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Dios y el hombre. (Meditación para el Domingo XXIV del Tiempo Ordinario del Ciclo B).

   Meditación.

   Dios y el hombre.

   Hubo un tiempo en el que no existía nada. Fue entonces cuando Dios creó el cielo y la tierra. Al hablar del cielo, debemos concebir el mismo como la alusión que hizo Moisés, -autor del texto de la creación del mundo-, al Reino celestial de Dios, en su dimensión espiritual.

   Según Moisés, Dios no creó el universo material ordenadamente, puesto que, la obra divina, estaba en un completo estado de desorden y cubierta de tinieblas. El sagrado autor del Génesis, -el primer libro de la Biblia-, sitúa la creación de Dios, por encima del infierno, un lugar muy polémico, que conocemos con 2 significados. Así pues, la definición más conocida del término infierno, equivale a un lugar de tormento eterno, al que están destinados quienes no creen en Dios, y aquellos que son considerados malos, porque no cumplen la Ley de Nuestro Padre común. La segunda definición de dicha palabra, equivale al Hades, el lugar al que estaban destinados los difuntos justos, hasta el día en que Jesús les abrió la puerta del cielo, siendo Él el primero en resucitar, de entre los que, hasta entonces, habían muerto. No obstante, en consideración al amor manifestado por Dios en las Sagradas Escrituras, en esta meditación, reflejaré más la segunda acepción de la palabra infierno, que el primer significado que se le atribuye a dicho término, anteriormente citada.

   En medio de la confusión reinante en la creación del todopoderoso, el Espíritu Santo, en forma de viento, aleteaba por encima de las aguas de la lluvia. En estos términos, Moisés, hace alusión a los muchos sufrimientos que caracterizan la vida del hombre, simbolizados por dichas aguas, y al consuelo que el hombre recibe, al dejarse conducir por los amorosos impulsos del Paráclito.

   Viendo Dios el caos y las tinieblas que dominaban su obra, exclamó: -Que exista la luz.

   En aquél mismo instante en el que se pronunció Dios, empezó a existir la luz. De esta forma, Moisés quiso simbolizar el cambio de vida, que el hombre experimenta, al creer y vivir, en conformidad con el cumplimiento de la Ley del todopoderoso.

   Cuando el Señor Dios creó la luz, cayó en la cuenta de que su última obra era buena, por lo cuál, no quiso mezclarla con la oscuridad tenebrosa, así pues, Dios llamó día a las horas en las cuales la luz ilumina la tierra, y, llamó noche, a las horas en las cuales percibimos la Oscuridad. De esta manera, transcurrió el primero de los 7 días en que Dios creó el mundo. Téngase en cuenta, pues, que los 7 días citados por el autor del texto que estamos meditando, no eran periodos de tiempo de veinticuatro horas, sino años incontables.

   En el segundo día de su creación, Dios se pronunció en estos términos: -Que exista el firmamento, para que separe las aguas de la tierra, de las aguas del cielo.

   Así pues, creó Dios el cielo, que separaba las aguas que inundaban el planeta, de las aguas que habían de llover sobre la faz de la tierra. Cuando Dios hubo hecho esto, llamó al firmamento cielo, y concluyó un nuevo y considerable periodo geológico de su obra creadora.

   En el tercer día de su incesante labor, Dios dijo estas palabras: -Que se junten las aguas que están por debajo del firmamento, para que una parte de la tierra quede seca.

   Cuando la orden del Creador fue ejecutada por la acción del Espíritu Santo, llamó Dios tierra a la parte del planeta que estaba seca, y llamó mares, a aquellas partes de la tierra que estaban cubiertas de agua. Entonces, dijo el Señor: -Que la tierra produzca vegetación. De esta forma, creó Dios la hierba y los árboles.

   Cuando Dios hubo acabado de crear la vida vegetal, no pudo menos que admitir que era bueno lo que había hecho, así pues, concluyó un día más.

   En el cuarto día de la creación, creó Dios el sol, la luna y las estrellas, y colocó cada cuerpo celeste en el firmamento, para alumbrar la tierra, para dominar en el día y las tinieblas nocturnas, y, para apartar, definitivamente, la luz de la oscuridad. Después de concluir esta nueva obra, vio Dios que era bueno todo cuanto había hecho.

   El día siguiente, creó Dios cuantos animales existen en el mar y surcan el firmamento, y, una vez más, comprobó el Altísimo que su creación era buena, en señal de lo cuál, bendijo a dichos animales, en los términos que siguen: -Procreaos y multiplicaos, de forma que siempre existan animales que pueblen el mar, y aves que vivan en la tierra, y surquen mi cielo.

   He aquí, pues, que concluyó el quinto día de la creación de Dios.

   Al día siguiente, crió Dios a todos los animales que viven sobre la tierra, y comprobó el Señor que había hecho bien, pero, ¿había completado el todopoderoso su obra creadora? Indudablemente, Dios deseaba crear a un ser que fuese más perfecto que todo aquello que había creado anteriormente. Por consiguiente, considerando lo aquí expuesto, el Creador dijo: -Hagamos al ser humano en conformidad con nuestra imagen y semejanza, para que domine a los peces del mar, a las aves celestes, a las bestias, y a las alimañas terrestres, y a los animales que serpean sobre la faz de la tierra.

   Dios dijo: -Hagamos al ser humano.

   ¿Quién estaba con Dios en el tiempo de la creación? Dios estaba con Jesucristo, su Hijo, y con el Espíritu Santo, pues, las tres Personas citadas, son una sola Deidad.

   Dios le dijo al hombre que dominara la creación, para hacerle saber que estaba hecho a la imagen corporal de Jesucristo, y a la semejanza espiritual de Nuestro Padre común.

