Domingo IX del Tiempo Ordinario del Ciclo C.
Jesús nos invita a ser humildes y a dejarnos sanar por Él.
Ejercicio de lectio divina de LC. 7, 1-10.
Lectura introductoria: MT. 8, 8.
1. Oración inicial.
Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.
R. Amén.
Jesús entró en la ciudad llamada Cafarnaúm después de terminar una de sus predicaciones. Para el Mesías, entrar en una ciudad -o pueblo-, significaba entrar en una nueva comunidad, en la que se disponía a vivir muchas situaciones, de entre las cuales unas le eran favorables, y otras adversas. Igualmente, cuando servimos al Señor en nuestros prójimos los hombres, nos disponemos a hacer lo que es correcto a sus ojos, a equivocarnos, y a ser aceptados -o rechazados- por quienes beneficiamos. En el terreno de la oración, a veces nos sentimos abrazados por el Señor, y en otras ocasiones sufrimos al recordar circunstancias dolorosas. Nuestro crecimiento espiritual requiere del dolor que necesitemos para valorar quiénes somos y lo que tenemos, y del gozo para que la visión de dicho dolor no nos incapacite para que podamos seguir superándonos a nosotros mismos.
En Cafarnaúm se encontraba gravemente enfermo un siervo muy querido de un centurión. Quienes tienen carencias espirituales y materiales pueden ser muy queridos por los seguidores de Jesús, porque, entre otras razones por las que ello habría de ser así, no hemos de olvidar el hecho de que, por ser cristianos, a estos últimos no se les ha de evitar el hecho de vivir circunstancias dolorosas.
Así como el centurión buscó mediadores para acercarse a Jesús, se espera de los cristianos que la lectura de la biblia y su relación con los religiosos y laicos más instruidos, les ayude a tener una mejor relación consigo mismos, con Dios y sus prójimos los hombres. Cuanto más estable sea dicha relación, menos apoyo necesitarán los seguidores de Jesús, para relacionarse con el Dios Uno y Trino.
Aunque tenemos tendencia a actuar por interés muchas veces, para Jesús todos somos iguales. Él nos trata como hijos de Dios, por lo que no existe un mayor privilegio por el que se nos considere a unos más importantes que a otros en el Reino de Nuestro Padre celestial.
El centurión no le exigió a Jesús que sanara a su siervo diciéndole que merecía ese favor por haber edificado un lugar de culto en la ciudad de Cafarnaúm. Él se mostró humilde ante el Mesías. Los ancianos que se aprovecharon de la generosidad del centurión para tener un lugar de culto lo consideraban inferior a ellos por no ser judío, pero el Señor lo trató como a un verdadero hijo de Dios, no porque se humilló al considerarse indigno de salir al encuentro de Jesús, sino porque reconoció la bondad del Señor, lo cual pudo disponerlo a ser una mejor persona cristiana.
Jesús les dijo a sus hermanos de raza que ni siquiera entre los creyentes de siempre encontró una fe tan grande como la de aquel centurión no creyente a quien los judíos hicieron su prosélito. Esta es una alerta para los creyentes de siempre que, por ejemplo, no quieren que en sus lugares de culto se instauren nuevas maneras de adorar a Dios, porque, escudándose en el hecho de que se consideran dueños de la verdad absoluta, quieren ejercer poder sobre los creyentes más jóvenes que ellos, y especialmente sobre quienes se inician en el camino de la fe predicada por Jesús y sus Apóstoles.
Oremos:
Espíritu Santo, amor que procedes del Padre y del Hijo, y deseas santificar a los seguidores de Jesús:
Así como Jesús entró en Cafarnaúm dispuesto a trabajar para demostrar la existencia del Reino de Dios, contamos contigo para que nuestra vida de discípulos del Mesías, sea demostrativa de que, el citado Reinado, no se reduce a una utopía irrealizable.
Concédenos fe y constancia para actuar como lo haría Jesús si viviera nuestras circunstancias actuales.
Fortalécenos para que no evitemos el hecho de mejorar nuestra vida al entrar en contacto con la luz que nos aporta el conocimiento de la Palabra divina.
Infúndenos el deseo de amar a nuestros prójimos los hombres, especialmente a quienes tienen carencias espirituales y materiales, y a quienes, por causa de dichas carencias, perdieron el ímpetu para superarse ante las circunstancias que erróneamente consideramos adversas, si pensamos que su utilidad radica en hacer de nosotros mejores personas.
