Meditación.
Los Profetas.
¿De qué criterio se valen tanto los judíos como los cristianos para creer que la Palabra de Dios que se contiene en la Biblia no fue falseada por quienes la escribieron? Aunque en cierta forma podemos decir que todos los textos bíblicos fueron útiles para quienes vivieron cuando los mismos fueron escritos de la misma manera que lo han sido y lo seguirán siendo tanto para nosotros como para quienes vivan después de que fallezcamos, dichos textos no deben ser juzgados desde nuestro punto de vista actual, dado que los mismos se compusieron en determinados tiempos, por lo que han de ser interpretados desde el punto de vista de sus autores, y desde la óptica de los lectores inmediatos de los mismos. Si conocemos las circunstancias históricas que vivieron los lectores para los que en un principio fueron escritos dichos textos, podremos interpretarlos de manera que comprenderemos algunos episodios que en nuestro tiempo parecen descabellados, así pues, un ejemplo de ello, es el hecho de que Jesús fuera odiado por sus enemigos, hasta el punto de que los tales condenaran a Nuestro Señor a muerte, por decir de Sí mismo que es Hijo de Dios, ya que ellos pensaban que, al ser Yahveh un ser espiritual, no puede reproducirse, hecho por el cuál consideraban que Jesús era un blasfemo. Si interpretamos la Biblia ateniéndonos únicamente a nuestra forma de pensar característica de la cultura de nuestro tiempo, constataremos que la Palabra de Dios no es más que un libro sin sentido, cargado de símbolos difíciles de interpretar, escrito bajo la inspiración de un Dios injusto, egoísta y celoso, carente de interés en hacerse comprender por sus adeptos.
Un profeta es un heraldo que les habla a sus oyentes en lugar de Dios, les interpreta a los mismos los mensajes que recibe del Todopoderoso, y, si Dios lo quiere, también ejerce como vidente, -es decir, anuncia e interpreta los acontecimientos del futuro-.
En el Génesis se habla de Abraham anunciando que es un profeta, así pues, Dios advirtió a Abimelec para que no mantuviera relaciones sexuales con Sara, cuando esta dijo de sí misma que era hermana de Abraham, con el fin de que el mismo respetara la vida del primero de los Patriarcas de Israel, en los términos que siguen: (GN. 20, 7).
Si Dios protege a quienes lo sirven, no hemos de olvidar estas palabras de Jesús: (LC. 12, 47-48).
Cuando Jesús nos juzgue al final de los tiempos, a todos nos exigirá que le rindamos cuentas con respecto a lo que hemos hecho con los dones y virtudes que hemos recibido de Nuestro Padre común. Cuanto más grande es nuestra fe, más protegidos nos sentimos por Dios, pero, al mismo tiempo que sentimos que Nuestro Padre está con nosotros, más impetuoso es el deber que tenemos de predicar, no por salvar el alma, pues es de bien nacidos el ser agradecidos, según reza un refrán español.
¿Por qué dijo Dios con respecto a Abraham que el padre de Isaac era profeta? Dios se le reveló a Abraham. Un ejemplo de dicha revelación aconteció cuando el marido de Sara intercedió por las ciudades de la Pentápolis, pues las mismas fueron arrasadas por causa de los pecados que cometían quienes habitaban en ellas: (GN. 18, 17-19).
Dios le ofreció a Abraham la posibilidad de engrandecerlo a él y a su descendencia si ejercía fe en el Altísimo, -es decir, si Abraham creía que Dios iba a cumplir la promesa que le hizo, impulsado por su fe, tenía que transmitirles sus convicciones a Isaac, a sus familiares, a sus amigos y a sus siervos-.
Los profetas no son semejantes a los educadores que les dan una charla a sus pupilos para despreocuparse posteriormente de la formación académica de los mismos, así pues, son llamados a velar constantemente por la salvación de las almas que les son encomendadas, así pues, aunque Abraham no les predicaba a los habitantes de la Pentápolis, sabiendo que dicha región padecería bajo el efecto de la ira de Yahveh, el padre de Isaac oró, diciendo lo que leemos en GN. 18, 32.
