Meditación.
4. Dispongámonos a recibir al Mesías en sus dos venidas.
Meditación de MC. 1, 1-8.
(MC. 1, 1). ¿Qué es para nosotros el Evangelio? Si consideramos, -tal como lo hizo San Marcos en el tiempo en que fue colaborador de los Santos Pedro y Pablo-, que el Evangelio es la Buena Noticia de Jesucristo, -Nuestro Señor, el Hijo de Dios-, ¿Por qué no nos dejamos interpelar por la Palabra de Nuestro Santo Padre? Quizá, el Domingo I de Adviento, al iniciar un nuevo año litúrgico, hicimos el propósito de ser buenos cristianos, pero, durante los días anteriores, al volver a nuestra vida ordinaria después de concluir la celebración de la Eucaristía, probablemente hemos vuelto a sumirnos en nuestra rutina diaria, sin permitir que la gracia de Dios ilumine nuestra cotidianeidad.
¿Qué nos impide ser mejores cristianos?
¿Le dedicamos tiempo a la oración?
¿Leemos y meditamos la Biblia diariamente?
¿Compartimos nuestros conocimientos bíblicos con nuestros familiares y amigos?
El Evangelio es un mensaje vivo, en el sentido de que, por mucho que cambie el mundo, nunca dejará de ser actual, pero, si no nos amoldamos al cumplimiento de la voluntad de Nuestro Padre común, lo convertiremos en una noticia carente de contenido útil, tanto para nosotros, como para quienes podríamos ser un digno ejemplo de fe a seguir, a fin de que desearan vivir en la presencia de Nuestro Padre común.
De la misma manera que la actitud que observan quienes son padres suele verse reflejada en sus descendientes, la vivencia de nuestra fe, o bien hace que quienes nos conocen deseen conocer a Dios, o que los tales rechacen nuestras creencias. Esta es la causa por la que algunas denominaciones cristianas son muy exigentes con sus creyentes, hasta el punto de obligarlos a vestirse determinados trajes, porque, un acto insignificante de uno de los mismos, puede afectar la imagen de esa denominación, por lo que puede debilitarse la fe de uno de sus miembros, y puede reducirse el número de quienes aspiran a conocer la misma.
Recuerdo que la iglesia en la que empecé a ejercer de catequista podía considerarse muerta. Cuando empecé a trabajar en el citado templo, iban a Misa tres o cuatro señoras mayores, las cuales, mientras que el sacerdote celebraba la Eucaristía, se pasaban el tiempo bostezando, e incluso alguna de ellas llegó a dormirse en alguna ocasión.
Las iglesias a que asisto actualmente, son muy participativas, e incluso existen distintos tipos de voluntariados, -como Cáritas y una asociación para proteger a las mujeres que quieren abortar por falta de recursos económicos para mantenerse a sus hijos y a ellas-, en las cuales, sí que entran ganas de averiguar quién es el Dios que hace posible que tanta gente ejercite su solidaridad a cambio de no percibir ningún beneficio económico.
San Marcos nos recuerda, en el Evangelio de hoy, que, en la primera lectura que hemos meditado, se hace una alusión, al cumplimiento de la misión profética, de San Juan el Bautista (MC. 1, 2-3). El texto que estamos recordando, nos da la impresión de que consiste en una conversación mantenida entre Nuestro Santo Padre y Jesús, quien recibe con alegría el mensaje de Nuestro Creador celestial: "Yo envío delante de ti mi mensajero para que te prepare el camino".
De la misma manera que San Juan el Bautista fue una gran ayuda para Jesús, nosotros también podemos ayudar a Nuestro Señor, ora predicando el Evangelio, ora dando ejemplo de nuestra fe orando y haciendo el bien, para contribuir a la rápida instauración del Reino de Dios entre nosotros.
(MC. 1, 4). La Iglesia no les exige a quienes se bautizan que tengan un amplio conocimiento de la Biblia ni de los documentos en que se describe cómo ha de ser la vivencia de la fe que profesamos, pues, aunque los tales, después de ser bautizados, pueden optar a mejorar su formación, e incluso a servir a la Iglesia, lo primero que se desea para ellos, es que formen parte de la familia de Dios, que puedan tener el gozo de saber que están en la lista de los que han sido redimidos por la Pasión, muerte y Resurrección de Nuestro Salvador.
"Nuestro Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo (MC. 16, 15-16). El Bautismo es el primero y principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (CF. RM. 4, 25), a fin de que "vivamos también una vida nueva" (RM. 6, 4)" (CIC. 977).
Si no nos convertimos al Señor, si no somos conscientes del mal que hemos hecho si es que hemos pecado, y no nos arrepentimos de haber actuado en contra del cumplimiento de la voluntad de Dios, no se nos pueden perdonar los pecados.
Convertirnos es cambiar nuestra forma de pensar y actuar si la misma contradice a Nuestro Padre común, por la manera de pensar y proceder de Dios.
Intentemos actuar siempre como lo haría Dios, y abstengámonos de proceder a nuestra manera.
Tratemos a nuestros prójimos, no sólo como lo haría Dios en nuestro lugar, sino como si los tales fueran Nuestro Padre común.
El Adviento es un tiempo propicio para que vuelvan a la Iglesia quienes se han separado de la institución de Cristo por cualquier causa, por consiguiente, en el Catecismo de la Iglesia Católica, leemos:
"Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio seno a los pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación" (LG 8)" (CF: CIC. 1428).
Merece la pena detenernos a meditar el texto del Catecismo Mayor que hemos recordado, pues las palabras del mismo son muy significativas para los católicos.