Infúndenos tu amor para que no sirvamos a nuestros prójimos los hombres esperando recibir por ello dádivas tanto de Dios como de los hombres. Nuestra recompensa al hacer el bien desinteresadamente, ha de ser la satisfacción de ser seguidores de Jesús, de actuar como lo haría el Mesías si viviera nuestras circunstancias, y, en ocasiones, el hecho de haber conseguido ayudar satisfactoriamente a quienes nos necesiten.
Haznos capaces de tener el valor de no inutilizar a quienes ayudemos a cambio de demostrar nuestra falsa bondad. Hemos de ayudar cuando se nos necesite y podamos ser útiles, pero no a costa de darles a quienes nos necesitan lo que pueden conseguir por sus propios medios, ni de hacer a los tales dependientes de nosotros. No hagamos que otros paguen el precio de que sus cabezas no sirvan para pensar, sus manos no sirvan para trabajar, y sus pies no sirvan para buscar ayuda o a quienes ayudar, para que podamos ocultar ante nuestros conocidos nuestra baja estima personal.
Espíritu Santo, amor que te das sin medida y al mismo tiempo sabes hacerte respetar:
Ayúdanos a ser los cristianos en que pensaste antes de que el mundo fuera creado. Así lo esperamos.
2. Leemos atentamente LC. 7, 1-10, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 7, 1-10.
3-1. Jesús entró en Cafarnaúm (LC. 7, 1).
Jesús era un predicador incansable que, además de predicar bellos y elocuentes discursos, estaba dispuesto a ayudar a quienes lo necesitaran. En el texto evangélico que estamos considerando, constatamos que, después de predicar la Palabra de Dios, el Señor sanó al asistente de un centurión del ejército imperial romano. Ello nos incita a recordar que como cristianos que somos necesitamos formarnos en el conocimiento de la Palabra de Dios, hacer el bien y orar, y examinarnos para averiguar en cuál de los tres campos trabajamos tanto por exceso como por defecto. A modo de ejemplos, en el campo de la formación, podemos caer en el error de pasar la vida leyendo la biblia y otros libros religiosos, y de no hacer el bien. En el campo de la práctica de nuestros conocimientos, podemos abandonar la formación y la oración, como si pudiéramos exterminar todo el sufrimiento de la humanidad. En el campo de la oración, podemos pasarnos la vida orando, evitando formarnos espiritualmente, y beneficiar a quienes necesiten nuestras dádivas espirituales y materiales. En el campo de la acción, podemos caer en el error de desamparar a nuestros familiares, para dedicarnos a satisfacer las carencias de quienes no conocemos.
3-2. El centurión generoso (LC. 7, 2).
El centurión tenía a su cargo a cien soldados. Ello indica que era un hombre poderoso y, como veremos a lo largo del presente trabajo, no por ello dejó de ser humilde. El citado militar no acudió a Jesús queriendo utilizar al Mesías como si se hubiera tratado de un amuleto mágico, sino porque oyó lo que se decía del Hijo de Dios y María, respecto de los discursos que predicaba, y sus prodigios sanadores. Aquí podemos constatar la importancia que tiene la predicación del Evangelio cuando la misma es eficaz, pues no suele serlo cuando los predicadores piensan más en sí mismos que en las necesidades, el dolor y el gozo de los receptores de los mensajes que transmiten tanto con sus predicaciones como con su ejemplo vital. Si quienes anunciamos el Evangelio no nos adaptamos a los receptores de los mensajes que les transmitimos, nos predestinamos a fracasar en nuestros intentos de lograr que los tales lleguen a ser fieles seguidores de Jesús.
El hecho de que el centurión amaba al pueblo judío y construyó un lugar de culto en Cafarnaúm, nos hace pensar que se hizo prosélito de los judíos, cosa que pudo influir en el hecho de que recurriera a Jesús, con tal de evitar el fallecimiento de su asistente. No sabemos si el centurión acudió al Señor apenas enfermó su asistente o si lo hizo después de recurrir a muchos sanadores y de fracasar en el intento de alcanzar lo que deseaba, pero lo importante es que decidió fiarse de Jesús, porque tenía mucho que ganar y nada que perder, si consideramos que la acción del Hijo de dios y María era su última esperanza, para evitar un fallecimiento que parecía inevitable.
