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¿Cómo sabemos que el Espíritu Santo está con nosotros? (Meditación para la solemnidad de Pentecostés).

   Meditación.

   ¿Cómo sabemos que el Espíritu Santo está con nosotros?

   Si vivimos en conformidad con el cumplimiento de la voluntad del Dios Uno y Trino, si somos justos, si evitamos el hecho de pecar, y si tenemos la costumbre de orarles a Nuestro Padre celestial y a sus Santos siervos, no podemos tener dudas, con respecto al hecho de que el Espíritu del Señor habita en nosotros.

   Jesús, según recordamos al meditar el Evangelio de la Solemnidad de la Ascensión de Nuestro Salvador, nos ha encomendado una gran misión que no podemos llevar a cabo por nuestro medio, que podremos realizar perfectamente, si nos dejamos conducir por las inspiraciones del Paráclito o Defensor.

   (MC. 16, 14-18). Creer que Jesús ha resucitado de entre los muertos, no fue fácil para los primeros cristianos, porque, como sabemos, las autoridades de Palestina sobornaron a los soldados que vigilaban el sepulcro de Nuestro Redentor, para que se extendiera el pensamiento de que el cadáver del Hijo de Dios y María había sido robado.

   Aunque los primeros que se dejaron evangelizar creyeron que Jesús había vencido la muerte de tal manera que hicieron que su vida girara en torno a tan trascendental realidad y misterio de fe, con el paso de las décadas, las persecuciones de que fueron víctimas los creyentes en Jesús, causaron la pérdida de fe de muchos de los tales. Llegó el día en que, para creer en Jesús, los creyentes necesitaban ver físicamente al Mesías, por lo que tuvieron que aprender que, para lograr lo que deseaban, tenían que ver en sus prójimos la encarnación de Dios. Con el paso de los siglos, hemos buscado a Dios en la contemplación de las imágenes del Señor, y se le han construido grandes y lujosos templos, pero pocos son los que han aprendido a ver el reflejo de la imagen de Dios en sus prójimos los hombres.

   A quienes contemplaron la Ascensión de Jesús al cielo, no les fue fácil creer en el testimonio de quienes vieron al Señor resucitado. ¿Nos sirven los testimonios de fe que conocemos para creer más en Dios?

   ¿Serán condenados quienes no sean bautizados? Cuando los judíos pensaban que para ser amigos de Dios tenían que cumplir cabalmente la Ley de Moisés, San Pablo, les escribió a los romanos: (ROM. 2, 12-13).

   De la misma forma que San Pablo les explicó a los cristianos romanos que los no judíos debían ser evangelizados porque ello obedecía a la voluntad divina, nosotros creemos que muchos bautizados no merecerán ser salvos, mientras que muchos no creyentes, de quienes se supone que si conocieran a Dios se convertirían al Evangelio gustosamente, alcanzarán la salvación de su alma.

   Los cristianos tenemos la misión de evangelizar a la humanidad. Tal misión es un privilegio en el sentido de que nos hace desear ardientemente vincularnos a nuestro Santo Padre, lo cual nos recuerda que debemos sentirnos orgullosos de que Dios nos haya elegido para cumplir su voluntad, pero ello no ha de lograr que nos consideremos superiores a quienes no comparten nuestras creencias, porque, si queremos que cada día seamos más los que adoramos a Nuestro Santo Padre, no podemos predicar henchidos de soberbia, ni menospreciar a quienes no comparten la fe que profesamos.

   ¿Podremos llevar a cabo la misión que Jesús nos ha encomendado? Jesús les dijo a quienes lo vieron ascender al cielo: (MT. 28, 18).

   Jesús ha recibido el poder del Padre en el sentido de que le obedece por humildad, pues no se le somete por causa de su inferioridad con respecto a Nuestro Creador. Si el poder del Señor es pleno, no debemos dudar con respecto a las posibilidades que tenemos de cumplir la misión que nos ha sido encomendada, porque Jesús está en medio de nosotros.

   ¿Cómo podemos resumir el Evangelio que debemos predicarles, tanto a los no creyentes, como a quienes tienen una escasa formación en el conocimiento de la fe que profesamos? (LC. 24, 46-48).

