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Meditación de COL. 3, 1-4, 6. (Fiesta de la Sagrada Familia del Ciclo C).

 
   Meditación de la Carta de San Pablo a los Colosenses, 3, 1-4, 6.

   Actuad como dignos hijos de Dios (COL. 3, 1. CF. SAL. 110, 1). San Pablo nos dice que Jesús ha resucitado de entre los muertos, por lo cual hemos de poner nuestros ojos en el Reino de Dios, pues todos anhelamos el estado de felicidad eterna que conocemos como cielo. Si consideramos que el cielo es un estado de felicidad y no un lugar, podemos creer las siguientes palabras de Jesús que San Lucas recopiló en su primera obra: (LC. 17, 21). Si el Reino de Dios ya está entre nosotros, no nos cabe duda de que hemos de actuar como verdaderos hijos de Dios en cada instante de nuestra vida.
   (COL. 3, 2). ¿Pretendió San Pablo que los cristianos pertenecientes a la comunidad que nuestro Santo fundó en Colosas se olvidaran de sus actividades terrenas para que vivieran únicamente anhelando el establecimiento del Reino de Dios en el mundo? Respeto sinceramente a los religiosos contemplativos y a los laicos que viven únicamente para orar por la salvación del mundo, pero, después de haber vivido varios años dedicado a la oración del Señor, he comprendido que las palabras se las lleva el viento, y que, para que perduren en nuestros recuerdos (Dios no olvida las oraciones de sus hijos), nos es necesario actuar en favor nuestro y de nuestros prójimos, como si de ello dependiera la conclusión de la instauración del Reinado de Nuestro Padre común en nuestros corazones. Comprendo que hemos de tener la esperanza y los ojos en el cielo, pero no hemos de olvidar que aún tenemos los pies firmes sobre la tierra, por lo cual no podemos descuidar nuestras responsabilidades. ¿Qué sería de los niños pequeños si sus padres no se cuidaran de ellos y únicamente pensaran en orar?
   (COL. 3, 3). San Pablo nos dice que estamos muertos para el mundo, esto es, que nuestra forma de vida se diferencia de la manera en que enfocan su existencia quienes no conocen nuestra fe o, conociendo nuestras creencias, no pueden -o no quieren- aceptarlas. Jesús le dijo a Nuestro Padre común en su oración sacerdotal con respecto a sus fieles seguidores, las palabras que podemos leer en JN. 17, 25.
   (COL. 3, 4). El Apóstol de las gentes nos exhorta a que nos mantengamos firmes en la profesión de nuestra fe, para que así nuestro corazón esté preparado a recibir a Cristo Rey en su segunda venida.
   (COL. 3, 5-7). San Pablo nos pide que renunciemos a todas las posibilidades de transgredir el cumplimiento de la Ley de Dios que se nos presenten, diciéndonos que el pecado hace que Nuestro Padre común haga que se encienda su ira sobre nosotros. Sinceramente he de deciros que Dios no puede actuar sobre la humanidad basándose en criterios meramente humanos, ya que ello haría de Él un ser tan imperfecto como lo somos nosotros. Porque creemos que Dios corregirá la conducta de los pecadores que deseen ser purificados y santificados, hemos de evitar incumplir la Ley del Altísimo, pues ello nos ayudará a vivir en un entorno familiar y social de amor y justicia. (COL. 3, 8-9. CF. EF. 4, 23-24; GN. 1, 26). El versículo del Génesis que estamos meditando nos indica que Nuestro Padre común nos dotó con el poder que necesitamos para dominar el mundo, por consiguiente, hemos de ejercitar nuestros dones y virtudes para hacer la voluntad de Nuestro Padre celestial.
   (COL. 3, 10). Es preciso que se opere en nosotros la conversión total, así pues, por grande que creamos que pueda ser nuestra fe, no es conveniente que pensemos que no podemos creer en Dios más de lo que le aceptamos actualmente, pues ello nos impediría amar más a Nuestro Santo Padre, en un futuro quizás no muy lejano.
   (COL. 3, 11). La Carta a los Colosenses fue escrita en un tiempo en que los judíos discriminaban a los extranjeros, ya que los tales vivían bajo el dominio de Roma, recordaban la invasión de su país por varias naciones en el pasado, no olvidaban la esclavitud de sus padres en Egipto, y tenían el privilegio de que Yahveh se les había revelado a ellos antes de darse a conocer a los perros (los hermanos de raza de Jesús llamaban perros a los paganos). San Pablo les dijo a sus lectores de Colosas que Nuestro Padre común es el Dios de la humanidad, por lo que para Él, independientemente de la raza a que pertenezcamos y de la ideología que profesemos, todos somos iguales. Ojalá nos sirva el texto paulino que estamos meditando para acabar con las diferencias que nos separan de nuestros hermanos cristianos no católicos, y nos ayude a unirnos a quienes profesan creencias diferentes a las nuestras. (COL. 3, 12-13. CF. EF. 4, 1-6; COL. 3, 14-17).