3-3. Los ancianos (LC. 7, 3).
¿Por qué el centurión se sirvió de intermediarios para dirigirse a Jesús? Como jefe militar, el centurión estaba acostumbrado a encomendarles misiones a los soldados que estaban a sus órdenes y a sus siervos. Dado que parece ser que se hizo prosélito del Judaísmo, los hermanos de raza de Jesús, aunque lo consideraban creyente, pensaban que era inferior a ellos, pues hasta tenían prohibido entrar en casas de extranjeros. El centurión pudo pensar que, por discriminar a los paganos, Jesús podía tener reparos a la hora de hablar con él directamente. Por otra parte, dado que los ancianos eran considerados intérpretes y maestros de la Ley de Moisés y de Israel, parecían ser los más adecuados, para conseguir que Jesús sanara al asistente del centurión.
3-4. ¿Para qué somos cristianos? (LC. 7, 4-5).
A pesar de que muchos ancianos de Israel tenían relaciones pésimas con Jesús porque no estaban de acuerdo con la manera de pensar del Hijo de dios y María, le suplicaron al Mesías que atendiera la petición del centurión, pero no lo hicieron en atención a dicho jefe militar ni pensando en su asistente moribundo, sino en que el centurión les construyó un lugar de culto, y, con el paso de los años, podían conseguir del mismo otros favores cuyo coste económico y humano podía ser elevado. Para los citados ancianos, era más importante el tener que el ser, porque el tener es pensar en poder, riquezas y prestigio, y el ser es pensar en crecer como personas y comunidades de fe.
Independientemente de que seamos líderes religiosos, si queremos ser cristianos poderosos en nuestras comunidades de fe, podemos caer en la tentación de beneficiar en todos los aspectos posibles a quienes nos ayuden a alcanzar nuestras pretensiones. Como predicadores, podemos denunciar los pecados de quienes no nos ayuden, y ocultar los de aquellos que nos favorezcan en algún sentido, con el fin de evitar quedarnos sin su apoyo.
3-5. La admirable fe del centurión (LC. 7, 6-9).
Mientras que los ancianos pensando en aumentar su poder y prestigio no dudaron en recurrir a Jesús para que sanara al asistente de su benefactor pagano, el centurión, teniendo en cuenta que los judíos se consideraban superiores a los incrédulos extranjeros, le envió a unos amigos suyos a Jesús, para que le dijeran al Señor en su nombre que se consideraba inferior al Mesías, de quien sabía que no necesitaba ir a su casa para sanar a su asistente, porque tenía el poder necesario, para devolverle la salud a la distancia. El centurión sabía que Jesús podía curar a su asistente con sus palabras, y que él, aunque tenía siervos y soldados a sus órdenes, no debía endiosarse, porque era conocedor de sus cualidades y carencias.
Jesús, admirado por causa del mensaje que el centurión le transmitió por medio de sus amigos, les dijo a quienes lo acompañaban que, ni siquiera en el Israel que llevaba siglos relacionándose con Yahveh, encontró una fe tan grande y estable como la de aquél centurión prosélito del Judaísmo, que no tenía tanta certeza de que Dios lo amaba, como debían tenerla quienes, desde hacía muchos siglos, se consideraban propiedad exclusiva de Yahveh.
Los cristianos podemos caer en la tentación de ver en el progreso señales de que nuestras prácticas religiosas peligran seriamente. A modo de ejemplo, muchos católicos han perdido considerablemente la costumbre de orar y leer libros piadosos, pero, en cambio, se están dedicando a ayudar a quienes necesitan sus dones espirituales y materiales. Es tarea de los predicadores establecer el equilibrio justo entre formación, acción y oración, y evitar satanizar a quienes tienen perspectivas diferentes a las suyas. Las iglesias cristianas necesitan respirar la suave brisa del Espíritu Santo que tiene el poder de exterminar el hastío que hace que jóvenes e intelectuales dejen de profesar nuestra fe milenaria, la cual es mantenida en muchas ocasiones por ancianos, discapacitados y otra gente que, por causa de la visión negativa -o pesimista- de sus circunstancias vitales, ha perdido la esperanza de superarse a sí misma, y utiliza la religión como máscara para ocultar su desesperanzada situación vital.
