuál empeorará la situación de ricos y pobres, y especialmente afectará a muchos de quienes no hayan sido formados convenientemente para tener y ejercer fe en Nuestro Padre común.
(ROM. 8, 28). ¿Son ciertas las palabras del Apóstol que estamos considerando?
¿Hasta qué punto nos es provechoso el hecho de padecer por cualquier causa para alcanzar la salvación?
¿De qué manera nos son útiles las circunstancias difíciles que caracterizan nuestra vida a fin de que podamos ser salvos?
¿Por qué no ha escogido Dios un medio más fácil para que queramos creer en Él, en vez de utilizar las dificultades que vivimos para que tengamos el deseo y la necesidad de confiar en Nuestro Padre común?
¿Cuándo nos percataremos de que nuestros padecimientos son útiles?
Para responder todas las cuestiones relacionadas con el sufrimiento, debemos tener una gran fe, así pues, imitemos al Apóstol Pablo, el Santo que les escribió a los cristianos Filipenses, las palabras que encontramos en FLP. 3, 10-11.
También nos es necesario conocer a Dios, -Nuestro mejor amigo-, pues a Nuestro Padre celestial se le puede aplicar el siguiente proverbio bíblico: (PR. 17, 17).
Además de una gran fe y del conocimiento de Dios, para responder las cuestiones relacionadas con el dolor, necesitamos ser optimistas, según el siguiente proverbio: (PR. 17, 22).
También nos es necesario orar mucho, pues, dado que no somos dueños de nuestro destino, tenemos que aplicarnos el siguiente texto: (PR. 16, 1).
Contestemos la primera pregunta relacionada con el dolor que nos hemos planteado.
¿Hasta qué punto nos es provechoso el hecho de padecer por cualquier causa para alcanzar la salvación? Cuando tenemos dificultades que superar podemos darnos cuenta de la fuerza que tenemos para afrontar nuestros problemas, nos hacemos conscientes del hecho de que somos débiles, comprobamos si verdaderamente nos aman nuestros familiares y amigos, y, si no nos desesperamos y no perdemos la fe, también nos damos cuenta de que Dios está con nosotros ayudándonos a vencer los obstáculos característicos de nuestra vida. Es cierto que en la actualidad recibimos mucha ayuda de Dios a fin de que podamos comprender su designio salvífico, y que en muchas ocasiones Nuestro Creador tarda tiempo en venir en nuestro auxilio, pero, durante el tiempo que tarda en socorrernos, podemos adquirir su conocimiento, a fin de que, cuanto más grande sea la fe que tenemos, más felices seamos cuando venzamos nuestras dificultades actuales, bajo la inspiración del Espíritu Santo.
(SAL. 37, 3-6). Tenemos que confiar en Dios, porque Él no nos desamparará jamás. (SAL. 125, 1).
¿Por qué no ha escogido Dios un medio más fácil para que queramos creer en Él, en vez de utilizar las dificultades que vivimos para que tengamos el deseo y la necesidad de confiar en Nuestro Padre común? Ana no tuvo en cuenta el consejo que su madre le dio cuando conoció a un chico muy especial que le hizo amarlo mucho. Aquella joven de quince años no podía creer a su madre cuando ésta le decía que esperara al menos unos años a fin de comprobar si su amigo la amaba antes de mantener relaciones sexuales con él, pues aquella mujer no deseaba que su hija viviera la misma experiencia que ella vivió cuando su primer novio la dejó estando en estado de gestación, lo cuál la obligó a madurar muy rápidamente en un corto espacio de tiempo, un hecho que le costó mucho sufrimiento. Ana siempre había obedecido puntualmente los consejos de su madre, pero, desgraciadamente, en aquella ocasión, se dejó embaucar por un adolescente que fingió amarla locamente, hasta que consiguió mantener relaciones sexuales con ella, y la desamparó cuando sintió el deseo de conocer a otras chicas. DE la misma manera que Ana no obedeció el consejo de su madre, Adán y Eva comieron del fruto prohibido, y, nosotros, imitando a nuestros primeros padres, dejamos de asistir a las reuniones católicas formativas y a las celebraciones de la Eucaristía, por lo que, en cada ocasión que tenemos que afrontar y confrontar una nueva dificultad, nos preguntamos: ¿Por qué nos ha hecho Dios esto?, de manera que no valoramos la responsabilidad que tenemos de seguir la siguiente instrucción del Profeta Isaías: (IS. 48, 17).
