Jesús, Dios verdadero, y Hombre admirable.
Meditación de MC. 2, 1-3, 6.
Introducción.
Jesús se atraía muchas dificultades con una facilidad asombrosa. El Señor siempre fue muy consecuente con su forma de proceder, pero tenía muchos problemas, porque no padecía de "excusitis", ya que decía lo que creía que debía decir, y hacía lo que debía hacer. El Mesías no quería engañar a nadie ni mentirse a sí mismo imitando a quienes disimulan su miedo y pereza, en aquellas ocasiones en que ven que pueden enredarse en dificultades, hasta el punto de poner en peligro su vida.
Jesús sabía mejor que nadie que, cuando le llegara la hora de entregar su vida para redimir a la humanidad, Nuestro Santo Padre recompensaría su actitud heroica, aunque también tenía muy claro que no actuaba intentando sobornar a nuestro Creador para ser premiado por ello, pues, el amor a Dios y a los hombres, constituían la fuerza que le impulsaba a llevar a cabo fielmente el cumplimiento de la voluntad de Nuestro Santo Padre.
Antes de meditar el Evangelio correspondiente a la Eucaristía que estamos celebrando (MC. 2, 1-12), recordemos algunos textos que hemos meditado durante las últimas semanas, para comprender mejor la forma de pensar y proceder de Nuestro Salvador.
El mensaje predicado por Nuestro Señor, consistía en el hecho de inculcarles a sus oyentes que este mundo en que se mezclan el gozo y el dolor no es nuestra patria definitiva. Vivimos de paso en un mundo destinado a convertirse en el Reino de Dios, y, aunque no sabemos cuánto tiempo falta para que acontezca este portentoso hecho, podemos vivir como si estuviera a punto de suceder, porque, para que seamos habitantes del citado Reino divino, necesitamos ser plenamente purificados de nuestras imperfecciones, y podemos aprender a imitar a Jesús. Esta es la razón por la que San Pablo les escribió a los cristianos de Éfeso: (EF. 5, 1-2).
Jesús empezó a predicar el Evangelio, en estos términos: (MC. 1, 15).
Aunque Jesús podría haberse valido de su poder divino para llevar a cabo su misión, quiso inmiscuirnos en la misma a sus seguidores, con el fin de que la continuáramos, a partir del día en que aconteció su Ascensión al cielo. En los Evangelios se nos relata cómo los Apóstoles, a pesar de sus defectos, se sometieron al cumplimiento de la voluntad de Dios, lo cual se refleja de una forma especial en los Hechos de los Apóstoles. Sigamos el ejemplo que los Apóstoles de Nuestro Señor nos dejaron, a la hora de dejarse purificar y convertirse a Nuestro Salvador.
Andrés, Pedro, Juan y Santiago, fueron llamados por el Hijo de María, para que se convirtieran en pescadores de hombres (MC. 1, 16-20). Aunque todos los cristianos no vivimos exclusivamente para predicar el Evangelio, se nos ha concedido el privilegio de ser ejemplos de fe a imitar en nuestro entorno familiar y social, no sólo por causa de la predicación del Evangelio, pues también podemos ser dignos de ser imitados, a la hora de hacer el bien.
Jesús tenía muy claro el mensaje que debía predicar, y por eso no se arredraba cuando sus adversarios lo acechaban. Esta es la razón por la que san Marcos nos dice en su Evangelio: (MC. 1, 22).
Los escribas -o maestros de la Ley-, se jactaban porque se sabían muchos versículos del Antiguo Testamento, y presumían porque sus discursos no eran de su propia cosecha, sino que se los aprendían de memoria, de boca de sus instructores religiosos.
¿Somos nosotros cristianos conocedores de la Biblia, el Derecho Canónico, las Encíclicas papales y el Catecismo de nuestra Santa Madre la Iglesia, y, a pesar de ello, no somos ejemplos a imitar, porque no ejercitamos la caridad, con nuestros prójimos los hombres?
