Meditación.
1. (MT. 5, 17. AP. 21, 5). Según el orden profético de las Escrituras, no ha de extrañarnos el hecho de que Nuestro Señor, impulsado por su afán de plenitud renovadora, convirtiera el Pesaj hebreo en la Pascua cristiana.
Los hebreos tenían que sacrificar un cordero sano o sin defectos porque Jesús, el Cordero inmaculado, murió siendo inocente de las causas que se le imputaron, pues Él no cedió bajo las tentaciones a las que le sometió el demonio, según vimos el Domingo I de Cuaresma.
El cordero había de ser inmolado en presencia de todos los miembros de cada familia, porque Jesús fue crucificado para que aprendamos a limar nuestras asperezas.
Los hebreos habían de asar el cordero para recordar que, en el futuro, el Cordero divino sería triturado por el sufrimiento.
Los hebreos habían de comer durante la cena pan sin levadura, símbolo del maná que Dios les enviaría posteriormente cuando habitaran en el desierto, y signo evidente de nuestro maná eucarístico.
Las hierbas amargas le recordarían al pueblo la opresión a la que lo sometieron los egipcios para que nadie desfalleciera durante su larga peregrinación hacia la Tierra prometida.
Los hebreos habían de comer vestidos, calzados, y con lo más imprescindible para partir de inmediato en sus manos, pues aquella celebración había de ser para ellos el signo que les indicaba que al día siguiente marcharían recuperando la libertad que les había sido arrebatada durante 430 años.
El hecho de comer apresuradamente con el bastón en la mano, signo del poder de Dios (recuérdense los portentos que Moisés realizó con su báculo bajo la inspiración divina), concienciaba a los creyentes de que htenían que prepararse para iniciar su peregrinación inmediatamente.
2. (LC. 22, 15-16). Por su parte, San Juan, Apóstol y testigo ocular de aquella celebración, escribió en su Evangelio: (JN. 13, 1). Ambos Hagiógrafos nos hablan de la entrega total de Jesús al cumplimiento de la voluntad de Dios y de la instauración del Reino de Dios entre nosotros. Sabemos que Nuestro Señor agotó sus últimas horas de libertad intentando disimular su dolor para que sus amigos no sufrieran por Él, pero es probable que, mientras que el Señor cenó con sus amigos e intentó instruirles con respecto a varios temas, una cohorte de soldados romanos y doscientos soldados de las autoridades de Palestina se estuvieran enfrentando a muchos de los zelotes que querían convertir al Mesías en el liderador de un ejército que, según ellos, había de expulsar a los romanos de aquel país.
En la Profecía de Jeremías encontramos la predicción de la instauración de la Eucaristía (JER. 31, 31-34). El pacto del que nos habla Jeremías es el siguiente: (MT. 26, 28. CF. 1 COR. 11, 25. LC. 22, 19). Jesús nos dice que celebremos la Eucaristía en su nombre, y que vivamos con la pretensión de ser, junto a Él, el pan partido y compartido que redimirá al mundo.
3. Jesús Eucaristía es nuestro mayor ejemplo de entrega generosa a imitar, así pues, San Lucas escribió en su relato de la última Cena del Señor con sus discípulos: (LC. 22, 21-22).
El autor de los Salmos, con su visión profética, escribió: (SAL. 41, 10. MT. 26, 25. 2 TIM. 2, 13). Los Apóstoles Judas y Pedro traicionaron la amistad de Jesús, el primero canjeándolo por 18,030 euros, y, el otro, negó la evidencia de haberle conocido. Nuestro Señor, antes de ser traicionado, quiso ser ejemplo de servicio para sus seguidores (JN. 13, 6-8).
Muchos de nuestros hermanos, al establecer una lucha exagerada contra sus defectos en el tiempo de Cuaresma, se desesperan porque no logran alcanzar los resultados que se proponen durante un espacio de tiempo a veces muy corto, y por ello, en lugar de redoblar sus esfuerzos y de pedirle a Dios que les ayude a alcanzar sus objetivos a lo largo de su existencia, imitan a Pedro, creen que son pecadores tan malvados que no merecen el perdón del Dios que sólo necesita que confiemos en Él para que empecemos a experimentar su amor y consecuentemente su perdón. El Cristianismo se distingue con respecto a otras religiones en el significado literal de las siguientes palabras de Jesús: (JN. 13, 24; 15, 16). Acordémonos, hermanos, de que nuestra religión no consiste en que hemos de servir a Dios, sino en que hemos de dejarnos servir por Nuestro Salvador (JN. 12, 25). Hace varios años tuve entre mis brazos a una mujer que circunstancialmente estaba sufriendo mucho. Al abrazar a aquella gran amiga mía, me sentí grande porque, a través de mí, Dios la consoló, pero, al mismo tiempo, me sentí pequeño, porque el consuelo que ella recibió era inmenso comparado con mi posibilidad de consolar a aquella alma necesitada de amor. Cuando Jesús habla de que los egoístas perderán su vida por su actitud improcedente según nuestra doctrina católica, no pienso en el infierno, sino en la felicidad que tanto anhelan y pierden al no aprender que dar es tan importante como recibir.
4. En el día en que celebramos el amor fraterno, no hemos de olvidarnos de los religiosos que, independientemente de su dedicación a salvar al mundo con sus obras y oraciones o de si viven dedicados exclusivamente a la oración, han sacrificado su vida para servir a Dios en sus hijos. Manifestémosles a los religiosos nuestro afecto, hagámosles saber que cuentan con nuestro apoyo en todas sus actividades relacionadas con la evangelización de las personas a quienes sirven por amor a Nuestro Padre común.
5. En el Catecismo publicado por la Santa Sede el pasado año 1992, leemos:
"Jesucristo es aquel a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido "Sacerdote, Profeta y Rey". Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas.
Al entrar en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo se participa en la vocación única de este Pueblo: en su vocación sacerdotal: "Cristo el Señor, Pontícife tomado de entre los hombres, ha hecho del nuevo pueblo un reino de sacerdotes para Dios, su Padre. Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo"" (CIC. 783-784).
6. Cuando finalice esta celebración, el Sagrario quedará vacío, y Nuestro Señor, en el monumento que se le ha preparado, esperará a que le acompañemos en su Pasión, hasta que mañana celebremos su Pasión y muerte. Acompañemos a nuestro Señor en sus horas difíciles, socorriendo a quienes necesitan de nuestra ayuda material o espiritual.
joseportilloperez@gmail.com
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