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La grandeza de los hombres radica en que son hijos del Dios que los ama desde la eternidad. (Ejercicio de Lectio Divina del Evangelio del Domingo XI del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Domingo XI del Tiempo Ordinario del Ciclo C.

   La grandeza de los hombres radica en que son hijos del Dios que los ama desde la eternidad.

   Ejercicio de lectio divina de LC. 7, 36-8, 3.

   Lectura introductoria: MT. 11, 28-30.

   1. Oración inicial.

   Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.

   R. Amén.

   De la meditación del pasaje evangélico de la resurrección del hijo de la viuda de Naím que consideramos el Domingo X del Tiempo Ordinario del Ciclo C, deducimos que, si decidimos vivir lejos de Dios, permanecemos muertos, a la vida de la gracia. Tal como Jesús resucitó al joven hijo de la viuda, el Señor quiere resucitarnos a una nueva vida, en conformidad con la superación de nuestras dificultades personales y comunitarias. Al considerar el Evangelio del Domingo XI del Tiempo Ordinario del Ciclo C, recordaremos cómo podemos acercarnos al Señor para nacer a la vida de la santidad, qué conducta queremos evitar para no entorpecer nuestro crecimiento espiritual, y cómo deseamos imitar la conducta de Nuestro Salvador, quien siempre está dispuesto a perdonar las transgresiones en el cumplimiento de la Ley divina, de quienes se arrepienten de sus pecados.

   Al igual que hizo el fariseo que aparece en el Evangelio de hoy, invitemos al Señor a que se siente a nuestra mesa, pero no lo hagamos para amoldarlo al cumplimiento de nuestros deseos, sino para conocer su voluntad, y el designio divino. Aprovechemos estos minutos de oración para pedirle a Jesús que nos dé a conocer lo que espera de nosotros, porque sabe que, si queremos, podemos llevarlo a cabo.

   La pecadora pública que coprotagoniza el Evangelio de hoy, no fue invitada a entrar en casa de Simón el leproso, pero ella se acercó al Señor, lavó sus pies con las lágrimas demostrativas de su arrepentimiento, se los secó con sus cabellos, se los besó, y se los ungió, con un costoso perfume. Admirémonos por causa de la humildad de la citada pecadora pública, y pensemos si imitamos su conducta al acercarnos al Señor pidiéndole que nos haga miembros de su familia, o si, por el contrario, nos acercamos a Jesús imitando a Simón, quien se creía merecedor de la amistad divina, porque sobornaba a Dios, cumpliendo sus prescripciones religiosas.

   Dado que el citado fariseo evitó cumplir ciertas normas protocolarias que caracterizaron el acto penitencial de la mujer pecadora, quizás porque pensaba que el Mesías no era digno de que se esforzara en recibirlo honrosamente, desacreditó a Jesús en su interior, porque el Señor dejó que la pecadora pública se le acercara. Oremos y esforcémonos para no criticar, marginar ni despreciar, a quienes no observan nuestras costumbres.

   Simón no amaba a Jesús, porque no sintió que el Señor le perdonó sus pecados, pero, la pecadora pública, al ser consciente de los errores que cometió, y de la gran deuda que tenía con Nuestro Salvador, le manifestó un gran amor al Mesías, quien le perdonó todos sus pecados.

   Al igual que la pecadora pública, y las mujeres mencionadas en la segunda parte del Evangelio que estamos considerando (LC. 8, 1-3), agradezcámosle al Señor el bien que nos ha hecho, y sirvámoslo en nuestros prójimos los hombres, concediéndole nuestras dádivas espirituales y materiales, en cuanto ello nos sea posible.

   Oremos:

   Espíritu Santo, amor que procedes del Padre y del Hijo, y que con ellos recibes una misma adoración y gloria:

   Ayúdanos a comprender que necesitamos sentirnos amados y protegidos por Dios, y a comprender que, servir a quienes necesitan nuestras dádivas espirituales y materiales, es la única forma que tenemos, de demostrar que te amamos.

   Espíritu Santo, aliento divino que nos das la vida:

   Quema nuestras impurezas con tu fuego, y haznos imitadores de tu divina caridad.

