Meditación.
1. Hemos sido iluminados por la luz indeficiente de Dios.
Meditación de IS. 9, 2-7.
En la perícopa isaiana que constituye la primera lectura de la Eucaristía que estamos celebrando, aparece un pueblo marcado por las tinieblas, sobre el que fue profetizado, que sería iluminado por la luz indeficiente de Dios. Se trata de Zabulón y Neftalí, -el Norte de Israel-, una tierra en la que Isaías predicó su mensaje, en la que, siglos después, Jesús llevó a cabo parte de su obra de predicación. En tiempos del Antiguo Testamento, tal luz era la predicación del citado autor, y, a partir del día en que Jesús inició su Ministerio público, era la Persona, la vida y la obra, del Redentor de la humanidad (JN. 8, 12). Es por ello que no ha de extrañarnos el hecho de que, parte del texto del primero de los Profetas Mayores que estamos considerando brevemente, aparezca en MT. 4, 15-16, donde el primer Evangelista describe el inicio del Ministerio público de Jesús.
Desde el punto de vista de los lectores del Nuevo Testamento, los cristianos somos el pueblo que vive en tinieblas en el sentido de que nos queda mucho que perfeccionarnos para que podamos asemejarnos al Dios Uno y Trino, y también somos el pueblo sobre el que, en esta noche navideña, la luz indeficiente de Dios, resplandece sobre nosotros, mientras celebramos el Nacimiento del Emmanuel. Oremos para que dicha luz divina siempre nos ilumine, para que evitemos las tentaciones que nos inducen a vivir en tinieblas.
Quizás hemos tenido la experiencia de que nuestras tristezas y las dificultades que nos han caracterizado nos han parecido eternas. A pesar de ello, si no hemos dejado de confiar en Nuestro Padre celestial en tales circunstancias, -e incluso si hemos perdido la fe en Dios y la hemos recuperado-, ello ha sucedido porque hemos recordado que, aunque Dios no nos ayude a vencer todas las dificultades que caracterizan los años que vivimos, nos ayuda a resolver unos problemas, y nos ayuda a convivir con otras dificultades, a sabiendas de que ello nos ayudará a crecer espiritualmente. Para poder percibir la ayuda divina cuando sufrimos, necesitamos seguir a Jesús fielmente, aunque no lleguemos a comprender la manera de proceder de Dios totalmente.
José Portillo Pérez
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