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La cuenta atrás. (Meditación para la vigilia de la Natividad del Señor).

   Meditación.

   La cuenta atrás.

   1. Hemos sido predestinados por Dios para que vivamos en su presencia. Zacarías, padre de San Juan Bautista.

   Estimados hermanos y amigos:
   Un año más, caracterizados por la alegría que nos invade cuando sentimos cerca la llegada de la Navidad, nos estamos preparando para celebrar el Nacimiento de Nuestro Hermano y Señor. San Pablo les escribió a los cristianos de Éfeso, las palabras que encontramos en EF. 1, 4-5. Cuando, llegada la media noche, celebremos el Nacimiento de Jesús, nos alegraremos al recordar que Dios, desde que creó el mundo, por causa de su amor para con nosotros, nos predestinó para purificarnos del pecado, y, por medio de su Primogénito, nos adoptó como hijos amados. Sabido es de todos que Jesús nos hizo hijos de Nuestro Padre común por su Pasión, muerte y Resurrección.
   Antes de que recibamos a Jesús en nuestros corazones nuevamente, os propongo que recordemos el caso del padre de San Juan Bautista, ya que el mismo es muy llamativo, porque, siendo sacerdote, no creyó el anuncio del ángel que le anunció su futura paternidad.
   San Lucas nos presenta en el capítulo primero de su Evangelio a Zacarías como un sacerdote mayor, dado que, para los hermanos de raza del Mesías, el hecho de que una persona fuera de edad avanzada, incrementaba la fiabilidad de la integridad moral de la misma, así pues, no en vano, el citado discípulo de San Pablo, escribió con respecto a los padres del Bautista, las palabras que encontramos en LC. 1, 6.
   El Arcángel San Gabriel, le dijo a Zacarías en el lugar santísimo del Templo de Jerusalén, las palabras que leemos en LC. 1, 13.
  A pesar de que Zacarías estaba siendo instruido, no por un hombre, sino por un espíritu que Dios le envió para que le comunicara la buena nueva de su paternidad, el citado sacerdote le dijo a San Gabriel, las palabras escritas en LC. 1, 18.
   Antes de manifestar su incredulidad tan rápidamente, ya que por su sacerdocio debería haber tenido un gran conocimiento de las antiguas Escrituras, el marido de Elisabeth tendría que haberse acordado de Abraham y de Sara, dado que el primero de los Patriarcas de Israel y su mujer tampoco podían tener hijos, por la misma causa que él y su esposa no pudieron ser padres. De igual forma, Zacarías debería haberse acordado del sufrimiento que marcó la vida de la madre del Profeta Samuel, hasta que Dios permitió que tuviera un hijo que le fue consagrado a Yahveh, en agradecimiento por el hecho de haberse acordado de la humillación de su humilde sierva.
   Aunque si somos preguntados con respecto a la fe que profesamos no tenemos inconveniente alguno para decir sin ningún pudor que somos cristianos católicos, ¿cómo reaccionaríamos si viviéramos una experiencia semejante a la de Zacarías?
   Si a ti, -hermana que vives maltratada por tu marido e incomprendida por la gente que te rodea-, se te apareciera un ángel, y te dijera que hoy mismo, además de acabarse tu vida de víctima, vas a ser aceptada tal como eres por todos los que te conocen, ¿podrías creerle, o pensarías que tu sufrimiento es tan grande que llega a sumirte en el delirio?
   Quisiera volver otra vez al tema de la predestinación de nuestra alma, con el cuál inicié esta meditación, pues San Gabriel le dijo a Zacarías con respecto al futuro de su hijo, las palabras escritas en LC. 1, 15.
   Cuando María Santísima, después de saber que estaba en estado de gestación, fue a visitar a Elisabeth, la mujer de Zacarías, le dijo las palabras que aparecen en LC. 1, 44.
   De la misma forma que San Juan Bautista fue instruido por el Espíritu Santo en el seno de su madre, a nosotros nos ocurrió exactamente lo mismo, así pues, aunque no fuimos bautizados antes de nacer como le ocurrió al Bautista apenas se percató de que estaba en la presencia del Mesías, no podemos negar que, en nuestra vida, se cumplieron las palabras del Salmo 139, 13-16.
   Jesús esta noche nacerá en nuestros corazones para decirnos que, más allá de las dificultades que caracterizan nuestra vida, hemos sido redimidos por su Pasión, su muerte y su posterior Resurrección, por consiguiente, el primero de los Profetas Mayores, escribió las siguientes palabras de Nuestro Padre común: (IS. 30, 19).
   Si existe la creencia común de que la Navidad es la fiesta del derroche de quienes pueden permitirse el hecho de gastar dinero por hacer algo, los cristianos sabemos que esta celebración es también la fiesta de los pobres, enfermos y desamparados, pues es a ellos a quienes principalmente se refiere el texto bíblico que estamos considerando, y, junto a los pecadores, los mismos, -según se constata esta realidad en los cuatro Evangelios o biografías de Jesucristo-, fueron los predilectos del Señor Jesús, no porque Dios ama a unos más que a otros, sino porque la Trinidad Santísima auxilia a quienes la necesitan, aunque se haga esperar el tiempo que necesariamente ha de transcurrir para que quienes sufren por cualquier causa sean debidamente dotados de los dones y virtudes que necesitan para seguir superándose en todos los campos vitales en los que se desenvuelven.
   (IS. 30, 20-21). Isaías nos dice que, aunque Dios permita que suframos, una vez hayamos superado el tiempo de la prueba, tendremos la oportunidad de ver al que nos enseña cara a cara, el cuál no es nuestro sacerdote, el catequista que nos instruye ni el predicador de turno de la radio, la TV ni de Internet, sino el mismo Dios.