   Con la creación del hombre, Moisés dio por zanjada la cuestión de la creación del mundo, dado que consideraba que su relato podía ser fácilmente inteligible para los hebreos, a quienes estaba destinado el texto místico que estamos meditando, el cuál forma parte del primer volumen de la Biblia judeocristiana.

   Dios bendijo el séptimo día de la creación, y lo proclamó día santo, porque en él dio por concluida la creación del mundo, así pues, en razón de lo anteriormente expuesto en esta meditación, sabemos que Dios quiso que los hombres trabajaran durante 6 días a la semana, y descansaran el séptimo día, para que se dedicaran a rendirle culto al Altísimo, y para que pudieran estar, con quienes amaban, y con quienes les necesitaban, por consiguiente, desde que Dios creó al hombre, no cesa de decirnos: -Además de darme culto con vuestras palabras y oraciones, adoradme también con vuestras buenas obras.

   El primer hombre que conoció el nombre de Dios, fue Moisés, el autor de los 5 primeros libros de que se compone la Biblia. Ni siquiera los 3 grandes Patriarcas del primitivo pueblo de Dios, supieron que el nombre de nuestro Criador, -Yahveh-, significa, literalmente, Yo Soy, en alusión al amor y al poder que caracterizan al Dios Altísimo.

   Tanto los que creemos en nuestro Padre común como los que no aceptan la existencia del todopoderoso, alguna vez, nos hemos hecho esta inquietante pregunta: ¿Quién -o qué- es Dios?

   Dios Padre es un ser espiritual, la primera Persona de la Santísima Trinidad, el principal misterio divino, la base sobre la cuál se fundamenta la predicación de Jesucristo. En un antiguo Catecismo publicado en España, podemos encontrar la siguiente información con respecto a Nuestro Creador:

   "¿Quién es Dios? Dios es nuestro Padre, que está en los cielos, Creador y Señor de todas las cosas, que premia a los buenos y castiga a los malos".

   En el citado Catecismo, encontramos la siguiente información respecto de la descripción de Dios.

   "¿Cómo es Dios? Dios es Espíritu purísimo, infinitamente perfecto, bueno, sabio, poderoso y eterno, principio y fin de todas las cosas.

   ¿Por qué decimos que Dios es Espíritu purísimo? Decimos que Dios es Espíritu porque es sabiduría y amor y no tiene cuerpo; y decimos que es purísimo porque es más perfecto que las almas y los ángeles.

   ¿Por qué decimos que Dios es infinitamente perfecto? Decimos que Dios es infinitamente perfecto, porque tiene todas las perfecciones sin defecto de límite" (Catecismo de la doctrina cristiana, tercer grado, publicado por la Comisión Episcopal de Enseñanza de España en el año 1972).

   "El mundo y el hombre atestiguan que no tienen en ellos mismos ni su primer principio ni su fin último, sino que participan de Aquel que es el Ser en sí, sin origen y sin fin. Así, por estas diversas vías el hombre puede acceder al conocimiento de la existencia de una realidad que es la causa primera y el fin último de todo, y que todos llaman Dios".
   (CIC. S. Tomás de Aquino, S. Th. 1, 2, 3).

   Según se constata en el capítulo 2 del primer libro de Moisés cuyo nombre es Génesis (Creación), Dios creó al hombre en la antigua Mesopotamia, en el actual Iraq. Así pues, según una antigua tradición hebrea, aquél cuyo nombre significa literalmente Yo Soy, en alusión a su amor y poder, hizo una imagen con polvo del suelo (GN. 2, 7), según deseaba que fuese el hombre, le insufló en la nariz un aliento vital, le infundió un alma espiritual, y, aquella última obra divina, resultó ser un ser vivo, hecho a la imagen corporal de Cristo, y a la semejanza espiritual de Nuestro Padre común.

   Según expuse anteriormente, los días, las semanas, los meses y los años anunciados en la Biblia, no siempre coinciden con nuestra noción del tiempo real, así pues, la historia del hombre, se inicia en el sexto día de la creación, y alcanzará su plenitud en el séptimo día, cuando Cristo baje del cielo, para terminar de instaurar el Reino de Dios entre nosotros, el cuál ha sido violentado por el error, la enfermedad, el dolor, y, el pecado.

   Cuando el Señor creó al hombre, no quiso dejarle solo, y, como el Altísimo hace siempre, quiso proveer las necesidades básicas de este, por lo cuál, le regaló a Adán el Edén, un paraíso terrenal del actual Iraq, para que su última creatura viviera gracias a sus trabajos agrícolas.

   Antes de continuar recordando este relato de Moisés, hemos de recordar que, el hombre, básicamente, se puede dividir en dos partes, por consiguiente, nuestro cuerpo es nuestra parte tangible, y, nuestra alma espiritual, es nuestra parte intangible.

   Llamamos alma al elemento psíquico -o espiritual- capacitado con la inmortalidad, capaz de entender, querer y sentir, que informa a nuestro cuerpo, y es el principio de nuestra vida, aún más allá de las leyes de la materia.

   Ahora bien, si hemos sido creados a imagen y semejanza espiritual de Dios, ¿en qué se diferencian nuestras almas del Santo Espíritu de Dios? Mientras que nuestras almas sólo son nuestra parte intangible, el Santo Espíritu de Dios, es un Ser inmaterial, doto de razón, no obstante, mientras que nuestros cuerpos y almas forman un todo, el Espíritu Santo, es el Ser inmaterial por excelencia, que no necesita darle vida a un cuerpo para existir, tal como hubo de hacer el Paráclito, cuando creó por la Palabra de Dios el anteriormente mencionado muñeco de barro, y le insufló un aliento vital en la nariz, el cuál hizo que la citada creatura se convirtiera en un ser vivo.

