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Lo esencial del Cristianismo. (Meditación para la fiesta de la Epifanía del Señor).

   Meditación.

   Lo esencial del Cristianismo.

   Ya que al aceptar la revelación de Dios a nosotros sus hijos, la Iglesia nos pide que les transmitamos a nuestros prójimos el gozo que significa el hecho de ser hijos de un mismo Padre celestial, permitidme que os proponga que hagamos un ejercicio entre nuestros familiares y/o amigos, el cual consiste en que les digamos a los mismos lo esencial del Cristianismo, con el fin de que los tales se conviertan a Nuestro Padre y Dios si lo estiman oportuno.

   ¿Qué es para nosotros lo esencial del Cristianismo?

   ¿Cómo podríamos sintetizar el contenido de nuestra fe para que quienes no creen en Dios sientan el deseo de leer los Evangelios y de asistir a las celebraciones eucarísticas?

   Lo esencial del Cristianismo es que Dios se nos ha revelado por medio de su Hijo amado. Lo esencial del Cristianismo es que Dios se nos ha revelado de una forma sensible, según nos narra este hecho San Juan en su Evangelio (JN. 1, 14; HEB. 1, 1-2).

   Lo esencial del Cristianismo es que Dios, compadecido del hecho de que el mal en todas las formas que se manifiesta ha azotado a la humanidad desde que el hombre existe sobre la haz de la tierra, en la pequeñez de un Niño indefenso necesitado de los cuidados sin los que cualquier pequeñuelo moriría irremisiblemente, y por medio de la Pasión, la muerte y la Resurrección de su Hijo, nos ha manifestado su omnipotencia y su amor, con el fin de hacernos vivir en su presencia, cuando aprendamos a ser tan bondadosos como lo es Él.

   Jesús y los ateos.

   Aunque actualmente podemos dedicarle mucho tiempo a la evangelización de nuestros oyentes en el supuesto caso de que encontremos a quienes estén dispuestos a conocer la fe que profesamos, en los primeros tiempos del Cristianismo, los minutos que los creyentes podían dedicarle a la evangelización de sus oyentes, eran decisivos para que los tales aceptaran -o rechazaran- nuestra fe. Hay que dar por supuesto que muchos de quienes decidían creer en Dios en esas charlas circunstanciales no tenían una fe completa y mucho menos el tiempo necesario para ser instruidos en el conocimiento del Señor y de su Iglesia, pero, a pesar de ello, entre aciertos y errores, los tales tenían que dejarse conducir por el Espíritu Santo, para que la tercera Persona de la Santísima Trinidad, atendiendo a la capacidad de ser perfeccionado de cada uno, los ayudara a abrazar sus nuevas creencias. Os digo esto porque muchos de nuestros hermanos consideran que el ciclo de evangelización de cada persona necesariamente tiene que pasar por un largo periodo catequético, pero, por razones que escapan a nuestra capacidad de retener a quienes nos escuchan predicar el Evangelio, -dado que somos sembradores de la Palabra de Dios, y no recolectores de los frutos que nuestra predicación produce en quienes nos escuchan-, tenemos que orar para que el Espíritu Santo complete nuestra tarea, la cuál fue comenzada por nosotros, bajo la inspiración del amor procedente del Padre y del Hijo.

   Supongamos el hipotético caso de que le predicamos el Evangelio a alguien que, aunque se compromete a leer los Evangelios, y cree en la Persona de Jesús, rechaza nuestra fe, pero vive los valores predicados por Nuestro Señor. Mi experiencia personal me ha hecho comprender que muchos ateos, aunque no creen que Jesús es Dios, ven en Nuestro Señor a un gran Hombre digno de imitar, por causa de sus valores, los cuales, al parecer que se van extinguiendo de nuestras sociedades actuales porque nos enfocamos en diferentes objetos, nos hacen constatar cómo mucha gente actúa irracionalmente. El hecho de no creer en Jesús como Dios, sino como Hombre digno de imitar, no significa una negación de Nuestro Señor, sino la adquisición del compromiso de comunicarles a los hombres la necesidad que tenemos de vivir inspirados en los valores de Nuestro Salvador.

