Meditación.
1. Somos peregrinos que caminan hacia un mundo de amor y justicia.
Meditación de IS. 63, 16b-17. 19b; 64, 2-7.
Estimados hermanos y amigos:
Los cristianos creemos que existe un Dios que se compadece de nosotros a pesar de que la visión que tenemos a veces de las vicisitudes que podemos vivir en ciertas ocasiones suele llevarnos a creer que nos ha desamparado, de quien sabemos, -por la fe que nos caracteriza-, que es Nuestro Padre.
Todos los años, el Domingo I del tiempo de Adviento, la Liturgia de la Iglesia Católica nos recuerda que, el Dios en quien creemos, vendrá algún día a nuestro encuentro, y concluirá la plena instauración de su Reino entre nosotros. Por la fe que nos caracteriza, sabemos que el Reino de Dios no es un reinado humano, en el sentido de que no abarca un territorio determinado, pues el mismo es espiritual, y está constituido por los hijos del Dios Todopoderoso.
En virtud del bien que nos ha hecho Nuestro Santo Padre celestial al redimirnos por medio de su Hijo Jesucristo, leemos en la primera lectura de hoy: (IS. 63, 16b).
Dios es Nuestro Padre, y, si creemos en Él, la experiencia vital que adquirimos, consiste en que Nuestro Protector celestial, nos consuela en el sufrimiento, nos ayuda a solventar nuestros problemas o nos hace posible el hecho de soportarlos, y purifica nuestro corazón, para que, al vencer las tentaciones de pecar, y al corregir el mal que hemos hecho a base de hacer el bien, concluya el proceso de nuestra santificación, el cual es indispensable, para que podamos vivir en la presencia de Nuestro Padre común, cuando concluya la plena instauración de su Reino entre nosotros.
(IS. 63, 17a). Tenemos necesidad de conocer a Dios porque Él nos ha creado para que seamos plenamente felices viviendo en su presencia. Aunque no conocemos plenamente a Nuestro Creador celestial, pensamos que no nos es posible alcanzar la plenitud de la dicha sin adquirir el conocimiento de Nuestro Santo Padre.
No podemos ser plenamente felices, porque, el mundo en que vivimos, está marcado por el mal y el sufrimiento. La pregunta del libro de Isaías que acabamos de recordar, puede interpretarse de la siguiente forma: Padre Santo, si creaste un mundo perfecto con la intención de que fuéramos dichosos -o bienaventurados- viviendo en tu presencia, ¿Por qué nos hiciste totalmente libres, si, al conocer la historia de la humanidad antes de que aconteciera, sabías que nos íbamos a dejar seducir, tanto por el pecado, como por la impotencia, al creer que somos incapaces de superar el sufrimiento? Dios nos creó libres sabiendo que le íbamos a fallar, porque no quiere que sus hijos seamos sus esclavos, sino que lo adoremos libremente, si esa es nuestra voluntad. Nosotros, al tener el deseo de permanecer unidos a Nuestro Padre común, nos aplicamos el siguiente consejo del primer Obispo de la Iglesia madre de Jerusalén: (ST. 4, 8).
(IS. 63, 17b). A pesar de que no siempre somos capaces -o no queremos- actuar como deben hacerlo los buenos hijos de Dios, existe en nosotros un deseo de alcanzar la santidad, que tiene que ser acrecentado por medio del estudio de la Biblia y de los documentos de la Iglesia, el ejercicio de la caridad y la práctica de la oración, para que, al ver que queremos permanecerle fieles, Dios siga santificándonos por medio de nuestras vivencias ordinarias, y así podamos percatarnos de que Nuestro Santo Padre nunca nos ha desamparado.
"Vuélvete, por amor de tus siervos", le decimos a Dios en oración, al meditar el texto del Profeta Isaías que estamos recordando. El Adviento es un tiempo en que la Iglesia nos invita a volvernos -o convertirnos- a Dios, pues, de la misma manera que muchos hijos imitan las virtudes de sus padres, deseamos revestirnos de los dones y virtudes de Nuestro Creador, quien es el "Sumo Bien".
El Adviento es como una carretera con dos direcciones, pues, si buscamos a Dios por medio del estudio, la oración y de nuestras vivencias ordinarias, Dios también vendrá a nuestro encuentro espiritualmente cuando menos lo esperemos, de la misma forma que lo hará cuando la tierra sea su Reino.
(IS. 63, 19a). Es evidente que vivimos lejos de Dios, porque ignoramos su voluntad y su Palabra, y, si le conocemos, no nos adaptamos totalmente al cumplimiento de sus Mandamientos, los cuales tienen la pretensión de contribuir a nuestra santificación. Isaías nos recuerda en el texto de su Profecía que estamos considerando que no se nos llama por el Nombre de Dios. ¿Qué significa este hecho? Para los hebreos, el hecho de saber el nombre de una persona, significaba conocer plenamente a la misma, e incluso ejercer poder sobre ella. El hecho de conocer el Nombre de Dios, -Yahveh-, significa que tenemos el deseo de adaptarnos totalmente al cumplimiento de su voluntad, para que así concluya nuestra santificación, y seamos aptos para vivir en su presencia.
(IS. 63, 19b). Muchos son los que dicen que no creen en Dios porque no le han visto hacer prodigios. Es cierto que si nos percatáramos de que Dios hace prodigios entre nosotros, tendríamos más facilidad para creer en Él, pero, ¿son los prodigios pruebas lo suficientemente fiables para que todos creamos en Nuestro Padre común? Recordemos que, cuando Jesús vivió en Palestina predicando el Evangelio, hizo muchos prodigios, y muchos de sus hermanos de raza no creyeron en Él.
