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Corrijamos nuestros defectos y oremos por nuestros prójimos los hombres. (Ejercicio de Lectio Divina del Evangelio del Domingo VIII del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Domingo VIII del Tiempo Ordinario del Ciclo C.

   Corrijamos nuestros defectos y oremos por nuestros prójimos los hombres.

   Ejercicio de lectio divina de LC. 6, 39-45.

   Lectura introductoria: IS. 29, 13.

   1. Oración inicial.

   Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.

   R. Amén.

   (LC. 6, 39. 41-42). Este es el último Domingo del Tiempo Ordinario del Ciclo C en que meditamos un fragmento del sermón del monte predicado por Jesús, del Evangelista San Lucas. La primera enseñanza que encontramos en el citado texto, consiste en que no nos obstinemos en corregir la conducta de nuestros prójimos, mientras no enmendemos nuestros errores. Obviamente, si esperamos ser perfectos para corregir a nuestros prójimos, nunca podremos servirles de ayuda, pero podemos instarlos a progresar con amor, y no con la prepotencia de quienes se creen superiores a quienes les rodean. Así como quien no conoce la alegría difícilmente podrá hacer felices a quienes le escuchen predicar la Palabra de Dios, necesitamos amoldarnos al cumplimiento de la voluntad divina, a fin de que aquellos a quienes podamos servirles de ejemplo de fe viva con nuestras palabras y obras, abracen la fe que profesamos, sin dudar de la veracidad de la misma.

   (LC. 6, 40). La segunda enseñanza que se desprende del Evangelio que consideramos en esta ocasión, puede conectarse con la enseñanza anterior, así pues, tal como los escribas y fariseos se creían superiores a Jesús, hasta el punto de pretender adaptar al Señor a sus exigencias, nosotros podemos hacer lo mismo, adaptando a Dios, a la consecución de nuestros intereses.

   ¿Cómo es posible que los cristianos, teniendo un solo Dios, y teniendo un mismo libro inspirado por el Espíritu Santo, nos hayamos separado? La respuesta a la pregunta que nos hemos planteado es muy simple. Unos han convertido a Dios en un juez implacable que no perdona el más mínimo incumplimiento de la norma más insignificante, y otros lo han convertido en un bonachón que da toda clase de dádivas, y perdona todos los pecados, aunque no se haga el firme propósito de no seguir cometiéndolos. Al actuar de esta manera, los cristianos hemos logrado hacer que mucha gente no crea en Dios, ya que todos tenemos nuestras propias traducciones de la Biblia, y no concordamos con la mayoría de seguidores de Jesús, a la hora de manifestar, la misma fe.

   Los cristianos no podemos pensar en ser superiores a Jesús, pues el Señor nos dice que, todos los que estén bien formados espiritualmente, serán como su Maestro. Ello significa que los seguidores de Jesús no son inferiores al Señor, ni superiores al Mesías, así pues, tienen la dicha de alcanzar la dignidad de Nuestro Salvador, pero también significa que, quienes no tengan maestros eficientes, no podrán llegar a ser, discípulos del Mesías.

   (LC. 6, 43-45). Así como no se recogen higos de los espinos, ni se vendimian uvas de las zarzas, si no nos formamos adecuadamente para servir a Dios en sus hijos los hombres, no podremos llegar a ser discípulos de Jesús. Si amamos a Dios y a nuestros prójimos los hombres, les daremos lo mejor de nosotros mismos, pero, si no los amamos como Jesús nos ama, en lugar de esforzarnos en ayudarlos a encontrar la felicidad, los defraudaremos.

   Dado que hoy terminamos de meditar el sermón del monte de San Lucas, creo conveniente que repasemos brevemente lo que hemos meditado del mismo, durante los Domingos VI. VII Y VIII, del Tiempo Ordinario, del Ciclo C.

   (LC. 6, 20B). Aunque los pobres sufren a causa de sus carencias, Dios les ha hecho partícipes de su Reino. Los desheredados de nuestras sociedades, tienen el mayor de los tesoros, pues son hijos de Dios, y ganarán muchas riquezas que les ayudarán a crecer espiritualmente, partiendo de sus experiencias vitales.

   (LC. 6, 21). Jesús ha prometido saciar a los hambrientos, y consolar a quienes sufren. Para que ello suceda, no es necesario esperar que el Señor concluya la plena instauración de su Reino de amor y paz entre nosotros, pues el Mesías espera que le ayudemos a llevar a cabo tan excepcional propósito, en conformidad con nuestras posibilidades de hacer el bien, desinteresadamente.