   Espíritu Santo, amor del Dios ante quien somos pequeños:

   Enséñanos a ser humildes, para que podamos vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre.

   Espíritu Santo, amor del dios para quien no hay nada imposible:

   Haz de nuestra tierra un paraíso de luz en que la humanidad pueda encontrar la plenitud de la felicidad, más allá de las razones por las que los hombres sufren. Amén.

   2. Leemos atentamente LC. 7, 36-8, 3, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.

   2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.

   2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.

   3. Meditación de LC. 7, 36-8, 3.

   3-1. ¿En qué sentido quiere Dios que cumplamos las prescripciones religiosas? (LC. 7, 36).

   Según los historiadores, los fariseos son vistos como una escuela de pensamiento judío o como una secta surgida en el siglo II antes de Cristo con el nombre de hasidim, que pasaron a ser conocidos como fariseos, cuando Juan Hircano, fue sumo sacerdote de Judea. Se caracterizaron porque hicieron todo lo posible para no dejarse influenciar por los extranjeros, ya que cumplían la Ley de Moisés literalmente. Si bien en los Evangelios aparecen casos de fariseos cuya manera de proceder indicaba que buscaban más la aprobación de los hombres que la aceptación de Yahveh, no debemos considerar que todos los componentes del citado grupo -o partido- eran malos creyentes.

   El fariseo que aparece en el Evangelio de hoy, le rogó a Jesús que comiera con él, y, aunque tal gesto aparentemente denotaba una gran devoción al Señor, como veremos más adelante, Simón, resultó no ser un fiel seguidor del Hijo de dios y María, ya que el Mesías no siguió exactamente su patrón conductual, y se dejó lavar los pies, por una simple pecadora pública.

   La conducta que observó Simón que nos es descrita en el Evangelio de hoy, nos hace saber que invitó a Jesús, con tal de analizar las creencias del Nuevo Mesías, a quien no consideró como tal, sino como maestro de sus seguidores.

   Dado que Simón era cumplidor de la Ley religiosa de Israel, y por ello tenía la consideración de hombre pío -y por tanto justo, porque la justicia en la Biblia es sinónimo de fe-, se sentía poseedor del derecho de juzgar a Jesús, de quien no consideraba que estaba a su nivel espiritual. Las comidas eran muy importantes para los judíos a los niveles social y comunitario. En el Evangelio que estamos considerando, durante el tiempo que se prolongó una comida, surgió una pecadora pública de quien podemos aprender cómo podemos acercarnos a Dios, el comportamiento que Simón observó nos enseña qué debemos evitar con tal de permanecer en la presencia de Dios, y, la manera en que Jesús le manifestó su amor a la pecadora e intentó instruir a Simón y a sus invitados, nos enseña cuál es nuestro modelo a seguir, tanto a la hora de amar a nuestros prójimos los hombres, como a la hora de transmitirles nuestra fe.

   Jesús se sentó a la mesa de un fariseo que solo lo invitó a comer para analizar su doctrina y observar su conducta. Nuestro Redentor siempre se mezcló con pobres y ricos, sanos y enfermos, y jamás hizo acepción de personas.

   ¿Imitamos la conducta que Jesús observó aceptando a la gente con que se relacionó independientemente de su conducta, clase social o raza, o hacemos acepción de personas?

   3-2. La aparición de la pecadora pública (LC. 7, 37).

   ¿Quién fue la pecadora pública mencionada por San Lucas? El Evangelista no reveló el nombre de la citada mujer, de quien muchos autores piensan que posiblemente fue prostituta, aunque no tenía que llevar a cabo tal trabajo para ser considerada pecadora pública, ya que, si estaba casada, y su marido -o su hijo- era considerado pecador, ella tenía la misma consideración con que era tratado su cónyuge -o su descendiente-, ya que las mujeres no eran juzgadas por sí mismas, sino en atención a la consideración que se les dispensaba a sus padres, maridos o hijos, dependiendo de si estaban solteras o casadas.

