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Marta y María. (Meditación para el Domingo XVI del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Meditación.

   Marta y María.

   Marta y María, las hermanas de aquel Lázaro al que Nuestro Señor resucitó de entre los muertos, vivían en Betania, una aldea cercana a Jerusalén. Nuestro Señor solía visitar a los citados hermanos cuando iba a la capital cultural de Palestina, dado que era amigo de los mismos.

   Las dos protagonistas del Evangelio de hoy actuaban de formas diferentes, así pues, mientras que Marta trabajaba afanosamente para atender debidamente a sus invitados, María sólo se preocupaba de escuchar las enseñanzas de Jesús. Es cierto que cuando Marta le pidió a Jesús que le pidiera a María que la ayudara en sus quehaceres ordinarios el Señor defendió a María, pero nosotros entendemos que, a lo largo de nuestra vida, aparte de atender nuestros quehaceres diarios, no hemos de olvidarnos de trabajar para aumentar nuestra fe.

   1. Marta.

   Muchos hombres tenemos la mala costumbre de hacernos servir por las mujeres, así pues, no nos ocupamos de hacernos la comida, ni de lavarnos y plancharnos la ropa, ni de ninguna otra actividad hogareña. La gran mayoría de los hombres, al no ocuparnos de las actividades que han de llevarse a cabo en nuestros hogares diariamente, no sabemos valorar el trabajo que llevan a cabo nuestras madres, esposas e hijas todos los días, para que, tanto nosotros, como nuestros hijos, podamos satisfacer nuestras necesidades puntualmente. Es cierto que mientras que muchos hombres trabajan sus cónyuges pueden realizar sus tareas domésticas a su ritmo y por ello sin prisa en ciertas circunstancias, pero, aun así, deberíamos adquirir el compromiso de entrar en el mundo de quienes nos aman y nos sirven pacientemente, con el fin de que podamos valorar lo que hacen por nosotros, y para que podamos comprender lo que significa amar incondicionalmente, y sin pedir nada a cambio de ello. Los hombres que trabajamos podemos quejarnos por causa de las horas que trabajamos, porque tenemos roces con nuestros jefes y compañeros, porque no nos gusta la actividad laboral que llevamos a cabo, y por otras cosas, pero, cuando llegamos a nuestras casas, descansamos tranquilamente, porque trabajamos un número de horas limitado diariamente, pero, las amas de casa, trabajan las 24 horas del día, no tienen vacaciones, ni pagas extraordinarias, ni ningún tipo de reconocimiento por parte de sus familiares del trabajo que llevan a cabo. Yo chateo con muchas amas de casa que se sienten incomprendidas por sus maridos e hijos, y no saben hacerse comprender por sus familiares. Tengo un amigo que algunas veces me dice: "Cuando yo empecé a trabajar no sabía desempeñar correctamente mi labor, por lo que cometía fallos muy considerables. Yo intentaba solucionar todos los problemas que provocaba, pero esos problemas no los podía solucionar durante las horas que trabajaba, ni cuando salía o entraba a mi casa, sino hablando con mi mujer, porque, como ella me escuchaba pacientemente, eso me ayudaba a poner las cosas en su sitio".

   Os copio un mensaje que recibí hace algún tiempo.

Autor: Guillermo Herrera, L.C. | Fuente: Catholic.net
Una madre busca siempre la felicidad de sus hijos

Sigues igual porque el amor no cambia, no se cansa, no se desilusiona, porque el amor es más fuerte que la muerte. Porque eres feliz amando

Para mi querida mamá:

