Introduce el texto que quieres buscar.

La misión de Çsan Juan el Vautista. (Meditación para el Domingo III de Adviento del Ciclo C).

   Meditación.

   La misión de san Juan el Bautista.

   (JN. 1, 6-8). San Juan Apóstol y Evangelista, nos presenta al Bautista como testigo -o mártir- de la luz. ¿Qué significaba para el último de los Profetas ser testigo de la luz divina? El ángel que le anunció a Zacarías el nacimiento de su hijo, se expresó en estos términos: LC. 1, 16-18.
   Cuando el sacerdote Zacarías recuperó la voz, definió la futura misión de su hijo recién nacido en estos términos: (LC. 1, 76).
   El nacimiento de nuestro Profeta fue muy prodigioso, así pues, siendo Isabel y Zacarías muy mayores, cuando la gente decía que la Madre del Profeta era maldita de Dios por cuanto no había podido dar a luz nunca, el Bautista fue concebido por mandato expreso de la Palabra de Dios y la santificadora acción del Espíritu Santo. Nosotros no sabemos qué les llamó más la atención a los judíos, la concepción milagrosa de San Juan, o la curación de Zacarías, quien perdió la voz al no creer las palabras del ángel que le anunció su paternidad en el Templo de Jerusalén (LC. 1, 20).
   En los años de su juventud, el Bautista se separó de sus padres, y empezó a formar parte de la comunidad de esenios, los cuales se caracterizaban porque vivían en el desierto, y difícilmente se comunicaban con quienes no seguían su estilo de vida. Si durante su niñez el Profeta fue preparado por sus padres estrictamente para servir al Señor, al adoptar una nueva forma de vida, fue tan impactante la conducta de los esenios para el que había de preparar el camino del Señor (IS. 40, 3), que este se convirtió en precursor de desdichas (MT. 3, 10). Aún en nuestros días hay cristianos que siguen diciendo que el demonio, el mundo y la carne son nuestros infernales enemigos, pero, en el fondo de sus corazones, sin apreciar los avances de las ciencias relacionadas con el estudio del pensamiento, estos hermanos nuestros se mortifican para adorar a Dios.
   Cuando el Profeta consideró que estaba formado espiritualmente para predicar, se retiró de su comunidad contemplativa, y empezó a anunciar la Palabra de Dios, haciendo que la gente lo buscara, pues, siendo esenio, no podía mezclarse con los que eran del mundo, para evitar contagiarse con los vicios que supuestamente formaban parte de la actitud de esas personas. San Marcos nos describe la forma de vestir del Bautista en su Evangelio (MC. 1, 6).
   Juan gritaba en el desierto de Judea: (MT. 3, 2). En aquel tiempo los judíos vivían padeciendo los efectos de la dominación romana y de su rebeldía nacionalista. En el año 63 antes de Cristo, el Emperador romano profanó el Templo de Jerusalén asesinando a todos los sacerdotes que protegían la parte más sagrada del recinto religioso, el Sancta-Sanctorum, en la cual estaba contenida el arca de la Alianza, con la intención de adueñarse del conocido tesoro de los israelitas. Para conseguir  su propósito, muchos sacerdotes cayeron bajo el poder de las espadas romanas. La sorpresa del Emperador fue mayúscula cuando descubrió que el tesoro de los judíos sólo eran los libros que componen la Ley mosaica. A partir de aquel hecho, la supervivencia de los judíos fue una batalla muy difícil, dado que estos no les permitían a los romanos que instalaran imágenes paganas de dioses ni de emperadores en el Templo. En el año en que nació Jesús, Tiberio César estaba haciendo un censo de los habitantes del Imperio para cobrar un tributo que sumió a muchos contemporáneos del Señor en el más profundo estado de miseria. Para cobrar los impuestos, Roma se valía de judíos que, aparte de exigirles a sus hermanos de raza lo que Roma les pedía, se quedaban para enriquecerse con una buena parte de la hacienda de los más desfavorecidos. Muchos judíos vivían con la esperanza de que un Mesías político-militar acabara con aquel estado de frustración nacional, pero, los más fervorosos siervos de Yahveh, se alegraron profundamente cuando oyeron la voz firme de Juan, el Profeta que anunciaba la llegada del Reino de Dios.
   Cuando los fariseos y saduceos supieron que la gente se dejaba bautizar por Juan, se interesaron por oír la enseñanza del Profeta, por si acaso el mensaje que este predicaba era peligroso para quienes vivían una situación delicada, pues, si querían mantener su privilegiada situación económica, debían ser amigos del pueblo de Dios y de Roma. El Bautista, para no perder la costumbre de hablar con su exagerado tono de esenio, al ver a los colaboradores de Roma que contribuían con los conquistadores a la hora de hacer desgraciados a los más desprotegidos, gritó apasionadamente (MT. 3, 7). Todos los habitantes del país, exceptuando a los zelotes o sicarios, respetaban profundamente a los fariseos y a los saduceos. ¿Qué querría decir Juan al proferir semejante amenaza? Por si los oyentes del Profeta tenían alguna duda con respecto a la causa por la cual se había expresado en estos términos, el hijo de Zacarías añadió el texto de MT. 3, 8-10.
