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El Hombre que está enmedio de nosotros. (Meditación para el Domingo III de Adviento del Ciclo B).

   Meditación.

   El Hombre que está en medio de nosotros.

   Introducción:

   A pesar de que durante las semanas que preceden a la Navidad recordamos las dos venidas de Nuestro Hermano y Señor Jesús al mundo, quienes conocemos al menos los aspectos más importantes que caracterizaron la vida de Jesús en Palestina, podemos ver este tiempo litúrgico como la vivencia de una serie de recuerdos de algunos hechos trascendentales de la historia de la salvación que fortalecen nuestra fe, así pues, a pesar de que durante las cuatro semanas que anteceden al Nacimiento de Jesús recordamos las dos venidas del Hijo de Dios a nuestro encuentro, tenemos la certeza de que, el Hijo de María, a pesar de que fue ascendido al cielo cuarenta días después de que aconteciera su Resurrección, está presente espiritualmente entre nosotros.
   En el Evangelio correspondiente a esta celebración eucarística encontramos las siguientes palabras de San Juan el Bautista: (JN. 1, 26).
   ¿Conocemos los cristianos a Jesús? Ciertamente parece que la pregunta que nos estamos planteando carece de sentido, ya que todos sabemos quién es el Hijo de María, pero, a pesar de nuestro conocimiento, ¿Creemos en Jesús hasta el punto de tratar a Nuestro Señor como a un hermano y amigo?
   ¿Conocemos los dichos y hechos de Nuestro Señor como si trabajáramos todos los días dedicándonos exclusivamente a la predicación del Evangelio?
   ¿Hemos memorizado las frases más importantes que dijo Nuestro Señor, de manera que sabemos ubicarlas en los Evangelios, y las mismas nos son útiles, ora para predicar, ora para consolarnos de nuestra aflicción, cuando somos atribulados?
   ¿Conocemos a Jesús como para estar dispuestos a ser imitadores de Nuestro Hermano, por ejemplo, como llegó a serlo San Pablo?
   Yo quisiera que todos nosotros pudiéramos decirle al mundo recordando las palabras del Apóstol: (1 COR. 11, 1).
   San Pablo nos dice a quienes deseamos hacer que nuestros prójimos conozcan a Jesús: (EF. 5, 1-2).

   Las bienaventuranzas.