Ya pasaron los festejos del día de la madre. Ya ninguna tienda se ocupa de ti. Hace apenas unas semanas se amontonaban ante tus ojos la infinidad de artículos “necesarios” para toda mamá moderna, quizás recibiste alguno de ellos. Pero, si te dejaran hablar en la tele, les dirías que no ha cambiado nada en tu vida por el hecho de tener ahora en casa una aspiradora el doble de grande, de eficiente, de bonita, de costosa.
Todas las tiendas presumían tener lo que le va a encantar a mamá, lo que ella siempre ha querido.
Yo quisiera ir con uno de esos hábiles vendedores de sueños fabricados para que me dijera qué es lo que más te gusta, mamá, pues, en veinte años que estuve contigo jamás lo descubrí.
Te levantabas muy temprano. Tan temprano que cuando estaba pequeño llegué a pensar que no necesitabas dormir. Cuando yo apenas si podía encontrar el camino a la ducha, tú ya estabas preparándome el desayuno y comenzando con tu acostumbrado discurso para convencerme de lo importante que es llegar puntual a la escuela.
¡Cuánto me costaba levantarme temprano!
Tú lo sabías muy bien, sin embargo, yo nunca supe si te costaba a ti también, parecía que te gustaba; no sé, nunca te quejaste. Nunca te dije, mamá, qué quería de comer al llegar de la escuela, pero siempre adivinabas preparándome aquella gelatina de frutas que tanto me gustaba.
En ocasiones la comía toda la semana, nunca supe si a ti te gustaba, o si preferías variar, yo de verdad estaba convencido que te gustaba tanto o más que a mí.
Todos los días durante mis años de estudiante, todos sin faltar ninguno, cuando llegaba de la escuela primero y luego de la universidad me esperabas en la puerta y me preguntabas: “¿Cómo te fue? ¿Qué te enseñaron hoy?”. Al inicio, en mis primeros pinitos como amigo de los libros, me detenía y te declamaba una poesía, te cantaba una canción o te enseñaba un mamarracho que sólo tú podías adivinar qué era sin que yo tuviera que revelarte el significado de aquella madeja de tachones embigotados con colores rojos y amarillos.
Un poco más crecidito, te decía: “nada, lo mismo”. Y sin detenerme, me metía en mi cuarto.
Ya en la edad adulta, y no digo madura porque no se le puede llamar maduro al que no sabe bien amar, ni siquiera te contestaba, entonces tú respondías por mí, “me imagino que lo mismo, ¿verdad?”. Nunca cambiaste, grabaste en tu memoria las poesías y los cantos y te dibujaste en el alma mis mamarrachos y cuando el hijo no respondía lo hacía el recuerdo. Nunca supe si aquel cambio te dolió, y nunca lo supe porque nunca dejaste de ser la misma, nunca bajó la intensidad de tu amor.
¡Bendita y sabia espera del que sabe amar sin recompensa! Porque después de muchos años de responderte a ti misma, una tarde, ante el estribillo preguntón descargué sobre tu pecho mi cabeza y sobre tu corazón la soledad inmensa que suele embargar a un adolescente que lo ha vendido todo para ser libre y lo único que le han dado son cadenas.
¡Qué bien adivinabas mis tristezas y congojas! Una mirada te bastaba para saber si eran amores, deudas o fracasos. Por más que ensayé la mejor sonrisa y saludo para eludir la atalaya de tus ojos. ¡Jamás funcionó! Cuando creía haber pasado desapercibido me desmoronaba esa sonrisa pícara que era siempre el preludio de la temida sentencia: “a ti te pasa algo…”; sin embargo, mamá, yo nunca supe de tus tristezas sino cuando asomaban discretas y silenciosas algunas lágrimas. En muchísimos de mis llantos pude abrazarte; tú en cambio, en muchísimos de los tuyos no me encontraste y tuviste que conformarte con apretar los labios, aferrarte a la almohada y llorar bajito, para que yo no me despertara…
Mamá, nunca supe qué te gustaba. Porque desde que tomaste fuerte la mano de mi padre y le juraste amor y fidelidad hasta la muerte te pareció una traición comparar el amor con los gustos, medir la entrega con la regla raquítica y mezquina del egoísmo y jugar el juego insulso del dar esperando recibir a cambio.
Por eso ningún vendedor podría adivinar lo que te gusta y si lo adivinara no podría jamás vendértelo, porque el amor de donación, el amor puro y sincero que se da, que se entrega día a día no se puede vender: se da gratis. Ya pasó el día de la madre. Ya nadie te da en oferta la felicidad. Y tú sigues igual, en la puerta de casa esperando para preguntar al más chico cómo le fue en la escuela, preparando la misma gelatina que aún no sé si te gusta, leyendo en los ojos de la estrenada quinceañera aquel desamor que a nadie le ha contado pero que tú ya sabes.
Sigues igual porque el amor no cambia, no se cansa, no se desilusiona, porque el amor es más fuerte que la muerte. Porque eres feliz amando.

Guillermo Herrera, L.C. es un religioso legionario de Cristo originario de Colombia que actualmente estudia teología en Roma.

   2. María.

   Si nos cuesta un gran esfuerzo comprender a las amas de casa, quizá nos es más difícil comprender a las almas contemplativas, dado que, aunque aceptamos como normal el hecho de que las mujeres se desvivan por servir a sus familiares, es muy difícil para nosotros aceptar la forma de ser de quienes le dedican su vida totalmente al Dios cuya existencia no se puede demostrar científicamente. Es difícil comprender la razón por la que el Dios que sabe que en nuestro mundo nos es necesario destacar de alguna forma para ser queridos ha tomado la decisión de llevar a cabo su designio salvífico secretamente, revelándose a quienes sabe que le van a aceptar, y en el momento en que ellos no le van a cerrar el corazón.

   María no ignoraba el trabajo que su hermana estaba llevando a cabo para servir a todos los hombres que se alojaban en su casa, pero, aun así, ella aprovechó al máximo aquel paso de Nuestro señor por su vida, porque sabía que Jesús no iba a permanecer siempre junto a ella, dado que Nuestro Maestro quería evangelizar a todos sus hermanos de raza. Aunque en el mundo del ruido nos cuesta comprender a las silenciosas almas de oración, necesitamos aprender de ellas a confiar en Nuestro Padre común, quienes tenemos mucha impaciencia y queremos hacer muchas cosas, dado que no sabemos esperar que llegue el momento en que el Creador renueve el mundo, es decir, no tenemos la paciencia que necesitamos para esperar que llegue el momento culmen de nuestra liberación de las ataduras que caracterizan nuestra vida. Las almas contemplativas saben perfectamente que nosotros no podemos vivir lejos de Dios, dado que no podemos ser plenamente felices negando la existencia de Nuestro Padre común.

   María escuchaba las enseñanzas de Nuestro Maestro.

   ¿Tenemos la costumbre de meditar la Palabra de Dios diariamente?

   ¿Asistimos a reuniones catequéticas con el fin de fortalecer nuestras relaciones con Dios y con nuestros prójimos?

   ¿Le dedicamos diariamente tiempo a la oración aunque pensemos que no disponemos del tiempo que necesitamos para llevar a cabo todas nuestras actividades?

   ¿Anteponemos nuestras actividades de ocio a la oración?

   ¿Somos conscientes de que Dios es Nuestro Padre, por lo cual debemos rendirle el culto que merece sirviéndolo en nuestros prójimos?

   Yo pienso que cuando Marta le pidió a Jesús que María la ayudara, Nuestro Maestro debió persuadir a su fiel amiga para que ayudara a su hermana en la realización de sus actividades hogareñas, dado que no podemos abandonar ni nuestras actividades ordinarias ni hemos de apartarnos totalmente de la presencia de Dios, así pues, la realización de nuestras actividades cotidianas y la vida de fe son perfectamente compatibles, si bien todo lo que hacemos requiere de tiempo y dedicación.

joseportilloperez@gmail.com

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