Meditación.
1. La grandeza y humildad del siervo de Yahveh.
Meditación de la primera lectura de los Ciclos A, B y C.
Meditación de IS. 42, 1-4. 6-7.
La primera lectura correspondiente a la fiesta del Bautismo del Señor que celebramos en esta ocasión, es un extracto del primero de los cuatro poemas del siervo de Yahveh, que encontramos en la Profecía de Isaías. El siervo de Yahveh podía ser el pueblo de la primera Alianza, o un profeta en cuya conducta se encarnaba el cumplimiento de la voluntad de Dios. Independientemente de quien fuera el siervo de Yahveh, Israel tenía la misión de ayudar al mundo a conocer a su Creador, mientras permanecía a la espera de que el Mesías viniera a Palestina, y concluyera el cumplimiento de la citada tarea, al mostrarse a la humanidad, como Unigénito de Yahveh.
A partir del siglo I de la era cristiana, la Iglesia creyó que, el siervo de Yahveh profetizado por Isaías, era Jesús, quien vino a demostrar la justicia de Yahveh, y a ser luz tanto para los judíos como para los gentiles -o paganos-, enseñando que Yahveh no es únicamente el Dios de los judíos, sino el Dios de todas las naciones de la tierra. Jesús no solo vino al mundo a dejarse asesinar para demostrarnos la grandeza del amor de Nuestro Santo Padre para con nosotros, pues también lo hizo para inmiscuirnos en su misión consistente en que la humanidad conozca, acepte, respete y ame a Nuestro Dios Uno y Trino. Es un gran motivo de gozo el hecho de pensar que Dios nos ama y confía en nosotros, y espera que le mostremos su justicia al mundo por medio de la imitación de la conducta que observó Nuestro Salvador, -es decir, siendo portadores de la luz característica, del Hijo de Dios y María-.
Si el hecho de tener la dignidad de participar en el cumplimiento de la misión de Jesús nos llena de alegría, recordaremos las siguientes palabras de Nuestro Redentor, escritas en MT. 6, 33. ¿Qué significa buscar el Reino de Dios y su justicia?
-Ello significa tener a Dios siempre en nuestros pensamientos, hablarle cuando oramos, cumplir su voluntad, e imitar la conducta que observó Jesús.
-Buscar el Reino de Dios y su justicia, significa anular nuestros pensamientos, cuando los mismos difieren del pensamiento de Dios.
-Buscar el Reino de Dios y su justicia, significa que nos comprometemos a actuar en conformidad con nuestras posibilidades de ser excelentes imitadores de la conducta que observó Jesús, no como lo haríamos nosotros, sino como lo haría Nuestro Salvador.
-Buscar el Reino de Dios y su justicia, significa pedirle a Dios la ayuda que necesitamos para que podamos cumplir su voluntad, porque no nos es posible llevar a cabo tan gran propósito, contando, exclusivamente, con nuestros medios.
¿Qué personas, objetos o metas, son para nosotros, más importantes que Dios?
Cuando Nuestro Santo Padre envió al Señor al mundo para que muriera y nos demostrara la grandeza de su amor, cuando Jesús soportó su Pasión y muerte, y cuando el Espíritu Santo fue derramado sobre nosotros cuando fuimos bautizados, el Dios Uno y Trino no pensó en Sí mismo, sino en quienes hemos llegado a ser sus hijos.
¿Qué beneficios recibe Dios de nosotros? Dios es Todopoderoso, y no tiene necesidad de nadie, pero le necesitamos. Este hecho nos recuerda que, si queremos imitar la conducta que observó Jesús, cuando tengamos la oportunidad de servir a nuestros prójimos los hombres, lo haremos, desinteresadamente, no pensando en nosotros, sino en la necesidad que los tales tienen, de nuestras dádivas espirituales, y materiales.
¿Cuáles son las cosas que se nos darán por añadidura, si anteponemos a la consecución de las mismas la búsqueda del Reino de Dios y su justicia? Tales cosas constituyen nuestros afanes diarios, y deseamos poseerlas como hijos de Dios, que conocen sus prioridades vitales, y actúan correctamente, a los ojos de Nuestro Creador.
Si no buscamos la justicia de Dios, no podremos dársela a conocer a los demás, y, si la luz de Cristo no brilla en nosotros, no podremos transmitírsela a nadie.
(MT. 5, 14-16). De la misma manera que la luz de una ciudad situada en la cima de una montaña durante las noches se ve a una gran distancia, si vivimos imitando la manera de proceder del Señor Jesús, les mostraremos a nuestros prójimos los hombres, cómo es realmente Nuestro Salvador.
Si no somos excelentes cristianos, en lugar de mostrarles la luz de Cristo a los demás, se la ocultamos. Ello sucede cuando nos guardamos el conocimiento de Dios y su Palabra rechazando las oportunidades que se nos presentan de manifestarlo, y cuando no hablamos como nos corresponde hacerlo a los hijos de Dios, cuando se requiere de nosotros que aboguemos por la justicia.
Si actuamos imitando lo que hacen las grandes masas, en lugar de hacer lo que hizo Jesús cuando vino a Israel el siglo I de la era cristiana, también ocultamos la luz divina. Para muchos de nuestros hermanos, la religión, en lugar de ser un estilo de vida, se ha convertido en la vivencia de una serie de formalismos sociales, en los que han convertido las celebraciones de los Sacramentos. Muchos de ellos celebran la Eucaristía dominical puntualmente, pero no viven haciendo lo que hizo Jesús cuando vino a Palestina, sino guardando apariencias.
Si dejamos que el pecado caracterice nuestras vidas, ocultamos la luz de Cristo. No podemos ser cristianos, si no deseamos alcanzar la plenitud de la pureza. No podemos optar por profesar nuestra fe y pecar al mismo tiempo, de la misma manera que es incompatible el culto a Dios, con el excesivo apego a las riquezas materiales, dado que las mismas pueden suplir en apariencia nuestra necesidad de Dios.
Si no vivimos pendientes a ayudar a satisfacer las necesidades espirituales y materiales de nuestros prójimos los hombres, también ocultamos la luz de Cristo, quien, además de predicar el Evangelio, consoló a los afligidos, sanó a los enfermos, y alimentó a los hambrientos.
(2 COR. 4, 6). Recordemos que, si alguna vez sentimos que hemos fracasado en nuestros intentos de ser felices, que lo hemos perdido todo, o que estamos desamparados, Dios aprovechará tales circunstancias para hacerse amar por nosotros, para que deseemos vivir en su presencia, y así pueda concedernos la salvación. Dios jamás nos considerará inútiles, porque nos ama más de lo que nos amamos nosotros.
¿Podremos intentar satisfacer la necesidad de encontrarse con Dios que tienen los que sufren por cualquier causa? Ello será posible para nosotros, si nos dejamos impulsar por el Espíritu Santo, quien nos ayudará a ser reflejos del amor y la sinceridad de Nuestro Santo Padre, hacia ellos.
¿Comprendemos la importancia que tiene el hecho de que hagamos el bien?
José Portillo Pérez.
joseportilloperez@gmail.com