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La victoria que vence al mundo es nuestra fe. (Meditación de la segunda lectura optativa de la fiesta del Bautismo del Señor de los Ciclos A y B).

   Meditación.

   2. La victoria que vence al mundo es nuestra fe.

   Meditación de 1 JN. 5, 1-9, segunda lectura optativa de los Ciclos A y B.

   Por ser hijos de Dios, somos hermanos de los seguidores de Jesús, y miembros de la Iglesia. Dios es quien decide quiénes han de formar parte de su Familia, y no nosotros. Es por eso que nos corresponde aceptar a la gente sin prejuicios, y amarla a la manera del Hijo de Dios y María. Todo el que cree que Jesús es el Cristo de Dios es hijo del Altísimo. Si amamos a Dios y cumplimos sus Mandamientos, amamos a los hijos de Nuestro Padre común.

   Jesús nunca nos prometió que sería fácil el hecho de seguirle, pero el seguimiento de Nuestro Maestro no es una carga para quienes realmente lo aman. Si el seguimiento de Jesús empieza a ser una carga para nosotros, podemos revisar nuestras creencias, porque podemos estar sufriendo las consecuencias de que nuestra fe no sea completa, o quizás nuestro amor a Dios se está debilitando (AP. 2, 4).

   El amor a Dios por nuestra parte consiste en que guardemos los Mandamientos de Nuestro Padre común, los cuales sabemos que no son pesados ni extremadamente difíciles de aplicar a nuestras vivencias.

   Todos los nacidos de Dios vencen las inclinaciones que nos alejan de Nuestro Padre común. Nuestra fe es la victoria que nos garantiza que nadie ni nada nos impedirá creer en Dios.

   Sólo creyendo que Jesús es el Hijo de Dios, encontraremos motivos suficientes para esforzarnos en no perder la fe, y acrecentarla adecuadamente.

   La referencia al agua y la sangre, fue escrita pensando en la Eucaristía, el Bautismo y la crucifixión del Señor. Cuando fueron escritos los libros joánicos de la Biblia, existía una creencia según la cual Jesús sólo fue el Cristo durante el tiempo transcurrido entre su bautismo y su crucificción, momento en que el Cristo ascendió al cielo, dejando morir al Jesús humano. Si Jesús murió como un hombre pecador, no pudo redimir a la humanidad cargando sobre Sí los pecados del mundo, y, por consiguiente, el Cristianismo carecería de sentido, porque está basado en el valor redentor del sacrificio del Mesías.

José Portillo Pérez.
joseportilloperez@gmail.com