¿Somos capaces de predicar el Evangelio de tal manera que quienes nos oyen sientan el deseo de hacerse cristianos?
¿Saben quienes nos ven hacer el bien que actuamos movidos por la fe que profesamos, y por amor a Dios y a nuestros prójimos los hombres?
Jesús expulsaba de los hombres a los demonios que impedían que los mismos pudieran alcanzar la plenitud de la felicidad (MC. 1, 23-27, 32-34), porque tales espíritus satánicos son sus enemigos, y curaba a los enfermos, porque, la recuperación de la salud de los tales, es un signo evidente de la plena instauración del Reino de Dios entre nosotros (MC. 1, 29-35, 40-45).
El Domingo VI del Tiempo Ordinario del Ciclo B, al recordar la curación del leproso (MC. 1, 40-45), vimos que Jesús no sólo vino a predicar el Evangelio, a expulsar demonios de los hombres y a sanar a los enfermos, pues su misión también consistía en ocupar el lugar de los más marginados de la sociedad, para, a partir de la nada de la humanidad, hacer de este mundo el Reino de Dios. Cuando el Señor tocó al leproso (MC. 1, 41), Jesús hubo de esconderse (MC. 1, 45), porque, al transgredir la ley que impedía mantener contacto con los leprosos, se excluyó a sí mismo de la sociedad automáticamente. San Marcos nos dice que la gente le buscaba donde se escondía (MC. 1, 45), pero, dado que se le trataba como excluido del mundo de los humanos, es probable que, quienes iban a su encuentro en aquel tiempo, fueran marginados que, como el citado leproso, necesitaran que el Mesías los fortaleciera, para que se les volviera a aceptar en la sociedad nuevamente.
Jesús nos enseñó, al curar al leproso, que todos somos iguales ante Dios, independientemente del estado social al que pertenezcamos.
Durante los próximos Domingos, deberíamos seguir meditando el Evangelio de San Marcos, pero, dado que el próximo Miércoles empezamos a vivir la Cuaresma, no nos será posible seguir esta serie de meditaciones, por lo cuál vamos a meditar brevemente MC. 2, 1-3, 6, pues, si en el capítulo uno de su Evangelio San Marcos nos describió las señales características de la proximidad del Reino de dios a nosotros, en los textos que vamos a considerar, veremos cómo, al no igualarse la doctrina de Nuestro Salvador a la enseñanza de los fariseos, estos se confabularon con los herodianos, -a pesar de que no mantenían buenas relaciones-, para eliminarlo lo antes posible (MC. 3, 6).
1. Jesús, por ser Dios, puede curar a los enfermos, y perdonar nuestros pecados.
Meditación de MC. 2, 1-12.
(MC. 2, 1-2). ¿Se decidieron a creer en el Evangelio todos los curiosos que se amontonaron dentro y fuera de la casa en que Jesús se hospedaba?
¿Somos cristianos practicantes todos los que asistimos a las celebraciones eucarísticas los Domingos y demás días festivos?
Jesús, sabiendo que no todos los que lo escuchaban serían sus seguidores, no dejaba de predicarles, con tal de intentar convertir a algunos de ellos al Evangelio. Quizás nos desanimamos cuando tenemos la oportunidad de predicar el Evangelio en nuestro entorno familiar y social, y evitamos hacerlo, por miedo a que nuestras creencias sean rechazadas. Si nos sucede esto, ello significa que tenemos una fe muy débil.
¿Pensamos que nadie se burló de Jesús durante los años que se prolongó el Ministerio público de Nuestro Salvador?
¿Hemos olvidado cómo se burlaron de Nuestro Salvador los soldados que lo azotaron antes de que fuera crucificado? (MT. 27, 27-30).
(MC. 2, 3). El hecho de que el paralítico estuviera en una camilla, hace suponer que estaba acostumbrado a pasar mucho tiempo solo, pues los palestinos eran muy proclives a marginar a los enfermos, culpándolos de padecer las enfermedades que los caracterizaban, por causa de los supuestos pecados cometidos, ora por ellos, ora por sus antepasados. Recordemos que, por ejemplo, los cojos, tenían prohibido participar en el culto religioso, lo cual era un importante motivo de exclusión social.
