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Meditación para la Misa de medianoche de la Natividad del Señor.

   Meditación.

   Hoy nos ha nacido el Salvador, el que nos redimirá del daño que nos hemos hecho con plena consciencia a nosotros, a nuestros prójimos y a nuestro Padre común. Hoy ha nacido aquel que nos librará del cautiverio de nuestras enfermedades, y romperá las cadenas de la muerte. Hoy ha bajado del cielo aquel que volverá a encontrarse con el Padre, el día de su Ascensión, llevando consigo a su pueblo peregrino. Escuchemos y meditemos con atención el comienzo de nuestra redención escrito por el Evangelista de la misericordia.
   1. En el Salmo 13 encontramos las siguientes palabras: (SAL. 13, 4. 6). Las palabras del Salmista son muy acertadas para que podamos agradecerle a Nuestro Padre y Dios todo el bien que nos ha hecho al permitir que su Hijo haya venido a encontrarse con nosotros en esta noche santa.
   Señor, ¿por qué te has compadecido de nuestra debilidad? Nuestro Padre celestial nos responde henchido de amor en la Persona de Jesús: (SAL. 2, 7). Vamos a pedirle a Nuestro Padre común que, por el Nacimiento de Nuestro Hermano y la acción del Espíritu Santo en nosotros, Nuestro Dios nos engendre hoy a la vida de santidad que deseamos alcanzar. San Pablo nos dice a propósito de esta meditación: (COL. 3, 15).
   2. Acompañemos a los pastores en estado de contemplación a la cueva de Belén en la que nació Nuestro Señor. Compartamos con José, María y aquellos que confiaron en los ángeles nuestros problemas y sus inquietudes. Gocémonos todos juntos porque la Natividad del Mesías simboliza un día cuya llegada todos ansiamos.
   Isaías nos dice en su Profecía: "Fortaleced las manos débiles" (IS. 35, 3). Aguardemos la llegada del nuevo día prestándoles nuestras manos a quienes carecen de fuerza en las suyas. Que nuestras manos sean el vínculo que nos una a quienes se sienten desamparados, para que todos juntos podamos ofrendarle nuestra vida a Nuestro Padre común dentro de unos minutos, cuando le ofrezcamos el pan y el vino a Nuestro Señor, para que todos nos convirtamos en el sacrificio eucarístico que redimirá a la humanidad librándola del aislamiento en que se ha sumido nuestra sociedad.
   Isaías también nos dice en su Profecía: "Afianzad las rodillas vacilantes" (35, 3). Seamos en Cristo Jesús una sola persona que "lleva en el corazón la Ley de su Dios y sus pasos no vacilan" (SAL. 37, 31). Vamos a pedirle a Dios que nos dé un corazón sensible y flexible para comprender a nuestros prójimos, y unos brazos fuertes para que podamos sostener a quienes no tienen fuerza en sus piernas para permanecer erguidos mirando al cielo. Esforcémonos para caminar con firmeza al encuentro de quienes se sienten oprimidos, para que, al ayudarles a resolver sus problemas, se manifieste en nosotros el poder del Espíritu Santo.
   3. San Pablo les escribió a los cristianos de Filipos, las palabras que leemos en FLP. 2, 5-7. Para que los cristianos procedentes del Judaísmo pudieran aceptar la humanidad de Jesús frente a su creencia de que quienes contemplaban a Dios quedaban fulminados instantáneamente, el autor de la Carta a los Hebreos escribió sobre Jesús: (HEB. 2, 6-8).
   San Pablo nos insta a creer que, Jesús, a pesar de su rango divino, no desestimó la posibilidad de encarnarse en María y nacer como uno más de entre nosotros para redimirnos. Un Hagiógrafo, al comenzar su Carta a los Hebreos, escribió también: (HEB. 1, 1-2). La grandeza del Mesías inspiró a San Pablo a expresarse en los siguientes términos en su Carta a los Colosenses: (COL. 1, 15).
   San Juan Bautista dio su solemne testimonio del Bautismo de Jesús: (JN. 1, 32-34).
   Algún  tiempo después, cuando los amigos y enemigos de Jesús se cuestionaban la autoridad con que Jesús obraba prodigios admirables, en el preciso instante en que el Señor interrogó a sus discípulos con respecto a Sí mismo, Pedro, inspirado por el Espíritu Santo, le respondió con su acostumbrado deje de firmeza, las siguientes palabras, escritas en MT. 16, 16. Tiempo atrás, cuando Jesús extinguió una tempestad una tenebrosa noche en el lago de Genesaret, sus seguidores exclamaron al unísono: las palabras que encontramos en MT. 14, 33.
   ¿Qué ocurrió en los años en que Jesús predicó el Evangelio e hizo prodigios admirables?
   ¿Supieron quienes vieron a Jesús hacer las obras de Dios aprovechar aquellas ocasiones para pedirle al Señor que les enseñara a recorrer la vía de la santificación?
   El Evangelista San Juan responde las preguntas que nos hemos planteado, en los términos expuestos en JN. 1, 11.
   ¿Por qué no recibimos a Jesús?
   ¿Creemos que Jesús no es el Mesías que necesitamos porque no se adapta a todas las exigencias que nos impone la sociedad en que vivimos inmersos? San Juan nos dice con respecto a esta reflexión, las palabras que escribió en JN. 3, 16.