3-6. Jesús curó al asistente del centurión (LC. 7, 10).
La fe del centurión y la curación del asistente del mismo por parte de Jesús, constituyeron una seria advertencia que San Lucas les hizo a los judíos. Mientras que Jesús les predicó a los judíos y llevó a cabo prodigios entre ellos y todo ello no les sirvió a muchos para hacerse cristianos, el centurión, por medio de la profesión de fe que le hizo a Jesús a través de sus amigos, consiguió que su asistente fuera sanado. La fe de quien alcanzó un gran prodigio sin formarse por medio de la lectura de complicados tratados de Teología y del hecho de pasar miles de horas orando, fue más estable y persistente que la fe de quienes se creían poseedores de la verdad y superiores a quienes no observaban sus prácticas religiosas. El privilegio de ser hijos de dios no nos hace superiores a quienes aún no lo son, sino que nos compromete a trabajar para aumentar la familia de Nuestro Padre celestial.
Cumplamos las prescripciones religiosas que hagan de nosotros mejores personas cristianas, y desechemos aquellas que nos hagan sentirnos superiores e inferiores a nuestros hermanos de fe y a quienes aún no lo son. Tenemos una dignidad personal que nadie nos puede quitar, y un Padre celestial que no nos ha dado la orden de marginar a nadie por ninguna razón.
3-7. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.
3-8. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 7, 1-10 a nuestra vida.
Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la consideración que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
1. ¿Por qué era Jesús un predicador incansable y estaba dispuesto a ayudar a quienes lo necesitaran?
2. ¿Por qué necesitamos formarnos espiritualmente, practicar lo que aprendamos y orar?
3. ¿Qué nos sucederá si nos pasamos la vida estudiando y orando, y no ponemos en práctica los conocimientos que adquiramos?
4. ¿Qué nos sucederá si nos negamos a formarnos espiritualmente y a orar, y nos dedicamos exclusivamente a hacer el bien?
5. ¿Qué nos sucederá si vivimos orando, si evitamos aumentar el conocimiento de Dios y su voluntad respecto de nosotros, y nos negamos a hacer el bien?
6. ¿Qué nos sucederá si evitamos favorecer a nuestros familiares para dedicarnos a hacer el bien en beneficio de quienes no conocemos?
3-2.
7. ¿Por qué el centurión no dejó de ser humilde a pesar de que era poderoso?
8. ¿Por qué recurrió el centurión a Jesús?
9. ¿Por qué es importante la predicación eficaz del Evangelio?
10. ¿Por qué carece de eficacia la predicación de quienes piensan más en sus costumbres y gustos que en las carencias, el dolor y el gozo de los receptores de su predicación?
11. ¿De qué maneras podemos ser buenos -o malos- ejemplos de fe?
12. ¿Por qué pensamos que el centurión se hizo prosélito del Judaísmo?
13. ¿Qué es un prosélito?
14. ¿Hacemos los cristianos prosélitos a los no creyentes, o les ayudamos a incorporarse a nuestra familia en la fe?
15. ¿Recurrió el centurión a Jesús como última esperanza de que su asistente recuperara la salud?
3-3.
16. ¿Por qué el centurión se sirvió de intermediarios para dirigirse a Jesús?
17. ¿Por qué consideraban los ancianos que el centurión era inferior a ellos?
18. ¿Por qué parecían los ancianos los más adecuados para conseguir que Jesús sanara al asistente del centurión?
3-4.
19. ¿Por qué le suplicaron los ancianos a Jesús que atendiera la petición del centurión, a pesar de que muchos no tenían los mismos intereses que el Mesías?
20. ¿Somos capaces de negociar con nuestros enemigos a cambio de ser beneficiados de alguna manera?
21. ¿Es para nosotros más importante el tener que el ser? ¿Por qué?
22. ¿Qué es el tener?
23. ¿Qué es el ser?
24. ¿Para qué podemos caer en la tentación de beneficiar a quienes nos ayuden a conseguir lo que deseamos como cristianos?
3-5.
25. ¿Por qué no le habló directamente el centurión a Jesús, y en cambio lo hizo por mediación de sus amigos?
26. ¿Qué mensaje le fue transmitido al Señor por los amigos del centurión?