   (LC. 6, 22-23). Sufrir por hacer el mal carece de sentido, pero padecer por el hecho de amar a Dios y a sus hijos los hombres, es una misión digna de hacerles merecer un galardón celestial, a quienes la lleven a cabo. Tal galardón no ha de ser recibido al final de los tiempos, pues puede empezar a gozarse, apenas se empiece a cumplir la voluntad, de Nuestro Padre común.

   (LC. 6, 24-26). Para San Lucas, quienes hacen posible que la mayoría de los habitantes del mundo sean muy pobres, no pueden ser aceptos por Dios. Es por ello que, quienes gozan de todos los beneficios producidos por las riquezas ganadas a costa de hacer sufrir a los menesterosos, no son dignos de alcanzar la Bienaventuranza eterna. Dado que muchos que solo se han preocupado por ganar dinero no son felices, porque no han mantenido relaciones de calidad, y si las han mantenido, las han perdido, o han renunciado a ellas para enriquecerse más, San Lucas afirma que han trocado su hartura de bienes materiales y dinero por hambre de ser reconocidos, y también han trocado la risa de quienes son felices relacionándose con quienes aman, por el llanto de los desamparados. Mantienen la buena fama consecuente de su estado social, pero están solos.

   (LC. 6, 27-30). Si queremos perfeccionarnos para ser seguidores de Jesús, necesitamos amar a nuestros enemigos, beneficiar desinteresadamente a quienes nos odian, bendecir a los que nos maldigan, rogar por los que nos difamen, evitar la violencia verbal y física en cuanto nos sea posible, darles nuestra ropa a quienes nos la pidan, prestar dinero y bienes arriesgándonos a no recuperarlos, y no denunciar a quienes nos despojen de todo lo que tenemos, considerando que Dios es, nuestro bien supremo.

   (LC. 6, 31-36). Los citados mandatos de Jesús van más allá de nuestra lógica, pero tienen su justificación, porque el Mesías quiere que hagamos por nuestros prójimos los hombres, lo que deseamos que los tales hagan por nosotros. Es por ello que el Hijo de Dios y María espera que no amemos exclusivamente a los que nos aman, que no hagamos el bien en favor de los que únicamente nos benefician, y no les prestemos exclusivamente a los que nos devuelven lo que les confiamos, y nos prestan lo que les pidamos, pues, el amor cristiano, debe ir más allá, del alcance del amor humano, aunque, como cada cristiano lo vive a su manera, a veces ocurre que, los carentes de fe, nos dan ejemplo de cómo es el amor de Dios, a quienes nos decimos, seguidores de Jesús.

   (LC. 6, 37-38). San Lucas nos dice que, tal como tratemos a nuestros prójimos, seremos tratados por Dios. Ello no significa que debemos hacer el bien esperando que en el banco del cielo se multipliquen nuestros beneficios con intereses, pues puede hacernos pensar, en los beneficios que nos aporta el hecho de amar, y la posibilidad de ser amados, por nuestros prójimos los hombres.

   Ojalá apareciera en el Evangelio de hoy el texto de LC. 6, 46-49, en que Jesús reprocha la actitud de quienes lo alaban y no cumplen la voluntad de Nuestro Padre celestial, y nos dice que, quienes escuchan sus palabras y las practican, son como una casa bien construida sobre cimientos firmes, que no cede al ímpetu de los temporales.

   Oremos:

   Leamos, meditemos y oremos el Salmo 26, pidiéndole a Dios que nos ayude a ser cristianos practicantes. Pensemos en lo que haremos, para alcanzar tan añorado propósito.

   2. Leemos atentamente LC. 6, 39-45, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.

   2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.

   2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.

   3. Meditación de LC. 6, 39-45.

   3-1. ¿Qué tipo de cristianos somos? (LC. 6, 39-40).

   Teniendo en cuenta lo que hemos aprendido al meditar el sermón del monte de Jesús del Evangelista San Lucas durante los Domingo VI-VIII del Tiempo Ordinario del Ciclo C, ha llegado la hora de ver qué tipo de seguidores de Jesús e hijos de Dios somos.

   ¿Quiénes son los ciegos a que se hace referencia en los Evangelios de los Santos Mateo y Lucas por cuya conducta son tachados como hipócritas? Antes de responder esta pregunta, es necesario recordar que la palabra "hipócrita" para los contemporáneos de Jesús no era sinónimo de un actor griego que representaba a personajes no relacionados consigo mismo, pues describía a una persona incapacitada para amoldarse al cumplimiento de la voluntad divina.