   Debido a que en los tiempos de Moisés no existían los estudios metafísicos de que disponemos en la actualidad, el autor del Génesis, no se hizo esta significativa pregunta: Si hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, ¿por qué el Señor no nos ha dotado con todas sus ilimitadas e indefectibles perfecciones? La respuesta a este interrogante, es la razón por la cuál debemos conocer la Sagrada Escritura, de manera que, dicha obra literaria, le dé un nuevo y eterno sentido a nuestra vida. Hagamos que la Biblia cobre vida en nuestra vida, pues sólo alcanzaremos la más alta cumbre de la felicidad, cuando conozcamos a Nuestro Padre y Dios, y le aceptemos sin reservas.

   A continuación, imaginaremos las partes en que se puede descomponer nuestra alma. En nuestros días, sabemos que, todas las funciones que siempre le hemos atribuido a nuestra alma, son llevadas a cabo por nuestro cerebro. A pesar de esta realidad que ha sido probada científicamente, yo sigo considerando que todos tenemos un alma, porque, cuando acontezca la hora de nuestra muerte, no se perderán en la nada, los dones y virtudes, con que Dios, Nuestro Creador, complementa aquella parte de nuestro todo que es intangible, por lo cuál, no es necesario decir, que desconocemos cómo es perfectamente.

   Supongamos que nuestra alma, es semejante a un archivo que tiene muchos compartimentos, y que, en cada uno de dichos compartimentos, Dios, nos dota de los dones y virtudes, que nos son necesarios, para alcanzar la cumbre de la felicidad.

   Ahora bien, ¿qué es un don? Un don, -como es sabido por todos nosotros, amigos lectores-, es la concesión de una dádiva, presente o regalo, así pues, un don procedente de Dios, es cualquiera de los bienes naturales -o sobrenaturales-, que poseemos respecto del todopoderoso, -el autor de los mismos-, de quien los recibimos.

   Llamamos "virtud", a nuestra potestad de obrar, a la integridad de ánimo y a la bondad de la vida, que Nuestro Padre común nos concede, para que alcancemos la plenitud de la felicidad. Llamamos "virtudes" a aquellos hábitos -o costumbres- por los cuales estamos dispuestos a obrar en conformidad con nuestra forma de ser, o con la ley moral a la que estemos obligados en conciencia, o bien, por simple deseo, como ocurre en el caso de quienes aman a Dios, y le sirven, en sus prójimos los hombres.

   Los principales dones que podemos recibir de nuestro Padre común son: El don de Dios (el Espíritu Santo), y la gracia.

   "La gracia" es un don gratuito de Dios que nos eleva a la presencia de Nuestro Creador en orden a la Bienaventuranza eterna, es decir, nuestra permanencia en el Reino de Dios. Así pues, decimos que la gracia es "actual", porque Dios nos da más parte de este don sobrenatural, conforme conseguimos ser mejores, en nuestra vida ordinaria. De igual modo, decimos que la gracia es "cohoperante", porque posee la virtud de ayudar a nuestra voluntad, cuando queremos hacer el bien, y conseguimos convertir el fruto de nuestros deseos, en abundantes obras de amor.

   Decimos que la gracia es "operante", porque nos ayuda a corregir nuestros errores e inocuos hábitos, mueve a nuestra alma a amar a nuestros prójimos, y, por consiguiente, a hacer el bien.

   Decimos que la gracia es "original", porque Dios nos la infundirá, cuando vivamos en perfecto estado de amor e inocencia. La gracia también es "santificante", porque posee la virtud de hacernos herederos de los bienes que obtendremos, los cuales son las consecuencias inmediatas del cumplimiento de las promesas del Dios Creador del universo.

   ¿En qué consiste la gracia? La gracia es una cualidad o don sobrenatural permanente, que nos conduce a vivir en el Reino de Dios.

   Llamamos "virtudes naturales", a aquellas que podemos adquirir con la ayuda de Dios, y con nuestros propios medios. No obstante, llamamos "virtudes sobrenaturales", a aquellas que podemos conseguir, al permanecer en estado de gracia, al creer y amar a Dios, cumpliendo, gustosamente, la Ley de Nuestro Criador.

   Llamamos "virtudes teologales" a aquellas que nos conducen a Dios, el objeto inmediato de la consecución de las mismas. Dichas virtudes son: La fe, la esperanza, y la caridad.

   "La fe" es una luz -o conocimiento- sobrenatural con que sin ver creemos lo que Dios nos ha revelado, bien a través de la Biblia, o nos lo ha dado a conocer, a través de sus predicadores, la naturaleza, nuestras propias vivencias, y otros medios.

   Llamamos "esperanza" a la virtud sobrenatural que nos inclina a esperar y confiar en el cumplimiento de las promesas de Dios, las cuales nos han sido reveladas, gracias a los pactos o alianzas, que el Señor, -Nuestro Dios-, ha firmado con los hombres, a lo largo de la Historia. La esperanza, -amigos lectores-, no es un simple deseo, pues, de dicha virtud, -perfeccionadas la gracia, la fe, y, la caridad-, vivimos muchos millones de personas en todo el orbe cristiano, y, mucha gente, ha muerto gustosamente, con el propósito de encontrarse con Dios, cara a cara, para alcanzar, la cumbre -o plenitud- de la felicidad.

   La principal virtud del cristiano, -aparte de la concesión de la gracia, que recibimos de parte de Nuestro Criador-, es "la caridad". Básicamente, la caridad consiste en que amemos a Dios más que a ninguna persona y que a ninguna de nuestras posesiones, y, a nuestros prójimos, -ya se trate de quienes amamos, de nuestros enemigos, e incluso de quienes desconocemos-, como si se tratasen de nosotros mismos.

