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Estudio bíblico sobre las tentaciones de Jesús y los cristianos. (Domingo I de Cuaresma del Ciclo A).

   Estudio bíblico sobre las tentaciones de Jesús y los cristianos.

   Introducción.

   Dado que durante el tiempo de Cuaresma estudiamos concienzudamente el pecado, sus efectos y consecuencias, al iniciar este tiempo de oración, ayuno y penitencia, la Iglesia nos invita a estudiar profundamente las tentaciones que vivió Jesús, por cuanto las mismas son un bosquejo de las tentaciones que tenemos que vencer a lo largo de nuestras vidas en el mundo no cristiano en que vivimos, en el que necesitamos poder, riquezas y prestigio para triunfar, en conformidad con nuestros criterios humanos.

   ¿Qué son las tentaciones? Según el Diccionario de la R. A. E., éstos son los significados del término tentación:

   ""Instigación o estímulo que induce el deseo de algo.

   Solicitación al pecado inducida por el demonio".

   Veamos unos ejemplos del primer significado de la palabra tentación.

   Después de percatarse de las dificultades existentes para encontrar trabajo en este tiempo de crisis, un adolescente toma la decisión de dejar sus estudios, pensando que los tales nunca le servirán para nada.

   Jorge y Ana se conocieron hace tres meses y han decidido convivir como pareja, para averiguar si pueden encontrar la felicidad juntos. Dado que han iniciado su relación sin conocerse, y no saben que es frecuente el hecho de que no tengan la misma forma de pensar y actuar, cuando les surgen oportunidades de discutir, en vez de solventar sus problemas, toman la decisión de separarse, perdiendo, tal vez, una gran oportunidad de ser muy dichosos, después de formarse convenientemente para amarse, servirse, y casarse.

   ¿Es pecaminoso el hecho de tener tentaciones? Las tentaciones por sí mismas no son malas, aunque sí puede serlo el hecho de no rechazar enérgicamente muchas de ellas. No olvidemos que todas las tentaciones que nos inducen a hacer lo que no debemos no tienen que ser consideradas como pecaminosas, dado que no concebimos las tales con el pensamiento de hacer el mal. Un ejemplo de ello es el deseo que muchos enfermos de depresión sienten de aislarse del mundo e incluso de ni siquiera levantarse de la cama, porque no le encuentran un motivo a sus vidas que les fortalezca para vencer sus dificultades.

   Independientemente de que surjan en nuestra mente pensamientos que nos induzcan a pecar o que, aunque no sean concebidos con el propósito de contradecir la voluntad de Nuestro Padre común, nos hieran de alguna manera, debemos encontrar la forma de vencer dichas tentaciones. Recordemos que tenemos tentaciones porque carecemos de la perfección de Dios. Vistas de un modo positivo, las tentaciones pueden ser concebidas como las oportunidades que necesitamos para superarnos, aunque fallemos muchas veces en nuestro empeño de superar a nuestros más brutales adversarios, -es decir, a nosotros mismos-, cuando perdemos el tiempo pensando que no podemos vencer dichas tentaciones, porque no sabemos cómo hacerlo adecuadamente, cuando nos encasillamos mentalmente pensando que es mejor sucumbir ante las mismas aunque estamos totalmente seguros de que no sabemos hacerlo, porque estamos seguros de que no las vamos a vencer, aunque no nos esforzamos en poner a prueba nuestra resistencia a dichos pensamientos, etcétera.

   Cuando San Pablo reprendió a los cristianos de Corinto, porque celebraban la Eucaristía en las casas de los creyentes ricos, los cuales participaban en los banquetes en que concluían dichas celebraciones en aquel tiempo, de los que apenas podían participar sus hermanos pobres, los cuales permanecían en los patios de dichas casas avergonzados, esperando tener la dicha de ser alimentados con las sobras de los adinerados, les dijo a sus lectores de dicha ciudad: (1 COR. 11, 18-19).

   De la misma manera que los estudiantes ponen a prueba los conocimientos de las materias que estudian cuando son examinados por sus profesores, nosotros, por medio de las tentaciones características de nuestras vidas, tenemos la oportunidad de demostrarnos tanto a quienes nos rodean como a nosotros mismos, quiénes somos realmente. Sé que no siempre es fácil vencer las tentaciones que  tenemos, pero, cuanto mayores son las dificultades que las mismas nos presentan y las superamos, más grande es el mérito que tenemos al lograr nuestro objetivo de mejorar como personas cristianas.