   Los no creyentes, al leer la Biblia, pueden encontrar un reflejo de sus vidas, y una síntesis de la Historia de la humanidad, la cuál, en algunas ocasiones, ha estado marcada por la vivencia de valores humanos positivos, y, en otras ocasiones, ha registrado episodios de tiranía que únicamente han servido para cometer injusticias y hacerles sufrir a los débiles.

   A veces, los éxitos que alcanzamos provocan estados de crisis, cuando comprobamos que los mismos nos aportan nuevas exigencias, así pues, aunque a partir de la Revolución Industrial se cambiaron muchas estructuras sociales, la Historia es testigo de que el citado cambio político-económico social no le aportó al hombre del siglo XIX ni del XX -ni nos aportará a quienes vivimos en este siglo- la felicidad completa, pues los valores espirituales no dependen ni de la riqueza ni de la pobreza que caractericen nuestras vidas.

   A pesar de que los ateos rechazan todos los conocimientos que no les son aportados por la ciencia, muchos millones de ellos tienen que aceptar el hecho de que la ciencia nos aporta muchas enseñanzas, pero no nos hace conscientes del deber que debemos realizar en nuestras vidas, dado que, quienes se han sacrificado por alguna causa a lo largo de la Historia, no lo han hecho por amor a la ciencia, sino teniendo presentes sus valores espirituales y morales, los cuales no han tenido por qué ser adquiridos profesando ningún credo.

   Si muchos cristianos podemos asimilar nuestra religión como una forma de vida, y aquellos de nuestros hermanos que temen por la salvación de sus almas asimilan la misma como una exigencia ineludible, los no creyentes ven en la Biblia la máxima expresión de los sentimientos del hombre, la necesidad que este tiene de encontrar el sentido de su vida, y la comprensión de que los avances que nuestras sociedades modernas experimentan carecen de sentido, si no están inspirados en un maduro crecimiento psicológico, espiritual y moral de toda la humanidad.

   Las palabras del Señor expuestas en MC. 1, 15, pueden significar para quienes no son creyentes: El tiempo se ha cumplido y es posible la existencia de un mundo perfecto, es decir, lo que en el principio de la existencia del Socialismo parecía una utopía, es totalmente posible. Fortaleceos moralmente y luchad denodadamente para que lo más pronto posible vivamos esa realidad.

   Jesús nos pide a los creyentes que vivamos plenamente entregados a nuestros compromisos cristianos, y, si somos honrados en la vivencia de los mismos, toda la humanidad, -creyentes y no creyentes-, nos daremos cuenta de que no tiene sentido el hecho de exigirnos a nosotros más -ni menos- de lo que les exigimos a los demás, dado que la sociedad perfecta llamada Reino de Dios será resultante de la dedicación personal -y comunitaria- a hacer el bien, y no de la explotación de los débiles.

   Es necesario que los cristianos nos comprometamos con la evangelización, pero, si no conseguimos convertir a algunos de nuestros oyentes al Evangelio, deberemos evitar el hecho de juzgarlos, porque, quienes mucho se exigen a sí mismos, al comprender lo difícil que es el hecho de crecer a cualquier nivel en la vida, evitarán el hecho de juzgar temerariamente a los demás.

   Quienes no creen en Dios, pero creen que el hombre puede crear un mundo perfecto, al comprender que el bien se consigue por el camino de la entrega personal, no ven en la muerte de Jesús un fracaso a pesar de que no son cristianos y por consiguiente no creen en la resurrección de los muertos, sino la máxima expresión de lo que deberíamos estar dispuestos a hacer, cada cuál, desde nuestro estado actual, con el fin de alcanzar la vivencia en el mundo carente de miserias añorado por los comunistas y los socialistas.

   Finalizo esta meditación diciéndoos que depende en gran parte de nosotros los cristianos el hecho de que todos -creyentes y no creyentes-  nos esforcemos para lograr la rápida instauración del Reino de Dios en el mundo, para lo cuál, nos es preciso respetar a quienes no comparten nuestras creencias, ora porque no son católicos, ora porque no creen en Nuestro Padre común.

José Portillo Pérez.
joseportilloperez@gmail.com