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El fin del mundo que aguardamos constituirá para nosotros una gran dicha. (Meditación del Evangelio del Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   3. El fin del mundo que aguardamos constituirá para nosotros una gran dicha.

   Meditación de LC. 21, 5-19.

   El Evangelio que meditamos en esta ocasión está relacionado con la primera lectura, porque en el mismo Jesús imparte una catequesis sobre el fin del mundo, la cual también puede leerse en MC. 13, y en MT. 24. A diferencia de los otros Sinópticos que sitúan el relato escatológico de Jesús en el monte de Getsemaní o de los Olivos, San Lucas nos dice que Nuestro Señor pronunció las palabras que conforman el pequeño Apocalipsis lucano en el atrio del Templo de Jerusalén. Jesús aprovechó la admiración de sus discípulos y otros oyentes suyos con respecto a la construcción del Templo de Jerusalén para pronunciar su discurso.

   El discurso escatológico que San Lucas puso en boca de Jesús en su Evangelio, se divide en tres partes, las cuales son: la destrucción del Templo de Jerusalén, el tiempo de la Iglesia, y el tiempo del regreso o Parusía de Jesús al mundo, con el que finalizará el tiempo de la Iglesia, y el Reino de Dios será totalmente instaurado en la tierra.

   La destrucción de Jerusalén se describe en los siguientes versículos del Evangelio de hoy: LC. 21, 5-6. Dado que el Templo de Jerusalén era el centro del poder religioso y político de los judíos, la destrucción de tal construcción significaba el gran decaimiento moral de los mismos, así pues, sabiendo Tito y Vespasiano que el Templo de la Ciudad Santa era la gran debilidad de los judíos, el año setenta del siglo I, cuando Tito entró en Jerusalén, lo incendiaron sus soldados, con tal de que los judíos, al ver cómo se consumía la casa de Yahveh, carecieran de coraje para defenderse, al sentirse abandonados por el Dios, que ni siquiera defendía su morada.

   Dado que Jerusalén es el lugar en que según los profetas debe llevarse a cabo la salvación de los creyentes, la destrucción del Templo era muy significativa para los judíos, por consiguiente, tengamos en cuenta que, aún en nuestros días, los judíos oran en el muro de las lamentaciones, que es lo único que queda del gran edificio con que Herodes pretendió granjearse la confianza de sus antepasados.

   Veamos unos ejemplos bíblicos de cómo los profetas consideraban que la salvación se llevaría a cabo en la ciudad santa (IS. 4, 1-6. 54, 1-17. 62, 1-12; 65, 17-25).

   A pesar de ser el lugar en que se llevará a cabo la salvación de la humanidad, Jerusalén rechazó a su Salvador. Recordemos cómo Nuestro Señor predijo la destrucción de la Ciudad Santa (LC. 13, 34-35).

   La destrucción del Templo de Jerusalén, significó que el Judaísmo dejó de ser la religión exclusiva de Dios. La casa de adoración de los judíos fue destruida por los romanos porque las autoridades palestinenses rechazaron a Jesús, y el Cristianismo vino a ser la nueva y definitiva religión de Dios. Obviamente, esta explicación que no es demostrable científicamente, se ha sostenido, durante los últimos veinte siglos.

   El día de Pentecostés en que los Apóstoles recibieron el don del Espíritu Santo, comenzó el tiempo de la Iglesia, el cual concluirá con el fin de este mundo, y la plena instauración del Reino de Dios en nuestra tierra. Los hechos relativos a este tiempo son descritos brevemente entre los versículos 7-19 de LC. 21.

   (LC. 21, 7-8). Jesús sabía que durante los tiempos de crisis surgen falsos líderes religiosos que se aprovechan de la credulidad de los pobres incautos para despojar a los mismos de sus posesiones, amparándolos en la esperanza de que vivirán mejor en un mundo posterior. Tales falsos líderes religiosos debieron abundar mucho en Palestina después de que aconteciera la destrucción de Jerusalén. Dado que tanto la predicación de Jesús como la evangelización de los primeros cristianos produjeron un gran impacto en Jerusalén, y muchos creyentes pensaron que la destrucción de la Ciudad Santa era el inicio del fin del mundo, muchos de dichos falsos profetas debieron hacerse pasar por Jesús con gran éxito, engañando incluso a muchos creyentes no versados en el conocimiento de la Palabra de Dios, tal como aún sucede en nuestros días.

   ¿Debemos creer que los problemas que vive la humanidad actualmente son el inicio del fin del mundo?

   ¿ES cierto que en nuestros días la humanidad supera la maldad descrita en el episodio del diluvio universal?

   No nos dejaremos impresionar por los fanáticos que mantienen estas creencias, pues Jesús, nos dice las palabras contenidas en LC. 21, 9.

   Dado que los cristianos tenemos la esperanza de vivir en un mundo que no esté marcado ni por el sufrimiento ni por la muerte, no tendremos miedo mientras esperamos que Nuestro Padre común cumpla la promesa de hacernos vivir eternamente en su Reino de amor y paz.

   Mientras se prolonga el tiempo de la Iglesia, lentamente, surge el mundo nuevo, fruto de la conclusión de la plena instauración del Reino de Dios entre nosotros, que San Lucas nos describe gráficamente por medio de símbolos o imágenes apocalípticas, tal como hacían en su tiempo los autores de obras del citado género.

   No esperemos la llegada del mundo nuevo cruzados de brazos. Tenemos mucho que hacer con respecto a nosotros, a nuestros familiares, nuestro ambiente laboral y social, la Iglesia y la humanidad.

   San Lucas nos recuerda que ni el hecho de ser cristianos nos libra de las dificultades características de nuestra vida, y que debemos alegrarnos cuando nos toque sufrir, porque, en esas ocasiones, veremos cómo Dios está de nuestra parte, y nos ayuda a superar las circunstancias que erróneamente consideramos adversas, aunque lo haga con una lentitud tan grande, que agote nuestra paciencia en algunas ocasiones.

   No debe importarnos la descripción de los símbolos que indican la llegada del fin del mundo, -porque los tales son susceptibles de variadas interpretaciones, tanto como ha de hacerlo nuestra forma de vivir como fieles hijos de Dios. No debemos preocuparnos por nuestra salvación, -porque ello depende de Dios-, tanto como hemos de hacerlo por hacer el bien y vivir como buenos cristianos, porque ello sí que depende de nosotros. Dejemos que Dios sea Dios, y, en vez de querer actuar como dueños del universo, hagamos adecuadamente lo que nos conviene hacer, y Dios nos vivificará eternamente en su Reino.

   Pidámosle a Nuestro Padre común que nos ayude a no perder la fe, y a servirlo más y mejor, mientras concluye la plena instauración de su Reino en nuestra tierra. María Santísima, con su ejemplo de donación total al cumplimiento de la voluntad de Dios, nos servirá de ejemplo en nuestro caminar cotidiano.

joseportilloperez@gmail.com

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