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La confesión de Pedro y la institución del Papado. (Meditación para el Domingo XXIV del Tiempo Ordinario del Ciclo B).

   Meditación.

   La confesión de Pedro y la institución del Papado (MC. 8, 27-30. MT. 16, 13-20. LC. 9, 18-21).

   Teniendo en cuenta lo que hemos visto con respecto al Mesías, ¿quién creéis que es Jesús de Nazaret?

   Imaginad que estáis orando en la presencia de Nuestro Señor y que Él os pregunta: (MT. 16, 15).

   ¿Qué le diríais a Jesús con el fin de responder esa pregunta tan trascendental para nuestra fe?

   Antes de interrogar a sus oyentes directamente, Jesús les preguntó: (MT. 16, 13).

   Si se nos interrogara a nosotros con respecto a la fe de los cristianos en general, hablaríamos de quienes dicen que creen en Dios pero no se adhieren a la práctica de las virtudes que su fe lleva implícitas, de las catequesis, las reuniones formativas, las celebraciones sacramentales, las actividades que miles de religiosos y laicos llevan a cabo tanto en su entorno como en países a los que viajan para trabajar como misioneros, etcétera, pero si se nos interroga abiertamente con respecto a nuestras creencias religiosas, puede sucedernos que nunca nos hallamos planteado esta cuestión al menos concediéndonos el tiempo que nos es necesario para resolverla adecuadamente, de la misma forma que puede sucedernos que nuestra débil fe coarte la decisión de entregarnos al cumplimiento de la voluntad de Nuestro Padre común, o quizás tenemos clara nuestra pertenencia a Cristo Jesús. Quienes trabajamos para el Señor, cuando nos planteamos esta cuestión detenidamente, recordamos la relación más o menos estrecha que nos ha vinculado a Jesús de Nazaret desde que tomamos la decisión de creer en Dios, y más aún desde que nos pusimos a su servicio.

   Cuando Jesús interrogó abiertamente a sus discípulos con respecto a la fe que le profesaban, se encontró con una desagradable sorpresa, así pues, ellos no se habían planteado lo que el Señor significaba en su existencia, a pesar de que habían caminado durante mucho tiempo junto al Hijo del carpintero. Si contemplamos este hecho de una forma positiva, los predicadores podemos utilizar esta circunstancia para acercar a nuestros oyentes -o lectores- al Mesías.

   Muchas veces se me llena el corazón de alegría cuando alguno de mis lectores me escribe un breve e-mail diciéndome: "He leído lo que has escrito sobre un pasaje evangélico que he leído muchas veces, pero que nunca he comprendido hasta que he leído la meditación que has escrito del mismo".

   También me embarga el orgullo de cumplir bien mi deber cuando leo e-mails semejantes al que os transcribo que recibí de una amiga de Méjico: "Sin darme cuenta he conseguido tener más fe al leer tus meditaciones dominicales. Besos".

   Uno de los pasajes evangélicos referidos a la Pasión de Cristo más famosos es el de la triple negación de San Pedro, así pues, dicho Apóstol era muy impulsivo, de hecho, creía más en sí mismo que en Dios. A pesar de sus impulsos, la confesión del pescador de Betsaida debería escribirse en nuestra alma (MT. 16, 16).

   Cuando el Señor constató que muchos de sus seguidores lo rechazaban después de predicar su sermón eucarístico, interrogó a sus Apóstoles con respecto a si estaban dispuestos a seguirlo, y Pedro le contestó: (JN. 6, 68-69).

   (MT. 16, 17). Antes de iniciar mi actividad evangelizadora en la red tuve la oportunidad de conocer a un hombre muy culto que decidió rechazar nuestra fe después de haber leído varias versiones de la Biblia. Al contrastar este recuerdo con el de los enfermos que se adhieren a la vida por la fuerza de su fe, puedo constatar que Dios es el que nos da la fe, y el que nos hace vivir de este don generoso si nosotros se lo pedimos (JN. 6, 35 y 48).

   (MT. 16, 18-19; 18, 18. JN. 20, 23). Podemos entender el poder de atar y desatar como la libertad que tienen el Papa, los Obispos y los sacerdotes de pastorear la Iglesia perdonándoles y reteniéndoles a sus fieles sus pecados a través del Sacramento de la Penitencia, considerando que sus pronunciamientos proceden de Dios, pues su Espíritu Santo les inspira para que no cometan errores. También podemos entender el citado poder de atar y desatar como la capacidad que todos los creyentes tenemos de actuar bajo la inspiración del Espíritu de Dios, según las siguientes palabras del Apóstol San Pablo: (COL. 3, 17).

   Cuando Jesús hacía las obras de Dios, independientemente de que las mismas consistieran en predicar el Evangelio o en hacer prodigios admirables, Nuestro Señor quería que sus oyentes concibieran el pensamiento de que Él es el Mesías por causa de la inspiración divina que había de moverles a aceptar su mensaje, no por ser inducidos por nadie que le conociera a Él previamente a la realización de las citadas obras, así pues, en el relato de la conversión de la samaritana, los habitantes de Sicar le dijeron a aquella mujer que decidió creer en el Hijo de María: (JN. 4, 42).

   Al recordar dicho pasaje evangélico, no ha de extrañarnos lo que sucedió después de que Nuestro Señor le concediera a Pedro el Primado sobre la futura Iglesia: (MT. 16, 20).

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com

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