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Dios ama a sus Santos. (Meditación de la primera lectura de la solemnidad de Todos los Santos. 1 de noviembre).

   Meditación.

   1. Dios ama a sus Santos.

   Meditación de AP. 7, 2-4. 9-14.

   El libro del Apocalipsis es el último volumen de la Biblia, y fue escrito en el último lustro del siglo I. Dado que en aquellos años los cristianos eran perseguidos por el Imperio Romano, el citado libro fue redactado en clave simbólica, de manera que pudiera ser entendido por sus lectores, y no por los detractores de los mismos.

   ¿Por qué muchos cristianos prefirieron ser maltratados e incluso asesinados en lugar de renegar de Dios? Los seguidores de Jesús pensaban que eran emigrantes que estaban de paso en este mundo, y que se disponían a vivir en el Reino de Dios, cuya plena instauración aguardaban. Bajo esta perspectiva, el mundo era malo para ellos, porque despreciaba a la Divinidad Suprema, y, los perseguía. Esta introducción se hace necesaria para comprender el texto de la primera lectura que estamos considerando, porque aparece a continuación de que fuera abierto el sexto sello, lo cual provocó que se ejecutara un terrible juicio contra el mundo por causa de los pecados de la humanidad, del que fueron librados los creyentes, que estaban simbolizados, tanto por los ciento cuarenta y cuatro mil marcados en la frente, como por la muchedumbre incontable, que aparecen en el texto que estamos considerando (AP. 6, 12-17).

   Los judíos persiguieron a los cristianos acusándolos de ser herejes. En el tiempo en que se escribió el Apocalipsis, los seguidores de Jesús judíos, habían sido expulsados de las sinagogas, lo cual significaba que eran mal vistos por sus hermanos de raza. Las palabras utilizadas en la consagración de las especies eucarísticas ("este es mi Cuerpo" y "esta es mi Sangre", al no ser creídas, se convirtieron en la excusa perfecta para acusar gravemente a los seguidores del Mesías, de practicar el canibalismo, la celebración del ágape (el banquete con que se iniciaban las celebraciones eucarísticas) y la costumbre de darse el beso de la paz, dieron lugar a acusaciones de inmoralidad sexual, y la literatura apocalíptica, por augurar el triunfo de Dios sobre los enemigos de los cristianos, fue el motivo por el que, los seguidores del Señor, fueron acusados de ser sediciosos.

   Dado que los cristianos tenían la esperanza de que Dios triunfaría sobre sus enemigos, antes de concluir la plena instauración de su Reino en el mundo, veían las persecuciones a que eran sometidos como pruebas que vivían para fortalecer su fe, pues, si las superaban, ello los haría dignos de vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre, cuando concluyera la plena instauración de su Reino entre sus fieles. Esta es la causa por la que muchos cristianos morían profesando su fe, adorando a Dios, e incluso perdonando a sus asesinos.

   Cuando fue abierto el citado sexto sello, los habitantes de la tierra desearon ser aplastados por los montes, antes que ser juzgados por Dios y Jesús, representados por el Anciano de días y "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (JN. 1, 29). Cuando parecía que nadie tendría salvación, cuatro ángeles detuvieron la acción que tenían que ejecutar los vientos del norte, el sur, el este y el oeste sobre la tierra, hasta que Dios marcara a los miembros de su pueblo, librándolos así, de sucumbir bajo el efecto del castigo, que sufrirían, quienes rechazaran a Dios.

   ¿Hemos vivido alguna situación de enfermedad, pobreza o desprecio en que creímos perderlo todo, y sentimos que Dios nos socorrió un instante antes de que la más cruel derrota nos afectara para siempre?

   De la misma manera que el sello de un libro identifica al mismo y protege su contenido, Dios sella a sus elegidos identificándolos como su propiedad personal (no como inmuebles, sino como hijos amados), y les garantiza a los tales la salvación eterna. Aunque en esta vida no estamos privados de sufrir, si nos mantenemos unidos a Dios mediante el estudio de su Palabra, la práctica de la oración, y el ejercicio constante de la caridad, no habrá nadie ni nada, que pueda impedirnos, vivir en la presencia, de Nuestro Padre común, cuando concluya la plena instauración de su Reino, entre nosotros.

   (EF. 1, 13-14). Hemos sido sellados con el Espíritu Santo de Dios, así pues, no permitamos que se nos debilite la fe, y vivamos como buenos hijos de Nuestro Santo Padre, para que seamos dignos de vivir en su presencia, cuando nuestra tierra sea su Reino de amor y paz.

