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Dispongámonos a recibir al Señor el día de Navidad y al final de los tiempos. (Ejercicio de lectio divina del Evangelio del Domingo III de Adviento del Ciclo C).

   Domingo III de Adviento del Ciclo C.

   Dispongámonos a recibir al Señor el día de Navidad y al final de los tiempos.

   Ejercicio de lectio divina de LC. 3, 10-18.

   Lectura introductoria: IS. 40, 3-5.

   1. Oración inicial.

   Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.
   R. Amén.

   Orar es mantener una conversación con el Dios Uno y Trino, para preguntarle qué haremos, para disponernos a recibir a Jesús, el día de Navidad, y cuando la tierra sea plenamente convertida, en el Reino de Nuestro Santo Padre.
   Orar no se reduce exclusivamente a la recitación de oraciones, pues las obras caritativas también son oraciones muy estimadas por Dios.
   Orar es compartir las posesiones, el dinero y la comida de que disponemos, con quienes no podrán devolvernos los favores que les hagamos, por causa de su pobreza, enfermedades y aislamiento.
   Orar es actuar como auténticos seguidores de Jesús en el ambiente de incredulidad en que vivimos, aunque ello nos suponga quedar mal ante los poco creyentes, los ateos, agnósticos y seguidores de otras religiones y tendencias espirituales, con tal de profesar la fe que nos caracteriza.
   Orar es comprometernos a no defraudar a la sociedad de que somos miembros, ni escatimando el pago de impuestos, ni de cualquier otra manera que podamos fomentar el engaño, los hurtos y robos encubiertos.
   Orar es adoptar el compromiso de no abusar de quienes son más débiles que nosotros, para explotar su condición precaria en nuestro beneficio.
   Orar es vivir de tal manera que hasta los no creyentes reconozcan que actuamos como hijos de Dios.
   Orar es estudiar la Biblia y los documentos de la Iglesia, poner en práctica todo lo que aprendamos, y hablar con nuestro Padre común.
   Orar es actuar humildemente, y no con el afán de que el mundo sepa de nuestra supuesta grandeza de alma.

   Oremos:

   Espíritu Santo, amor que procedes del Padre y el Hijo, y que con ellos recibes una misma adoración y gloria:
   Motívanos a ser grandes seguidores de Jesús, para que el mundo comprenda que la fe que profesamos es una forma de vivir, y sienta el deseo de seguir a Jesús.
   Derrama abundantemente tus dones sobre nosotros, para que seamos excelentes siervos tuyos, en conformidad con la superación de nuestra debilidad, para que podamos recibir a Jesús en su Parusía o segunda venida.

   2. Leemos lentamente LC. 3, 10-18, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.

   2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.

   2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.

   3. Meditación de LC. 3, 10-18.

   3-1. ¿Qué haremos para prepararnos a recibir al Señor el día de Navidad y cuando acontezca su segunda venida? (LC. 3, 3).

   El Adviento y la Cuaresma son los dos tiempos litúrgicos del año en que la Iglesia más nos insiste en la necesidad que tenemos de convertirnos al Señor, haciendo penitencia, para que el Espíritu Santo pueda morar en nuestras almas, y concedernos sus dones.
   ¿Por qué nos disponemos a recibir al Señor pidiéndole al Espíritu Santo que nos envíe sus dones? San Pablo responde esta pregunta en su Carta a los Gálatas, en que habla de las obras de la carne (el pecado), y de los dones del Espíritu Santo, nuestro Paráclito, Abogado o Defensor (GÁL. 5, 19-23).
   San Pablo también nos da instrucciones en su primera Carta a los cristianos de Tesalónica, para que nos dispongamos a recibir al Señor (1 TES. 5, 14-22).

   3-2. No nos salvaremos por afirmar que somos seguidores de Jesús, sino por ser imitadores de Nuestro Salvador (LC. 3, 7-9).