Jesús no creía que las enfermedades estaban relacionadas con la comisión de pecados, así pues, recordemos el siguiente extracto del inicio de la curación del ciego de nacimiento, que podemos leer en JN. 9, 1-3.
Los hebreos estaban tan obsesionados con la exigencia que Dios nos hace de que nos dejemos purificar del pecado para merecer estar en su presencia, que, a quienes ejercían el sacerdocio, les exigían que no padeciesen ninguna enfermedad, y, en el caso de que la contrajeran durante su ministerio religioso, podían comer de los productos sacrificados al Señor, pero debían abstenerse de ejercer su oficio, porque, las enfermedades que padecían, los hacían indignos de participar en el culto divino.
(MC. 2, 4). ¿Habéis observado cómo muchas veces cuando alguien quiere hacer algo que se estima prácticamente imposible de lograr, la mayoría de quienes le rodean no cesan de desanimarle?
No sabemos si el paralítico tenía fe en Jesús, pero está claro que sus portadores sí la tenían. Es de suponer que la casa en que estaba el Señor era muy humilde, lo cual indica que era fácil romper el techo, pero, si el dueño exigía que se le reparara perfectamente, no era nada fácil evitar que, cuando lloviera, entrara agua en la vivienda.
A pesar de la dificultad que podría entrañar la reparación de la abertura del techo, los amigos del paralítico, sin estar acostumbrados a portar enfermos probablemente, introdujeron al enfermo en la presencia del Señor, propinándole varios golpes involuntariamente porque la abertura del techo estaría muy ajustada a la anchura de la camilla, y haciendo que el pobre paralítico fuera objeto de vergüenza al ser observado por la multitud, sobre todo, si estaba acostumbrado a vivir aislado.
(MC. 2, 5). Jesús sabía que las enfermedades no tenían por qué estar relacionadas con la comisión de pecados, pero no ignoraba que, el pobre paralítico, si bien estaba acostumbrado a su situación, había sido estigmatizado durante los años que se prolongó su padecimiento, por el hecho de ser marginado por sus hermanos de raza. Antes de curar físicamente al enfermo, Jesús quiso remediar su padecimiento espiritual, porque el mismo sería como el dolor físico, o aún mayor.
Es posible que tanto el paralítico como sus portadores se decepcionaran cuando Jesús le perdonó sus pecados al enfermo, porque la recepción del perdón es de carácter psicológico, y el paralítico tenía necesidad de dejar de ser marginado socialmente, y, si era verdad que Jesús hacía milagros tal como se decía del Señor, creía que necesitaba más la curación física, que saberse perdonado por Dios.
Cuando vivimos una situación difícil, y nos desesperamos porque no podemos resolverla fácilmente, quizás nos impacientamos cuando se nos insta a confiar en Dios, porque no comprendemos que, por causa de la espera que necesitamos vivir, quiere hacernos aprender algo importante para nosotros, que probablemente tardaremos años en descubrir.
Aunque nos cueste comprenderlo, todo lo que nos sucede en la vida, contiene lecciones útiles para nuestro crecimiento personal.
(MC. 2, 6-11). Mientras que Jesús tuvo compasión del enfermo, los escribas, -cuya pretensión era echar por tierra el Ministerio de Nuestro Salvador-, lejos de preocuparse por el paralítico, encontraron una excusa por la que actuar contra el Señor, porque solo Dios se atribuyó el poder de perdonar pecados, ya que a nadie ofende como a El el pecado de los hombres, por causa de su divina perfección.
Jesús, siendo consciente de que no podía demostrar empíricamente que le había perdonado los pecados al paralítico, se vio obligado a curarlo, porque, si le restablecía la salud, para todos los presentes, -exceptuando a los escribas por su terquedad-, sería evidente, que habría perdonado al recién sanado, si el mismo salía de la casa caminando.
