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Esperemos que el Señor se nos manifieste. (Meditación del Salmo responsorial del Domingo II del Tiempo Ordinario del Ciclo B).

   Meditación.

   2. Esperemos que el Señor se nos manifieste.

   Meditación del Salmo responsorial (SAL. 39/40, 2 y 4ab. 7. 8-9. 10).

   Meditemos el contenido de la primera lectura de la Eucaristía que estamos celebrando, a la luz que nos transmite el Salmo responsorial, mientras recordamos cómo nos convertimos al Señor.

   (SAL. 39/40, 2). El Salmista no se acercó a Dios porque tenía curiosidad por conocer su Palabra, así pues, en su oración, exclamó que esperaba con ansia la manifestación del Señor.

   ¿Ansiamos nosotros vivir en la presencia del Dios Uno y Trino?

   ¿Con qué propósito nos hemos acercado a Dios?

   ¿Nos ayuda la religión a crecer espiritualmente, o nos aprovechamos de la misma para enriquecernos económicamente?

   El Salmista no dice que Dios escuchó sus súplicas desde el cielo cuando sufría, sino que se inclinó a escucharlo. Este hecho me hace recordar un día en que, para consolar a una niña pequeña que se sentía muy triste, me arrodillé, puse mi rostro a la altura de su cara, y jugué con ella. Muchos predicadores se valen de la imagen del Dios justiciero para asustar a sus creyentes para que se acerquen a dios por miedo a ser condenados en el infierno, pero Jesús, viendo cómo antiguos profetas habían fracasado llevando a cabo esa práctica, les contó a sus oyentes parábolas como la del Buen Pastor que deja noventa y nueve de sus ovejas en un lugar seguro y busca a la que se le pierde (LC. 15, 4-7), y la del hijo pródigo, que, aunque malgastó la parte que le tocó de la herencia de su padre, éste lo perdonó, porque le importaba más su descendiente, que el dinero que aquél despilfarró (LC. 15, 11-32).

   (SAL. 39/40, 3). Cuando Dios nos ayuda a vencer las dificultades que caracterizan nuestras vidas, si le agradecemos el bien que nos ha hecho, le dejamos que afiance nuestros pasos. El Señor es para nosotros la única roca salvadora que existe. Si creemos en Él, le dejaremos que nos impulse a cumplir su voluntad que consiste en hacernos plenamente felices, por obra del Espíritu Santo.

   (SAL. 39/40, 4). Dado que le agradecemos a Dios el bien que nos ha hecho, tanto al redimirnos por medio de la Pasión, la muerte y la Resurrección de Jesús, como durante los años que hemos vivido, el Espíritu Santo nos inspira las oraciones que le agradan al Dios Uno y Trino.

   No siempre que predicamos o hacemos una buena obra conseguimos convertir a alguien al Señor, pero hay casos en que, aunque la gente se niega a creer en Dios, no puede ocultar que nuestra religión es buena. Recuerdo un caso que conocí por medio de una señora no creyente, quien me habló de una mujer que, después de ver morir a una hija que le nació cuando tenía en torno a cincuenta años, se hizo cristiana, y en su barrio los vecinos se admiraban, porque se la veía más feliz que nunca. Según la citada señora, en su barrio nadie quería cristianizarse, pero todos se admiraban del profundo cambio que observaron en su vecina.

   Cuando nos convertimos al Evangelio, adoptamos el ideal de imitar a Jesús, quien le habló a Nuestro Santo Padre, por medio del siguiente texto: (SAL. 39/40, 7).

   Dios no quiere que le ofrezcamos sacrificios ni ofrendas que no nos sirvan para aumentar la fe que tenemos en Él. De nada nos sirve dejarnos crucificar el Viernes Santo para sentir el dolor que padeció Nuestro Salvador, si no adoptamos el compromiso de cumplir la voluntad divina.

   Dios no quiere que hagamos de nuestra religiosidad una obra teatral ni que cumplamos sus Mandamientos como si fuéramos ordenadores, -es decir, mecánicamente-, pero sí quiere abrir nuestros oídos, para que escuchemos su Palabra (SAL. 39/40, 8-9).

   ¿Llevamos en nuestros corazones grabados los Mandamientos del Señor?

   ¿Deseamos cumplir la voluntad de Nuestro Santo Padre?

   Si respondemos afirmativamente las preguntas que nos hemos planteado, prestémosle atención al siguiente versículo del Salmo responsorial: (SAL. 39/40, 10).

   Pidámosle al Señor que nos conciencie de la necesidad de predicadores y de almas bienhechoras existente en el mundo, y que el Espíritu Santo nos impulse a cumplir la voluntad de Nuestro Santo Padre.

joseportilloperez@gmail.com

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