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Dispongámonos a recibir al Señor el día de Navidad, y al final de los tiempos. (Meditación de la segunda lectura del Domingo III de Adviento del Ciclo C).

   2. Dispongámonos a recibir al Señor el día de Navidad, y al final de los tiempos.

   Meditación de FLP. 4, 4-7.

   Cuando alguien que aparentemente mantiene buenas relaciones familiares y sociales, goza de excelente salud, y no parece tener problemas económicos, nos dice que nos alegremos porque Dios está con nosotros, podemos pensar que su fe no ha sido probada por la adversidad como la nuestra si nos ha tocado sufrir, y que por ello mantiene su creencia en Dios firme, quizás al contrario que nos sucede a nosotros, pero, cuando quien nos dice que nos alegremos profundamente por ser hijos de Dios, es un hombre cuya fe ha sido probada y fortalecida por el sufrimiento como fue el caso de San Pablo, que les pidió a los cristianos de Filipo que se gozaran cuando él estaba preso, y su fe era la única garantía que tenía de que su vida no acabaría mal ni aunque muriera, porque Dios jamás lo abandonaría, nos hace pensar que cometemos un grave error al desconfiar de Dios, y puede sucedernos que nos sintamos pequeños, al compararnos con quien, a pesar de haber sufrido más que nosotros, se niega a dejar de creer en Nuestro Santo Padre.
   Nuestra actitud interior no tiene por qué ser un reflejo de las circunstancias externas y temporales que vivimos. Pensemos en quienes trabajan frente al público como vendedores o funcionarios, y, aunque tengan problemas personales, tratan a la gente amable y cordialmente. Podemos tener problemas de cierta gravedad, pero, en cuanto nos sea posible, actuaremos como buenos hijos de Dios, y no le amargaremos a nadie la vida con nuestras cuitas. Seamos como San Pablo, quien sabía que, independientemente de que estuviera vivo o muerto, el Señor jamás lo desampararía (FLP. 1, 23).
   No convirtamos en dramas las situaciones que en realidad solo son un poco desagradables, ni les demos más importancia a los hechos que nos acaecen que la que en realidad tienen. No convirtamos dificultades que son comparables por su importancia a granos de arena en montañas imposibles de escalar. A pesar de que existen circunstancias cuya visión puede impedirnos ser felices, pensemos si contemplamos nuestra vida desde la perspectiva de Dios, para quien nada de lo que nos acontece es inverosímil, pues nuestras circunstancias vitales constituyen un camino que Dios nos permite recorrer, para que seamos plenamente purificados y santificados.
   ¿Por qué les pidió San Pablo a los cristianos de Filipo que se gozaran? San Pablo animó en su carta a los miembros de la iglesia de Filipo varias veces a que se gozaran, porque, probablemente, tenían razones que les impedían regocijarse por ser seguidores de Jesús. El gozo predicado por San Pablo a los filipenses, consiste en que la venida de Cristo no tardará en acontecer, lo cual significa que, quienes sean salvos, verán cumplidos sus más anhelados sueños. Recordemos que Cristo está viniendo al mundo constantemente, en cada ocasión que alguien decide ser su seguidor. Cuanto mayor sea el número de seguidores de Nuestro Salvador, más cercano veremos el día de la segunda venida del Hijo de Dios y María.
   San Pablo nos pide que nuestra mesura sea conocida de todos los hombres, independientemente de que los tales sean cristianos. En lugar de vivir angustiados sintiendo que nuestros derechos personales no son tan respetados como quisiéramos que lo fueran, no busquemos la revancha contra quienes rebaten nuestras creencias, y seamos amables, respetuosos y caritativos con quienes nos relacionamos. Vivamos inspirados en la humildad de Jesús, y no ambicionemos el poder, la riqueza y el prestigio mundanos, los cuales son un estorbo para evangelizar a la humanidad. Si la Iglesia quiere ganar almas para Cristo, tiene que mostrarse ante el mundo pobre, y necesitada de la acción de Dios, quien se manifiesta por medio de sus hijos los hombres. Jesús no vivió pobremente por amor a la miseria, sino porque ese es el estado en que la humanidad mejor  se relaciona con el Dios Uno y Trino.
   San Pablo vuelve a decirnos que no nos inquietemos por nada, y que cambiemos los pensamientos en nuestras preocupaciones por oraciones de súplica para que Dios nos ayude, y en acciones de gracias, demostrándonos así, que creemos que Nuestro Santo Padre, nos ayudará a superar las dificultades que caracterizan nuestra vida.
   En términos humanos, la paz se encuentra en la ausencia de conflictos, en los pensamientos que no nos hieren psicológicamente, y en la vivencia de buenos sentimientos. La paz cristiana consiste en pensar que nada que nos suceda nos alejará de Dios, porque Él controla nuestra vida, y nos tiene reservado un puesto en su Reino de amor y paz. Al saber esto, evitemos que la ansiedad nos corroa el alma, porque, verdaderamente, Dios está con nosotros.

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com