Si en el capítulo primero del Evangelio de San Marcos descubrimos las señales características de la cercanía del Reino de Dios a nosotros (MC. 1, 14-45), en el texto que estamos considerando, descubrimos que Jesús puede realizar dichas señales perfectamente, porque es Dios. Esta es la razón por la que el ciego de nacimiento les dijo a los fariseos, cuando los tales lo presionaron para que les confesara que se había puesto de acuerdo con Jesús, para fingir su falsa curación: (JN. 9, 31).
Dios podía concederle el don de curar enfermedades a cualquiera de sus santos siervos, pero, el poder de perdonar pecados, se lo había reservado a Sí mismo. Jesús, -por ser Dios verdadero-, tiene poder para perdonar pecados, pues Él es el Hijo del hombre mencionado en la Profecía de Daniel (DN. 7, 13-14). Dios Padre es representado como un anciano, porque, para los hebreos, la ancianidad, era símbolo de sabiduría. Jesús es el Hijo del hombre, el Señor de los señores, a quien Dios, después de su Ascensión al cielo, lo coronó como Rey de la eternidad. Recordemos el siguiente texto de San Pablo: (FLP. 2, 6-11).
¿Qué hubiera sucedido si Jesús, después de haberse comprometido a curar al paralítico, hubiera fallado? (LV. 24, 15-16). Si Jesús no hubiera podido curar al paralítico después de decir que iba a realizar el citado milagro, los escribas hubieran podido denunciarlo para que fuera apedreado, porque, según su mentalidad, al atribuirse el poder de perdonar pecados, había blasfemado.
(MC. 2, 12). Muchos fueron los testigos presenciales de la curación del paralítico, pero, seguramente, fueron muy pocos, los que se hicieron discípulos de Jesús.
San Marcos nos muestra a un paralítico que no se resignó a vivir en su estado en espera de la muerte. Nosotros no nos hemos convertido a Dios por iniciativa propia, ha sido el Espíritu Santo quien nos ha movido a creer en nuestro Padre y Dios. A pesar de lo dicho, Jesús necesita que le demos gracias por todo lo que nos ha concedido, incluyendo aquellas cosas que son superfluas a nuestro parecer. De igual manera, las personas que nos transmiten la Palabra de Dios, también necesitan de nuestra gratitud, para no perder el ánimo, y así poder seguir comunicándonos las verdades de nuestro Dios Uno y Trino.
Jesús es Dios, y tiene poder para perdonar pecados y curar enfermedades. Los palestinos no concebían imagen alguna de Dios, así pues, ¿cómo podrían aceptar que Jesús es Dios y Hombre? El pensamiento de los escribas que contemplaron aquella escena, me recuerda a los cristianos que, negándose a dar a conocer a Jesús, no cesan de buscarnos defectos a quienes no perdemos la ilusión de que toda la humanidad se convierta al Señor.
El paralítico se levantó de su camilla, y se marchó ante la admiración de quienes presenciaron aquel milagro.
¿Recibimos a Jesús Sacramentado para salir de la Iglesia haciendo el bien a todos los hombres?
¿Tenemos las manos atrofiadas a la hora de concederles dádivas a nuestros familiares?
2. La vocación de San Mateo.
Jesús, acusado de comer con gente de mala reputación.
Meditación de MC. 2, 13-17.
(MC. 2, 13-14). Al igual que los humildes habitantes de la región de Galilea seguían a Jesús, nosotros podemos hacer lo propio, valiéndonos de la Liturgia de la Iglesia, la Biblia, los documentos de la Iglesia, la asiduidad a la hora de orar, y todas las oportunidades que tengamos de hacer el bien. No seamos como quienes seguían al Señor por curiosidad, y no dieron el paso de convertirse al Evangelio.
