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La conversión. (Meditación para el Domingo XIII del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Meditación.

   La conversión.

   Introducción.

   Convertirnos al Señor significa para nosotros adaptarnos al cumplimiento de la voluntad de Nuestro Padre común a imitación de Jesús, quien dijo en cierta ocasión, las palabras que leemos en JN. 8, 28-29.

   Fijémonos en que Jesús nos ha dicho que Él sólo nos enseña a través del Evangelio lo que ha recibido del Padre. Os digo esto porque si Jesús, siendo Dios, se adaptó al cumplimiento de la voluntad de Nuestro Padre común, quienes predicamos la Palabra de Dios, no hemos de basar la transmisión del mensaje divino en nuestras percepciones personales, sino en la enseñanza de la Biblia, en el caso de los católicos, interpretada por el Magisterio de la Iglesia a que pertenecemos.

   En el Evangelio de hoy, encontramos varios puntos interesantes para analizar detenidamente.

   1. Imitemos a Nuestro Señor.

   (LC. 9, 51). Jesús, sabiendo que lo iban a crucificar, tomó la decisión de hacer su último viaje a Jerusalén, con el fin de cumplir las profecías relacionadas con su Pasión, muerte y Resurrección, y la redención del género humano. Por nuestra parte, podemos desear preguntarnos hasta qué punto estamos dispuestos a vivir inspirados en la fe que nos caracteriza.

   ¿Le dedicamos algún tiempo al estudio y meditación de la Palabra de Dios, o sólo somos cristianos durante el tiempo que dura la Misa dominical?

   ¿Cumplimos la voluntad de Dios en nuestra vida ordinaria, o sólo nos acordamos de Nuestro Padre celestial cuando necesitamos que nos favorezca?

   2. Seamos respetuosos con quienes no comparten nuestras opiniones.

   (LC. 9, 52-53). Como samaritanos y judíos estaban enemistados desde que aconteció el cisma de Israel, al ver los habitantes de Samaria que el Mesías se dirigía a la capital religiosa del sur de Palestina, tomaron la decisión de no alojar a Jesús entre ellos, para demostrarle enérgicamente su rechazo hacia los judíos, y que, si quería que ellos estuvieran de su parte, debería adaptarse a sus creencias.

   El problema de la falta de tolerancia desgraciadamente a lo largo de la Historia ha marcado a la Cristiandad de una forma dramática. Muchos de nuestros hermanos utilizan astutamente la Biblia para manifestarles su rechazo a quienes no comparten sus creencias sin variarse un ápice de las mismas. Todas las denominaciones cristianas afirman de sí mismas que son las verdaderas fundaciones de Jesucristo y rechazan a las demás, a pesar de los lentos avances que logran las iglesias ecuménicas.

   (LC. 9, 54-55). Ante la falta de respeto que unas religiones muestran hacia otras, las últimas responden con el pago de una idéntica moneda. Actuando de esa forma nunca podremos vivir plenamente bajo un sistema de creencias universal, pues es comprensible que quienes son atacados respondan violentamente a esos ataques, con tal de no perder los logros que han alcanzado con grandes esfuerzos y con el lento transcurrir del tiempo.

   3. Puntos de vista de la conversión.

   3-1. El desprendimiento de los bienes materiales.

   (LC. 9, 56-58). Una de las características de las religiones es la inadecuada utilización de las enormes cantidades de bienes materiales que poseen sus adeptos, a la mayoría de los cuales evidentemente les trae sin cuidado el precepto judeocristiano de ejercitar la caridad en beneficio de los más débiles del mundo. No tenemos inconveniente alguno a la hora de habilitar grandes locales y de gastar cantidades astronómicas de dinero a la hora de decorarlos con la excusa de que los mismos son casas de Dios, de manera que cumplimos un precepto insignificante, comparado con la importancia que tiene la imitación de Jesús, el Señor, quien tuvo infinidad de problemas, por anteponer el cuidado de los marginados sociales a la vivencia del fariseísmo egoísta, que obliga a los demás a cumplir los preceptos religiosos como si se tratara de cargas insufribles, mientras que quienes llevan a cabo esta tarea convierten la fe para sí en una serie de prácticas que les acarrean beneficios de alguna manera.

   Jesús, -en el Evangelio de hoy-, nos dice que, si queremos ser sus discípulos, tenemos que desprendernos de los bienes materiales, es decir, no debemos rechazar los mismos por cuanto son útiles, sino que nos corresponde lograr que los tales no nos impidan, ni perder la fe, ni dejar de cumplir los preceptos bíblicos más elementales relacionados con nuestros prójimos, los cuales pueden ser la mayor demostración de la fe que nos caracteriza.

   3-2. La más esencial de nuestras ocupaciones es la imitación de Cristo.

   (LC. 9, 59-60). Es evidente que, por muy comprometidos que podamos estar con el cumplimiento de la voluntad de Dios, -a no ser que pertenezcamos a una secta muy peligrosa-, no se nos va a prohibir jamás que asistamos al entierro de nuestro progenitor, ni que llevemos a cabo ninguna de nuestras actividades ineludibles.

   ¿Cuál es el momento más idóneo de nuestra vida para cumplir la voluntad de Dios?

   ¿Lo es la niñez? En tal caso, ¿cómo renunciarán los niños a sus juegos para estudiar la Biblia y cumplir la voluntad de Dios?

   ¿Son la adolescencia o la juventud los tiempos idóneos para cumplir la voluntad de Dios? En tales casos, ¿cómo se privarán los tales de estudiar y de iniciarse en el mundo de las relaciones sociales para vivir inspirados por su fe?

   Salvo los casos especiales marcados por la exclusividad de la vocación religiosa que lo exige todo de quienes la viven, cualquier momento de nuestra vida es bueno para cumplir la voluntad de Dios, sin que por ello nos veamos obligados a renunciar a ninguna cosa lícita desde el punto de vista de la fe que profesamos.

   Como puede sucedernos que descuidemos la vivencia de nuestra fe, Jesús nos dice que dejemos que los muertos entierren a sus muertos, es decir, que dejemos que la gente haga lo que le venga en gana, pero que no descuidemos la aplicación de nuestros valores, los cuales tienen la cualidad de contribuir a la santificación de nuestra alma.

   3-3. No perdamos la fe, aunque el mundo nos inste a ello.

   (LC. 9, 61-62). Cuando hice mi segundo curso de formación como vendedor de cupones de la ONCE, el entonces inspector de ventas que nos instruyó a mis compañeros y a mí, dijo una frase que se me quedó grabada en la mente: "Lo difícil para vosotros no es conseguir clientes nuevos, sino mantener a los que ya tenéis durante largos periodos de tiempo". De igual manera, lo difícil para nosotros no es empezar a creer en Dios, sino mantener la fe cuando la misma es probada con la carencia de empleo, con la muerte de los familiares queridos y otras pruebas difíciles de afrontar y confrontar.

     4. ¿Es obligatorio tener fe en Dios?

   (GÁL. 5, 13). Por más que muchos se amparen en ciertos versículos bíblicos para hacer de su religión algo obligatorio hasta el punto de desear mandar al infierno a quienes no la acepten, acordémonos de que Jesús no quiso carbonizar a los samaritanos que no le dieron hospedaje, y seamos respetuosos con quienes no comparten nuestras creencias, sin perder la esperanza de que, llegado el día previsto para ello, Dios nos conceda a todos lo que merecemos.

joseportilloperez@gmail.com

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