   San Pablo, durante el tiempo de su primer encarcelamiento, les escribió a los cristianos de Filipo: (FLP. 4, 13). ¿De qué manera fortaleció Nuestro Señor Jesucristo a San Pablo, para que el citado Apóstol pudiera soportar sus largos años de encarcelamiento? Cuando el citado siervo de Cristo llegó a Roma, alquiló una casa en la que les predicaba a quienes le visitaban. Nuestro admirable Santo, vivía encadenado a soldados, los cuales eran reemplazados cada dos horas, y tenían la misión de responder del preso a quien vigilaban estrechamente con sus vidas. San Pablo soportó esa situación heroicamente, recordando las promesas divinas, predicando la Palabra de Dios, y dedicándole tiempo a la oración.

   Nuestro Señor le hizo soportable el tiempo de su prisión a San Pablo haciéndosele presente espiritualmente, por consiguiente, en el libro de los Salmos, leemos: (SAL. 56, 9-12).

   San Pablo fue librado de la condena que por causa de la acusación que cayó sobre él podría haber sufrido, la cual provocó su primer encarcelamiento, porque el pretor Afranio Burro, -amigo de Séneca, y maestro de Nerón-, falló en favor de su causa.

   ¿Cómo nos ayuda Dios cuando sufrimos por cualquier causa? Cuando somos atribulados, puede sucedernos que Dios nos ayude a solventar las dificultades que causan nuestro padecimiento, de la misma forma que también puede suceder que, aunque tengamos que vivir ciertas dificultades durante muchos años, podemos ver en las mismas la mano de Dios, haciéndonoslas soportables, tal como le sucedió a San Pablo, tanto durante los años que se prolongó su ministerio, como en las dos ocasiones en que fue encarcelado.

   1. Las tentaciones de Jesús.

   En la Carta bíblica a los Hebreos, leemos: (HEB. 4, 14-15). Analicemos las palabras con que finaliza el texto de la Epístola a los Hebreos que acabamos de recordar, dado que las mismas son muy importantes para que las tengan muy presentes aquellos hermanos nuestros que se amparan en la falsa creencia de que son inútiles. Nuestro Señor no pecó jamás, pero pasó por las mismas pruebas que pasamos nosotros durante los años que se prolongan nuestras vidas, es decir, Nuestro Salvador fue tentado, así pues, dado que Jesús pasó por circunstancias semejantes a las nuestras y por ello comprende la debilidad que nos caracteriza, es un Sumo Sacerdote capacitado para amarnos, comprendernos y perdonarnos.

   ¿Cómo pudo Jesús evitar el hecho de ceder ante las tentaciones del demonio? ¿Sucedió ello porque el Mesías se valió del poder de su Divinidad para superar las mismas, o logró Nuestro Señor su propósito por causa de su amor a Dios y de su perfección? Para hallar una respuesta a la pregunta que nos hemos planteado, nos es necesario recordar el pecado de nuestros ancestros. Dado que, al comer del fruto prohibido, nuestros padres renunciaron a una vida semiperfecta, era necesario que esa desobediencia fuese corregida, no por medio de un sacrificio cualquiera, sino por la ofrenda de una víctima sumamente perfecta, porque, aunque Nuestro Santo Padre nos ama muy a pesar de nuestra imperfección, no está relacionado con el pecado de los hombres. Si los hebreos, durante los cuarenta años que se prolongó su peregrinación a través del desierto camino de la tierra prometida, no superaron las tentaciones a las que hubieron de enfrentarse, fue necesario que Jesús superara las tentaciones de la humanidad con sus tres tentaciones tipológicas en las que se resumen las tentaciones de la humanidad, para que comprendiéramos el valor y la necesidad de aplicar las siguientes palabras de Nuestro Salvador a nuestras vidas: (MC. 11, 24).

   Por otra parte, en la profecía de Habacuc, leemos: (HAB. 2, 4).

   Dado que no siempre nos es fácil superar las tentaciones que nos caracterizan, en la Biblia se nos insta a confiar en Dios, imitando la fe inquebrantable de Nuestro Redentor (SAL. 37, 5-6).

