Meditación.
El camino de la cruz y de la gloria.
1. Jesús es el Justo por antonomasia.
Meditación de SB. 2, 12. 17-20.
Estimados hermanos y amigos:
En la primera lectura correspondiente a la Eucaristía que celebramos este Domingo XXV del Tiempo Ordinario del Ciclo B, vislumbramos la razón por la que grandes personajes del Judaísmo y el Cristianismo, incluyendo a Jesús, fueron perseguidos y asesinados, porque con su conducta denunciaban la manera de proceder de quienes se oponían al cumplimiento de la voluntad de Dios. En el citado texto del libro de la Sabiduría, leemos: (SB. 2, 12).
Jesús les resultó incómodo a los saduceos, porque, con sus palabras y su manera de actuar, denunció cómo muchos de los tales procedían sin escrúpulos con tal de aumentar su poder, riqueza y prestigio, y también les resultó bastante molesto a los fariseos, porque, con sus palabras y su manera de actuar, denunció su afán de protagonismo, y la hipocresía con que aparentaban un nivel de santidad, que no deseaban alcanzar.
En nuestro tiempo hablamos mucho del respeto a las diferentes ideologías existentes, porque vivimos en un mundo en que debemos aprovechar la diversidad existente para unirnos, y no para vivir cada día más distanciados unos de otros, porque el Señor espera de sus fieles que evangelicemos a la humanidad. Nada nos impide hacer todo lo que esté a nuestro alcance para vincularnos a quienes no profesan nuestra fe aprovechándonos de lo que nos une a los tales, pero es preciso que nos cuidemos de dejar de cumplir la voluntad de Dios. Somos defensores de la vida, y creemos que nuestra existencia está encaminada a que alcancemos los dones y virtudes que nos son necesarios para vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre, así pues, ello es lo que nos hace diferentes de quienes no aceptan al Dios Uno y Trino, y por ello no comprenden nuestra dedicación al estudio y a la oración, ni los esfuerzos que hacemos, para alabar a Dios, y alcanzar la perfección que anhelamos.
Los siguientes versículos de la primera lectura de hoy que vamos a recordar, nos traen a la memoria la Pasión y muerte de Jesús (SB. 2, 17-20).
A pesar de que por la fe que profesamos creemos que Jesús resucitó de entre los muertos, muchos de entre quienes lo vieron azotado y crucificado, debieron pensar: Si las palabras que pronunció Jesús en sus discursos son reales, ¿cómo permite Dios que este Profeta termine sus días siendo tratado como un hombre marginado socialmente?
Si Jesús es Hijo de Dios, ¿por qué no lo libró Yahveh de caer en manos de sus enemigos?
¿Por qué permitió Dios que Jesús fuera afrentado y sometido a una dura prueba por quienes intentaron hacer llegar al Mesías al límite de su resistencia?
¿Sería posible creer el primer Viernes Santo, ante Jesús maltratado y moribundo, que realmente Dios se apiadaría del Mesías?
Cuando Jesús resucitó de entre los muertos, y les restableció la fe a sus Apóstoles, los tales debieron recordar cómo fueron perseguidos y asesinados grandes personajes del Antiguo Testamento, por reflejar en su vida la actitud de Nuestro Salvador. Cuando comprendieron el significado de la cruz, los Apóstoles del Señor, no solo aceptaron el sacrificio de su Maestro, sino que se mostraron dispuestos a ser torturados hasta morir, si ello era necesario, con tal de contribuir a la realización del designio divino de salvar a la humanidad.
Los grandes ejemplos de fe viva no se extinguieron a partir del día en que fue escrita la última página del Apocalipsis, -el último libro de la Biblia-, pues, aunque los grandes ejemplos de heroísmo silencioso no destacan tanto como la tiranía de quienes carecen de escrúpulos, no podemos dejar de sorprendernos, quienes tenemos la oportunidad de conocer a quienes son capaces de transmitir fe, determinación para superar el dolor, optimismo y alegría, a pesar de los padecimientos a que sobreviven estoicamente.
Quienes amaban a Jesús y lo vieron morir en el Gólgota, debieron preguntarse muchas veces cómo fue posible que Dios viera fallecer a su Unigénito y no lo evitara, y nosotros, cuando pensamos en quienes están enfermos, carecen de dádivas espirituales y/o materiales, y viven desamparados, nos preguntamos cómo es posible que Dios permita que los tales vivan tan difíciles situaciones.
Se nos ha dicho que el dolor tiene un importante sentido redentor, y, quienes lo hemos padecido, hemos constatado que, si aprendemos a convivir con él cuando no podemos evitarlo, nos ayuda a crecer a nivel espiritual. Se nos ha dicho que lo que no mata fortalece, y que no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista. No se trata de amar el dolor por sí mismo, sino de aprender a convivir con él cuando no tengamos más remedio que sobrellevarlo, evitando en cuanto nos sea posible pasar el tiempo quejándonos, para que así podamos aprovechar todos los bienes que Dios nos concede.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com
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