   2. El ejemplo de San José.

   De la misma forma que Zacarías no creyó el anuncio de su paternidad, pero cuando su hijo fue circuncidado recuperó la voz y su fe, San José no podía concebir la idea de que su prometida le había sido infiel, no obstante, recordemos con el mayor número de detalles posible esta historia (LC. 1, 26-27. MT. 1, 18).
   Según la Ley de los judíos, la primera parte de la celebración del matrimonio de José y María -la cuál era la celebración del contrato legal de su compromiso-, se había llevado a cabo, así pues, ambos estaban esperando que concluyera el año que según la Ley debía transcurrir para que se comprometieran a amarse y respetarse ante Dios en la celebración religiosa que concluía los requerimientos legales para que ambos pudieran convivir juntos al fin. Dado que todos los judíos -con la excepción de los esenios- no valoraban la virginidad, en la práctica, muchas parejas que se comprometían ante los hombres a amarse y respetarse mantenían relaciones sexuales, pues ello era visto como un hecho que en absoluto contradecía la Ley de Dios y de Israel, aunque era una gran contradicción.
   En el caso que nos ocupa, sabemos que Jesús no es descendiente de José, sino que Nuestro Señor es Dios, pues, San Pablo, un gran conocedor del Antiguo Testamento, debió enseñarle a su discípulo, el Evangelista San Lucas, el siguiente pasaje de Isaías: (IS. 7, 14).
   San José sufrió mucho cuando supo que su prometida estaba en estado de gestación, y que, el Hijo que ella esperaba, no era el fruto de la relación que ambos mantenían. Como todos sus hermanos de raza que contraían matrimonio, José esperaba de su prometida que le fuera fiel y obediente, y que también fuera una excelente ama de casa. Sin embargo, el estado actual de María, la cuál, quizá no le fue infiel, pero fue forzada a mantener relaciones sexuales en contra de su voluntad, derrumbó el castillo de sus ilusiones. Dado que José no tomó la decisión de denunciar a su prometida para que la misma fuera apedreada por causa de su supuesta relación de adulterio, suponemos que, el amor que sentía por ella, le impidió pensar que María era prostituta. En una sociedad tan machista como la Palestina, llama la atención el hecho de pensar que José no se dejara arrastrar por los celos, pues, en el libro de los Proverbios, leemos el siguiente texto: (PR. 6, 32-34).
   ¿Cómo podría explicarle María a su prometido que no le había sido infiel, y que su Hijo era el Redentor de Israel?
   ¿Cómo podría José afrontar el hecho de recordar la circunstancia que frustró su felicidad en cada ocasión que mirara al descendiente de su esposa?
   José sufrió la contradicción de tener que elegir una de dos disposiciones legales las cuales en su caso se contradecían, así pues, por una parte, él debía perdonar a María en el caso de que esta le hubiera sido infiel, pues uno de los Mandamientos de la antigua ley de Moisés, dice lo que leemos en LV. 19, 18, y, por otra parte, tenía que cumplir este otro precepto, que encontramos en LV. 20, 10.
   Cuando siguiendo las indicaciones del ángel que se le apareció en un sueño José decidió aceptar a Jesús como si Nuestro Señor fuera su Hijo, el esposo de María Santísima nació de nuevo, superando su crisis de fe, así pues, si sufrimos por causa de nuestros problemas familiares, porque no tenemos trabajo, porque nos flaquea la salud, o por cualquier otro motivo, que nuestro sí a la aceptación de la realización del designio de Dios en nuestra vida, nos ayude a crecer espiritualmente.

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com