   Si las tentaciones son pruebas que debemos vencer para superarnos, ¿debemos pensar que Dios es el tentador que nos impone dichas pruebas? (ST. 1, 13).

   Si Dios no nos induce a pecar, ¿quién nos hace sucumbir bajo nuestra humana fragilidad, para que acabemos pecando una y otra vez? (ST. 1, 14-15).

   Jesús superó las tentaciones a que fue sometido por el demonio, porque no actuaba como quienes se dejan arrastrar por las pasiones de que Santiago habla en su Epístola Universal.

   Las tentaciones a que fue sometido Jesús, se narran en los siguientes pasajes bíblicos: MT. 4, 1-11; MC. 1, 11-12, y LC. 4, 1-13. Dado que este año meditamos la gran mayoría de los domingos el Evangelio de San Mateo, estudiaremos dichas tentaciones, siguiendo el orden en que las expone dicho Evangelista.

   1-1. La primera tentación de Jesús. La autosuficiencia excesiva.

   (MT. 4, 3). ¿Por qué le dijo el demonio a Jesús que se alimentara? San Mateo responde esta pregunta, en los términos que siguen: (MT. 4, 1-2).

   ¿Cómo pudo sobrevivir Jesús cuarenta días sin alimentarse? En términos humanos, en el caso de que Jesús tuviera esta vivencia, y la misma no haya sido una invención de los hijos de la Iglesia Madre de Jerusalén, para ilustrar las tentaciones a que Jesús hubo de enfrentarse durante los años que se prolongó su Ministerio público, a menos que no utilizara su poder divino para soportar el hambre, no tenemos más remedio que aceptar el hecho de que el Mesías tuvo que alimentarse de hierbas, con tal de poder sobrevivir a su larga estancia apartado del mundo.

   Hay un detalle en el texto de San Mateo que estamos meditando que no debemos olvidar. En el versículo 1, se nos dice que Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu Santo para ser tentado. En cuanto se hizo Hombre, Nuestro Señor, por medio de sus vivencias de Persona humana, tenía que demostrarnos que, a pesar de nuestra fragilidad, -la debilidad que Él experimentó hasta el extremo de la muerte-, estamos capacitados, para cumplir la voluntad de nuestro Padre común, en conformidad con nuestras posibilidades.

   ¿Cuál es el significado de la tentación que estamos considerando? Después de pasar cuarenta días sin comer -o mal alimentado-, Nuestro Señor debía ser víctima de los dolores angustiosos que causa el hambre en el Tercer Mundo. Ante la propuesta que le hizo el demonio, Jesús debió haberse interrogado en los siguientes términos: ¿Debo esperar que Dios me alimente, o tengo que sustentarme por mi medio? ¿Por qué le voy a pedir a Dios que haga algo que puedo hacer por mí mismo?

   Ante tan desesperado dilema por causa de los dolores que debía producirle el hambre, Jesús decidió confiar en Dios, recordando que, muchas veces, la autosuficiencia excesiva, -el amor propio desmedido-, nos aleja de la presencia de Nuestro Creador. No pretendo decir que los desempleados dejen de buscar trabajo y que esperen que Dios les lleve el pan a sus hogares, sino que, aunque nuestra forma de proceder nos conduzca a actuar inadecuadamente, que nunca vivamos al margen de nuestro Santo Padre.

   Jesús, al rechazar la citada tentación, nos recordó que, si tenemos fe en el Dios Uno y Trino, debemos alimentarnos de su Palabra, al mismo tiempo que consumimos alimentos físicos para poder vivir (MT. 4, 4).

   1-2. La segunda tentación de Jesús. El empeño humano de probar la fidelidad de Dios.

   (MT. 4, 5-7). Por medio de la tentación que estamos considerando, el demonio le dijo a Jesús: "Haz lo que quieras, porque Dios está contigo". Existe, desde hace siglos, una peligrosa costumbre, que consiste en interpretar la Biblia, no en conformidad con la voluntad de Dios, sino de acuerdo a los deseos de muchos lectores de la misma. Hay pasajes en la Biblia que, si se interpretan literalmente, pueden ser textos letales para quienes los interpretan inadecuadamente. Desgraciadamente, muchos piensan que, sus interpretaciones bíblicas, les son inspiradas por el Espíritu Santo, lo cual solo les sirve, para hacer, las obras que no deberían llevar a cabo jamás, bajo ningún concepto.

