Meditación.
1. La religión del templo y la religión del amor.
Meditación de 2 SAM. 7, 1-5. 8B-11. 16.
El Profeta Natán tenía el deber de exhortar al pueblo a cumplir la voluntad de Yahveh sin desviarse del cumplimiento de la Ley, y comunicarle tanto los planes divinos como la Ley de Dios al Rey.
¿Por qué quiso David edificarle un templo a Yahveh? Dado que el Arca de la Alianza estuvo tres meses en casa de Obededón el de Gat y les fue bien tanto a él como a los suyos, porque fueron objeto de la bendición divina (2 SAM. 6, 12), el Rey quiso llevarla a su ciudad, junto a su palacio, porque, por una parte, David se consideraba bendecido por Dios por cuanto pasó de ser un pastor a ser un bandolero, y de ser un bandolero pasó a ser Rey, y, por otra parte, el hecho de que el Rey de una sociedad teocrática como la de David cubriera de riquezas la casa de Dios, de quien pensaba que lo enriqueció inmensamente, lo hacía fuerte contra sus enemigos. Dado que David se sintió favorecido por Yahveh, quiso agradecerle a la Divinidad suprema lo que hizo por él, y, al mismo tiempo, estabilizar su poder, y el de sus descendientes.
Lamentablemente, los cristianos también podemos actuar como lo hizo David, -es decir, queriendo encerrar en el cumplimiento de nuestra voluntad, al Dios que no puede ser abarcado por el universo-. Si sentimos que Dios nos beneficia porque nos ama, no intentemos pagarle con favores ni haciéndole promesas, porque jamás nos igualaremos a Él.
Por ser cortesano del Rey, el Profeta Natán estuvo de acuerdo con el hecho de que David le construyera un templo a Yahveh en un principio, porque sabía que, sosteniendo tal opinión, agradaría al Rey, pero he aquí que tuvo una visión, mediante la que recordó su deber profético, de recordarle a David tanto los plannes, como la Ley del Altísimo.
Para sorpresa del Rey, Dios no estaba de acuerdo con el hecho de que David le construyera un templo, pues, dado que llevó a cabo la tarea de unificar Israel y de destruir a sus enemigos, derramó mucha sangre (1 CRO. 28, 3), y, como sabemos, nadie ni nada relacionado con Dios puede ser impuro, y Yahveh es el Dios de la vida. Dado que David no pudo tener la dicha de construir la casa de Dios, recolectó materiales y planificó todos los detalles para que la llevara a cabo su hijo el Rey Salomón, en cuyo reinado no hubo guerra ni en Judá ni en el resto de Israel (1 RE. 5, 5).
Si Salomón con el paso de los años se olvidó del cumplimiento de la voluntad de Yahveh y se dedicó a disfrutar de cuantos placeres quiso, dado que en un principio fue un creyente ejemplar (1 RE. 3, 7-9), tuvo la dicha de construir el Templo de Jerusalén.
Dios no quiso que David llevara sus planes a cabo, pero el Rey le encomendó tal trabajo a su descendiente, quien, si bien supo vivir, como político fue un verdadero desastre, hasta el punto de que acabó con todo lo que consiguió David, para afianzar, tanto su reinado, como el trono de su descendiente. de este hecho podemos aprender una lección. Si Dios no está de acuerdo con nuestros planes, no se los confiemos a otros, pues, si han de llevarse a cabo, ello sucederá, cuando Dios lo considere oportuno.
Notemos que Dios no quiso que David llevara a cabo la construcción del Templo de Jerusalén, pero ello no significa que el citado Rey fue rechazado por el Todopoderoso, quien lo afianzó en su poder y perpetuó su descendencia en la Persona de Jesús, por haber dedicado parte de su vida, a cumplir la voluntad divina.
En el texto de 2 SAM. 7, 6-7, que no es leído lamentablemente en la primera lectura correspondiente a la celebración eucarística del Domingo IV de Adviento del Ciclo B, Dios le dice a David por medio de su Profeta, que, desde que los hijos de su pueblo concluyeron la esclavitud de Egipto, y durante el tiempo de los Jueces hasta el presente, Dios no tuvo templo, por lo que, en consecuencia, vivió en medio de su pueblo. El hecho de que un local se convierta en casa de Dios, puede conducir a los creyentes a pensar que Dios no se relaciona con la pobreza de la inmensa mayoría de los tales, pues, el hecho de que un Rey inmensamente rico, le construya una casa muy lujosa a Dios, le hace aparecer como muy devoto, y afianza su poder.
En el texto de 2 SAM. 7, 12-15, que tampoco es leído en esta ocasión, Dios le dice a David que su hijo Salomón será el constructor del Templo de Jerusalén, y que, mientras cumpla la voluntad divina, tendrá el apoyo incondicional de Yahveh, quien premiará sus logros, y lo castigará apenas se desvíe del cumplimiento de su Ley, con el fin de intentar ganar su obediencia.
La dinastía davídica desapareció cuatro siglos después del tiempo en que vivió David, pero, a nivel profético, no fue Salomón quien construyó el Templo espiritual de los hijos de Dios, pues esa fue la obra que llevó a cabo Jesucristo, de cuyo Cuerpo místico nos consideramos miembros muchos cristianos.
He de decir que no me manifiesto contrario al hecho de que se construyan lugares de culto enriquecidos, pero pienso que ello habría de hacerse después de exterminar la pobreza, por cuanto pienso que las personas tenemos un valor superior al de los edificios, pero quizás imitamos a David, quien se llevó el Arca de la Alianza de casa de Obededón, con tal que Yahveh lo favoreciera a él exclusivamente, a cambio de que le construyera una casa. Quizás también nosotros queremos adorar a Dios en una casa concreta, en la que regulemos nuestros encuentros con Él, a cambio de que se sienta obligado a favorecernos, para que le tributemos culto, no ayudando a quienes sufren por cualquier motivo, sino alejándonos de los tales, y dedicándonos exclusivamente a orar, y a cumplir normas cultuales.
San Esteban fue apredreado por decir que Dios no habita en una construcción humana, pues vive en el corazón de sus hijos (HCH. 7, 48). Al encerrarlo en un lugar de culto, podemos caer en el error de apropiarnos de Nuestro Santo Padre, así como David llevó el Arca de la Alianza de casa de Obededón, a su ciudad, para ser beneficiado exclusivamente.
Dios no tiene una morada estable, a pesar de que le rendimos culto en determinados locales. Dios no es sedentario, pues es un nómada imprevisible, un peregrino infatigable, un Padre libre de amar a todos sus hijos, sin que los cuales le paguen absolutamente nada por ello.
Ya algunos Profetas del Antiguo Testamento se dieron cuenta del peligro que escondía el hecho de encerrar a Dios en una construcción, y protestaron enérgicamente contra quienes utilizaban a Yahveh para perpetuar su poder incumpliendo la voluntad del Dios de los pobres, enfermos, solitarios y marginados (IS. 56, 7. 66, 1-2; JR. 7, 1-15; JN. 2, 13-25). Para Jesús, los lugares de culto más importantes son los corazones de sus creyentes, de quienes, más que esperar que adoren a Dios en lugares determinados, desea que lo adoren en espíritu y en verdad (JN. 4, 23-24).
Dios es amor (1 JN. 4, 8 y 16). ¿Qué le vamos a pagar por el bien que nos hace a quien lo posee todo y no necesita más nada porque es el Señor del universo? No paguemos los servicios de Dios, y digámosle las palabras con que Samuel respondió a la vocación que recibió de Yahveh, las cuales están escritas en 1 SAM. 3, 10.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com