Quizás me diréis: Damos por sentado el hecho de que si actuamos sin valorar las consecuencias de nuestras acciones, si no consultamos a quienes tengan más experiencia que nosotros con respecto a lo que deseemos hacer, y que, si no escudriñamos la Palabra de Dios antes de llevar a cabo alguna acción cuyo resultado nos cause sufrimiento, no se puede culpar a Dios por causa de los problemas que nos buscamos, pero, ¿qué nos puedes decir de los niños que nacen con enfermedades muy graves, y viven privados de ser felices?
Con respecto a esta cuestión es muy difícil encontrar detalles en la Biblia, dado que los judíos creían que los enfermos pagaban el castigo que merecían, ya fuera por sus pecados, o por causa de las transgresiones en el cumplimiento de la Ley de sus padres. A pesar de ello, el Salmista escribió el siguiente texto, que leemos en el SAL. 139, 12-16. Aunque es muy difícil de creer que el autor del Salmo 139 supiera en su tiempo lo que es un embrión, -de hecho, el versículo 16 indica que Dios nos conoce desde siempre-, podemos comprender al leer los citados versículos del libro de los Salmos que Dios conoce nuestra vida, y que todos, independientemente de que estemos sanos o enfermos, tenemos una misión que cumplir, así pues, dado que la curación de los enfermos será una poderosa razón para que creamos en Dios cuando Nuestro Padre común concluya la instauración de su Reino en el mundo, Isaías escribió: (IS. 35, 5-6. 25, 9).
Hemos visto que la Biblia nos da consejos para que tengamos la esperanza de vivir en el Reino de Dios, pero, ¿podemos encontrar en la Palabra de Dios recomendaciones para sobrevivir a nuestras dificultades actuales? Aunque os escribiré sobre esta cuestión en otra ocasión para no alargar demasiado este texto, veamos algunas citas bíblicas que pueden ayudarnos a ser mejores personas.
(PR. 12, 18). Este proverbio puede servirnos para meditar sobre los efectos que tiene la murmuración. En diciembre del pasado año 2007, me fui del pueblo en que vivo para iniciar mi trabajo de camarero. Cuando he vuelto a dicho pueblo en marzo del año 2009, algunos vecinos me han comentado que se han dicho de mí algunas cosas, como las que siguen:
⦁ El negocio de José fracasó, así pues, no quiere volver a este pueblo porque se siente avergonzado por ese fracaso.
⦁ Lo han visto en Málaga, vendiendo lotería de ciegos.
⦁ Dicen que se ha ido a vivir a Madrid, que ha encontrado un trabajo nuevo y que se defiende bastante bien.
⦁ Los que lo han visto dicen que se ha dejado el pelo largo, y que tiene una mala vida.
Lo curioso del caso es que ninguno de esos y otros comentarios que se han hecho en mi pueblo con respecto a mí no son correctos, pues lo único que hice es pedir ayudas a la Junta de Andalucía que me corresponden legalmente por mi minusvalía, e intentar buscar trabajo.
(PR. 24, 15-16). El Sagrado Hagiógrafo no nos dice que respetemos a los que tienen fe (los justos o creyentes) a fin de que no se nos llame malvados, sino que si cometemos fallos tendremos oportunidades para no volver a cometer una y otra vez los mismos errores, pero si hacemos el mal o nos dejamos arrastrar por los vicios, nuestra ruina será inminente, e incluso podremos arriesgar nuestra vida y la existencia de nuestros amados familiares.
(PR. 5, 18-20). Este texto de los Proverbios se explica por sí mismo, dado que todos conocemos los efectos que conlleva la poligamia, así pues, todos los casos que aparecen en la Biblia en que vemos a algunos hombres que tienen más de una mujer, son historias marcadas por el sufrimiento.
Concluyamos esta meditación atendiendo a las palabras de Santiago, el medio hermano de Jesús: (ST. 4, 8).
Pidámosle a Nuestro Padre común que, de la misma manera que Jesús venció la muerte, podamos vencer nuestras dificultades actuales, al mismo tiempo que también seamos capaces de percatarnos del aumento progresivo de la fe que nos caracteriza.
(José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com
).