   El sermón del monte de Jesús es el resumen del programa de vida que ha de conformar la existencia de los cristianos, así pues, en el tiempo en que aguardamos al Mesías y deseamos aumentar nuestro conocimiento del Hijo de Dios con el fin de imitar su comportamiento, es conveniente que recordemos, al menos brevemente, las palabras con que Nuestro Maestro instó a sus oyentes a ser sus seguidores, con el fin de que podamos fortalecer nuestra fe, y nos sintamos más motivados a la hora de cumplir la Ley de Nuestro Criador.
   (MT. 5, 3). Los cristianos vivimos inmersos en nuestras actividades cotidianas, así pues, mientras que los religiosos se ocupan de aumentarnos la fe mediante la oración y su trabajo ordinario, los laicos vivimos ocupados en pagar hipotecas infernales, pensando en criar a unos hijos de quienes esperamos que no se especialicen en crearse toda clase de problemas según hacen muchos jóvenes actualmente, y nos esforzamos en encontrar las respuestas que nos motiven a la hora de no perder la fe cuando seamos atribulados. Muchos laicos también nos dedicamos a predicar la Palabra de Dios, quizá en nuestra parroquia, en cada ocasión que podemos hacerlo en nuestra vida ordinaria, o en los medios de comunicación que utilizamos para ello.
   (MT. 5, 4). ¿Realmente creemos que Dios nos consolará cuando perdamos a nuestros familiares o amigos queridos, cuando necesitemos trabajar y nadie nos dé el empleo que podamos desempeñar, cuando veamos impotentes a uno de nuestros familiares o amigos enfermos, y cuando nos falten alimentos, ropa o un techo bajo el que protegernos del frío?
   Aunque he tenido dificultades de cierta gravedad y aún vivo una situación bastante interesante por causa de la dificultad que la misma representa para mi mujer y para mí, no dudo de la certeza de las siguientes palabras del Salmista: (SAL. 34, 10-11).
   (MT. 5, 5; SAL. 9, 19). La palabra "humildad" no hace referencia únicamente a la escasez de bienes materiales, pues también se aplica a la forma de vivir de quienes no son soberbios ni presumidos. Los humildes se caracterizan porque depositan su confianza en Dios.
   (SAL. 10, 17). El Salmista nos insta a todos, independientemente de cuál sea nuestra condición social, a que creamos en Dios (SAL. 12, 6).
   ¿Por qué ama Dios tanto a los humildes, hasta llegar a hacer que se cumplan en ellos las palabras con que Nuestro Creador se dirigió a San Pablo: (2 COR. 12, 9. 1 COR. 1, 27-28).
   Si somos humildes y compasivos, recordaremos con gran gozo las siguientes palabras del Apóstol: (COL. 3, 12).
   Si por causa de nuestra humildad estamos dispuestos a sufrir contrariedades por causa del amor que sentimos con respecto a Nuestro Padre común, cuando alguien nos pregunte: Si Dios os ama, ¿por qué no os ahorra vuestros sufrimientos actuales¿, le responderemos que nos aplicamos las palabras de San Pedro: (2 PE. 3, 9).
   (MT. 5, 6). Esta bienaventuranza parece utópica, ya que todos sabemos que, para que se cumplan nuestros deseos, tenemos que hacer algo más que querer que se hagan realidad nuestros sueños, por consiguiente, si yo sueño con vivir en un mundo más justo que el actual, debo replantearme si cumplo la voluntad de Dios, y, en el caso de no hacerlo adecuadamente, me aplicaré el siguiente texto bíblico, con el fin de examinarme: (MT. 7, 4). Deseo ver en qué aspectos de mi vida quiero cambiar, con el fin de vivir según mi ideal de vida. Sé que no puedo cambiar el mundo, pero yo sí podré mejorar más de lo que pienso que puedo superarme basándome en la aplicación de la Palabra de Dios a mi vida, en todo lo que pueda aprender de las experiencias que viva.
   (MT. 5, 7. SAL. 90, 14-15). En el Evangelio de San Mateo se encuentran unas palabras de Jesús, las cuales describen la actitud de quienes son misericordiosos: (MT. 7, 12).
   (MT. 5, 8). ¿Comprenderemos que quienes tienen limpia la conciencia verán a Dios personalmente, o pensaremos que las citadas palabras de nuestro Señor tienen un sentido simbólico? Isaías responde esta pregunta en los siguientes términos: (IS. 25, 6-9).
   Aunque no podamos comprender basándonos en nuestros razonamientos cómo será posible que Dios elimine las injusticias y el sufrimiento de la tierra, no olvidaremos las siguientes palabras del Hagiógrafo sagrado: (HEB. 11, 6).
   (MT. 5, 9). ¿Es fácil trabajar por el establecimiento de la paz en el mundo, en nuestra sociedad y en nuestros hogares?
   ¿Disfrutamos de la paz que necesita el mundo? (MT. 10, 34-36).
   ¿Os habéis desanimado los religiosos o los laicos en alguna ocasión, pensando que Dios os ha encomendado un trabajo superior a vuestras fuerzas para llevar el mismo a cabo?
   (JN. 16, 33). Al percatarnos de que Jesús aún no había padecido su pasión ni había fallecido cuando dijo que había vencido al mundo, ello nos ayuda a entender que tenemos la posibilidad de resolver nuestras dificultades lentamente, sufriendo los fracasos a los que tengamos que enfrentarnos, y alegrándonos en cada ocasión que solucionemos alguno de nuestros problemas.
   (MT. 5, 10). El Salmista escribió con la sabiduría práctica que lo caracterizaba, pues la misma le fue revelada por Dios, al mismo tiempo que la vivía aplicándola a las experiencias que tuvo durante su vida: (SAL. 51, 19). Si somos imitadores de Jesús, hemos aprendido que el reino de Dios se gana orando y proclamando el Evangelio como buenos pregoneros de justicia, y viviendo como cristianos ejemplares, enfocando las contrariedades de nuestra vida de una forma positiva al modo que lo hizo Jesús, cuando dijo: (JN. 12, 32).
   Pidámosle a Dios que muchos laicos sigan el ejemplo de los religiosos y se consagren a la evangelización activa, que los padres críen y eduquen a los santos del futuro, que los jóvenes atraigan a la Iglesia a sus amigos y compañeros de estudio y trabajo, y que los ancianos, los desamparados, los pobres y los enfermos, sigan elevando sus plegarias al cielo, como si de esa forma apresuraran la llegada del mañana que, por nuestra fe, esperamos que sea mejor que este tiempo tan cargado de hostilidades.
   A la luz de JN. 12, 32, digámosle a Jesús:
   Querido hermano:
   Danos tu Espíritu santo para que nuestra vida ejemplar convierta a nuestros prójimos al Evangelio.
   Envíanos tu Espíritu Santo para que nuestras palabras sean eficaces como para conseguir que el mundo se acerque al Dios verdadero y confíe en la Trinidad Beatísima.
   Concluyamos esta meditación pidiéndole a Nuestro Padre común que nos siga ayudando a prepararnos a recibir a Jesús en sus dos venidas, con el fin de que podamos vivir como hijos fieles suyos.

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com