   Cuando San Mateo escribió su Evangelio, había desaparecido el partido de los saduceos al que habían pertenecido los grandes terratenientes y los sacerdotes que tenían el poder religioso-político, y los fariseos mantenían el poder sobre sus hermanos de raza. Dado que estos últimos presionaban a los cristianos judíos para que se les unieran, el citado ex recaudador de impuestos imperial, escribió en su Evangelio muchas razones, por las que, los seguidores de Jesús, no debían seguir a los fariseos, aunque sí debían aceptar aquellas de sus enseñanzas, que procedían del Antiguo Testamento, pero sin imitar su conducta (MT. 23, 3). Dado que existían discrepancias entre los primeros cristianos y los fariseos, San Mateo llamó a los segundos ciegos espirituales, y los consideró incapaces de enseñar la Verdad divina, porque estaban cegados por su afán de ser poderosos, y por la observancia de sus creencias. El citado Apóstol del Señor, también consideró ciegos espirituales, a los dirigentes religiosos que nunca han faltado -ni faltarán jamás-, que se han dedicado a adaptar el Evangelio, a la consecución de sus intereses personales (MT. 7, 15).

   Aunque los fariseos se diferenciaban de los saduceos en que creían en realidades características de la fe tales como los ángeles y la resurrección, se ocupaban más en obtener bienes terrenos, que en lograr dádivas espirituales. Los cristianos podemos actuar como tales enemigos de Jesús. Podemos cumplir multitud de preceptos religiosos para comprar la salvación, creernos superiores a quienes no cumplen tales mandamientos hasta llegar a despreciarlos, e incluso creernos superiores a Dios, hasta llegar a despreciar sus Palabras escritas en la Biblia y cambiarlas por las nuestras, cuando no nos convenga aceptar su mensaje, cuando nos inste, por ejemplo, a socorrer a los pobres, y no deseemos desprendernos del dinero ni de los bienes que tengamos, para lograr tal fin. Aunque los líderes religiosos tienen una gran responsabilidad, porque, antes de instruir a sus oyentes y lectores, tienen el deber de vivir lo que predican, de alguna manera, todos podemos ser los ciegos mencionados en los textos que estamos considerando, si obviamos el cumplimiento de la voluntad de Dios, y adaptamos el mensaje bíblico al cumplimiento de nuestros deseos. Esta es la razón por la que, el texto de LC. 6, 39-40, no solo está dirigido a quienes se creen supercristianos y quieren destacar sobre el común de los creyentes, sino que nos es útil a todos los seguidores de Jesús, porque podemos ser los ciegos mencionados, en el texto sagrado.

   Dado que la clase de cristianos que seamos depende de la formación de nuestros líderes religiosos y de la manera en que los tales viven la fe que profesamos aplicando la Palabra de Dios a sus vidas, necesitamos cerciorarnos de que los tales son aptos, para ayudarnos a conseguir, ser fieles discípulos de Jesús, y, buenos hijos de Dios. Obviamente, no podemos saber si nuestros dirigentes espirituales son ejemplos a seguir apenas los conocemos, y es normal el hecho de que los aceptemos como enviados de Dios sin cuestionarnos si son dignos del oficio que desempeñan en nuestras comunidades cristianas, pero sabemos lo que deben hacer, para llevar a cabo fielmente, su labor de pastores.

   Antes de pretender dirigir a los demás, los líderes religiosos deben tener la formación adecuada para desempeñar sus actividades, la humildad necesaria para no creer que su sapiencia es irreprochable porque han sido designados por Dios para predicar su Palabra, el conocimiento de las posibilidades que tienen para desempeñar su trabajo, las necesidades de los creyentes cuya fe les ha sido encomendada, y la manera de solventar las mismas. Los dirigentes religiosos deben vivir formándose constantemente con el fin de asemejarse a Jesús, y adaptándose a las circunstancias de sus comunidades de fe para instruir a quienes les son encomendados.

   Tal como hemos visto anteriormente, los textos evangélicos que estamos considerando, no solo son aplicables a los líderes religiosos. Todos los cristianos necesitamos cumplir los deberes que tenemos, porque esa es la única forma existente, de que demos testimonio, de la fe que profesamos. A modo de ejemplos, un padre que no  eduque a sus hijos, no logrará que los tales se abran puertas en la vida por medio de sus enseñanzas, y, un maestro que no se esfuerce en transmitirles sus conocimientos a sus alumnos, jamás instruirá a los tales, como se espera que lleve a cabo su trabajo. Recordemos que el cumplimiento de la voluntad de Dios no debe ser visto como una carga para evitar agobiarnos, sino, como una responsabilidad.