27. ¿Qué sabía el centurión respecto del poder sanador de Jesús por causa de la fe que tenía en el Señor?
28. ¿Por qué sabía el centurión que no debía endiosarse?
29. ¿Por qué se admiró Jesús por causa de la fe del centurión?
30. ¿En qué se diferenció la fe del centurión de la fe de los ancianos?
31. ¿Vemos los cristianos en los avances característicos del progreso el peligro de que nuestras prácticas religiosas sean modificadas o se extingan? ¿Por qué?
32. ¿Por qué es conveniente que los predicadores establezcan el equilibrio justo entre formación, acción y oración, y no satanicen a quienes no acepten su punto de vista incondicionalmente?
33. ¿En qué sentido es útil el hecho de que seamos religiosos?
34. ¿Por qué es inútil la religión cuando se utiliza como máscara para evitar resolver problemas personales y comunitarios?
3-6.
35. ¿Por qué muchos judíos no lograron creer las palabras y los prodigios que Jesús realizó ante ellos, y muchos paganos hemos aceptado la predicación del Mesías que nos ha llegado por medio de sus predicadores religiosos y laicos?
36. ¿Por qué valoró más Jesús la fe manifestada del centurión, que la fe mecánica de quienes vivían cumpliendo prescripciones religiosas?
37. ¿Por qué es más creíble la fe de quienes se manifiestan como creyentes en todos los ambientes que la fe que no pasa de ser más que un mero asentimiento mental de quienes sólo se manifiestan como creyentes en las celebraciones de culto?
38. ¿Por qué no somos superiores quienes nos consideramos hijos de Dios respecto de quienes aún no lo son?
39. ¿A qué nos compromete el hecho de ser hijos de dios y seguidores de Jesús?
40. ¿Qué prácticas religiosas aceptaremos y rechazaremos? ¿Por qué?
41. ¿Por qué no se nos puede quitar la dignidad personal que tenemos?
5. Lectura relacionada.
Leamos y meditemos el Salmo 6, una oración en que las circunstancias adversas son vistas como enemigos a los que se necesita derrotar. Se hace alusión al final de dicho texto al hecho de no dejar de cumplir la voluntad divina por ninguna circunstancia, a cambio de recibir el favor de Dios.
6. Contemplación.
Jesús fue un predicador infatigable. Visualicémoslo predicando el Evangelio, y caminando al encuentro de quienes lo necesitaran, y veámonos intentando establecer el justo equilibrio entre formación, acción y oración, y ayudar a nuestros familiares y amigos, y otros a quienes desconocemos. No nos olvidemos de solventar nuestras carencias a la hora de establecer el citado equilibrio, pues pensar en nosotros, en lugar de ser una práctica egoísta, es disponernos a ser mejores cristianos en todos los ámbitos.
El mundo está lleno de gente a la que podemos ayudar de la que sabemos que de alguna manera podrá pagarnos el bien que le hagamos, y de personas que jamás podrán pagarnos lo que hagamos por ellas. Jesús hacía el bien por la satisfacción de compartir sus dádivas espirituales y materiales. ¿Para qué hacemos el bien?
El centurión se dirigió a Jesús por medio de los intermediarios que consideró más acreditados para conseguir que el Señor sanara a su asistente. ¿Nos ayudamos de intermediarios que son ejemplos de virtud para que nos ayuden a crecer espiritualmente, o sólo conocemos de los tales su habilidad para predicar?
Los ancianos creían que Jesús podía curar al asistente del centurión si lo veía, pero éste último sabía que el hecho de que el Señor expresara su voluntad era suficiente para que pudiera hacer el prodigio a la distancia. ¿Cómo pensamos que el Mesías puede ayudarnos a alcanzar la plenitud de la felicidad?
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 7, 1-10.
Comprometámonos a ser mediadores entre quienes quieran conocer a Jesús y el Señor. El hecho de resolver las dudas de fe de los tales, nos ayudará a fortalecer nuestra fe, sin que en un principio nos percatemos de ello.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Hermano y Señor Jesús:
Te agradezco el hecho de haberte servido de mi pequeñez para haberme concedido la grandeza de llegar a ser Hijo de Dios.
9. Oración final.
Leamos y meditemos el Salmo 23, agradeciéndole a Nuestro Buen Pastor el amor que nos ha manifestado, y el bien que ha hecho en nuestro beneficio.
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