   Hay entre nosotros quienes piensan: "Nosotros vivimos y dejamos que los demás vivan. No pecamos porque no robamos ni matamos". Es verdad que quienes así piensan no cometen los pecados más graves, pero, al no dejarse purificar y santificar por la Palabra de Dios, se pierden la dicha de sentirse aceptos por Nuestro Padre común.

   El demonio fue muy astuto cuando sometió a Jesús a la tentación que estamos considerando, pues, al citar el Sal. 91, 11-12, se saltó la parte del citado texto, referente a que los ángeles le guardarían en todos sus caminos, así pues, dichas palabras son un gran consuelo para quienes vivimos por la fe que profesamos.

   1-3. La tercera tentación de Jesús. Cambiar la fe y obediencia a Dios por la posesión del poder, la fama y el prestigio, que son tan necesarios para triunfar en este mundo.

   (MT. 4, 8-10). Dado que el demonio había fallado en sus dos intentos anteriores de conquistar el corazón de Jesús, proponiéndole en el primer caso que tuviera una existencia fácil y vacía, y, en el segundo, que se ganara el corazón de los hombres, haciéndose para los tales un ídolo y por consiguiente que rechazara a Dios actuando al margen del Padre y del Espíritu Santo, Satanás atacó a Jesús con toda la agresividad y astucia que fue capaz de concentrar en sí mismo, proponiéndole, abiertamente, que le adorara a él, y renegara de Dios, a cambio de cederle su dominio sobre la tierra. Lo que parecía una excelente oportunidad para Jesús de acabar con la miseria que afligía la humanidad, solo era un imperdonable acto de idolatría, pues, en el libro de los Salmos, leemos: (SAL. 97, 1).

   ¿Qué significa el hecho de que Dios es Rey? Esta realidad le recordó a Jesús que el demonio mentía al intentar hacerle creer, -en vano, por supuesto-, que él era el soberano de la tierra.

   Si Dios no ha solventado los problemas de la humanidad, ello sucede porque aún no ha acabado el tiempo en que hemos de ser probados, purificados y santificados, así pues, este hecho no ha de instarnos a ser idólatras, sino, al contrario, ha de entusiasmarnos la idea de vivir en base a la fe que profesamos.

   La Palabra de Dios tiene que fortalecernos para que  podamos resistir las tentaciones que, al convertirse en obras, impiden que seamos aptos para vivir en la presencia de Dios, a no ser que corrijamos nuestra conducta.

   San Pablo les escribió a los cristianos de Éfeso: (EF. 6, 10-17).

   2. ¿Cómo debemos reaccionar los cristianos cuando seamos tentados?

   Como he demostrado en esta meditación, necesitamos ser tentados, con el fin de que seamos probados. El caso de que no superemos esas pruebas, lo único que significa, es que no debemos de dejar de esforzarnos para seguir perfeccionándonos, así pues, solo porque somos humanos, estamos destinados a fallar muchas veces en el periodo de nuestra superación, porque no somos perfectos. Recordemos que Dios probó la fe de Abraham, cuando le mandó que sacrificara a su hijo Isaac (GN. 22, 1-2).

   Sabemos que, aunque Abraham se dispuso a sacrificar a su hijo, Dios no permitió que asesinara al depositario de la promesa de hacerle descendiente de una muchedumbre incontable.

   San Pablo indicó en su segunda Carta a los cristianos de Corinto que tenía derecho a enorgullecerse por causa de ciertas revelaciones que le hizo el mismo Dios. También dijo en la citada carta que tenía un aguijón, -el cual no sabemos si era un vicio, una enfermedad u otro problema-, del cual le pidió a Dios que lo librara, porque se le hacía difícil el hecho de soportarlo. Dios le indicó al citado Santo que no lo iba a librar del citado aguijón, sino que, amparándose en su gracia, tendría que sobrevivir con él, el tiempo que le fuera necesario, en conformidad con su crecimiento espiritual (2 COR. 12, 7-10).

   ¿Creemos que en nuestra debilidad se muestra perfecta la fuerza de Dios? ¿Cómo es posible este hecho, si no cesamos de equivocarnos cuando tomamos decisiones, y, en el caso de estar enfermos, tenemos la sensación de no saber sobrellevar como buenos cristianos nuestros padecimientos? Si nos encontramos en esta situación de desconfianza tanto en Dios como en nosotros, nos es conveniente aplicarnos las palabras del Apóstol San Pablo, contenidas en ROM. 8, 38-39.

