Meditación.
2. Cumplamos la voluntad de Nuestro Padre común.
Meditación del Salmo responsorial (SAL. 84, 9ab-10. 11-12. 13-14).
Después de meditar y comprender el mensaje de la primera lectura correspondiente a la celebración eucarística del Domingo II de Adviento del Ciclo B, nos disponemos a orar, y nos valemos para ello del Salmo responsorial, correspondiente a la citada celebración.
(SAL. 84, 9). ¿Vivimos escuchando de qué nos habla Dios?
¿Vivimos cumpliendo la voluntad de Nuestro Padre común?
¿Aceptamos y predicamos la paz de la que nos habla el Señor en los cuatro Evangelios?
¿Somos miembros del pueblo de los hijos -y por tanto amigos- de Dios, o, después de conocer al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, retornaremos a nuestra condición de hombres y mujeres carentes de esperanza cristiana?
Escuchad de que habla el Señor los pobres, porque, si lo acogéis en vuestro corazón, aunque tengáis que sufrir, Él os enriquecerá espiritualmente.
Escuchad de qué habla Dios los que estáis enfermos, y aceptadlo incondicionalmente, para que, la sabiduría que os conceda, os haga soportable vuestro estado, y acreciente vuestra esperanza de vivir en un mundo en que no existirá el sufrimiento.
Escuchad de qué habla Dios quienes os sentís solos, y aceptadlo sin imponerle condiciones, para que, tanto Él como sus hijos, sean la familia que os priven del aislamiento que padecéis.
Escuchad de qué habla Dios quienes vivís alejados de vuestros familiares, y aceptadlo plenamente, porque Él se os hará el encontradizo, siendo Padre para fortaleceros, Madre para consolaros, y Hermano, para haceros soportables vuestras cargas.
(SAL. 84, 10). ¿Cómo podemos creer que la salvación del Señor se nos acerca, si estamos rodeados de sufrimiento e incomprensión?
¿Cómo podemos creer que el Reino de Dios será plenamente instaurado entre nosotros, si este hecho lleva miles de años anunciándose, y aún no acontece? (HEB. 10, 35-37).
"Ya está cerca su salvación para quienes le temen". ¿Nos es necesario tenerle miedo a Dios, para poder ser salvos? El temor de Dios no está relacionado con el miedo, pues es el respeto que le debemos al Dios Uno y Trino.
Cumplamos la voluntad de Dios por amor y respeto, tanto a Él como a nuestros prójimos los hombres, e incluso a nosotros mismos.
"La gloria morará en nuestra tierra". Seremos hijos de un mundo en que no existirá ningún tipo de sufrimiento. Es esta la razón por la que leemos en la Profecía de Isaías: (IS. 25, 8-9).
(SAL. 84, 11). Comprendemos la relación que hay entre la verdad y el amor, pero, ¿son compatibles el amor y la justicia? Nuestro Santo Padre es amor y justicia. La vivencia de las consecuencias de nuestros pecados, tiene el doble propósito de purificarnos y santificarnos, para que seamos aptos para vivir en la presencia de Nuestro Padre común, quien, si le amamos, y hacemos el bien, nos concederá la plenitud de la vida y la dicha, sin aplicarnos la justicia que merece la maldad del pecado.
(SAL. 84, 12). Quienes tenemos grandes dificultades para predicar la verdad de Dios, porque la misma es rechazada en nuestro entorno social, nos llenamos de gozo, al recordar que la verdad brotará de la tierra. Esperamos con gozo el día en que Dios mismo concluirá nuestro crecimiento espiritual.
Quienes sufren, al ver que la justicia divina se ejecuta desde el cielo sobre quienes les han hecho sufrir, se alegrarán, pero no lo harán por la dicha de ver sufrir a sus enemigos, sino que lo harán, al comprobar que Dios existe, y se compadece de ellos.
(SAL. 84, 13). Algún día seremos plenamente felices, y sabremos que nuestra dicha no proviene de ninguna ideología en concreto, sino de las tres Personas que más nos aman.
"Nuestra tierra su cosecha dará". Cuando Dios concluya la instauración de su Reino entre nosotros, no existirá ningún motivo que sea para nosotros causa de sufrimiento.
(SAL. 84, 14). Los hebreos que tanto sufrieron cuando fueron conquistados, dominados e incluso deportados a otros países, mantuvieron su fe viva en muchas ocasiones, esperando que Dios se les manifestara, ejecutando su justicia, contra quienes los esclavizaban.
Si creemos que Dios vendrá precedido por su justicia, comprenderemos que, cuando extermine la soberbia de la humanidad, será posible que vivamos en un mundo en que todos seamos hermanos.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com