1. Las lecturas correspondientes a la Eucaristía que estamos celebrando pretenden concienciarnos de nuestra necesidad de recibir a Jesús Sacramentado y de aclarar todas las situaciones que nos hacen daño. San Pablo es uno de los predicadores por excelencia del perdón de Dios, por consiguiente, consideremos algunas frases del Santo que de alguna manera es responsable de la publicación de libros y meditaciones de laicos de nuestra Iglesia (Ef. 4, 32. Rom. 4, 7. Heb. 8, 12).
2. Aunque Dios nunca se ha sentido ofendido ante nuestras rebeldías, tenemos que reconocer que no hemos aprendido a perdonarnos nuestros errores. La mayor dificultad que tenemos para relacionarnos con Nuestro Padre y Dios, radica en que Nuestro Señor es todo gratuidad, mientras que nuestros sentimientos constituyen un complicado sistema marketiniano que nos hace imposible la existencia.
Frecuentemente acudimos a las recepciones de los Sacramentos de nuestros familiares y amigos porque estos anterior o posteriormente a sus celebraciones se han portado o actuarán bien con nosotros, de tal manera que olvidamos las siguientes palabras de Jesús: (Mt. 5, 46).
Hacemos las cosas porque se nos han hecho otros favores, de esta forma, más que buscar la amistad de nuestro Padre y Dios, sólo nos contentamos con difundir nuestra buena imagen social. Ante esta conducta nuestra que en cierta forma es anticristiana, nos cabe aplicarnos las siguientes palabras del Apóstol de las gentes: (Ef. 4, 23).
3. La Eucaristía es un misterio de fe, es esta la causa por la cual nunca podremos entender cómo es posible que el pan y el vino eucarísticos se conviertan en Jesucristo resucitado. Este misterio de fe es la causa mediante la cual la Iglesia sigue en pie después de haber sobrevivido a muchas persecuciones.
¿Recordáis como San Tarsicio dio su vida para que los no creyentes no profanaran el Sacrosanto Cuerpo de Nuestro Señor, cuando los cristianos intentaban buscar la forma de llevar el Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Jesús a sus hermanos presos? Tarsicio, que era un adolescente, se ofreció como medio para llevar al Señor a los presos, argumentando que en la cárcel nadie lo descubriría debido a su baja estatura. Los cristianos estuvieron de acuerdo en confiarle las Sagradas Formas a Tarsicio. Cuando aquel Santo niño caminaba hacia la cárcel, fue sorprendido por un grupo de jóvenes no creyentes que lo invitaron a jugar con ellos. Tarsicio se negó a jugar, pero aquellos chicos sabían que el Santo ocultaba algo entre sus ropas, debía ser algún fetiche de aquellos que en aquel tiempo estaban siendo perseguidos por decreto imperial. Los jóvenes invitaron amistosamente a Tarsicio a que les enseñara lo que escondía entre sus ropas, pero como este se negó a hacerlo, lo apalearon hasta herirlo gravemente. Un soldado cristiano descubrió que Tarsicio estaba siendo golpeado inmisericordemente, pero, aunque hizo que los no creyentes se alejaran de su correligionario, descubrió que era tarde para intentar evitar lo inevitable, esto es, la muerte de aquel que dio su vida para proteger a Cristo Sacramentado.
Para los místicos, Tarsicio es todo un ejemplo de Santidad, y para nosotros, Tarsicio puede ser un pobre desgraciado que murió para proteger un trozo de pan sin levadura, un trozo de pan por el que no merece la pena morir. Puede suceder en nuestro tiempo que alguien con un gran corazón como el de Maximiliam María Kolbe se decida a morir por un justo y por tanto inocente, pero Tarsicio tuvo el privilegio de morir por el Justo por antonomasia.
Esta negativa nuestra a creer en Dios responde a la relativización que hemos concebido con respecto a los diferentes puntos de vista que todos tenemos con respecto a las circunstancias que nos acaecen. Esta óptica tan favorable para nosotros, en ciertas ocasiones, nos induce a no defender lo que es justo, bueno y loable como nos corresponde hacerlo como hijos de Dios que somos.
joseportilloperez@gmail.com
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