   el siguiente extracto del Evangelio de San Lucas que meditaremos a continuación, aunque no forma parte del Evangelio de hoy, tiene un mensaje crucial para nosotros, que no obviaremos (LC. 3, 7-9).
   Las víboras son serpientes comunes en los países montuosos de Europa y del norte de África, de cincuenta centímetros de largo y menos de tres de grosor. Tienen dos dientes huecos en las mandíbulas superiores, por donde, cuando muerden a sus víctimas, les vierten su veneno.
   ¿Por qué San Juan llamaba raza de víboras a los pecadores que no se convertían a Yahveh por medio de su predicación? Los creyentes en Dios no debemos mordernos unos a otros inyectándonos la maldad que caracteriza a los pecadores irremisibles.
   No nos vamos a salvar por presumir de que somos cristianos, sino por imitar la conducta de Nuestro Salvador, produciendo frutos de conversión, -es decir, no podremos demostrarnos que deseamos vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre, si no hacemos el bien-. Ciertamente, nuestra salvación no procede de las obras que hacemos, sino de la fe que tenemos en Dios, pero, a pesar de ello, tengamos en cuenta, las siguientes palabras, del primo hermano de Nuestro Redentor (ST. 2, 17).
   Los árboles que no den buenos frutos, serán cortados, y arrojados al fuego. El Reino de Dios no puede estar lleno de falsos cristianos, sino de hijos de Nuestro Santo Padre que amen la imitación de la conducta de Nuestro Salvador (LC. 3, 10-11).
   Muchos cristianos tienen la costumbre de no abarcar la totalidad de los preceptos de la fe que nos caracteriza, y solo cumplen los que más les hacen sentir bien. A modo de ejemplo, es muy bella la sensación que nos produce sentirnos amados por Dios, pero es muy difícil compartir la mitad de nuestras posesiones, nuestro dinero y nuestra comida, con quienes viven en un estado de pobreza, enfermedad e aislamiento, inferior al nuestro. Esta es la causa por la que repito cuantas veces sea necesario que nos conviene estudiar la biblia y los documentos de la Iglesia, practicar lo aprendido durante nuestros años de formación, -lo cual se traduce en ser caritativos con todo el mundo-, y practicar la oración.
   Muchos tienen la costumbre de acumular bastantes bienes, hacen de los mismos el sentido de su vida, y no desean compartirlos con los que carecen de los bienes indispensables para vivir. A este respecto, recordaremos las palabras de Job (JOB. 1, 21).
   Job tenía todo lo que cualquiera puede necesitar para ser feliz. Tenía siete hijos y tres hijas, una mujer a la que amaba, una gran fe en Dios, y muchas riquezas, pero lo perdió todo repentinamente, y solo le quedó una mujer traumatizada que despreciaba a Dios, y tres amigos obstinados en culparlo, afirmando que había sido castigado por causa de los pecados que, por cierto, jamás cometió. En su estado de leproso que esperaba la muerte mientras que sus amigos lo acusaban de ser pecador, Job no perdió su fe, porque la pobreza, la enfermedad y el aislamiento social, son tres grandes vías, por medio de las que Dios se manifiesta, en la vida de muchos de sus creyentes.
   En el libro bíblico de los Proverbios, se describe la situación dramática de los pobres, y se les alaba, por su apertura a la realidad de Dios, y su sencillez (PR. 3, 34. 10, 15-16. 13, 23. 14, 20-21, y 31. 15, 15-17. 16, 19. 17, 5. 18, 23).
   ¿Debemos sentirnos obligados a socorrer a los pobres? (2 COR. 9, 6-9).
   (LC. 3, 12-14). Además de hacer nuestro trabajo bien hecho aunque no esté bien remunerado, -no solo porque ello es correcto a los ojos de Dios, sino porque necesitamos mantener nuestra actividad laboral para poder sobrevivir-, y de ser solidarios con los pobres, evitaremos las ocasiones de cometer fraudes, y tampoco abusaremos de los más débiles, para beneficiarnos a costa de su situación precaria.
   Los publicanos -o cobradores de impuestos imperiales-, les exigían a los pobres más dinero que el que debían pagarle a Roma en calidad de impuestos, pues ello les servía para aumentar su fortuna. Quienes se negaban a darles a los recaudadores el dinero que les exigían, debían afrontar serias consecuencias.
   Los soldados romanos, abusaban de los pobres para enriquecerse fácilmente, y, si no obtenían de los tales lo que deseaban, hacían denuncias falsas, lo cual podía ser peor para los necesitados, que vivir bajo el umbral de la miseria.
   Conozco los casos de varios profesionales que les cobran a los pobres el dinero justo por el que venden sus servicios, pero se aprovechan de los ricos, para cobrarles mayores cantidades de dinero. No necesitamos ser recaudadores de impuestos ni soldados -o policías- para aprovecharnos de quienes son pobres o confían en nosotros, pensando que somos gente de bien.

   3-3. ¿Era San Juan el Bautista el Mesías esperado por sus hermanos de raza? (LC. 3, 15).

   Cuando transcurrieron varios siglos sin que surgieran profetas en Israel que denunciaran las injusticias sociales, y abogaran por el cumplimiento de la Ley de Dios, y el ejercicio de la solidaridad en favor de los pobres, enfermos y solitarios, muchos oyentes de Juan creyeron que el hijo de Zacarías era el Mesías, porque predicaba con la valentía característica de los profetas del pasado, en contra de las injusticias sociales cometidas por los saduceos y los fariseos, y anunciaba el juicio que los creyentes en Yahveh esperaban, para que se les hiciera justicia a los oprimidos.

   3-4. El bautismo de Juan y el Bautismo de Jesús (LC. 3, 16).

   Juan les dijo a sus oyentes que él los bautizaba con agua, y que el verdadero Mesías, los bautizaría en Espíritu Santo y fuego. El bautismo de Juan simbolizaba la conversión, y el Bautismo de Jesús es el acceso a la vida de la fe que profesamos. El bautismo de Juan significó para quienes lo recibieron que querían amoldarse al cumplimiento de la Ley de Dios mientras esperaban la llegada del Mesías, quien, mediante su Bautismo,  haría de los tales hijos de Dios.
   Sólo los esclavos les ataban y desataban las sandalias a sus amos, y les lavaban los pies. San Juan decía que él no era digno de desatarle las sandalias al Señor, -es decir, no se consideraba digno de ser esclavo del Mesías, porque pensaba que Jesús tenía poder sobre él-.