   ¿Era la citada pecadora pública María Magdalena, la hermana de Marta y Lázaro de Betania? San Marcos, -al igual que lo hizo San Lucas-, también ocultó el nombre de la citada mujer (MC. 14, 3). San Mateo también ocultó el nombre de la pecadora pública, al referirse en su Evangelio, al pasaje bíblico que estamos considerando (MT. 26, 6-7). Aunque San Juan mencionó a María Magdalena en su episodio análogo al pasaje evangélico lucano que estamos considerando, nos queda la duda de si los cuatro Evangelistas se refirieron al mismo relato de la vida del Señor, o si describieron en sus obras relatos diferentes (JN. 12, 3).

   Quienes apoyan la hipótesis de que María Magdalena fue la pecadora pública que aparece en el Evangelio de hoy, se apoyan en MC. 16, 9 y LC. 8, 2, donde leemos que el Señor le extrajo siete espíritus impuros, a los cuales asocian con pecados muy graves, que algunos llegan a equiparar, con el ejercicio de la prostitución.

   El hecho de desconocer el nombre de la citada pecadora pública, nos estimula a identificarnos con ella, con tal de que imitemos su conducta a la hora de acercarnos al Señor, tal como se indica en el punto 3-3, del presente trabajo.

   3-3. ¿Qué conducta podemos observar a la hora de acercarnos al Señor Nuestro Dios? (LC. 7, 38).

   La pecadora pública se puso detrás de Jesús, pensando que no merecía mirar al Señor a la cara, porque creía que, los actos que llevó a cabo, la hacían indigna, de recibir el perdón divino. A pesar de ello, dado que se sentía necesitada de la aceptación de Jesús, decidió humillarse, con tal de alcanzar el perdón del Mesías, ya que los judíos creían que debían humillarse ante Dios, para poder alcanzar su perdón (SAL. 51, 19).

   La mujer se arrodilló detrás de Jesús, para demostrarle al Señor el sentimiento de indignidad que la embargaba. Tal conducta es imitada en la actualidad por los miembros del Camino Neocatecumenal, cuando reconocen sus pecados públicamente. Dado que el Señor nos eleva a la dignidad de santos cuando reconocemos nuestra pequeñez y su grandeza, el hecho de arrodillarnos ante Él, significa que aceptamos la salvación divina.

   Las lágrimas de la mujer, eran indicativas de los sentimientos que experimentaba. Al ser vista como pecadora pública, era despreciada a nivel social, e incluso es posible que, por carecer del amor de quienes le echaban en cara su situación apenas tenían la oportunidad de marginarla, llegara a adoptar la creencia de que tenía un valor tan ínfimo, que ni siquiera era digna de ser alcanzada, por la compasión divina. Ella tenía la certeza de que Jesús podía llevar a cabo un cambio en su vida que podía hacer que su existencia tuviera sentido.

   La pecadora pública secó los pies de Jesús con sus cabellos, para demostrar con ello, que se humillaba ante Aquel, de quien esperaba recibir el perdón.

   Los besos indican el amor y respeto que la mujer sentía por Jesús.

   La unción de Jesús por parte de la mujer, significa el amor que reciben de Dios quienes lo aceptan y se amoldan al cumplimiento de su voluntad, la abundancia de dones que los tales reciben del Espíritu Santo, y su consagración a Dios.

   3-4. Simón juzgó a Jesús (LC. 7, 39).

   Dado que el fariseo se consideraba creyente ejemplar porque cumplía cabalmente las prescripciones de su religión, dudó sobre la actividad profética de Jesús porque el Señor no observó su conducta, y marginó a la pecadora pública, porque era diferente a él. A diferencia de Simón, aunque Jesús cumplía la Ley religiosa por cuanto también era judío, no juzgaba a sus hermanos de raza teniendo en cuenta su manera de cumplir la Ley de Moisés (la Tradición de los Ancianos), sino la intención con que actuaban, y las posibilidades que tenían de cumplir las prescripciones religiosas, ya que, para el Señor no vasta el hecho de que hagamos el bien, pues no es lo mismo hacer una obra de caridad por amor a quien necesita de nuestras dádivas, que hacerla para presumir de bondad, y, por otra parte, no todos los judíos podían cumplir la Ley religiosa, por diversas causas, entre las que destacaba, la pobreza.