   Las principales virtudes morales, son estas 4: La prudencia, la justicia, la fortaleza, y, la templanza. Dichas virtudes, reciben el nombre de "cardinales", porque son las 4 columnas que sostienen el resto de las virtudes morales.

   "La prudencia" es la virtud moral cardinal que nos permite discernir -y distinguir- lo que es conveniente para que actuemos en conciencia, procurando el bienestar de nuestros prójimos y nuestro, en orden a la permanencia junto a Dios Nuestro Señor, que ansiamos.

   Llamamos "justicia", a la virtud que nos inclina a otorgarles a cada uno de nuestros prójimos lo que les pertenece porque es suyo, identificándonos así, con el proceder de Nuestro Dios.

   Recibe el nombre de "fortaleza", la virtud que nos capacita para vencer todo temor o miedo, así como a evitar toda mala acción.

   "La templanza", es la virtud que nos inclina a rechazar las tentaciones superfluas, para que así podamos vivir en armonía con Dios. El término templanza es sinónimo de las palabras sobriedad y continencia.

   Existen muchas virtudes morales, entre las cuales destacan las siguientes: La religión, la humildad, la obediencia, la paciencia, la castidad, y, la penitencia.

   Llamamos "religión", a la virtud que nos mueve a tributarle a Dios el culto a Él debido, que, además de orar o rezar, consiste en hacer obras de amor.

   "La humildad", nos insta a conocer nuestras limitaciones y debilidades. Gracias a la posesión de dicha virtud, estamos capacitados para valorar no sólo nuestras obras, pues también podemos interpretar las intenciones que acompañan a nuestro modo de proceder.

   "La paciencia", consiste en sufrir con la menor perturbación del ánimo posible, cuantos infortunios y trabajos hallamos de vivir, pues, ello no es malo -o superfluo-, si somos conscientes de que son vías que nos sirven para acercarnos a Dios.

   Normalmente, solemos decir que "la castidad" es una virtud que poseen aquellos que se abstienen de todo goce sexual no permitido, bien por causa de su religión, o por una imposición de su conducta moral. Sin embargo, la castidad, es sinónimo de fortaleza y templanza, y ha de ser vivida por todos nosotros, en conformidad con nuestro estado actual.

   Llamamos "penitencia" a la virtud que nos permite arrepentirnos del mal que hicimos en el pasado, y nos ayuda a adaptarnos al cumplimiento de la Ley de Dios, con el apoyo de todas las virtudes anteriormente mencionadas.

   Los citados dones y virtudes los recibimos gracias al anteriormente citado don de Dios, que es su Espíritu Santo, que siempre es operante en quienes le acogemos en nuestro corazón.

   Después de meditar sobre nuestra alma, conozcamos al Dios Trinidad.

   "Los atributos positivos" de Dios son aquellos mediante los cuales conocemos las perfecciones de la Trinidad beatísima, tales como su bondad y su misericordia. Por el contrario, llamamos "atributos negativos", a aquellos que nos informan de que Nuestro Criador es infinitamente perfecto.

   Llamamos "atributos absolutos", aquellos que les son comunes a las tres Personas de la Santísima Trinidad, tales como su eternidad.

   Los "atributos relativos", son aquellos que se refieren a una de las tres Personas de la Santísima Trinidad, -como la Paternidad del Padre-, o a 2 Personas del misterio más importante de la fe cristiana, -como es el caso de la voluntad del Padre y del Hijo-.

   Llamamos "atributos quiescentes", a aquellos que nos instan a considerar a Dios como el Ser por excelencia. Uno de los citados atributos es la simplicidad.

   Llamamos "atributos operativos", aquellos por cuya existencia consideramos a Dios como Ser dotado de poder y capacidad para poder obrar, como es el caso de la omnipotencia.

   Son "atributos morales", aquellos por los que sabemos que Nuestro Creador es un Ser moral, así pues, un ejemplo de ello es la sabiduría.

   Decimos que Dios es "simple", porque no se puede descomponer -o dividir- en varias partes, así pues, las tres Santas Personas divinas, son un sólo Dios.

   Otro de los atributos de Dios, es "la unidad", porque, las tres Personas de la Trinidad Beatísima, son una sola Deidad, por lo cuál, no podemos hablar de la coexistencia de 3 dioses distintos, porque, las 3 Personas de dicho misterio, son un único Dios, por lo cuál, las tres Personas forman parte de ellas, de la misma manera que, las 3 líneas de que se compone un triángulo, parten de una misma base.

   Si las 3Personas del misterio trinitario son un sólo Dios, no pueden tener descendientes, pero sí poseen el atributo de "la eternidad", porque nunca tuvieron un principio, y jamás conocerán su fin.

   "La inmensidad", es el atributo que le permite a Dios difundirse sin límite alguno, lo cuál, le permite estar en todas partes, así pues, si la difusión de la Trinidad, recibe el nombre de inmensidad, "la ubicuidad", es la permanencia de la Trinidad Beatísima en todos los lugares.

   Dios está en todas partes:

   1. Por presencia, porque posee la facultad de verlo todo.

   2. Por potencia, porque hace posible la conservación de todo cuanto ha creado.

   3. Por esencia -o naturaleza-, porque le da el ser -o la existencia- a todo cuanto existe.

   Dios es "omnisciente", porque posee el conocimiento de todo aquello que es real -o posible-.

   Dios posee el atributo de "la omnipresencia", porque es un Ser ubicuo, es decir, que, en todo tiempo, está presente en todas partes.