   Deberes sociales concernientes a la vida de los cristianos.

   Nuestro pensamiento cristiano se ha modernizado en muchos países dando lugar a formas de proceder muy diversas, así pues, cuando San Pablo les dice a las mujeres que se sometan a sus maridos, podemos entender esa sumisión como una entrega total al cumplimiento de la voluntad de los mismos, o como una entrega parcial, que corresponde tanto a los hombres como a las mujeres, dado que las relaciones matrimoniales han de ser vividas y armonizadas por ambos cónyuges. (COL. 3, 18. CF. EF. 5, 22-24; 1 PE. 3, 1).
   No podemos juzgar los textos que estamos meditando desde el punto de vista del feminismo precisamente, por consiguiente, hemos de tener en cuenta que los mismos fueron redactados en un tiempo en que las mujeres no eran libres ni para expresar sus opiniones, dado que habían de vivir bajo la autoridad de sus padres si eran solteras, o sometidas a sus maridos si estaban casadas. Aun en el caso de las mujeres que estuvieran divorciadas, tenían que someterse a la voluntad de sus padres (no de sus madres), en el caso de que los mismos vivieran.
   Con respecto al amor que los hombres casados deben sentir para con sus esposas, leemos en la biblia, textos tales como los siguientes: COL. 3, 10; EF. 5, 25-30; 1 PE. 3, 7).
   (COL. 3, 20; EF. 6, 1). Todos conocemos el cuarto Mandamiento de la Ley de Dios, pero es discutible el punto hasta el que hemos de obedecer a nuestros padres. Es cierto que muchos padres quieren que sus hijos alcancen la plenitud de la felicidad, de la misma forma que otros son egoístas, y otros no tienen la sabiduría que necesitan para encaminar a sus descendientes por el camino que han de recorrer para realizarse personalmente. He de ser justo y reconocer que no todos los hijos pueden, deben o quieren obedecer a sus progenitores asumiendo todas las consecuencias que ello implica.
   Con respecto a la educación que los padres cristianos deben dispensarles a sus hijos, leemos en la biblia, los siguientes textos: COL. 3, 21; EF. 6, 4.
   (COL. 3, 22). Aunque la esclavitud ya no existe en muchos países, en la actualidad se habla mucho del acoso psicológico que sufren ciertos trabajadores. Desgraciadamente son muchos los empresarios que tienen la creencia de que sus empleados serán más productivos si se sienten amenazados con perder su trabajo que si tuvieran la sensación de que su esfuerzo les merecería  la pena porque les produciría la sensación de tener la vida resuelta. Es cierto que muchos trabajadores se dirigen a sus superiores con miedo o con cierta astucia porque se sienten estrechamente vigilados en todo momento, pero también es cierto que muchos de ellos se dedican a espiar a sus compañeros para mantener informados a sus jefes de los defectos de los mismos. Lo curioso a este respecto es que quienes espían a sus subordinados o a sus compañeros viven estresados porque siempre quieren más cosas de las que consiguen, y, quienes no pueden -o no quieren- salir de las trampas que se les tienden, sufren porque su situación puede ser tan dramática como para que deseen suicidarse. Dios creó el trabajo como un medio de santificación, pero ello no siempre es factible en nuestra sociedad.
   (COL. 3, 23). No todos los trabajadores tenemos la suerte de desempeñar la actividad laboral que nos gusta, pero ello no significa que hemos de dejarnos vencer por el desánimo, pues es bueno que le agradezcamos a Nuestro Padre común la posibilidad que tenemos de vivir en un planeta en que la mayoría de los habitantes del mismo viven bajo el umbral de la miseria. (COL. 3, 24-25; EF. 6, 8).
   Con respecto al trato que los empresarios cristianos deben dispensarles a sus empleados, San Pablo, nos dice, las palabras contenidas en COL. 4, 1).
   (COL. 4, 2-6). Finalicemos esta meditación orando por la gran familia que es la Iglesia de la que todos formamos parte, y por nuestras familias. Quienes sois padres, pedidle a San José que ore para que os sean transmitidos sus dones y virtudes. Pedidle, madres, a Nuestra mediadora celestial, que os ayude a imitar sus dones y virtudes con sus oraciones, y, ya que todos somos hijos, vivamos imitando la conducta de Jesús de Nazaret.

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com