   Debemos anunciar el kerigma, e impartir cursos catequéticos avanzados en el caso de encontrar a quienes quieran conocer profundamente a Dios. No debemos desempeñar nuestra misión como quienes se limitan a hacer exposiciones sin interesarse por la acogida que tienen las mismas, sino como testigos de Jesús Resucitado, como quienes acompañaron al Señor en su vida, Pasión, muerte y Resurrección.

   Cuando los Apóstoles de Jesús querían saber si el Señor iba a devolverle a Israel la gloria del reinado de David, el Mesías, les dijo: (HCH. 1, 7).

   A veces podemos caer en la tentación de querer que Dios cumpla nuestra voluntad, olvidando su designio sobre nosotros, pues todo lo que nos sucede nos acaece por razones que escapan a nuestra humana comprensión, que están relacionadas con la salvación de nuestra alma.

   El Señor nos pide que vivamos unidos, y que hagamos nuestros los motivos de dicha y sufrimiento de quienes comparten la fe que profesamos. Tengamos en cuenta que el Señor se hace presente en el mundo por nuestra mediación, y que no tenemos otro modo de demostrar esta realidad, que haciendo el bien, y viviendo como miembros de la familia del Dios Uno y Trino, con tal de poder ser testigos de Jesús Resucitado (HCH. 1, 8).

   Jesús fue oculto por una nube mientras ascendía al cielo. Como sabemos, en la Biblia, la permanencia de Dios entre sus fieles, es simbolizada por una nube. Jesús se fue al cielo, pero su ida significa que sigue estando presente entre nosotros, en los Sacramentos de la Iglesia, y en quienes cumplen la voluntad de Nuestro Santo Padre.

   (HCH. 1, 9-11). La blancura de las vestiduras de los ángeles que aparecen en el texto de San Lucas que estamos considerando brevemente, significa la pureza con que debemos servir al Señor en sus hijos los hombres.

   No debemos pasar la vida dedicados exclusivamente a orar, porque tenemos una misión evangelizadora y caritativa que llevar a cabo, para demostrar que somos cristianos. Es cierto que si no oramos no creemos en Dios, pero, si rezamos, y no hacemos el bien, confundimos la fe que profesamos, con una serie de prácticas esotéricas, cuyo fin es liberarnos de la presión psicológica que podamos sentir en determinadas circunstancias.

   Los Apóstoles de Jesús, recibieron el Espíritu Santo, en la mañana de Pentecostés (HCH. 2, 1-4).

   El cambio que se operó en los Apóstoles de Jesús cuando recibieron los dones del Espíritu Santo, fue asombroso. Aquellos hombres que tenían miedo por causa de las represalias que las autoridades religiosas de Palestina podían tomar contra ellos por haber sido seguidores de jesús, se convirtieron en predicadores del Evangelio dignos de inmitar, porque el Espíritu Santo estaba con ellos, y tenían la plena seguridad de que Jesús está vivo.

   Nosotros recibimos el poder del Espíritu Santo cuando fuimos bautizados, pero, como apenas cultivamos nuestra fe, y difícilmente estudiamos la Palabra de Dios, no podemos constatar la presencia del Paráclito en nuestra vida. Desgraciadamente, la religiosidad solo es un sentimiento para muchos de nuestros hermanos, porque vivimos en un mundo en que los placeres tienen una gran importancia, por lo que, en ciertas situaciones, no podemos valorar el hecho de adquirir el compromiso de hacer el bien, porque el mismo nos beneficia a largo plazo, y podemos caer en la tentación de buscar placeres cuyo efecto pueda ser vivido a corto plazo.

   Adquiramos el compromiso de meditar la Palabra de Dios, e intentemos ser como los primeros cristianos, quienes no se cuestionaban la Resurrección de Jesús, y se relacionaban entre sí con tanto amor, que no permitían que nadie tuviera carencias espirituales ni materiales, pues esa es la única forma que tenemos de sentir que el Dios Uno y Trino no nos ha desamparado.

joseportilloperez@gmail.com

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