   Los oyentes de Juan, pudieron entender claramente que el nuevo predicador hablaba contra quienes llegaron a ser los detractores de Jesús, los cuales tuvieron que pensar en tomar la resolución de cerrarle la boca al Bautista, antes de que este decidiera que era otro falso mesías de los que ellos en las últimas décadas habían asesinado entre 4 y 6 docenas aproximadamente.
   Con el fin de averiguar si Juan se proclamaba mesías a sí mismo, los saduceos le enviaron una comisión de sacerdotes y levitas para que lo interrogaran, pues, la sinceridad y nobleza del testimonio del Profeta, había influido sobre el pueblo de manera que muchos llegaron a creer que Juan era el enviado de Dios que habían esperado durante muchos siglos. El testimonio de Juan fue tajante (JN. 1, 19).
   El público y los seguidores del Profeta se asombraron al oír aquellas palabras.
   ¿Cómo podía ser Juan un simple Profeta que se expresaba con tanta claridad?
   ¿Por qué no era Juan el Mesías?
   Si el Bautista no era el Mesías, ¿por qué se exponía ante quienes tenían poder para segar su vida?
   Los enviados de los saduceos no desistían de su intento de hacer que Juan cayera en la trampa que le querían tender. Ellos le preguntaban al hijo de Isabel: -¿Eres Elías, Isaías, Jeremías...? ¿Quién eres? ¿Qué dices de ti y de tu actitud?
   Como Juan no decía de sí mismo que era un antiguo Profeta encarnado, volvieron a preguntarle: -Si no eres ninguno de nuestros Profetas del pasado y tampoco eres el Mesías, ¿eres el Profeta que esperamos?
   Juan dijo: -No lo soy.
   Los saduceos, desesperados, preguntaron nuevamente: -¿Por qué no dices abiertamente que eres un nuevo mesías? Quienes nos han enviado a interrogarte, nos han dicho que te pidamos que seas tan claro al definirte como al intentar amedrentarnos con tus amenazas respecto de nuestra futura condenación, así pues, requerimos una respuesta tuya que sea concisa.
   Juan exclamó: -Yo soy aquel de quien dice Isaías en su profecía que allanará los caminos del Señor. Yo he venido al mundo para allanar los montes de la soberbia humana para disponerle al Señor un pueblo que escuche su Palabra.
   Los saduceos no necesitaban interrogar más a Juan, pues ya podían acusarle de mentir a la gente haciéndose pasar por uno de los personajes bíblicos más relevantes, como lo era Elías, según podemos leer en la Profecía de Malaquías, quien anunció la encarnación del citado Profeta en la persona de San Juan Bautista (MAL. 3, 23-24).
   Algunos de los comisionados para interrogar a Juan eran fariseos. Sabemos que los fariseos se diferenciaban de los saduceos en su apego a la espiritualidad. Los fariseos siguieron acosando a Juan.
   -Si tú no eres ni el Mesías ni un Profeta relevante, ¿qué créditos tienes para incitar al pueblo a ser bautizado por ti?
   Juan exclamó: -Yo sólo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno a quien ni siquiera conocéis que vino después que yo pero es más grande que yo, así pues, El será quien os bautizará con agua y Espíritu Santo.
   Los comisionados quedaron perplejos ante la respuesta de Juan, pues, ¿qué sentido tenía el hecho de que uno de los Profetas del pasado fuese reencarnado para anunciar la venida de otro nuevo Profeta? En el caso de que el personaje vaticinado por Juan fuese el Mesías político-militar tan esperado, ¿no podría el enviado de Yahveh promocionarse por sus propios medios prescindiendo de un personaje tan fanático como molesto?
   El anuncio del Bautista había sido profetizado en las Sagradas Escrituras, pero la alta sociedad de Israel, no supo conocer al Precursor del Mesías.
   Juan repetía todos los días las mismas palabras: Que los ladrones devuelvan lo que roban, que los que tienen bienes repartan la mitad de sus posesiones con los pobres, que los que tienen ropa la repartan con quienes no tienen... Estando el Profeta cierto día anunciando la Palabra de Dios a su modo, oyó una voz que lo dejó perplejo:
   -Bautista, ¡bautízame!
   Se trataba de Jesús, aquel de quien el Espíritu Santo le dijo a Juan, lo expuesto en JN. 1, 33.
   Fueron muchos los que se asombraron al ver cómo los dos primos se disputaban el honor de ser bautizados el uno por el otro. Juan decía: -Bautízame tú, yo no tengo valor ante ti".
   Jesús decía: "Bautízame tú, no me prives del valor de sentirme sumido en la miseria para valorar y amar más la Divinidad de Dios".
   Como Juan era reacio a bautizar a Jesús, el Señor exclamó: "Juan, hazme el favor de cumplir las Escrituras y bautízame. Dame la dicha de recibir tu bautismo".
   Juan no pudo oponerse al razonamiento del Señor, y accedió por fin a bautizar al Mesías. Es fácil imaginar la contradicción que Juan tuvo que soportar al tener que decirle a Jesús: "Yo te bautizo para que te conviertas al Señor arrepintiéndote de todos los pecados que hayas cometido en tu vida pasada".
   Este es el testimonio que el Bautista dio de su experiencia al bautizar a Jesús: (JN. 1. 29. 32. 34).

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com