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Meditación del Evangelio del Domingo XXXI del Tiempo Ordinario del Ciclo B.

   Meditación.

   MC. 12, 28b-34.

   No todos los legistas israelitas mantenían la misma opinión con respecto a la importancia relativa a los mandamientos legales. Unos escribas pensaban que todos los mandamientos eran iguales en importancia, y otros clasificaban las prescripciones legales concediéndoles un nivel de importancia, que estaba relacionado, con la dificultad que entrañaba, el cumplimiento de las mismas.

   Los cristianos podemos tener el mismo problema que le es planteado a Jesús en el principio del Evangelio de hoy, pues, -a modo de ejemplo-, mientras que unos consideran que los mandamientos más trascendentales son los relativos al culto, otros consideran que el ejercicio de la caridad supera la importancia del cumplimiento de los preceptos litúrgicos, y ni unos ni otros se dan cuenta de que debemos amar a Dios por Sí mismo, y servirlo en las personas de nuestros prójimos, de tal manera que, nuestro culto no puede ser sincero si no somos caritativos, y nuestra caridad en vez de ser caridad cristiana es solidaridad mundana, si no le tributamos culto a Nuestro Santo Padre.

   "Todos los fieles, de cualquier estado o condición, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, que es una forma de santidad que promueve, aun en la sociedad terrena, un nivel de vida más humano.
   Para alcanzar esa perfección, los fieles, según la diversa medida de los dones recibidos de Cristo, siguiendo sus huellas y amoldándose a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, deberán esforzarse para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así la santidad del pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como brillantemente lo demuestra en la historia de la Iglesia la vida de tantos santos" (Conc. Vat. II. LG. 40).

   Cuando estemos en una situación en que todas las opciones por las que optemos vulneren algún mandamiento divino (a modo de ejemplo, pensemos en el caso de un estudiante que quiere estudiar una carrera que no obedece a la voluntad de sus padres, que no desean que se relacione con gente socialmente marginada), optemos por aquella que nos impulse a amar y servir mejor a Dios, en sus hijos los hombres.

   Jesús le dijo al escriba que lo interrogó que no estaba lejos del Reino de Dios. el citado escriba sabía de la importancia de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y toda la fuerza, pero, quizás para mantener su posición social, amaba a Dios intelectualmente, pero no actuaba según le dijo Jesús lo que era correcto que debía hacer, esto es, amar a Dios sobre todas las cosas, y a sus prójimos como a sí mismo.

   ¿Profesamos nuestra fe amando a Dios sobre todas las cosas y a nuestros prójimos los hombres como a nosotros mismos, o evitamos hacerlo, porque creemos que no se nos va a comprender en nuestro medio social?

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com

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