   3-5. Jesús intentó adoctrinar a Simón, y alivió el peso de la mujer (LC. 7, 40-43).

   Los deudores mencionados por Jesús, fueron la pecadora pública, y Simón el fariseo. La primera cometió muchos pecados, y el segundo, aunque no hizo tanto mal como la mujer, cayó en el pecado de la ostentación, dado que solo le importaba tener una buena apariencia, y destacar como creyente ejemplar. Recordemos que no hacemos mal al vestirnos adecuadamente para celebrar el culto divino, pero, si lo hacemos con la intención de destacar y no para adorar a Dios, entonces no actuamos religiosamente.

   Ni la pecadora ni el fariseo podían redimirse por sí mismos, pero Jesús les ofreció la salvación a los dos. La mujer amó mucho a Jesús porque sintió que le fueron perdonados muchos pecados, pero, el fariseo, a pesar de que tenía más facilidades para tener fe en Jesús por su conocimiento de las Escrituras, y su adaptación al cumplimiento de la Ley, prefirió rechazar al Señor, con tal de no cambiar su mentalidad.

   Mis lectores saben que les digo muchas veces que nuestra fe se fundamenta sobre los tres pilares llamados formación, acción y oración. Si paso muchas horas leyendo la Biblia y no oro ni hago el bien, mi fe cristiana es muy dudosa. Tal como los estudiantes deben prepararse desde la infancia para trabajar cuando llegan a la edad adulta, y los deportistas deben someterse a un duro plan de trabajo para ganar las competiciones en que participan, si queremos ser cristianos perfectos, tenemos que conocer al Dios en quien decimos que creemos, debemos poner en práctica sus enseñanzas ejercitando la caridad, y tenemos que orar mucho, porque, tal como nos sería difícil convivir con nuestros familiares sin comunicarnos con ellos, nos es difícil ser cristianos, si no hablamos con Dios.

   3-6. Seamos cristianos, y evitemos juzgar a los demás (LC. 7, 44-46).

   Cuidémonos de que no nos caractericemos por la conducta de Simón. Cuidémonos de no juzgar a nuestros hermanos de fe porque no imitan nuestra conducta, porque el Señor puede considerar, -con razón-, que los tales, son mejores cristianos, que nosotros. Evitemos criticar a quienes celebran la Misa diariamente, y a quienes no rezan, porque gastan su tiempo haciendo obras de caridad, o leyendo la Biblia. Es conveniente que enseñemos a nuestros hermanos a fundamentar su fe sobre la formación, la acción y la oración, pero debemos actuar impulsados por el amor, evitando el hecho de juzgar equívocamente, a nuestros hermanos en la fe.

   3-7. En conformidad con el amor que le demostramos a Dios, sabemos si nos sentimos dichosos, por el hecho de que se nos hayan perdonado, los pecados que hemos cometido (LC. 7, 47-48).

   Aunque no seremos salvos por causa de las obras que hacemos, sino por la fe que tenemos en el Dios Uno y Trino, los hechos de la pecadora pública, demostraron su fe en Jesús, y por ello le fueron perdonados sus pecados. Solo quienes son conscientes de la maldad de las obras inicuas que han llevado a cabo, son capaces de valorar adecuadamente, el perdón que Dios les ofrece.

   Los pecados de la mujer fueron perdonados, porque le mostró mucho amor al Señor, pero, los pecados del fariseo no fueron remitidos, porque, al no amar a Jesús, no confió en Nuestro Salvador, y, consiguientemente, no se dejó redimir por Él.

   3-8. ¿Por qué es tan importante el perdón de los pecados? (LC. 7, 48).

   Dado que los comensales de Simón el fariseo no aceptaban a Jesús como enviado de Dios, no concebían el hecho de que, el Hijo de María, tuviera la facultad, de perdonar pecados, ya que pensaban que, solo Yahveh, podía perdonar las transgresiones en el cumplimiento de la Ley divina, que llevaban a cabo sus creyentes.