   A pesar de que San Pablo sabía que era inferior a Nuestro Señor, no dudó en confiarse a Cristo, para que el Salvador del mundo le hiciera instrumento de la salvación de sus oyentes y lectores (GÁL. 2, 20).

   Al mismo tiempo que los hebreos probaron la fidelidad de Yahveh en su peregrinación a través del desierto, Dios probó la fe de su pueblo, por medio de las dificultades que le hizo vivir (NM. 20, 1-13).

   San Pablo nos insta a evitar las tentaciones que nos inducen a incumplir la voluntad de Nuestro Padre común. Veamos unos ejemplos de ello.

   En la Iglesia de Corinto, había fieles que, aunque estaban casados, querían evitar el hecho de mantener relaciones maritales, con el fin de dedicarse al servicio de Dios. San Pablo, previendo más allá del deseo de sus creyentes discípulos, la posibilidad de que, tanto los tales como sus cónyuges, pudieran caer en el pecado de fornicación, les indicó a sus lectores: (1 COR. 7, 5).

   San Pablo velaba por la fe de sus oyentes y lectores de Corinto, porque no quería que ninguno de ellos incumpliera la voluntad de Dios (2 COR. 11, 2-3).

   Es importante que, a pesar de las dificultades que tengamos, nunca dejemos de creer en Dios, por consiguiente, San Pablo les escribió a los cristianos de Tesalónica: (1 TES. 3, 4-5).

   En el ambiente de no creyentes en que la mayoría de los cristianos vivimos, se nos presentan muchas oportunidades de renegar de Dios (1 JN. 2, 15-17).

   Creo necesario interrumpir la meditación en que estamos ocupados, para hacer una breve aclaración sobre las palabras de San Juan que acabamos de recordar. Para comprender el citado texto, nos es necesario recordar, que, el mismo, fue escrito en un tiempo, en que los cristianos eran ferozmente perseguidos, lo cual hacía que los tales se distinguieran del mundo, por causa de la opresión que padecían. En aquel tiempo, formar parte del mundo, significaba renunciar al Dios de los cristianos, y, por tanto, a su Iglesia. Actualmente, quienes no estamos siendo perseguidos, no debemos odiar este mundo, pero sí debemos rechazar todo lo que se opone a Nuestro Dios Uno y Trino. Debemos amar el mundo en que vivimos, no solo porque somos sus hijos, sino porque tenemos el deber de contribuir, con nuestras palabras y obras, a la salvación de nuestros hermanos, independientemente de que los tales sean creyentes en Dios, pues, por esta causa, lleva la Iglesia a acabo, su obra de Evangelización.

   La fuente más poderosa de tentaciones a la que debemos enfrentarnos, somos nosotros mismos (ST. 1, 14).

   No temamos el hecho de ser tentados, pues, San Pablo, nos instruye: (1 COR. 10, 13).

   Somos débiles para superar nuestras tentaciones, por consiguiente, en nosotros se cumplen las palabras que Jesús les dijo a los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan, cuando, en la noche en que Judas le entregó a sus enemigos, les encontró durmiendo, cuando les pidió que oraran, con tal de no caer en tentación: (MT. 26, 41).

   En quienes, aunque fallen en su crecimiento espiritual, se mantienen fieles al Señor, se cumple esta promesa magnífica: (AP. 3, 10-12).

   No dejemos de orar, para que Dios no permita que pasemos por la prueba de caer en la tentación que nos aparta de Él.

   Jesucristo, -el Sembrador de la Palabra de Dios en nuestros corazones-, nos dice: (MT. 13, 20-21).

   Con tal de que evitemos el hecho de caer en la tentación de pecar, muchos predicadores nos dicen que no nos relacionemos con quienes incumplen la voluntad de Dios. ¿Qué nos dice San Pablo con respecto a este hecho? El Apóstol nos dice que todos los hijos de la Iglesia deben ser puros (1 COR. 5, 6-11).

   Concluyamos esta meditación, aplicándonos las siguientes palabras de San Pablo: (1 TES. 5, 8).

José Portillo Pérez.
joseportilloperez@gmail.com