   Dios posee el atributo de "la omnipotencia", porque lo puede todo.

   Llamamos "misterios" a las revelaciones que Dios nos hace, cuya naturaleza, es totalmente incomprensible para nosotros. No en vano, el término misterio, procede del vocablo latino "misterium", y, etimológicamente, significa, "cosa oculta".

   La Trinidad de Dios, es la base sobre la cuál se originan -o fundamentan- todos los misterios que caracterizan la fe cristiana.

   Dios es Uno en esencia -o naturaleza-, y Trino en Personas. Así pues, Dios es indivisible, porque sólo tiene una naturaleza espiritual y una voluntad, y, por ser un sólo Ser, -lógicamente-, posee un sólo entendimiento. No en vano, el alma humana, -imagen y semejanza del Espíritu Santo-, posee 3 potencias: El entendimiento, la voluntad, y la memoria, los cuales son estimulados gracias a los dones y virtudes que recibimos de Nuestro Criador.

   Para comprender mejor el misterio de la Santísima Trinidad, veamos lo que significan las palabras naturaleza y persona.

   Llamamos "naturaleza", a la esencia y a las propiedades características de todos los seres. En sentido moral, llamamos naturaleza, a la luz, al conjunto de virtudes que el hombre posee al nacer, y, posteriormente, le ayudan a discernir el bien de lo que es considerado por él como malo -o superfluo-.

   Llamamos "persona", a todo ser inteligente, al que se le atribuyen todos sus actos.

   La primera Persona del misterio que estamos recordando, es el Padre, porque de Él proceden el Hijo y el Espíritu Santo, por consiguiente, Nuestro Santo Creador, engendró al Hijo desde la eternidad, por lo que Jesucristo posee la misma esencia -o naturaleza-, de quien le engendró por generación intelectual.

   La tercera Persona del citado misterio, es el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo desde la eternidad. Estas tres Personas, tienen una misma naturaleza espiritual, por lo que, en consecuencia, poseen los mismos dones y virtudes, como es el caso de su entendimiento.

   Nosotros podemos ejercitar nuestros dones y virtudes, gracias a las siguientes perfecciones sobre naturales que Dios nos concede. He aquí, pues, los siete dones del Espíritu Santo: Sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, y, temor de Dios. Por consiguiente, las consecuencias inmediatas de la recepción y el ejercicio de dichos dones del Espíritu Santo, son los siguientes frutos: Caridad, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, y, castidad.

   Tras recordar lo anteriormente expuesto, nos será más fácil comprender el relato bíblico de la creación del mundo, el establecimiento de la primera Alianza entre Dios y el hombre, y la pérdida de la gracia de Dios, por parte de la última criatura del Creador del universo.

   Justo en medio del Edén, hizo Dios que crecieran 2 árboles: El uno, era el árbol de la vida eterna, y, el otro, el árbol del conocimiento de la ciencia del bien y del mal. El uno, significaba la invitación que Dios le hizo al hombre, para que éste permaneciera junto a Él, y, el otro, la soberbia humana, es decir, la raíz u origen- de las impropias actuaciones del hombre, y, a la vez, fuente de riquezas espirituales, tales como la sabiduría, y el conocimiento de Dios, para aquellos que reciben, de la mano del Dios Altísimo, el fruto de la vida, esto es, el trono de la gloria de Cristo, es decir, la santa cruz, en que fue crucificado Nuestro Señor, el alimento espiritual que recibimos, en cada ocasión que celebramos el Sacramento de la Eucaristía.

   Cuando Dios le mostró al hombre las riquezas del Edén, le dijo: -Si quieres alcanzar la más alta cumbre de la felicidad, imita mi forma de proceder. Mas no comas del fruto del árbol de la ciencia del conocimiento del bien y del mal, porque morirás sin remedio, bajo el peso de las acciones que llevarás a cabo, a pesar de que no son propias de quienes desean imitarme, así pues, serás golpeado por el látigo del dolor.

   Adán, el primer hombre que fue creado por Dios, vivió felizmente en el Edén, durante cierto tiempo, bajo la atenta mirada de Dios, pero, aquella criatura primogenea, se sintió humanamente sola, y, por ello, Dios se dijo a Sí mismo: -En ninguna circunstancia es bueno que el hombre esté sólo, así pues, voy a hacerle a alguien que sea semejante a él, para que ambos se sirvan con respecto a la ayuda y al consuelo que necesitarán.

   Dios puso a todos los animales terrestres junto al hombre, pero, éste, además de ponerles a todos un nombre distinto, no encontró a ninguno que fuese semejante a él.

   Una de las cualidades de la Biblia, consiste en que todos podemos interpretarla de la forma que mejor nos parezca, pues, la fe religiosa, no puede ser experimentada por nuestras ciencias modernas. Esta virtud de la Sagrada Escritura, ha sido aprovechada para producir frutos buenos e impropios de los hijos de Dios.

   En conformidad con las costumbres de su época, Moisés, con la intención de evitar serios problemas convivenciales, en su lento caminar, primero desde Egipto hacia el monte Sinaí, y, posteriormente, hacia la Tierra prometida, había de someter a las mujeres rebeldes, a la autoridad de sus maridos. No olvidemos que, el autor del Pentateuco, fue educado en Egipto, en una civilización en que las mujeres no eran consideradas independientes de sus padres -o de sus maridos-, según estuviesen solteras o casadas.

   Ya en el Nuevo Testamento, el benjaminita fariseo natural de Tarso llamado Saulo, -quien posteriormente fue conocido como San Pablo-, instó a sus lectores a que las mujeres se sometieran a los hombres, así pues, según un texto agregado por otro autor a su primera Carta a los Corintios, no les permitía proclamar el Evangelio en público, porque consideraba que, la inteligencia de ellas, era inferior a la inteligencia de los hombres. Sin duda alguna, la influencia sexista helena y judía, marcaron la vida del fiel Apóstol, que convirtió a muchos gentiles al Señor.