   3-2. La corrección fraterna (LC. 6, 41-42).

   ¿Cómo podremos corregir la conducta de nuestros prójimos, sin corregir la nuestra? No tiene sentido el hecho de preocuparnos por lo que dicen y hacen nuestros prójimos, obviando nuestras palabras y obras. Necesitamos amoldarnos al cumplimiento de la voluntad de Dios, para enseñarles a quienes les sirvamos como ejemplo de fe, que ello es posible. Tal enseñanza ha de llevarse a cabo con la convicción de quienes se la aplican a sí mismos.

   Cuidémonos de no acusar a los demás de tener los defectos que nos caracterizan. Tenemos tendencia a ver en los demás defectos que deseamos que corrijan, que nos caracterizan a nosotros, y no tenemos la intención de corregirlos. A modo de ejemplo, recordemos a los padres que fuman, y se enfadan al ver a sus hijos adquiriendo su hábito. Es fácil obligar a corregir hábitos por medio de la violencia, pero no lo es tanto, recurriendo al hecho de dar ejemplo. Jesús, recurriendo al lenguaje hiperbólico, nos dice que no podemos sacarle a nuestro hermano una brizna de paja de su ojo, si antes no nos sacamos del nuestro, la viga que nos impide ver. La exageración es muy perceptible, pero, desgraciadamente, todos estamos cansados de ver, cómo gente con grandes defectos, le hace la vida imposible a gente con defectos insignificantes, y que obliga a sus prójimos a corregir defectos que tiene, que jamás corregirá, porque no le da la gana.

   3-3. Arboles buenos y árboles malos (LC. 6, 43-45).

   Así como cada árbol produce sus frutos, es necesario que los cristianos no intentemos producir frutos que escapan a nuestras posibilidades porque ello nos es imposible, y que pensemos en nuestros defectos y los intentemos corregir, antes de ver los defectos de los demás e intentar corregírselos, queriendo demostrar así nuestra superioridad sobre ellos.

   Pensemos en nuestra manera de pensar, en nuestro modo de hablar, y en nuestros hechos, pues así nos conoceremos. Pensemos también en la bondad que nos caracteriza, y en todos nuestros sentimientos.

   ¿Qué tipo de cristianos somos? Nuestro modo de hablar y las acciones que llevamos a cabo, revelan nuestras creencias, actitudes y motivaciones veraces y falsas. Aunque tratemos de dar buenas impresiones, si mentimos, es muy probable que se nos termine descubriendo. Lo que hay en nuestro corazón, se reflejará en nuestro vocabulario, y en bastantes de nuestros gestos y obras.

   3-4. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.

   3-5. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.

   4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 6, 39-45 a nuestra vida.

   Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la consideración que aparece en el apartado 3 de este trabajo.

   3-1.

   1. ¿Quiénes son los ciegos a que se hace referencia en los Evangelios de los Santos Mateo y Lucas por cuya conducta son tachados como hipócritas?
   2. ¿Qué significaba la palabra "hipócrita" para los contemporáneos de Jesús?
   3. ¿Recuerdas quiénes fueron los saduceos y los fariseos?
   4. ¿Por qué convirtieron los judíos en día de fiesta nacional el día en que conmemoraban el aniversario de la extinción de los saduceos?
   5. ¿Por qué atacó San Mateo en su Evangelio a los fariseos?
   6. ¿Por qué debían los judíos aceptar las enseñanzas de los fariseos procedentes del Antiguo Testamento, y evitar imitar la conducta de los tales?
   7. ¿Significa ello que debemos hacer lo propio con nuestros líderes religiosos, y no denunciar las injusticias que lleven a cabo los tales, porque es necesario tratarlos como enviados de Dios a evangelizarnos?
   8. ¿Por qué llamó San Mateo ciegos a los fariseos?
   9. ¿Qué es un falso profeta?
   10. ¿En qué sentido afecta la ceguera espiritual a los falsos profetas?
   11. ¿En qué se diferenciaban los fariseos de los saduceos?
   12. ¿En qué sentido podemos imitar los cristianos la actitud de los fariseos?
   13. ¿Cómo podemos adaptar la Palabra de Dios a la consecución de nuestros intereses personales?
   14. ¿Qué responsabilidades tienen los líderes religiosos?
   15. ¿Por qué es necesario que los cristianos vivamos inspirados en las creencias que observamos?
   16. ¿En qué sentido podemos ser los cristianos ciegos espirituales?
   17. ¿En qué sentido depende la clase de cristianos que lleguemos a ser de la formación religiosa y la conducta que observen nuestros líderes religiosos?
   18. ¿Por qué necesitan nuestros líderes espirituales cierta formación para dirigir las iglesias que se les encomiendan?
   19. ¿Por qué necesitan los líderes religiosos ser humildes para evitar creer que sus conocimientos religiosos son inmejorables?
   20. ¿Por qué es necesario que la vida de los líderes religiosos sea un proceso formativo constante?
   21. ¿Por qué es necesario que todos los cristianos cumplamos nuestros deberes?
   22. ¿Qué sucederá con la imagen que tiene la Iglesia ante el mundo, si los miembros de la misma no actuamos como seguidores de Jesús?
   23. ¿Por qué necesitamos ver el cumplimiento de la voluntad de Dios como una responsabilidad, y no como una carga?