¿Por qué necesitamos que Dios rompa los cielos y rasgue los montes para que el miedo a su cólera nos haga creer en Él? Acerquémonos a Dios aprovechándonos de que estamos en el tiempo en que Nuestro Santo Padre nos sigue repartiendo sin tacañería sus dones y virtudes para que podamos conocerlo. No esperemos que llegue el momento en que tengamos tiempo para creer en Dios, porque el mismo llegará en el momento que le abramos el corazón a Nuestro Santo Padre, así pues, apliquémonos las siguientes palabras de San Pablo: (2 COR. 6, 1-2).
(IS. 64, 1-2). Dado que los hebreos, en varias ocasiones a lo largo de su historia, tuvieron que sobrevivir a periodos de sublevación a diferentes países extranjeros, llegó el tiempo en que sintieron que los tales eran inferiores a ellos, porque tenían el gozo de ser la propiedad exclusiva del Dios verdadero, quien les había concedido el don de que formaran parte de su heredad. El hecho de que los hebreos concluyeran un periodo de sumisión a algún país extranjero y volvieran a ser libres en su tierra, era para ellos un símbolo de que Dios se les había manifestado, les había perdonado la rebeldía que según su mentalidad les condujo a perder su naturaleza de hombres libres, y les había devuelto el privilegio de vivir en la tierra que les concedió para que la habitaran, cuando concluyeron sus cuarenta años de peregrinación a través del desierto, después de que recuperaran la libertad, después de vivir como esclavos durante cuatrocientos treinta años en Egipto.
No imitemos a los judíos cayendo en el error de creer que somos superiores, tanto a nuestros hermanos cristianos separados de la Iglesia a que pertenecemos, como a quienes carecen de nuestra fe, y a quienes hacen el mal, dado que, por nuestra fe, -sin perjuicio de la necesaria aplicación de la justicia humana cuando la misma sea requerida-, creemos que Dios es el único que tiene potestad para juzgarnos.
(IS. 64, 3). Dado que Yahveh es el único Dios verdadero, jamás ha existido otra divinidad que haya favorecido tanto a sus creyentes, como lo ha hecho Nuestro Padre celestial con nosotros.
(IS. 64, 4a). En la Biblia, el hecho de practicar la justicia, no equivale exclusivamente a hacer el bien tal como nosotros lo entendemos actualmente, pues también hace referencia al hecho de tener fe en Dios. A la pregunta: ¿A quiénes se les manifiesta Dios?, Isaías, responde: Dios se les manifiesta a quienes practican la justicia, no por obligación, sino con la alegría característica de tener el privilegio de hacer el bien, recordando -y aceptando- así la invitación que Dios les hace de vincularse a Él, en el camino de la santificación de sus hijos.
(IS. 64, 4b). Los coetáneos del autor del texto que estamos considerando, justificaban la deportación de los hebreos a Babilonia, en razón de su rebeldía contra el cumplimiento de la voluntad de Yahveh. Una vez que Dios les devolvió la libertad a sus hijos, estos fueron invitados a permanecer en el camino del Señor, bajo la promesa de alcanzar la salvación eterna.
Quizá nosotros le imponemos a Dios condiciones que queremos obligarle a cumplir a cambio de que creamos en Él, pero no es Yahveh el que tiene que adaptarse a nosotros, pues su bondad y justicia nos superan, lo cual justifica que seamos nosotros quienes nos adaptemos al cumplimiento de su voluntad, que consiste en que le aceptemos como Padre.
(IS. 64, 5). El Adviento es uno de los periodos anuales en que la Iglesia nos anima a pedirle a Dios perdón por nuestras transgresiones en el cumplimiento de su Ley, porque, cuanto más humildes seamos, mayor será nuestro empeño a la hora de orar por quienes sufren y de ayudar a los mismos. Vista en sentido positivo, la penitencia acrecienta nuestra humildad, nos hermana con nuestros prójimos los hombres, y aumenta nuestro deseo de vivir en la presencia de Dios. En cambio, si vemos la penitencia de forma negativa, perdemos la vida acusándonos de que somos pecadores, nos especializamos en el arte de sufrir por sufrir como si Dios no nos aceptara como hijos, y nos privamos de disfrutar las relaciones que podemos mantener con nuestros hermanos los hombres.
La primera acepción de la palabra "justicia" en la Biblia, hace referencia a lo que actualmente entendemos que es la "fe". Teniendo este hecho en cuenta, Isaías nos dice que, si no cumplimos la voluntad de Dios, no podrán salvarnos nuestras obras benéficas. Al interpretar el fragmento bíblico que estamos considerando a la luz de las cartas de San Pablo, comprendo que nuestro Profeta no pretendió afirmar que quienes carecen de nuestra fe y hacen el bien no podrán ser salvos por su carencia de fe, sino que la salvación de los creyentes, no depende en absoluto del bien que los tales hacen, sino de la fe que le demuestran a Dios, de hecho, no tiene sentido querer excusar una vida de pecado haciendo una obra o un voto insignificante ante Dios, cuando no se tiene la pretensión de cambiar de conducta.
(IS. 64, 6). ¿Qué significa el hecho de que Dios nos deja temporalmente a merced de nuestras culpas? Si no queremos cumplir la voluntad de Dios, Él nos deja vivir como quienes carecen de nuestra esperanza, para que, al comparar la diferencia existente entre la vida de los creyentes, y la vida de quienes carecen de nuestra fe, usemos de nuestra libertad, para aceptar o rechazar a Nuestro Padre celestial.
(IS. 64, 7). Dios es nuestro Creador y Padre celestial. Si aceptamos a Yahveh, ello significa que estamos dispuestos a vivir cumpliendo su voluntad, para que, cuando concluya el proceso de nuestra santificación, nos encontremos con que somos dignos de vivir en la presencia de Nuestro Padre común.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com