   En contraposición a estos y a otros muchos oradores, Jesucristo, fue un gran defensor de las mujeres. Por consiguiente, en contraposición a los hábitos de su tiempo, no se avergonzaba de hablar con las mujeres en la calle, ni aun cuando muchas eran prostitutas, ni aun considerando que los mismos rabinos se avergonzaban si eran vistos conversando con sus mujeres fuera de sus hogares. Cuando Jesús resucitó, no se les manifestó primero a sus Apóstoles, pues antes de ello, se dejó ver por su tía María esposa de Cleofás, y María Magdalena, la hermana de sus amigos de Betania, Marta y Lázaro.

   Normalmente, durante sus correrías evangelizadoras, Jesús, iba acompañado por algunas mujeres, a las que nunca les permitió que predicaran, con el fin de evitar que fuesen humilladas por la gente. Aun digo más, Jesús trató a su Madre con gran cortesía en las bodas de Caná de Galilea, y trató piadosamente a la mujer de Naím, a cuyo hijo difunto, le devolvió la vida. Cuando Nuestro Maestro resucitó, las mujeres que le vieron, creyeron este gran misterio de fe, antes que lo hicieran los propios Apóstoles.

   Según Moisés, Dios, hizo caer una especie de sueño anestésico sobre el hombre, y, cuando este estaba profundamente dormido, le quitó una costilla, y le sanó la herida, colocándole carne en el lugar que ocupaba la citada costilla. Con la citada costilla, Dios creó a la mujer.

   Cuando el hombre salió de dicho estado de sopor, Dios le presentó a la mujer que había hecho de su propia costilla, y, Adán, lleno de asombro y de alegría, no dudó en exclamar: -Esta vez, Dios me ha dado lo que le he pedido tantas veces. ¡Esta mujer sí que es igual en todo a mi carne y a mis huesos!. Ambos seremos una sola cosa.

   Según la interpretación sexista de este mensaje bíblico, la mujer ha de estarle sometida al hombre, por cuanto fue formada de una costilla de este. Sin embargo, más lógico, es decir que Dios formó a la mujer de una costilla del hombre, para que ambos fuesen un sólo ser, con el doble de perfecciones que tenía Adán, antes de que Dios crease a Eva, su mujer. He de decir que los científicos han demostrado que las mujeres están más capacitadas que los hombres para soportar el dolor, y para administrar sus bienes.

   Adán dijo: -Esta criatura nueva se llamará mujer (varona), porque fue tomada de una costilla del hombre (varón).

   En su estado original, Dios dotó al hombre con tres clases de dones: Los naturales, los preternaturales, y, los sobrenaturales.

   Entendemos que son "dones preternaturales", aquellos que Dios nos concede, y que no necesitamos para habitar en la tierra. Un ejemplo de ello, es la inmortalidad.

   Dios le dio al hombre el don de "la impasividad", para que no conociera, ni la penalidad del trabajo (aunque ello no le privaba de trabajar para vivir), ni el dolor.

   Dios le concedió al hombre el don de "la ciencia infusa", para que ambos pudieran comunicarse entre sí, y para que el hombre sintiera que Dios estaba con él, dándole a conocer sus inefables misterios.

   Dios le concedió al hombre los dones sobrenaturales, la gracia, las virtudes, y los siete dones del Espíritu Santo, para que su última criatura siguiera haciéndose, incesantemente e infinitamente, perfecta.

   Cuando Dios creó al hombre y a la mujer, ambos estaban desnudos, pero, no se avergonzaban de ello. Si analizamos literalmente esta cita del Génesis, podemos constatar que es absurda la idea de que Adán y su mujer se avergonzaran al contemplarse desnudos el uno al otro. Sin embargo, la interpretación teológica de esta cita bíblica, nos da a conocer el estado original en que Dios creó al hombre, cuyo estudio estamos considerando superficialmente.

   Antes de continuar recordándoos esta conocida historia, he de deciros que los ángeles son las inclinaciones que tenemos para hacer el bien y el mal, por lo cuál, tal como supondréis, existen ángeles buenos (puros), y malos (impuros). En conformidad con el propósito que he escrito esta meditación, no creo necesario resaltar el estudio de dichas criaturas místicas, porque, ello, puede crearles muchas confusiones, a aquellos que no creen en la Jerarquía de la Iglesia Católica, que, en cierta forma, es muy parecida a la jerarquía angélica. No obstante, este estudio, supone muchos obstáculos para quienes se están iniciando en el conocimiento de nuestra fe.

   Quizá muchos de vosotros, habréis oído decir que hay que evitar las malas tentaciones. Supongamos, pues, a una mujer que, en la tarde de un 24 de diciembre, le dice a su hijo que no se coma ninguno de los dulces que ha preparado, hasta que todos los miembros de su familia se reúnan para empezar a celebrar la típica fiesta del Nacimiento de Jesús. A pesar de la prohibición que le hace su progenitora, el niño, al ver muchos platos llenos de dulces variados todos ellos con muy buena pinta ante sus ojos, no puede evitar comerse unos cuantos. De igual manera, la curiosidad, y el deseo de superación personal, existente en las almas de Adán y Eva, dieron origen a un drama, el cuál, ha de ser vivido por nosotros, con el fin de que alcancemos las ilimitadas perfecciones de Nuestro Dios.