"La llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos". Dios nunca se cansa de llamarnos, a través de las circunstancias de nuestra vida ordinaria, la lectura de la Biblia, las celebraciones eclesiásticas, la naturaleza... A pesar de ello, nosotros no siempre estamos dispuestos a convertirnos al Evangelio, -es decir, nos es muy difícil cambiar nuestra forma de ser, por la forma de ser del Dios Uno y Trino-.
Aun cuando tenemos el deseo de ser como Dios, este hecho es muy difícil de ser llevado a cabo por nosotros. San Pablo, -quien es un gran ejemplo de fe a imitar para nosotros-, a pesar de que tenía un gran deseo de ser Santo, como humano que era, cometía errores, así pues, esta es la causa por la que les escribió a los cristianos de Roma: (ROM. 7, 15).
¿Tenemos el mismo problema que tenía San Pablo?
¿Queremos ser fuertes ante la visión de la adversidad que caracteriza nuestra vida, y perdemos la fuerza y el ánimo que nos son necesarios para vivir fácilmente?
¿Nos falta coraje para declararnos cristianos ante nuestros familiares y amigos que rechazan la fe que profesamos, y al mismo tiempo nos sentimos mal por ser tan cobardes?
El hecho de no superar la adversidad, no significa que somos pecadores, sino que deseamos aumentar nuestro conocimiento de Dios, para que fortalezca la fe que tenemos, porque aún es débil e inconstante.
Si no nos sentimos fuertes para proclamar a los cuatro vientos que somos cristianos, ello nos sucede porque apenas tenemos fe. Recordemos el coraje con que San Pablo, entre dificultades y enfermedades, era un arduo defensor de su fe (ROM. 8, 28-32).
La primera vez que San Pablo estuvo preso, los cristianos de Filipo le enviaron un generoso donativo, para que pudiera vivir dignamente. Nuestro Apóstol, en agradecimiento a tan generoso gesto, les escribió una carta a los citados cristianos, en que, hablándoles de su adversidad, -pues temía por su vida-, les dijo: (FLP. 1, 19-20. 4, 12-13).
San Pablo nos invita a vivir como quieren hacerlo quienes están seguros de que Dios cumplirá la promesa de salvarnos (COL. 3, 1-4. 17).
(MC. 1, 5). ¿Estamos dispuestos a escuchar y aceptar la Palabra de Dios, para hacer del cumplimiento de la voluntad de Nuestro Santo Padre, la principal meta de nuestra vida?
Con respecto al Sacramento de la Penitencia, San Pablo, nos instruye: (2 COR. 5, 18-20).
Comprendo la dificultad que podemos tener al confesarnos ante un sacerdote desconocido, sobre todo cuando los pecados que nos alejan de Dios son graves o vergonzosos. Les compete a los sacerdotes ser receptivos y comprensivos con los confesandos, pasar horas en el confesionario aunque no se les acerque nadie aunque sólo sea para que la gente sepa que los tiene a su disposición, administrar este Sacramento debidamente, y recurrir a un factor que puede ser muy atractivo para los confesandos, que es utilizar la confesión como si fuera una especie de terapia, porque, cuanto mayor es la paz de nuestra alma, somos más receptivos a experimentar el perdón divino, que cuando estamos preocupados.
Creo que todos los predicadores que hemos sido aceptados por nuestros oyentes -y/o lectores-, tenemos la experiencia de que se nos ha acercado gente que necesita ser escuchada, que, aunque carece de nuestra fe, y no desea tenerla, necesita ser consolada. Nos compete a los predicadores, -especialmente a los sacerdotes-, abarcar todo el saber divino y humano que nos sea posible, para intentar hacer felices a quienes se nos acercan durante todo el año, pero lo hacen mucho más en los tiempos litúrgicos fuertes, tales como Navidad y Semana Santa.
(MC. 1, 6-7). San Juan el Bautista se formó espiritualmente entre los esenios, que constituían una secta eremítica, cuyos miembros vivían aislados del mundo, para no contagiarse del apego de los hombres al pecado, que, con tal de acelerar la venida del Mesías a Israel, vivían castamente. A pesar de que, al formar parte de dicha secta, San Juan tenía prohibido el hecho de relacionarse con quienes no formaban parte de su comunidad, obedeció la llamada que Dios le hizo para que preparara a sus hermanos de raza a recibir a Jesús, aunque continuó viviendo apartado del mundo, por lo que sus oyentes tenían que buscarlo en determinados lugares, de manera que se diferenció de Jesús, porque Nuestro Señor, además de ser buscado por la gente, iba al encuentro de quienes querían conocer su Evangelio.
Creo que no existe ni una sola religión, que, a lo largo de su historia, no haya tenido líderes espirituales, que no hayan sido amantes de la obtención de títulos, que hayan hecho que los tales hayan tenido la categoría de personalidades importantes. A pesar de este hecho, en el Evangelio de hoy, San Juan el Bautista aparece como un predicador humilde, reconociendo que Jesucristo es superior a él. Esta es la razón por la que, el citado profeta, dijo en cierta ocasión, refiriéndose a nuestro Salvador, las palabras escritas en JN. 3, 30.
¿Somos capaces de adaptarnos al cumplimiento de la voluntad de Dios, anulando todo lo que puede impedir que nos relacionemos más y mejor de lo que lo hacemos actualmente con Nuestro Padre común?
En el caso de que trabajemos para el Señor, ¿lo hacemos gratuitamente, con la pretensión de cumplir la voluntad del Dios Uno y Trino, o buscando satisfacer nuestros intereses personales?
(MC. 1, 8). Mientras que el bautismo de San Juan era simbólico, el Bautismo de Jesucristo tiene la cualidad de hacernos hijos del Dios del amor, a quien sean la gloria y la alabanza de sus fieles hijos, por los siglos de los siglos. Amén.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com