   Quienes aceptamos a Jesús como Salvador, quizás, en lugar de cuestionarnos sobre la potestad del Señor de perdonar pecados, podemos interrogarnos, sobre la importancia que tiene, el perdón de los pecados. En la Biblia se describen como pecaminosas todas las conductas que alejan a los hombres de Dios, y se nos dice que, para ser dignos de vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre, nos es necesario amoldarnos al cumplimiento de su voluntad, porque en ello radica nuestra consecución de la felicidad. Si nuestros pecados no hubieran sido perdonados, ello significaría que no tendríamos a Dios por Padre, sino como enemigo.

   3-9. Tu fe te ha salvado (LC. 7, 50).

   Jesús le dijo en cierta ocasión al padre de un endemoniado que le pidió que sanara a su hijo, si podía hacerlo, que todo es posible, para quienes tienen fe (MC. 9, 23).

   Jesús le dijo a la mujer que sus pecados le fueron perdonados por causa de su fe. Imitemos la conducta amorosa del Señor, y, cuando hagamos una obra de caridad, nunca le digamos a quien beneficiemos: "Si no fuera por mí, no habrías conseguido...".

   Jesús le dijo a la mujer que se fuera en paz, cosa que también se nos dice a los católicos, cuando terminamos de celebrar la Eucaristía. Ello significa que podemos volver a realizar nuestras actividades ordinarias, no de cualquier manera, sino tal como deben llevarlas a cabo, los fieles hijos de Dios.

   3-10. Jesús dignificó a las mujeres (LC. 8, 1-3).

   A diferencia de los rabinos de su tiempo, Jesús no marginó a las mujeres, y las instruyó adecuadamente para que sirvieran en su comunidad de creyentes. Al permitir que las mujeres viajaran con Él, el Señor les intentó demostrar a sus seguidores, que, ante Dios, hombres y mujeres, son iguales. Dado que las mujeres mencionadas en el texto lucano que estamos considerando tenían una gran deuda con Jesús, porque el Señor las había ayudado a resolver ciertos problemas, contribuyeron a la realización de la obra del Señor, aportando dinero.

   3-11. El ministerio de los líderes religiosos debe ser mantenido por el común de los fieles del Señor.

   Aunque no todos los cristianos lideramos iglesias, si queremos que quienes lideran nuestras comunidades de fe hagan un trabajo muy fructífero, debemos ofrecerles nuestro apoyo. Oremos y trabajemos para que no nos importe tanto el hecho de destacar, como realizar adecuadamente, las actividades que se nos encomienden.

   3-12. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.

   3-13. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.

   4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 7, 36-8, 3 a nuestra vida.

   Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.

   3-1.

   1. ¿Quiénes eran los fariseos?
   2. ¿Con qué nombre fueron conocidos los fariseos antes de que Juan Hircano fuera Sumo Sacerdote de Judea?
   3. ¿Por qué se caracterizaron los fariseos?
   4. ¿Por qué no debemos pensar que todos los fariseos eran malos creyentes?
   5. ¿Por qué invitó Simón a Jesús a comer, si no aceptó a Nuestro Maestro como Mesías?
   6. ¿Por qué rechazó Simón a Jesús como Mesías?
   7. ¿Creemos en Jesús porque amamos al Señor, o porque intentamos someterlo al cumplimiento de nuestra voluntad?
   8. ¿Por qué se consideraba Simón justo?
   9. ¿Por qué pensaba Simón que tenía derecho a juzgar a Jesús y a la pecadora pública?
   10. ¿Juzgamos a quienes no se adaptan a nuestras creencias y los tratamos como dignos de ser condenados?
   11. ¿Qué podemos aprender del comportamiento de la pecadora, Simón, los comensales de éste y Jesús?
   12. ¿Por qué no hizo Jesús acepción de personas?
   13. ¿Imitamos la conducta que Jesús observó aceptando a la gente con que se relacionó independientemente de su conducta, clase social o raza, o hacemos acepción de personas?

   3-2.