   Imaginemos a Adán y a Eva en el Paraíso terrenal o Edén, donde se juntan los ríos Tigris y Eufrates, trabajando para que el árbol de la ciencia del conocimiento del bien y del mal produjera hermosos y apetecibles frutos, de los cuales Dios les prohibió terminantemente que comieran, para que no murieran jamás. Pensemos en una mujer que carece de brazos, por lo cuál, le es imposible abrazar a sus hijos. El hombre, al estar hecho a la imagen y a la semejanza espiritual de Dios, ha de anhelar ser tan perfecto, como lo es el todopoderoso. Todos luchamos incesantemente con el fin de poder ser mejores de lo que somos actualmente. Todos queremos alcanzar nuevas metas. Por consiguiente, Adán y Eva, movidos por la curiosidad, y un inmenso deseo de alcanzar la plenitud de todas las perfecciones de Dios, comieron del sabroso fruto del árbol del conocimiento de la ciencia del bien y del mal.

   Para que los hebreos comprendieran mejor el significado de esta escenificación teatral, el autor del pasaje bíblico que estamos considerando, disfrazó a la tentación de serpiente, y, a esta, la comparó con la encarnación del diablo, un ser místico espiritual, un ángel que traicionó a Dios, arrastrando con él a un tercio de los ángeles.

   Siempre se ha dicho que, la mujer, además de ser tomada del hombre, fue la causante directa de que todos estemos sujetos al trabajo, al dolor, y a la misma muerte. Esta ficticia interpretación del texto del Génesis que estamos meditando, ha llegado a provocar la discriminación de muchas mujeres, todas ellas víctimas de la maldad de los hombres, y de muchas mujeres, que han utilizado dicha falsa interpretación del Génesis, simplemente, porque han sido más sexistas que los hombres.

   La serpiente se dirigió a Eva en estos términos: -¿Cómo es que Dios se ha atrevido a ordenaros que siempre seáis tan ignorantes como lo son los niños pequeños? Si conocierais el bien y el mal, seríais más semejantes a Nuestro Creador de lo que sois. Si me obedecierais, podrías ser iguales a Dios en todas sus perfecciones. ¿No os gustaría estar siempre junto a Dios por causa de vuestros propios méritos? ¿No os parece que es hora de que Dios deje de daros toda clase de facilidades en todos los sentidos, para que la vida os enseñe a ser iguales a Él en todas sus perfecciones, para que seáis inmensamente felices, viviendo bajo la atenta mirada del todopoderoso?

   Eva, sorprendida por las palabras del seductor, le dijo a la serpiente: -Dios nos ha dicho que somos libres para hacer lo que queramos, pero, además, se ha expresado de esta manera: Si queréis conocer el bien y el mal, tendréis que padecer mucho, e incluso habréis de morir, con el fin de alcanzar todo lo que yo os ofrezco, sin que para ello tengáis necesidad de sufrir. Si os limitáis a ser inocentes como niños, y os dejáis conducir por mis amorosas palabras, no tendréis la necesidad de ser perfectos a cambio de sucumbir bajo el efecto de la muerte, a sabiendas de que yo os puedo hacer infinitamente perfectos, librándoos de sucumbir bajo el dolor.

   La serpiente le replicó a Eva: -¿Quieres dejar de decir sandeces y empezar a vivir por ti misma, sin depender del cuidado de Dios? Si él te ha puesto ante 2 caminos, has de elegir, cuál de ellos has de recorrer con el fin de que alcances la felicidad, pues debes saber que él no te abandonará.

   Eva, impulsada por las palabras del diablo, comió del fruto del árbol del conocimiento de la ciencia del bien y del mal, y le dio también de dicho fruto a Adán. Así pues, nuestros primeros padres, marcaron la senda que todos los hombres, -independientemente de que creamos en Dios o de que rechacemos a nuestro Creador-, solemos seguir, para ser mejores de lo que somos en la actualidad.

   Decimos que el hombre se encuentra en estado natural, cuando no está en estado de gracia, es decir, cuando rehúsa la posibilidad de entregarse al servicio de Dios en sus prójimos los hombres, con todas las consecuencias que ello lleva impresas. Después de haber estudiado el estado del alma de quienes están en gracia de Dios, veamos en qué estado espiritual quedaron nuestros padres -y viven quienes no aceptan al todopoderoso-, después de vivir la experiencia del pecado de origen.

   Muchas veces se nos ha dicho que el hombre deja de estar en estado de gracia santificante, en el momento en que desobedece voluntaria y conscientemente a Nuestro Padre común. Yo creo que la frase anterior, a pesar de que es muy conocida por nosotros, es desmentida por San Pablo, en los términos que siguen: (2 TIM. 2, 13).

   A pesar de lo anteriormente dicho, recordemos las características de quienes no viven en estado de gracia.

   1. Quienes no están en gracia de Dios, no son copartícipes del Reino del todopoderoso, así pues, por su desconocimiento -y/o rechazo- del todopoderoso, carecen de la posesión de los dones y las virtudes que caracterizan a quienes viven en estado de gracia.

   2. Quienes no viven en estado de gracia, no poseen el don de la integridad, por lo cuál, muchos hemos oído decir que, las citadas personas, viven bajo la potencia destructiva de sus malas inclinaciones. Sin embargo, las personas íntegras, sobrias, disciernen claramente lo que consideran el bien del mal, y están dispuestas a vivir, ya sea en tiempos de alegría, o bien, en los días del dolor, aunque no vivan en gracia de Dios, y, por lo cuál, no hayan recibido los dones y las virtudes que conllevan nuestra fe universal. Quienes no viven en estado de gracia, pueden ser íntegros, si se caracterizan por su buena voluntad.

