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Meditación para el Domingo XXI del Tiempo Ordinario del Ciclo C.

   Meditación.

   1. La Iglesia, a través de su Liturgia, nos recuerda en esta ocasión que Nuestro Santo Padre nos va a juzgar.

   Es necesario que Nuestro Santo Padre nos juzgue, para que así podamos vivir el final del tiempo de nuestras tribulaciones.

   Es necesario que Dios nos juzgue, para que quienes se resisten a creer en Él, puedan convertirse a Nuestro Señor, al reconocer que la justicia divina no puede prevalecer ante los principios humanos, porque Nuestro Padre común es más perfecto que nosotros.

   La Iglesia nos enseña a través de su Magisterio que seremos juzgados cuando le entreguemos nuestro Espíritu a Dios individualmente, de igual manera que también nos dice que Dios juzgará a la humanidad cuando instaure su Reino plenamente entre nosotros, con el fin de que sea ejecutada la justicia divina. He aquí, pues, el Dicho 64 de San Juan de la Cruz:

   "A la tarde te examinarán en el amor".

   No tengamos miedo a la hora de pensar en el hecho de que seremos juzgados por Dios.

   Nuestro Santo Padre nos recompensará inmediatamente después de que se produzca nuestra muerte, así pues, esta deducción la hago considerando que Jesús absolvió a San Dimas de sus culpas horas o minutos antes de expirar en la cruz.

   Vamos a pedirle a Nuestro Santo Padre que nos ayude a prepararnos para ser juzgados por Él, esperando que se produzca ese trascendental acontecimiento, con el corazón henchido de santa alegría (IS. 66, 22).

   Entre nosotros hay muchos hermanos que no creen que Jesús vendrá nuevamente a morar en el mundo para concluir la plena instauración del Reino de Dios entre los hombres. San Pedro se tomaba muy en serio el juicio de Dios, así pues, el primer Papa nos dice en su primera Carta, estas palabras: (1 PE. 1, 17).

   No pretendo deciros que Dios condenará a los pecadores porque no creo en la existencia del infierno como lugar físico, pero sí os digo que, según enfoquemos nuestra vida, así podremos empezar a ser felices a partir de este momento, o quizá sólo conseguiremos hacer de nuestra existencia un cúmulo de sentimientos por cuya óptica nuestra vida se convertirá en un caos.

   (1 COR. 5, 7). Cristo se dejó crucificar para romper las cadenas de nuestra muerte desde su vivencia personal de la carencia de vida.

   2. A lo largo de los más de 3 años que hace que empecé a predicar a través de Internet, he recibido muchos mensajes electrónicos en los que se me han hecho preguntas parecidas a las siguientes:

   “¿Por qué permitirá Dios que yo muera por causa del cáncer que padezco?”.

   “¿Por qué quiere Dios que mi marido muera?”.

   Mis primeros niños de catequesis, cuando tenían 9 años, me dijeron en cierta ocasión: "Se supone que tú eres amigo de Dios y que Él tiene que cuidarte porque tú le dedicas muchas horas a la predicación del Evangelio. Dios no te ayuda. ¿Por qué te tiene ciego si tú vives más para Él que para ti mismo?" (HEB. 12, 5).

   El pasado miércoles, un testigo de Jehová me dijo que Satanás se ha obstinado en apartarnos de Dios valiéndose de nuestro dolor, así pues, como buen testigo, ese hombre piensa que el demonio actúa en nosotros para conducirnos a la perdición. Yo le dije a mi interlocutor que es necesario que seamos probados para hacer constar ante nosotros nuestra fe y entereza, así pues, existe una gran diferencia entre asistir a la Eucaristía dominical e intentar no perder la fe, por ejemplo, cuando uno de nuestros seres queridos se dispone a dejar este mundo para recibir el abrazo divino. En el peor de los casos puede sucedernos que se acabe nuestra existencia, pero ello es muy bueno para quienes somos cristianos, pues sabemos que Dios nos resucitará y nos librará de nuestras cargas emocionales inútiles.

   San Pablo también nos dice que aprovechemos el tiempo en que somos atribulados para edificarnos según la voluntad del Señor. Hace varios años tuve la suerte de conocer a una chica sordociega que tenía muchas enfermedades, así pues, tenía una gran dificultad para caminar, no sólo porque tenía una pierna más larga que otra, sino porque las 38 intervenciones quirúrgicas a las que fue sometida a lo largo de su vida le hicieron mucho daño. Ella, que tantas papeletas tenía para desanimarse y considerarse inútil, obtenía al examinarse de las materias que estudiaba unas calificaciones muy respetables, no por causa de sus diversas enfermedades, sino porque el esfuerzo que hacía para obtener las citadas calificaciones daba sus resultados. Ella tenía muchas razones para vivir amargada, pero ello no la privaba del buen humor tan envidiable que la caracterizaba. Mi amiga escribía utilizando una agenda electrónica con 7 teclas, pero sus manos realentizaban mucho su trabajo, de tal manera que era imposible leer los apuntes que tomaba durante sus clases. En cuestión de varios meses mejoró su escritura, pero no pudo aumentar su velocidad para trabajar con su agenda, pues sus manos necesitaban algo más que el mero ejercicio de pulsar las teclas de su agenda. Gema no se cansaba de luchar, así pues, su tribulación era un amplio abanico de oportunidades para triunfar.

joseportilloperez@gmail.com

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