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Feliz año nuevo, Jesús. (Meditación oración para el Domingo II después de Navidad).

   Meditación-oración.

   Feliz año nuevo, Jesús.

   Querido Jesús:

   A pesar de que mi fe es tan débil que cuanto más cerca estás de mí más sólo me siento, hoy tengo una gran necesidad de sentarme frente al Sagrario para contemplarte y hablar contigo. Siento que mis sentimientos se confunden, pues, tengo tantas cosas que decirte, que no sé cómo empezar mi oración. Podría empezar mi plegaria agradeciéndote los muchos dones divinos y humanos que me has dado no sólo durante el último año de vida que me has concedido, sino durante toda mi existencia. Sé que todo lo que tengo y cuanto soy te lo debo a Ti, pero ese pensamiento no me permite henchir mi corazón de tu felicidad.

   Cuando yo era niño, me enseñaron que mi valor fundamental personal, radicaría siempre en el poder y la riqueza que la vida me otorgara, pero, hoy, Jesús, al saber que me has iluminado y me has hecho comprender que esos dos aspectos fundamentales de la vida de los no creyentes son vanidades ante tu gloria, tengo la necesidad de saber que mi vida tiene un sentido nuevo, porque tengo la sensación de que me he afanado en vano.

   Desde los años de mi niñez, siempre he deseado ser un hombre sapientísimo. Una vez más, para satisfacer mi deseo, permitiste que me viera envuelto en muchos problemas. Si yo no me hubiera dejado arrastrar por mi carencia de fe, hubiera podido vencer todos aquellos obstáculos, porque tu sabiduría se habría manifestado en mí. Pero yo, Jesús, una vez más, me limité a quejarme, y a decir que no escuchabas mis oraciones, de tal forma que aumentaba mis súplicas y tenía la sensación de que fingías que no me escuchabas, porque sólo existe un camino para lograr la santidad.

   Siempre he deseado alcanzar la prosperidad, y Tú, Jesús, para satisfacer mi deseo, me has dado cerebro y músculos para trabajar, pero yo, Hermano, en vez de fructificar los dones y virtudes que me has concedido a través del Espíritu Santo, sólo me limito a quejarme de mi trabajo, de mis compañeros, y de mis jefes, y, a pesar de que no me falta dinero para mantener mi posición social, me atrevo a quejarme porque quiero tener más dinero en el bolsillo. Jesús, dime que no soy pecador. Ayúdame a comprender que soy incapaz de reconocer que dar es tan importante como recibir lo que Tú y mis seres queridos me entreguéis con mucho amor.

   Cuando tuve miedo y me sentí cobarde para superar dolores tan fuertes como la pérdida de algunos de mis seres queridos y las temporadas de inestabilidad económica, te pedí valor para no sentirme desgraciado, y Tú, Jesús, sólo por complacerme, aumentaste mis obstáculos para que tu fortaleza se manifestara en mí, y yo, Jesús, me limité a maldecir mi situación estresante y a decir que me habías abandonado, para no reconocer que me estaba amparando en mi debilidad.

   En medio de mis dificultades te pedí que tanto Tú como mis seres queridos me manifestarais una gran dosis de amor, y Tú, para satisfacer mi deseo, me rodeaste de personas con dificultades a las que tenía que ayudar porque soy cristiano, pero yo, una vez más, me encerré en mi victimismo, pues creía que era el más desgraciado del mundo, el único que tenía derecho a que se me manifestara una gran dosis de lástima constantemente. Mis hijos necesitaban a su padre, mi mujer necesitaba que la animara para no desfallecer al realizar su frenética actividad laboral y doméstica, y el mundo estaba lleno de gente hambrienta de comida y sabiduría divina, pero yo, al intentar que mi falsa prepotencia acosara a mis seres amados para que estos me manifestaran su cariño constantemente, me asfixiaba y no dejaba que los míos vivieran en paz y armonía.

   Cuando insistentemente te pedía favores, Tú, Jesús, sólo por complacerme, no cesabas de darme oportunidades de triunfar de mil maneras, a pesar de que yo siempre hacía fracasar todas tus ideas, porque quería que Tú y los miembros de mi familia trabajarais por mí, y atribuirme vuestros méritos, para considerarme importante al teneros sometidos al cumplimiento de mis caprichos.

   Con el paso del tiempo, pude percatarme de que me concediste todo lo que te pedí, de una forma diferente respecto del modo en que quería que me resolvieras los problemas que he tenido, dificultades que muchas veces han sido causadas por mi ceguera. Cuando empecé a dejarme ayudar por Ti, Jesús, comprendí que la paz no consiste en gritar para que los niños no hablen y poder ver una película tranquilamente, sino en afrontar las situaciones difíciles con serenidad, sin olvidar la necesidad de la perseverancia para resolver situaciones difíciles. Después de haber considerado todo lo que te he dicho, me siento satisfecho al agradecerte el amor que derramas continuamente sobre mí, porque ahora sí puedo decir que me siento henchido de tu presencia, Jesús. Ahora sé que no necesito nada, porque Tú estás conmigo, y me siento apoyado y amado por los miembros de mi familia. Sé que mis seres queridos me aman y me apoyan, porque, gracias a Ti, Hermano Jesús, se sienten felices cuando están conmigo.

José Portillo Pérez.
joseportilloperez@gmail.com