   3-2.

   24. ¿Cómo podremos corregir la conducta de nuestros prójimos, sin corregir la nuestra?
   25. ¿Por qué no tiene sentido el hecho de preocuparnos por lo que dicen y hacen nuestros prójimos, obviando nuestras palabras y obras?
   26. ¿Por qué necesitamos amoldarnos al cumplimiento de la voluntad de Dios?
   27. ¿ACusamos a los demás de tener los defectos que nos son propios?
   28. ¿Por qué no corregimos aquellos defectos que tenemos que vemos en otras personas?

   3-3.

   29. ¿Por qué no podemos producir frutos superiores a nuestras posibilidades los cristianos?
   30. ¿Por qué necesitamos corregir nuestros defectos, antes de corregir los defectos de otros?
   31. ¿Cómo ha de hacerse la corrección fraterna cristiana?
   32. ¿Por qué nos es necesario evitar corregir a los demás haciéndoles ver nuestra superioridad respecto de ellos?
   33. ¿Nos conocemos?
   34. ¿Qué tipo de cristianos somos?
   35. ¿Qué se deduce de nuestro modo de hablar y de las acciones que llevamos a cabo?
   36. ¿Por qué es probable que se nos termine descubriendo si vivimos guardando apariencias?

   5. Lectura relacionada.

   Leamos 1 COR. 13, considerando especialmente las características del amor (versículos 4-8A), y pensando en el día en que nos encontraremos con Dios, más allá de nuestra natural imperfección. Pensemos también cómo podemos irnos encontrando, tanto con Dios, como con sus hijos los hombres.

   6. Contemplación.

   Contemplemos a Jesús, quien es la luz del mundo (JN. 9, 5), el Camino que nos conduce a la presencia de Nuestro Padre celestial, la Verdad que nos hace libres, y la Vida de dicha que añoramos (JN. 14, 6).

   Contemplémonos con dificultades para superarnos a nosotros mismos, y con la esperanza de que, con la ayuda de Dios, conseguiremos alcanzar la dicha que anhelamos.

   Corrijámonos antes de corregir a nuestros prójimos, produzcamos los frutos que Dios espera de nosotros, y manifestemos el amor y la bondad que llevamos dentro. Cambiemos nosotros antes de pretender que cambie el mundo, y el mundo nos dará oportunidades de experimentar, la verdadera felicidad, la felicidad de quienes saben hacerse amar, y, ser amados.

   7. Hagamos un propósito que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 6, 39-45.

   Comprometámonos a ser luz para nosotros y para nuestros prójimos. Aprovechemos los errores que cometemos para mejorar nuestra forma de proceder, intentando no asociarlos a nuestra valía personal, para evitar ceder a la depresión.

   Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.

   8. Oración personal.

   Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.

   Ejemplo de oración personal:

   Oremos pausadamente el Padrenuestro, meditando cada una de las frases que nos enseñó el Señor Jesús, pues, tal oración, explicita perfectamente, el texto evangélico, que hemos considerado, en el presente trabajo.

   9. Oración final.

   Leamos y meditemos el texto del SAL. 149, 1-5, contemplándonos con la dicha que creemos que tendremos, cuando Dios nos ayude a cumplir, nuestros más anhelados deseos.

   José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en

joseportilloperez@gmail.com

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