Aunque el trabajo de la recaudación de impuestos estaba bien remunerado, los recaudadores eran muy mal vistos en Palestina, por causa de su colaboración con los dominadores romanos. Los palestinos estaban acostumbrados a pagar impuestos para la realización de obras en el Templo de Jerusalén, pero odiaban hacer lo propio, pensando que los romanos, además de tenerlos subyugados, se iban a beneficiar de sus bienes.
Es probable que San Mateo siguiera a Jesús porque, aunque ganaba dinero, se sentía abandonado en un mundo cruel, caracterizado por la vivencia de grandes dificultades.
La conversión al Evangelio supone para nosotros un gran cambio de vida.
¿Estamos dispuestos a adaptarnos al cumplimiento de la voluntad de Dios como lo hizo San Mateo, aunque tengamos que renunciar al trabajo que realizamos, y a algunos hábitos?
(MC. 2, 15). El mensaje de Nuestro Señor, y la posibilidad de vivir en familia por ser miembro de la comunidad de creyentes de Jesús, causaron un impacto tan grande en Mateo, que éste tomó la decisión de hacer una fiesta, con el doble propósito de homenajear a Jesús para agradecerle el bien que le hizo, y de invitar a la misma a todos sus conocidos, para darles la oportunidad de conocer al nuevo Profeta de Nazareth.
¿Sentimos el deseo de compartir la fe que profesamos con nuestros familiares y amigos?
¿Qué estamos haciendo para predicar el Evangelio, y/o para que, por medio de la realización de nuestras obras, en el entorno social en que vivimos, se descubra claramente, que actuamos impulsados por la fe cristiana, y el amor que sentimos, para con Dios, y sus hijos los hombres?
Los publicanos de que se habla en el texto que estamos considerando, eran los cobradores de impuestos imperiales. Tales cobradores de impuestos, y otros palestinos que observaban conductas irreprobables por los fariseos, eran los pecadores de quienes obtenemos información, en el texto que estamos considerando.
Los fariseos eran conscientes de que Jesús no solo estaba rodeado de gente maldita según su punto de vista, pues también estaba siendo observado por la gente curiosa del pueblo, que, impacientemente, esperaba a ver en qué acababa el atrevimiento del Señor y de sus amigos, de mezclarse con gente maldita por Dios.
Dado que los maestros de la Ley sabían que si se enfrentaban abiertamente con Jesús, el Maestro refutaría sus argumentos con gran facilidad, tomaron la decisión de intimidar a sus aún inexpertos discípulos desconocedores del Evangelio, a fin de hacer que los tales huyeran avergonzados, para lograr que Jesús sufriera un gran altibajo, en la realización de su obra evangelizadora, al constatar que se quedaba solo.
(MC. 2, 16). Los escribas les preguntaron a los discípulos de Jesús:
¿Cómo es posible que vuestro Maestro se mezcle con la gente más vil y pecadora de nuestro país?
¿Cómo podéis considerar que vuestro Maestro es un enviado de Dios, si osa comer con los pecadores?
Quizás los discípulos de Jesús no sabían cómo deshacer aquel angustioso entuerto, pero los escribas no parecían contar con el hecho de que, el mismo Jesús, defendió a sus amigos, magistralmente.
(MC. 2, 17). Jesús les dijo a sus adversarios que no le necesitan quienes creen que tienen asegurada la salvación porque son hijos predilectos de Dios, sino los que no pierden el tiempo presumiendo de su dignidad personal, porque son lo que Dios quiere que sean, -es decir, son hijos muy humildes del Dios Todopoderoso-.
La segunda máxima que el Señor les dirigió a sus enemigos, debió exasperarlos, y aumentar su deseo de asesinarlo, pues Él no vino al mundo a reunir a quienes se consideran santos por excelencia, sino a quienes, aunque son pecadores, reconocen el mal que han hecho, y se muestran dispuestos a ser purificados y santificados, independientemente de lo doloroso que sea el doble proceso, que culminará con su salvación.
3. La cuestión del ayuno.
No llevemos a cabo prácticas religiosas cuyo sentido ignoramos, y seamos cristianos practicantes, evangelizando y haciendo el bien, a la manera de Jesús, Nuestro Hermano y Señor.
