Meditación.
Me amo y amo a mis familiares.
El título de esta meditación es muy llamativo. ¿Por qué he antepuesto el amor a nuestras personas al amor que queremos manifestarles a nuestros familiares? Siempre se nos ha dicho que debemos velar por los intereses de nuestros prójimos antes de ocuparnos de satisfacer nuestras necesidades, pero no podemos olvidar que nadie puede dar lo que no tiene. Si yo no me amo a mí mismo, no puedo amar a mis prójimos, así pues, al intentar manifestarles mi amor a mis familiares y amigos, ellos sólo verán en mí a alguien a quien quizás no pueden comprender, a no ser que me conozcan lo suficientemente como para comprender que le pido peras a un olmo, es decir, que estoy obstinado en dar lo que no tengo. Si me ocupo exclusivamente de mí y obvio a mis prójimos tengo que reconocer que soy egoísta, pero si atiendo a mis necesidades al mismo tiempo que me ocupo de hacer felices a los miembros de mi familia, entonces, aquellos a quienes amo, verán en mí a un hijo, a un hermano, a un marido, a un nieto admirable, que es capaz de moverse para alcanzar la felicidad, y de hacer que quienes le rodean hagan lo propio.
En esta fiesta de la Sagrada Familia quisiera plantearos la siguiente meditación:
A pesar de que tanto nosotros como nuestros familiares hemos recibido el Sacramento del Bautismo, ¿actuamos como verdaderos cristianos en nuestro medio social?
No pretendo ocultar en ningún momento la gran labor que llevan a cabo los religiosos que viven consagrados total o parcialmente a Nuestro Padre común, así pues, también admiro el trabajo que los laicos están haciendo, unos para extender el conocimiento del Evangelio, y otros para socorrer a quienes tienen carencias materiales y espirituales, pero yo, en mi entorno, sólo veo a unos cuántos sacerdotes rechazados por sus feligreses en el sentido de que les oyen predicar y no se amoldan a su doctrina, y a un montón de cristianos, de los cuales unos cuántos asisten a la celebración de la Misa dominical, y, la gran mayoría, sólo asisten al templo, cuando van a algún bautismo, a alguna boda, a alguna primera comunión, o al entierro de sus familiares y allegados. Es cierto que todos nos acordamos de Dios cuando tenemos necesidades de cualquier tipo, pero nos cuesta un gran esfuerzo profesar nuestra fe. Sé que quienes predicamos el Evangelio luchamos mucho para convencer a nuestros prójimos para que acepten nuestra fe, pues, lejos de Dios, ya sabemos lo que sucede en nuestra sociedad todos los días.
Cada día veo a más madres que consienten mucho a sus hijos pequeños concediéndoles todos sus deseos. Esos niños, conforme van creciendo, creen que tienen el derecho de tener a sus antecesoras como esclavas. Muchas de esas madres tienen un problema psicológico muy grave, que consiste en que necesitan que se les haga sentir que se les ama continuamente, para poder sentirse felices. No creamos que somos muy buenos si nos hacemos siervos de nuestros prójimos, pues, buscando que se nos ame al hacer el bien, lo único que conseguiremos es mendigar amor quizás sin querer aceptar esta realidad, al mismo tiempo que aquellos a quienes servimos se aprovecharán de nosotros para conseguir todo lo que desean. Recordemos que en todo entorno familiar el amor ha de estar caracterizado por el respeto y la reciprocidad mutua en la concesión de dádivas.
A todos nos gustaría mucho que los adolescentes vieran en sus padres a sus mejores amigos, y no a gente que hace lo imposible para frustrar todo lo que quieren hacer. Quienes sois padres, no intentéis sobreproteger a vuestros hijos, así pues, aunque os duela verles sufrir un poco, dejadles que saquen conclusiones de sus experiencias, para que no cometan muchas veces los errores que les hacen sufrir. Habladles a vuestros hijos de la sexualidad, pero no lo hagáis como si dicho tema fuera algo prohibido, no vaya a suceder que se dejen arrastrar por la morbosidad y por lo excitante que puede resultar el hecho de hacer cosas que sólo están reservadas para los mayores. Advertidles a vuestros hijos lo que les puede suceder si consumen alcohol yo drogas, y tened valor para decirles que, si cometen algún error, tendrán que asumir las consecuencias de ello, y que os tendrán a vosotros para ayudarles a superar sus dificultades. Si vuestros hijos son captados por una secta, no les digáis directamente que sus nuevos amigos tienen malas intenciones para con ellos, pues más os valdrá entrar en su mundo para librarlos de las ataduras que les impongan, de la misma manera que Jesús venció la muerte desde la entraña de la misma.
Los niños y adolescentes no son los únicos miembros de muchas familias que tienen problemas, así pues, son muchas las parejas que sufren la necesidad de comunicarse entre sí en un mundo que curiosamente dispone de muchos medios para que puedan expresarse sus sentimientos. Si existen rupturas de las relaciones matrimoniales, ello no es debido a la ineficacia del Sacramento del Matrimonio porque el mismo es un rito celebrativo que significa lo que es en sí mismo el matrimonio, sino a que no se le pueden atribuir las responsabilidades que supone el mantenimiento de la relación a un sólo cónyuge.
Desgraciadamente muchos padres piensan que no han de preocuparse de la educación de sus hijos, ya que ellos hacen bastante con ganarles el pan con que les alimentan diariamente y con satisfacer las carencias de su prole.
Muchos ancianos se sienten desamparados por sus hijos y nietos. Mientras que los jóvenes y los de edad media nos movemos a velocidad de vértigo en una sociedad que nos obliga a correr con todas nuestras fuerzas para que podamos alcanzar buenos puestos como si fuéramos deportistas, nuestros mayores, aunque intentan comprendernos, se sienten tristes y olvidados por nosotros.
Os voy a sugerir una serie de conductas que podéis llevar a cabo para intentar mejorar vuestra relación con vosotros mismos y con vuestros familiares.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com