Meditación.
Al saber que Isabel estaba embarazada, María tomó la decisión de ir a servir a la futura madre de San Juan Bautista. A pesar de la grave situación en que se encontraba, la Madre de Jesús, buscó tiempo para atender a Isabel, en sus necesidades.
¿Le dedicamos tiempo, medios y energía, a la realización de la obra de Dios?
Tal como el pequeño Juan se llenó de gozo cuando se percató de que estaba en la presencia del Mesías, hagamos lo propio, porque somos hijos del Dios del amor, que perdona nuestros pecados, y nos consuela cuando somos atribulados.
María es bendita entre todas las mujeres, por su Inmaculada Concepción, su Maternidad divina, su virginidad, y su Asunción al cielo, así pues, oremos para que llegue el día en que también lo sea, por ser considerada como Corredentora, Mediadora de todas las gracias, y Abogada nuestra.
Adoremos a Jesús, el Dios y Hombre verdadero, de quien se dice en el Credo nicenoconstantinopolitano:
"Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo Hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin."
María es feliz porque se cumplió lo que le fue dicho de parte del Señor, y nosotros seremos dichosos, cuando Dios cumpla la promesa de hacernos habitar en su presencia, en un mundo carente de miserias.
Al igual que María enalteció al Señor viviendo como buena creyente, hagamos lo propio, conociendo la Palabra de Dios, aplicándola a nuestra vida cuando hagamos el bien, y dedicándole tiempo a la oración.
Dios no nos ama por nuestros méritos humanos. Hagamos lo que Nuestro Padre común nos pide, porque en ello se cifra la plenitud de la felicidad que añoramos.
La misericordia de Dios alcanza a todos los que lo aman y respetan su voluntad. Sintámonos acogidos, perdonados y amados por el Dios Uno y Trino.
No dejemos de cumplir la voluntad de Dios, pues ese es el camino que podemos recorrer para relacionarnos con Nuestro Padre celestial, y sus hijos los hombres.
Imitemos la conducta de María, al cumplir nuestras obligaciones, y al buscar el tiempo que necesitemos, para colaborar en la realización de la obra de Dios.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com
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