Meditación de MC. 2, 18-22.
Los discípulos de San Juan el Bautista y los seguidores de los escribas, estaban ayunando. Dado que la fe de los fariseos se ejercitaba por la imitación de los escribas, -los cuales actuaban imitando perfectamente a sus antiguos maestros-, resultaba extraño y novedoso, el hecho de que Jesús no obligara a sus seguidores a ayunar, para que imitaran las prácticas, tanto de los discípulos de Juan, como de los seguidores de los fariseos.
Traslademos el relato evangélico a nuestros días. Imaginemos que en un supuesto retiro de Semana Santa que se lleva a cabo en una casa de espiritualidad, en el que participan cien cristianos, la mayoría de los mismos ayuna el Viernes Santo en conformidad con la tradición católica, y uno se niega a seguir dicha práctica, porque piensa que es más productivo el hecho de hacer el bien, que el hecho de ayunar. ¿Podría ser comprendido el citado cristiano por sus hermanos, o los tales le verían como un transgresor de los Mandamientos de la Iglesia?
Jesús, sabiendo que nuestra relación con Dios es equiparada a un banquete de bodas en el Antiguo Testamento, les dijo a sus adversarios que, mientras el novio esté con los invitados, es imposible que los mismos ayunen. ¿Qué significan tales palabras de Nuestro Salvador? Mientras Jesús estuvo con sus amigos, no quiso someterlos al ayuno, porque, a partir de que fuera ascendido al cielo, empezaría el tiempo de las privaciones para sus creyentes. Jesús, -el novio de la parábola que estamos considerando-, se iría al cielo, y, los invitados a la boda de la plena instauración del Reino de Dios en el mundo, tendrían que pasar muchas penalidades, mientras esperaran el retorno de su Salvador, que acontecerá al final de los tiempos.
Jesús les enseñó a sus seguidores una doctrina nueva, que tardaron muchos años en comprender, que no era compatible con las antiguas prácticas hebreas. Las palabras con que finaliza el relato que estamos considerando (MC. 2, 21-22), nos hacen comprender que, entre el Judaísmo y el Cristianismo, hay una diferencia muy grande, lo cual indica que, ambas religiones, no son compatibles entre sí, a modo de ejemplos, porque los judíos practicaban la circuncisión y los cristianos el Bautismo, y porque los judíos no podían comer sangre, y los cristianos paganos, -a pesar de la prohibición conciliar de Jerusalén-, terminaron por ignorar su sumisión a la Ley mosaica, la cual no tenía más sentido, que el de contentar a los judíos, que querían forzar a los paganos, a someterse a sus antiguas y tradicionales prácticas.
¿Qué pensaron los escribas al ver la soltura con que Jesús se defendía en su presencia? Dado que el Señor curó enfermos y expulsó demonios, se arrogó el poder de perdonar pecados, y al mismo tiempo se sentó a la mesa de los pecadores, sus enemigos concluyeron que no actuaba por el poder que había recibido de Dios, sino por el poder que le dio Beelzebub. Aunque no podían demostrar empíricamente quién dotó de poder al Señor para que hiciera milagros, convenía a sus pretensiones, hacer que la gente, creyera que el Mesías actuaba impulsado por el Príncipe de los demonios, a fin de intentar que el público le aislara.
4. Jesús y sus discípulos fueron acusados de transgredir la Ley del descanso sabático.
Meditación de MC. 2, 23-28.
(MC. 2, 23-24). No fue casual el hecho de que los fariseos sorprendieran a los discípulos de Jesús cogiendo espigas en día de Shabbat, -el único día de la semana hebrea que tenía nombre, pues los demás eran nombrados desde el primero hasta el sexto, y se corresponden con los días que transcurren entre el Domingo y el Viernes actuales-, pues, por causa de sus eternas controversias, no dejaban de espiar a Jesús, con tal de encontrar un argumento válido, que los autorizara a asesinarlo.