   3-5. Jesús nos juzgará antes de concluir la instauración de su Reino entre nosotros (LC. 3, 17-18).

   Al final de los tiempos, el trigo será separado de la paja, -es decir, quienes acepten a Dios, serán separados de quienes lo rechacen-. San Juan nos dice que, si queremos formar parte del Reino de Dios, necesitamos ser, trigo de Dios.

   3-6. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.

   3-7. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.

   4. Apliquemos la Palabra de dios expuesta en LC. 3, 10-18 a nuestra vida.

   Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la consideración que aparece en el apartado 3 de este trabajo.

   3-1.

   ¿Puede considerarse nuestra conversión al Señor sincera si prescindimos de la penitencia?
   Según San Juan el Bautista, ¿para qué debían ser bautizados quienes acogían su mensaje?
   Discernamos el significado de cada uno de los frutos del Espíritu Santo citados por San Pablo en GÁL. 5, 22-23.
   ¿De qué manera orientamos a los que viven desconcertados para que abracen nuestra fe?
   ¿Cómo podemos animar a quienes padecen depresión para que abracen nuestra fe y no se rindan ante la superación de sus dificultades?
   ¿Qué podemos hacer para sostener a los débiles?
   ¿Somos pacientes con todos, especialmente con quienes contradicen nuestra fe?

   3-2.

   ¿Por qué San Juan llamaba raza de víboras a los pecadores que no se convertían a Yahveh por medio de su predicación?
   ¿Cómo nos trataremos los cristianos unos a otros?
   ¿Nos salvaremos solo por pensar que somos católicos, o tenemos que hacer algo para demostrar que estamos orgullosos de ser hijos de Dios?
   ¿Qué leemos en ST. 2, 17, que le sucede a la fe que no se demuestra por medio de la realización de obras de caridad?
   ¿Qué tipo de Arboles somos?
   ¿Podemos mejorar la calidad de los frutos que producimos?
   ¿Qué haremos para disponernos a recibir al Señor según LC. 3, 10-14?
   ¿Compartimos la mitad de los bienes, el dinero y los alimentos que tenemos, con los necesitados de dádivas espirituales y materiales?
   ¿Por qué creceremos espiritualmente por medio del estudio de la Biblia y los documentos de la Iglesia?
   ¿Por qué pondremos en práctica lo que aprendamos a lo largo de nuestros años de formación religiosa?
   ¿Por qué quiere Dios que oremos?
   ¿Cuál fue la virtud teologal que tuvo Job, la cual le ayudó a creer en Nuestro Santo Padre, cuando perdió a sus hijos y sus riquezas, y esperaba la llegada de la muerte, mientras sus amigos lo acusaban de ser pecador?
   Recordemos tres vías que Dios utiliza para manifestarse en la vida de muchos que creen en Él.
   ¿Qué se dice en el libro bíblico de los Proverbios con respecto a los pobres, y a quienes los desprecian e ignoran?
   ¿Somos defraudadores?
   ¿Nos contentamos con nuestro salario, o, en lugar de buscar un trabajo mejor remunerado si queremos tener más dinero, defraudamos a los empresarios que nos contratan?
  ¿Nos aprovechamos de los más débiles y/o de nuestros subordinados para explotarlos injustamente en nuestro beneficio?

   3-3.

   ¿Por qué llegaron a pensar muchos oyentes de San Juan que el hijo de Zacarías e Isabel era el Mesías?
   ¿Cuáles son las características del profetismo religioso?
   ¿Se puede decir de nosotros que somos profetas en este tiempo en que la humanidad vive una grave crisis económica y de valores?

   3-4.

   ¿En qué se diferencia el Bautismo de Jesús del bautismo de San Juan el Bautista?
   San Juan no se consideraba digno de ser esclavo de Jesús. ¿Nos consideramos dignos de formar parte de la familia de dios? ¿Por qué?

   3-5.

   ¿Cómo interpretamos LC. 3, 17?
   ¿Cómo aplicamos el citado texto lucano a nuestra vida?

   5. Lectura relacionada.

   Leemos e interpretamos 2 COR. Caps. 8 y 9, pensando cómo vamos a manifestar la fe que nos caracterizza, haciendo el bien, en favor de los necesitados, de nuestras dádivas espirituales, y, materiales.

   6. Contemplación.

   Contemplemos a Dios, que se nos da a Sí mismo, ayudándonos a ser purificados y santificados, para que seamos dignos de vivir en su Reino de amor y paz.
   Contemplemos a Jesús, quien, al no tener nada mejor que darnos, nos entregó su vida, pues murió crucificado, para demostrarnos que somos el objeto directo del amor de Dios.
   Contemplémonos a nosotros, afanados por tener poder, riquezas y prestigio, obviando a quienes necesitan nuestras dádivas espirituales y materiales, o, en el caso de ayudar a los tales, dándoles una limosna, y no actuando en su beneficio, tal como Dios lo hace con nosotros.