   3. Quienes no están en estado de gracia, no poseen el don preternatural de la inmortalidad (quienes viven en estado de gracia tampoco poseen el citado don actualmente en lo que a sus cuerpos se refiere), por lo cuál, -al igual que quienes viven en estado de gracia-, están sujetos al dolor y a la muerte. El hombre, una vez perdida su munidad, no tuvo más remedio que aprender a sufrir.

   4. Quienes no viven en estado de gracia, no poseen el don de la ciencia infusa, por lo cuál, torpemente, pueden, -según San Pablo-, buscar a Dios, aunque sea a tientas (HCH. 17, 28).

   Cuando Adán y Eva comieron del fruto del árbol del conocimiento de la ciencia del bien y del mal, no perdieron el apoyo de Dios (yo creo que la gracia no abandona los corazones de quienes la aceptan aunque posteriormente a ello se dediquen a incumplir la Ley de Dios, pero esta creencia es mía, no es profesada por la Iglesia). Ellos eran como niños pequeños que no sabían hacer nada sin la ayuda de Dios. Cuando Adán y Eva comieron del fruto anteriormente citado, fueron invadidos por un miedo atroz, porque habían escogido un camino demasiado difícil, para aprender a perfeccionarse, con sus propios medios, con sus solas fuerzas, y con la vivencia de su dolor.

   Cuando el hombre perdió sus dones preternaturales, tuvo miedo de confesarle a Dios aquella decisión que había tomado, y, por ello, estaba terriblemente conmocionado.

   Es cierto que Adán y Eva hubieran podido alcanzar la máxima perfección gracias a la ayuda de Dios y a su esfuerzo personal, pero, en su último estado, ¿cómo afrontaron la idea de que podían perder la vida en cualquier momento?

   ¿Qué pensaban Adán y Eva que era la muerte? Quizá pensaban que la pérdida de la vida debía ser algo muy malo, pues Dios les había amenazado con dejarles fallecer, si comían del fruto del árbol del conocimiento de la ciencia del bien y del mal.

   Cuando nuestros primeros padres estaban atormentados pensando en su porvenir, oyeron a Dios, que se paseaba por el Edén, en el momento en que eran acariciados por una suave brisa, que simbolizaba al Espíritu Santo, que se esforzaba para fortalecer a aquellos que no sabían cómo explicarle a Dios lo que habían hecho, pues, habían cambiado bruscamente el rumbo de su existencia. Por consiguiente, cuando Adán y Eva estaban escondidos entre los árboles del citado Paraíso terrenal, Dios llamó a Adán. -Adán, ¿dónde estás? Tu corazón siempre ha rebosado de alegría en cada ocasión que he venido a veros a Eva y a ti. ¿Cuál es la causa por la que hoy os escondéis los 2 de mi presencia?

   Adán le contestó al todopoderoso: -Tuve miedo cuando oí tus pasos por el jardín, porque soy débil e ignorante, y tu eterna Majestad me sobrepasa. Esa es la causa por la que me he escondido. Señor, estoy desnudo.

   -¿Desde cuándo te has sentido atemorizado por causa de mis atributos? -dijo Dios-. Sé consecuente con tu manera de actuar. Recupera tus dones preternaturales perdidos con mi ayuda, y, perfecciónate, a través de tus vivencias en la tierra.

   Adán le dijo a Dios: -Tú creaste a la mujer con el fin de que ella fuese mi compañera, pero, Eva, con la intención de no someterse a Ti, me ha subyugado al dolor y la muerte, al haberme persuadido para que comiera del fruto del árbol del conocimiento de la ciencia del bien y del mal. Yo me arrepiento de haberte desobedecido, de la misma manera que supongo que tú te habrás arrepentido de crearnos a la mujer y a mí.

   Dios le preguntó a Eva: -¿Por qué has comido del fruto prohibido, e incluso se lo has ofrecido a Adán?

   Eva respondió: -Señor, Adán y yo, no rechazamos tus dones y virtudes, pero, aunque estamos junto a ti, debido a lo mucho que nos amas, queremos ser dignos de Dios, y ofrecerte nuestros méritos, haciendo rendir tus dones y virtudes, para que demos frutos abundantes, obras de amor que alegren a tu Santo Espíritu.

   A continuación, el autor bíblico, puso en la boca de Dios, la maldición de las serpientes, -he oído decir que esa es la causa por la que muchas mujeres les tienen miedo a esos reptiles-, y pronunció el castigo que la mujer habría de sufrir, por atraer el mal, el dolor y la muerte sobre el hombre, y el castigo que este último habría de sufrir, por haber desobedecido al todopoderoso, dejándose seducir por la mujer.

   Adán llamó a su mujer Eva, ya que ella fue la madre de todos los hombres.

   Para que el hombre volviera a confiar plenamente en Dios, Nuestro Padre común dispuso que su Hijo muriera crucificado, según creo, más que para perdonarnos nuestras culpas -o pecados-, para mostrarnos la grandeza del amor de la Trinidad Beatísima.

   ¿Qué sentirá Nuestro Creador al constatar que aún no confiamos en Él plenamente?

   Cuando Dios maldijo a la serpiente, y castigó al hombre y a su mujer, se dijo: -El hombre es como nosotros, pues está capacitado para discernir el bien del mal.

   Dirigiéndose a su Hijo, el Creador, exclamó: -Jesús, Hijo, tu vida será el precio que habremos de pagar, con el fin de que el hombre vuelva a tener plena confianza en nosotros.

   Jesús dijo: -Padre mío, aquí estoy para cumplir tu voluntad, pues, ello, constituye mi felicidad (HB. 10, 7).

   Nota: La exposición anterior no ha sido extraída de la Biblia literalmente, así pues, he interpretado el texto bíblico, con la intención de hacerlo más comprensible para mis lectores.

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com

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