   ¿Para qué vino Jesús al mundo? Jesús dijo al iniciar la Redención universal, las palabras que encontramos en HEB. 10, 7. Esta es la causa por la que Nuestro Señor decía de Sí mismo, las palabras escritas en JN. 10, 11. El Apóstol también nos habla de la misión de Jesús, por consiguiente, parte del plan divino que tenía que ser ejecutado por el Mesías, consistía en que el Señor nos instruyera en el conocimiento de la verdad de Dios, así pues, el Evangelista nos transmite una célebre meditación del Hijo de María: (JN. 8, 32).
   ¿Por qué quiere Dios darnos a conocer su verdad?
   ¿Qué quiere Dios de nosotros?
   San Juan nos sigue ilustrando: (JN. 6, 29).
   Jesús no sólo vino al mundo para darnos a conocer la verdad de Dios, sino para manifestársenos como camino y vida que nos inspiran esa verdad. Jesús dijo durante la celebración de su última Cena con sus discípulos, las palabras redactadas en JN. 14, 6. Más tarde, en su oración sacerdotal, a propósito de nuestra permanencia junto a Dios, Jesús le dijo al Padre, las palabras que el cuarto Evangelista escribió en JN. 17, 3. Al anonadarnos considerando estas meditaciones, no hacemos más que repetir las palabras con que el Apóstol incrédulo se convenció de que Jesús había resucitado de la muerte, las cuales están escritas en JN. 20, 28.
   4. Durante el tiempo de Adviento muchos de nuestros hermanos han recibido el Sacramento de la Penitencia para confirmarse en su preparación a celebrar la Natividad de Jesús, pues han querido afianzarse al sentirse perdonados por Dios, así pues, parte de esa verdad sobre la que estamos meditando, consiste en que le pidamos a Nuestro Padre común perdón por causa de nuestras transgresiones en el cumplimiento de su Ley, para que así podamos dejarle actuar en nosotros, pues Él quiere que nosotros mismos nos perdonemos nuestras faltas. A pesar de que para que una confesión se considere bien hecha necesita 5 requisitos previos a la misma por parte del penitente y la predisposición necesaria del ministro ordinario del Sacramento, ¿recordáis cuál es el sentimiento que Jesús quiere que tengamos en el corazón para que así podamos ser alcanzados por la Redención universal?
   San Lucas, el pintor de las virtudes de María, el conocido Evangelista de la misericordia, escribió en su primera obra, con respecto a la causa por la que Jesús perdonó a la mujer adúltera, las siguientes palabras: (LC. 7, 47).
   He querido hacer hincapié en este cuarto párrafo de mi humilde meditación, porque sé que, entre mis lectores, hay algunos hermanos que han cometido fallos muy graves, sus errores han costado vidas, pero, después de expiar sus culpas entre rejas y de incorporarse a su actividad diaria, deben evitar su rencor con respecto a sí mismos, para que Cristo Jesús pueda impulsarlos a sentirse redimidos. El Día de Navidad simboliza la llegada del Reino de Dios, así pues, vamos a pedirle a Nuestro Criador que, durante esta noche santa, todos los que no se perdonan sus faltas, se dejen redimir por Jesús, cambien su rencor con respecto a sí mismos por alegría, y amanezcan con el corazón limpio de resquicios de culpabilidad y dolor, así pues, la culpabilidad ha de servirnos para corregirnos, no para amargarnos mientras vivimos, impidiéndole a Cristo Jesús que nos haga sentirnos redimidos de los errores que cometimos en el pasado.
   5. No quiero concluir esta meditación sin dirigirme a quienes padecéis enfermedades difíciles de sobrellevar, a quienes sufrís por la reciente pérdida de alguno de vuestros seres queridos, o quizá sufrís por causa de vuestras percepciones. Jesús se aplicó las siguientes palabras del Profeta: (IS. 50, 4). Esa palabra alentadora profética nos la transmite San Mateo en su obra: (MT. 11, 28-30). Cristo Jesús comprende perfectamente vuestro dolor, porque Él, queridos hermanos y amigos, murió para enseñarnos a vencer los obstáculos que forman parte de nuestra vida, así pues, Isaías vaticinó con respecto a la Pasión del Señor, las palabras que leemos en IS. 53, 5.
   San Pablo les escribió a los cristianos de la comunidad de Colosas: (COL. 2, 17). La realidad en la que creemos consiste en que Dios se ha apiadado de nosotros, y, durante esta noche que significa la instauración del Reino de Dios entre sus fieles, nos estamos preparando, como si el tiempo de Adviento se prolongara hasta el final de nuestra vida, para encontrarnos con el Dios Trinidad, más allá de lo que erróneamente denominamos adversidad, pues, las dificultades que vivamos a lo largo de nuestra vida, nos prepararán para recibir a Cristo Jesús en su segunda venida, pues Él nos santificará por la acción del Espíritu Santo, si sabemos esperarlo con el corazón lleno de júbilo.

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com