   14. ¿Quién fue la pecadora pública mencionada por San Lucas?
   15. ¿Se prostituyó la pecadora pública?
   16. ¿Por qué eran juzgadas las mujeres en conformidad con la consideración que merecían sus padres, maridos e hijos?
   17. ¿Era la citada pecadora pública María Magdalena, la hermana de Marta y Lázaro de Betania? ¿Por qué?
   18. ¿En qué sentido nos beneficia el hecho de desconocer el nombre de la pecadora pública?

   3-3.

   19. ¿Por qué se humilló la mujer en presencia de Jesús?
   20. Interpreta el texto del SAL. 51, 19 con tus palabras.
   21. ¿Por qué se postró la mujer detrás de Jesús, y qué significa ese hecho?
   22. ¿Qué significaban las lágrimas de la pecadora?
   23. ¿Qué esperaba la mujer de Jesús?
   24. ¿Qué significa el hecho de que la mujer secara los pies de Jesús con sus cabellos?
   25. ¿Por qué besó la pecadora los pies de Jesús repetitivamente?
   26. ¿Qué significa el hecho de que el Señor fue ungido por la mujer?

   3-4.

   27. ¿Por qué juzgó Simón a Jesús, y marginó a la pecadora pública?
   28. ¿Por qué cumplió Jesús la Ley?
   29. ¿En qué hechos se basaba Jesús para juzgar los actos de sus hermanos de raza?
   30. ¿Por qué no es lo mismo hacer una obra de caridad con tal de aparentar que llevarla a cabo por amor de Dios, si el bien que se hace en ambos casos es idéntico?

   3-5.

   31. ¿Quiénes eran los deudores que Jesús mencionó en la parábola con que consoló a la pecadora e intentó adoctrinar a Simón?
   32. ¿Cuáles pudieron ser los pecados de la mujer?
   43. ¿Cuáles eran los pecados de Simón?
   44. ¿Cómo es posible que la pecadora pública, a pesar de que tenía más probabilidades de ignorar la Palabra de Dios que el fariseo, tuviera más fe en Jesús que Simón?
   45. ¿Por qué no aceptó Simón a Jesús como Mesías?
   46. ¿Rechazamos alguna enseñanza divina con tal de no efectuar cambios en nuestra mentalidad?
   47. ¿Sobre qué pilares se edifica nuestra fe cristiana?
   48. ¿Por qué nos son necesarias la formación, la acción y la oración?

   3-6.

   49. ¿Por qué no debemos juzgar a nuestros hermanos en la fe temerariamente?
   50. ¿Sabemos cómo evangelizar a nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo, sin hacer que los tales se sientan forzados a abrazar nuestra fe, para que la acepten voluntariamente, si juzgan que ello es correcto?

   3-7.

   51. Si no seremos salvos en atención a nuestras obras, ¿por qué es conveniente que cumplamos prescripciones religiosas?
   52. ¿Cómo demostró la pecadora pública su fe en Jesús?
   53. ¿Cómo les demostramos a nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo y hermanos en la fe, que somos cristianos?
   54. ¿Cómo podemos valorar adecuadamente el perdón que Dios nos ofrece?
   55. ¿Por qué le fueron perdonados sus pecados a la mujer?
   56. ¿Por qué le fueron retenidos los pecados a Simón el fariseo?

   3-8.

   57. ¿Por qué no estuvieron de acuerdo los comensales de Simón con el hecho de que Jesús le perdonara los pecados a la mujer?
   58. ¿Somos conscientes de la importancia que tiene el perdón de los pecados?
   59. ¿Qué conductas se mencionan en la Biblia como pecaminosas?
   60. ¿Qué podemos hacer para ser dignos de vivir en la presencia de Dios?

   3-9.

   61. ¿En qué sentido es verídico el texto de MC. 9, 23?
   62. ¿Por qué le dijo Jesús a la mujer que le perdonó sus pecados?
   63. ¿Por qué conviene que no alardeemos de santurrones al recordarles constantemente a quienes beneficiamos que han logrado superarse gracias a nuestra falsa bondad?
   64. ¿Por qué se nos dice a los católicos al final de las celebraciones eucarísticas: "Podéis ir en paz"?
   65. ¿Cómo queremos llevar a cabo nuestras actividades ordinarias?