   En el Apocalipsis se nos habla de dos marcas, la primera de las cuales es el sello con que se marca a los creyentes en Dios en la frente, y, la segunda, es la marca de la bestia, es decir, la pertenencia a la Roma perseguidora de los cristianos. La primera marca separa a los fieles de Dios de quienes reciben la segunda marca, pues los últimos representan a quienes rechazan a Dios, y, por consiguiente, son seguidores del Demonio (el dragón que aparece en AP. 12), por cuanto persiguieron al pueblo de Dios, y propagaron prácticas contrarias al cumplimiento de la voluntad divina.

   Nos es necesario comprender de qué manera podemos sentirnos protegidos al haber sido sellados con el Espíritu Santo. No estamos protegidos del sufrimiento físico ni de ser heridos psíquicamente, pero tenemos asegurada la salvación de nuestra alma, si no nos separamos de Dios. Independientemente de nuestros defectos y caídas, y de lo que nos acontezca, jamás seremos abandonados por Nuestro Santo Padre.

   Ya que la muchedumbre de que se nos habla en el texto que estamos considerando aparece vestida de blanco -lo cual indica su pureza- y con palmas en sus manos -indicando su martirio y posterior glorificación-, unos intérpretes de la Biblia dicen que se compone de los Mártires de la fe, y otros expositores, afirman que se compone de todos los redimidos por la Pasión, la muerte y la Resurrección de Jesús. En lo que a nosotros respecta, preocupémonos de permanecerle fieles a Dios, en lugar de pensar en qué grupo de fieles estaremos, pues, ya que todos los hijos de Yahveh tienen la misma dignidad de hijos, lo importante no es el grupo de fieles en que estaremos, sino no dejar jamás de profesar la fe que nos caracteriza.

   Hay quienes quieren ser librados de sus pecados, ora haciendo el bien, ora culpando a otros del mal que han hecho, o meditando la Biblia. La multitud que aparece en el texto que estamos considerando, manifiesta que la salvación es de Dios Padre (el Anciano sentado en el trono) y de Jesucristo (el Cordero divino). En la medida que creamos esta realidad proclamada por la citada muchedumbre, seremos limpios de nuestros pecados.

   Dado que las tribus de Israel fueron doce, y los Apóstoles de Jesús también fueron doce, puede suceder que, los veinticuatro ancianos que aparecen en la primera lectura que consideramos en esta ocasión, representen a los fieles a Dios del Judaísmo y el Cristianismo. Tales ancianos pueden representar a la humanidad redimida.

   Los cuatro seres vivientes, representan a los cuatro Evangelistas.

   Hay quienes creen que la tribulación mencionada en la primera lectura de hoy hace referencia a los sufrimientos de los cristianos de todos los tiempos, y quienes piensan que hace referencia a un tiempo específico de intensos padecimientos. Tal símbolo fue interpretado certeramente por los primeros lectores del Apocalipsis, pero, quienes vivimos en tiempos posteriores, no podemos hacer más que conjeturas, sin poder interpretarlo con exactitud científica. Independientemente del significado de dicha tribulación, pensemos que Dios acogerá en su presencia a quienes, aunque sufran mucho, no perderán la fe en Él.

   Los miembros de la multitud no se salvaron por causa de sus sufrimientos, sino porque blanquearon sus túnicas con la Sangre del Cordero. No se puede blanquear la ropa con sangre, pero sí se puede quitar el color de la sangre de las almas pecadoras, para que luzcan el blanco radiante, que simboliza la plenitud de la pureza.

   Todos los días nos alegramos celebrando el hecho de que han existido Santos que han servido a Nuestro Padre común en sus hijos los hombres sin reservas. Hoy no solo nos acordamos de los Santos canonizados por la Iglesia, pues tenemos presentes a todos los cristianos que, a lo largo de los casi dos milenios de existencia de la Iglesia, profesaron su fe admirablemente. Los méritos de tales Santos no fueron reconocidos humanamente porque los mantuvieron en secreto, lo cual nos sirve de ejemplo a seguir, para no luchar para obtener la aprobación de los hombres, sino para servir a Dios en sus hijos, desinteresadamente, sin preocuparnos del premio que vamos a conseguir por ello, porque, Nuestro Santo Padre, no nos desamparará, y recompensa a sus leales siervos.

joseportilloperez@gmail.com

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