¿Incumplieron los discípulos de Jesús alguna Ley bíblica al arrancar espigas? (DT. 23, 25). Los discípulos de Jesús no incumplieron ninguna Ley bíblica al arrancar espigas con sus manos para comérselas, pero sí incumplieron la ley de los fariseos, los cuales catalogaron treinta y nueve actividades que podían ser realizadas en días festivos, con el doble propósito de que se le rindiera culto a Dios, y de que los trabajadores se dedicaran a descansar, para utilizar todas sus fuerzas, para seguir trabajando, durante los días laborales.
Jesús les dijo a sus enemigos que sus discípulos no hicieron mal alguno al incumplir la ley de los fariseos, de la misma manera que David tampoco pecó, al comer del pan que sólo estaba destinado a los sacerdotes de Dios, porque tanto sus compañeros como él, tenían necesidad de saciar su hambre. Jesús no quiere que cumplamos la Ley de Moisés al pie de la letra, sino que la interpretemos sabiamente, y nos adaptemos a su cumplimiento de tal manera, que hagamos el mayor bien posible.
(MC. 2, 25-28). Jesús les dijo a sus enemigos que el hombre ha sido creado por Dios para que se beneficie del trabajo y del cumplimiento de los preceptos religiosos, y que los preceptos legales y religiosos deben beneficiar al hombre, y no esclavizarlo.
Las palabras del Señor enfadaron a los fariseos, porque ellos se aprovechaban del pueblo sometiéndolo a la realización de sus intereses, pues ello les resultaba económicamente rentable, tal como sucede con muchos líderes religiosos, los cuales obtienen dinero de sus humildes seguidores.
Jesús terminó su discurso exasperando más a sus enemigos, pues les dijo que Él, -el Hijo del hombre mencionado en DN. 7, 13-14, según recordamos anteriormente, al meditar MC. 2, 1-12-, por ser Dios, es el Señor de las leyes cívicas y religiosas.
5. Jesús curó la mano atrofiada de un hombre en Sábado.
Meditación de MC. 3, 1-6.
Jesús interrogó a sus enemigos antes de curar al hombre de la mano atrofiada, pero los tales se callaron, previendo que, la gente del pueblo, en su interior, deseaba más la curación del enfermo, que la sumisión a sus antiguas leyes, pues no habían catalogado la curación de enfermos, para que la misma fuera realizada en día sabático.
6. Reflexión conclusiva.
En MC. 1, leemos el Bautismo del Señor que sigue a la predicación de San Juan el Bautista (MC. 1, 1-11), y descubrimos las señales evidentes de la proximidad del Reino de Dios a nosotros (MC. 1, 14-45).
En MC. 2, 1-3, 6, descubrimos que Jesús puede llevar a cabo las citadas señales perfectamente, porque es Dios. Una muestra de este hecho, es el poder que tiene de perdonar pecados (MC. 2, 5).
Al ser Dios, además de tener el poder de perdonar pecados, Jesús tiene el poder de humanizar las prácticas religiosas de su pueblo, poniéndolas al servicio del crecimiento espiritual de los creyentes, pues no quería que dichas prácticas esclavizaran a sus hermanos de raza, tal como sucede con los cristianos que celebran los Sacramentos, en parte por rutina, y en parte por miedo a que los quemen en el infierno.
Una vez que Jesús diferenció su pensamiento y forma de actuar de las creencias de los fariseos, estos se confabularon con los herodianos para asesinarlo (MC. 3, 6), viendo que la gente seguía a Nuestro Señor, por los prodigios que hacía, y por la sencillez de su estilo de vida.
Concluyamos esta meditación evangélica, pidiéndole a Dios, -nuestro Padre común-, que nos conceda avanzar en el seguimiento de Cristo, de manera que nunca creamos que nos hemos terminado de convertir a nuestro Padre, para que así podamos adquirir más dones y virtudes, que nos permitan fructificar, para bien de nuestros prójimos y nuestro.
joseportilloperez@gmail.com
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