   3-10.

   66. ¿Qué mensaje predicó Jesús durante los años que recorrió Israel?
   67. ¿Quiénes acompañaron a Jesús cuando predicó, según el texto de LC. 8, 1-3?
   68. ¿Cómo dignificó Jesús a las mujeres?
   69. ¿Por qué permitió Jesús que varias mujeres viajaran con los Doce y con Él?
   70. ¿Por qué aportaron dinero las citadas mujeres a la realización de la obra de Jesús?

   3-11.

   71. ¿En qué sentido es válido el trabajo pastoral de quienes no lideran iglesias?
   72. ¿Llevamos a cabo alguna actividad en la viña del Señor?

   5. Lectura relacionada.

   Leamos y meditemos el pasaje de MC. 5, 1-20, pensando en quienes son marginados, no por su maldad, sino por su difícil condición social.

   6. Contemplación.

   Contemplemos a Simón el fariseo, jactándose de su merecimiento de la amistad de Dios, por causa de su complimiento de las prescripciones religiosas. Si el cumplimiento de los deberes religiosos nos hace amar más a Dios y a nuestros prójimos los hombres, nos es útil, pero, si nos conduce a no juzgar a los hombres por amor, sino según su manera de imitar nuestra conducta, nos aleja de Dios.

   El hecho de que la pecadora pública entrara en casa de Simón, sin que ninguno de los criados la forzara a abandonar la casa, nos hace suponer que Simón no era uno de los fariseos más radicales. Contemplemos a la citada mujer arrodillada detrás de Jesús, humillándose, emocionándose por causa del perdón que Jesús le concedió, y adorando al Señor.

   ¿Imitamos la conducta de Simón y sus comensales, o actuamos como la pecadora?

   ¿Actuamos como cristianos exclusivamente en los lugares destinados a las celebraciones cultuales, o también actuamos como hijos de Dios en nuestra vida ordinaria?

   Contemplemos a Simón rechazando a Jesús, porque el Señor no actuaba amoldándose a su patrón de conducta. Quizás existen causas no justificables por las que marginamos a aquellos a quienes como cristianos que somos tenemos la posibilidad de amar, porque son el objeto del amor de Nuestro Salvador, cuya conducta amorosa, debe ser imitada por nosotros.

   Quizás no somos conscientes de la deuda que tenemos con el Señor, e incluso podemos ignorar cuál es nuestro nivel de arrepentimiento.

   ¿Tenemos la intención de amoldarnos al cumplimiento de la voluntad de Dios?

   No juzguemos a aquellos de nuestros hermanos en la fe que llevan a cabo prácticas que no caracterizan nuestras creencias, porque Dios puede considerarlos mejores cristianos que a nosotros.

   En la medida que amamos al Señor, sabemos si se nos han perdonado nuestros pecados, y, cuanto más sintamos el perdón divino, más amaremos a Nuestro Padre celestial.

   ¿Creemos que la grandeza de nuestra fe nos hace dignos receptores de la salvación?

   Contemplemos a Jesús recorriendo ciudades y pueblos, acompañado por hombres y mujeres, que tenían una gran deuda con Él. En nuestro tiempo, muchos cristianos, según nos sentimos aliviados del peso de nuestras dificultades, descubrimos que, estar en la presencia de Jesús, es un gran motivo de dicha.

   7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 7, 36-8, 3.

   Comprometámonos a realizar alguna actividad en nuestras comunidades de fe si no trabajamos en las mismas, o a mejorar la calidad de nuestro trabajo, si ya nos contamos entre los siervos del Señor.

   Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.

   8. Oración personal.

   Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.

   Ejemplo de oración personal:

   Señor Jesús:

   Ayúdame a desear servirte para que mis prójimos sientan la felicidad que me caracteriza por contarme entre tus hermanos, e indícame dónde puedo serte más útil, para que me sienta motivado a servirte, realizando mis mejores esfuerzos.

   9. Oración final.

   Leamos y meditemos el Salmo 32, dándole gracias a Dios, por habernos adoptado como hijos/as.

   José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en

joseportilloperez@gmail.com

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