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Aprendamos, celebremos, vivamos y recemos, la fe que profesamos. (Meditación de la primera lectura del Domingo III del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Meditación.

   1. Aprendamos, celebremos, vivamos y recemos, la fe que profesamos.

   Meditación de Neh. 8, 2-4a. 5-6. 8-10.

   Cuando los judíos retornaron de Babilonia a Israel, tuvieron que reconstruir la ciudad santa y el Templo. El Domingo II del tiempo Ordinario, vimos cómo un profeta de la escuela de Isaías, se encargó de reavivar la fe de quienes se desanimaron, por causa de la desolación de su tierra, creyendo que Yahveh los había desamparado, porque esperaban que se cumplieran las promesas del segundo Isaías relativas a la glorificación de Jerusalén cuando regresaran de la cautividad, y la espera de ello se prolongó a lo largo del tiempo, y por eso, el citado profeta, se vio obligado a mantener viva la fe de sus hermanos de raza, bajo la convicción de que su Dios no los había desamparado.

   Si examinamos el texto correspondiente a la primera lectura que estamos considerando, podemos constatar que en el mismo hay una gran semejanza, con nuestra manera de celebrar la Eucaristía, y con el comportamiento que debe caracterizar nuestra vida cristiana.

   La asamblea de los oyentes del sacerdote Esdras y sus colaboradores, estaba compuesta de hombres, mujeres, y niños con uso de razón. El hecho de que los niños tenían uso de razón, nos hace reflexionar sobre la manera que tenemos que acoger la Palabra de Dios. En el texto del libro de Nehemías que estamos meditando, se subraya el hecho de que los antiguos textos de la Ley eran leídos de manera que pudieran ser entendidos por todos los miembros de la asamblea, a pesar de que, muchos de ellos, debían ser ignorantes de la Palabra de Yahveh. Los textos bíblicos fueron instructivos para los lectores inmediatos de los mismos, y deben tener enseñanzas prácticas, para que nos sintamos motivados, a vivir en la presencia, de Nuestro Padre celestial.

   El sacerdote Esdras leyó la Palabra de Dios desde un púlpito, así pues, cuando abrió el libro de la Ley, todo el pueblo se puso de pie, en señal de respeto, tanto a la Ley de Yahveh, como al lector de la misma. Ello nos hace reflexionar sobre la costumbre que tenemos de estar de pie durante la mayor parte de las celebraciones eucarísticas, pues, el hecho de permanecer de pie, indica la disposición a escuchar la Palabra de Dios, y ponerla en práctica. Esdras bendijo al Señor, y los constituyentes de la asamblea dijeron Amén dos veces, disponiéndose a acoger y aplicar, el contenido de la lectura, que iban a escuchar.

   Esdras leyó la Ley de Dios para que le oyeran todos los miembros de la asamblea, y, junto al gobernador Nehemías y los escribas, se la leyó a grupos reducidos de constituyentes de la asamblea, a fin de asegurarse de que la Palabra de Dios era comprendida, respondiendo las dudas que se les plantearan, por parte de sus oyentes. Ello nos recuerda la importancia que tiene la instrucción religiosa llevada a cabo en nuestras iglesias, tanto por sacerdotes, como por laicos.

   Quienes oyeron la proclamación de la Ley, comprendieron el sentido de la misma, porque les fue explicado. Ello me recuerda la importancia que tiene la proclamación de la Palabra de Dios en nuestras iglesias. Los lectores religiosos y laicos, debemos leer los textos bíblicos claramente y sin prisa, no como los percibimos, sino analizándolos antes de leerlos, con el fin de intentar captar el sentido con que los escribieron sus autores. No es conveniente que leamos la Palabra de Dios sin comprenderla, de la misma manera que también es importante que nos situemos a la distancia exacta del micrófono, que, -si nos es posible-, miremos a la gente y no permanezcamos únicamente mirando los textos que leamos, y que no nos retiremos del ambón hasta que, después de decir "Palabra de Dios", los constituyentes de la asamblea respondan, de la manera acostumbrada.

   Los judíos se conmovieron y lloraron cuando se les leyó la Palabra de Yahveh. Ellos tenían muy presente el recuerdo de los setenta años que se prolongó su cautividad, y mantenían la creencia de que ello les había sucedido porque Dios los castigó por causa de su condición pecadora, pero les faltaba la decisión de afrontar sus dificultades pensando que Yahveh estaba con ellos, y, por eso, todo lo que les sucediera, -aunque tuvieran que sufrir más de lo que habían padecido-, tendría un sentido salvífico para ellos. A los judíos se les dijo que no hicieran duelo ni lloraran aquel día, para que comprendieran que, la profesión de su fe, debía constituir un gran motivo de alegría.

   Quizás nosotros también nos hemos emocionado hasta llorar tal como les sucedió a los citados judíos cuando hemos vivido unos intensos ejercicios espirituales, o cuando hemos conocido un testimonio de fe que nos ha tocado el alma. Quizás nos sucede también que nos hacemos muchas preguntas sobre Dios y el sufrimiento a las que no les hayamos una respuesta que satisfaga nuestro deseo de alcanzar más sabiduría de la que tenemos, o a lo mejor tenemos muy claro que sufrimos por causa de nuestra condición pecadora, y, en lugar de percibir a Dios como Padre amoroso, creemos que es un juez tirano, que acecha obsesivamente nuestros pensamientos, palabras y movimientos, para encerrarnos en el infierno.

   ¿Percibe el mundo que nos sentimos felices por ser cristianos?

   A los judíos se les dijo que comieran, bebieran y celebraran su decisión de adaptarse al cumplimiento de la Ley divina, y que también fueran generosos con los pobres. Nosotros celebramos todas las semanas el gozo de creer en Dios, pero, ¿cómo socorremos a quienes tienen carencias espirituales y materiales? Los pobres, los enfermos y los desamparados, no solo necesitan asistencia social, pues también necesitan sentirse amados, de la misma manera que, si no les hacemos parte de nuestra familia, nuestra adhesión al Dios Uno y Trino, no es completa.

joseportilloperez@gmail.com

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