La intercesión de los predicadores es eficaz, porque los tales oran bajo la inspiración del Espíritu Santo, según palabras del Apóstol San Pablo: (ROM. 8, 26).
El don de profecía les es concedido por Dios a hombres y mujeres de igual manera, a pesar de que Jesús no envió a las mujeres que lo seguían a predicar de la misma manera que envió a los doce Apóstoles y a los setenta y dos discípulos, con el fin de evitarles sufrimientos estériles, dado que en su país se consideraba que las mismas eran inferiores a los hombres.
Myriam, la hermana de Moisés, era profetisa (ÉX. 15, 20).
Si leéis los quince primeros versículos del capítulo doce del libro de los Números, recordaréis qué tipo de obediencia requiere Dios de quienes lo sirven, y cómo se afirma que castiga Dios a quienes buscan ser alabados por sus méritos, en lugar de creer de sí que son instrumentos del Espíritu Santo.
¿Cómo sabían los profetas del Antiguo Testamento que iban a tener éxito a la hora de cumplir la misión que les fue encomendada?
¿Cómo sabemos los predicadores del siglo XXI que nuestros oyentes -y/o lectores- van a comprender -y creer- el mensaje que les queremos transmitir?
Tanto los profetas del pasado como los predicadores de nuestro tiempo, actuamos impulsados por la fe que nos caracteriza (DT. 18, 18-22).
Los verdaderos profetas no interpretan la Palabra de Dios acomodándola a sus intereses, pues saben que son transmisores del Verbo divino, según deducimos del libro de los Provervbios (PR. 1, 23).
No debemos creer que los predicadores viven regaladamente (exceptuando el caso de aquellos que no son honrados), así pues, de la misma manera que a los creyentes de a pie en ciertas circunstancias nos cuesta un gran esfuerzo el hecho de no perder la fe, ellos también sufren cuando piensan en las dificultades que les supone el hecho de transmitirles a sus oyentes -y/o lectores- la Palabra de Dios. Un ejemplo de ello es Jeremías (JER. 1, 6-7).
El mismo Jesús tuvo miedo a la hora de cumplir el designio salvador de Dios (JN. 12, 27; LC. 22, 44).
Dios nos pedirá cuentas con respecto a lo que hacemos con el conocimiento de Él que hemos recibido, y con respecto al ejercicio de los dones y virtudes con que Nuestro Padre celestial nos ha dotado (DT. 13, 1-4).
Hace algún tiempo, una mujer que abría diariamente la Biblia al azar, y encontraba un texto muchas veces, me preguntó por e-mail: "¿Crees que Dios nos habla a través de la Biblia?".
Mi respuesta a esa pregunta fue afirmativa, así pues, hay veces en que abrimos la Biblia y encontramos misteriosamente el texto que necesitamos leer en cuestión de segundos o de minutos, pero otras veces necesitamos leer mucho, pues Dios nos pone a prueba a fin de que veamos si somos capaces de aguantar hasta vislumbrar el mensaje que nos quiere transmitir, sin que se nos debilite la fe. Para no cometer errores a la hora de interpretar la Palabra de Dios, tenemos que acudir a quienes la conocen mejor que nosotros, pues San Pedro nos dice en la Biblia: (2 PE. 1, 19-21).
¿Cómo distinguen los judíos y los cristianos a los profetas falsos de los verdaderos heraldos de Dios?
Los profetas falsos se caracterizan porque:
-Hablan en nombre de dioses falsos (JER. 23, 13-14).
-Mienten en nombre de Dios. Estos pueden ser de dos clases:
1. Impostores. Estos personajes engañan conscientemente a sus adeptos, adaptando el mensaje de Dios a sus intereses (MI. 3, 11-12).
2. Otros profetas imaginan que reciben mensajes divinos, aunque los mismos solo son productos de su mente, a pesar de que se adhieren al cumplimiento de la Ley, confundiendo las inspiraciones divinas con los deseos que albergan en sus corazones. Estos profetas son buenas personas, pero sus predicaciones no son fiables.
Concluyamos esta meditación pidiéndole a Nuestro Padre común que nos ayude a conocer, amar y predicar su verdad, la verdad que nos hará libres de las esclavitudes a las que podemos vivir sometidos.
joseportilloperez@gmail.com
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