Meditación.
1. Celebramos la primera Epifanía del Señor, excelente revelación de la luz divina sobre nuestras carencias materiales y espirituales. Isaías nos dice en la primera lectura correspondiente a esta fiesta de la Epifanía del Señor que Dios ha amanecido sobre nosotros, así pues, cuando el pasado veinticinco de diciembre celebramos la Natividad de Nuestro Niño de Belén, quiso Dios que volviera a nacer en nuestros corazones la existencia sobrenatural, los abundantes dones y virtudes que nos configuran y transfiguran a imagen y semejanza de Aquel que nos ha concedido participar de su vida eterna, por consiguiente, debemos recordar en esta ocasión las palabras del prólogo del Evangelio de San Juan referentes a que Nuestro Dios y Hermano Jesús nos ha concedido gracia sobre gracia por los méritos que le han merecido su vida y obra redentora (JN. 1, 16).
2. "Brilla, Jerusalén" -dice Isaías en su Emmanuel- ¿Hemos recibido a Jesucristo, -la Palabra de Dios-, y actuamos impulsados por la inspiración del Espíritu Santo? Si Dios nos ha dotado de dones y virtudes, podemos decir que tales maravillas de Nuestro Padre son nuestras porque el Señor nos las ha concedido, pero esa concesión celestial nos exige que brillemos por nuestra propia luz. Si mi hermano es donante de sangre, puede ofrecerle a Dios su donación para la redención de mis pecados, pero, aún así, yo no puedo brillar con la luz de mi hermano, no puedo sentirme realizado hasta que no cumpla la voluntad de Dios escuchando a Jesucristo, -la Palabra de Dios-, y dejándome inspirar por el Espíritu Santo.
3. "Caminarán los pueblos a tu luz" Con gran acierto, Jesús decía que no se puede encender una luz para esconderla, pues no se puede disimular el brillo y claridad de la luz. Puede acontecernos que no seamos conscientes de si el mundo se percata de que somos cristianos, pues no conocemos los pensamientos de nuestros prójimos, y no sabemos si nuestra luz hace que otros hermanos nuestros, creyentes o no cristianos, brillen por su propia luz. Ocupémonos de sembrar la semilla divina, y el Espíritu Santo, a su tiempo, se servirá de nuestras palabras y obras, para convertir a la humanidad al Evangelio del amor divino.
4. En la segunda lectura San Pablo nos insta a creer que el Evangelio de Jesucristo es universal, así pues, cuando Pablo escribió sus Epístolas, los judíos creían que Dios aborrecía a los extranjeros, y que el Señor sólo se complacía en la raza de aquellos a quienes se reveló antes de que las naciones del mundo conocieran la Santidad de Nuestro Padre común.
5. Para que esta meditación no sea excesivamente larga, prefiero pasar por alto la lectura de la Carta a los Efesios, y contemplar las escenas que San Mateo nos narra en el Evangelio de la adoración de los magos. Herodes se sobresaltó al percatarse de que había sucedido un hecho extraordinario, había nacido el Rey de quien Miqueas, Isaías, Jeremías y otros grandes Profetas habían hablado en los días de su existencia mortal. Era imposible creer que fuera verdad que había aparecido una estrella que conducía a aquellos magos orientales a adorar a Jesús, pero, ¿qué hubiera ocurrido si aquella Profecía tan antigua del capítulo 5 de Miqueas se hubiese cumplido? Resulta curioso ver que ni siquiera los instruidos en la Ley del Señor podían creer que verdaderamente empezaba a llevarse a cabo el designio salvífico de Dios. Herodes actuó como si fuera realista el hecho de que podían quitarle el trono, los judíos se alarmaban pensando que algún espabilado podía reformar sus complicadas estructuras religiosas, nosotros sufriríamos mucho si nos viéramos obligados a ser buenos Santos en un momento sin que Dios nos transformara tocándonos con su varita mágica...
6. Los tres regalos que Jesús recibió de los magos tienen un gran significado teológico.
El oro de Melchor, significaba que Jesús es el más sabio y poderoso Hombre de todos los tiempos.
El incienso de Gaspar, resaltaba la Deidad de Jesús, el más famoso y humilde Hombre de todos los tiempos.
La mirra de Baltasar, era signo de penitencia, muerte para resucitar, sacrificio de goces terrenales para encontrar la felicidad, y la contradicción de quienes ignoran cómo renunciando al sin sentido del placer excesivo nosotros encontramos la Santidad, la paz, y, el amor de Nuestro Padre y Dios.
José Portillo Pérez.
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