Domingo II de Cuaresma del ciclo B.
¿Aceptamos el compromiso cristiano de actuar como lo haría Jesús si viviera nuestras circunstancias?
Ejercicio de lectio divina de MC. 9, 1-9.
Lectura introductoria: ROM. 8, 17.
1. Oración inicial.
Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.
R. Amén.
Al iniciar la segunda semana del presente itinerario cuaresmal que nos conduce a la Pascua de Resurrección, después de habernos internado en el desierto de nuestro crecimiento espiritual el Domingo I de Cuaresma, aceptemos el reto de actuar como Jesús lo haría, si viviera nuestras circunstancias, en cuanto ello nos sea posible.
Jesús se transfiguró delante de sus tres amigos y seguidores, y, así como Pedro, Juan y Santiago lo vieron como resucitado de entre los muertos, podemos adoptar la manera de ser de Nuestro Salvador, aunque ello nos cueste muchos años de formación, de práctica de cuanto aprendamos y de oración.
Subamos con Jesús a un monte alto donde nadie ni nada interrumpa nuestro encuentro con Dios, y donde podamos ver cómo concluye el Señor la plena instauración de su Reino entre nosotros, sin que gustemos la segunda muerte. Así como los Apóstoles del Mesías fueron testigos de Jesús Resucitado y contemplaron la Ascensión de Jesús al cielo, estemos abiertos a la actuación del Espíritu Santo, quien hará prodigios en nuestra vida, sorprendentemente, valiéndose de las cualidades con que nos ha dotado.
Jesús sólo se acompañó de tres de sus seguidores al monte en que se transfiguró, probablemente, porque los tales eran los únicos aptos para ver aquella escena, que habían de mantener en secreto, hasta que Nuestro Redentor venciera la muerte. Los predicadores necesitamos tener cuidado respecto de nuestra forma de anunciar el Evangelio, ya que necesitamos adaptarnos a la gente de nuestro tiempo, con el fin de poder hacer un buen trabajo.
Los vestidos de Jesús adoptaron una blancura radiante. Nuestro Salvador es la luz del mundo (JN. 9, 4). Oremos para que la luz del Señor ilumine nuestra vida, con el fin de que podamos cumplir la voluntad divina.
Moisés y Elías aparecieron en el monte en que Jesús se transfiguró, y hablaron con el Señor. Moisés representaba la Ley, y Elías a los Profetas. Así como la Ley y los Profetas eran muy importantes para los judíos, todos los cristianos no observamos la misma mentalidad exactamente, y tenemos la posibilidad de convertir nuestras diferencias en fuente de riqueza, y de evitar que nuestras discordancias coarten nuestra fe, y hagan imposible el hecho de que los no creyentes y los cristianos poco instruidos, puedan aceptar, respetar y amar, al dios Uno y Trino.
Pedro quería construir tres tiendas, con el fin de que la escena que estaba contemplando se prolongara indefinidamente. También nosotros hemos vivido momentos que hubiéramos querido eternizar, pero no nos ha sido posible alcanzar nuestro propósito, porque la vida cambia constantemente, para que podamos seguir creciendo. Gracias a la inestabilidad de la vida, aprendemos a valorar quiénes somos por haber estado perdidos, lo que tenemos por haber sufrido pérdidas, y nuestras relaciones por haber sufrido la soledad, y no haber aprendido a verla como la oportunidad que se nos ha dado de hacer lo que hayamos querido, cuando lo hayamos deseado.
A pesar de que los amigos de Jesús estaban atemorizados, Pedro no quería descender del monte. Mucha gente vive atemorizada, y no tiene valor para enfrentar sus miedos, de manera que prefiere sufrir antes que hacer los cambios que necesita para sentirse feliz. Hay mucha gente que carece de relaciones, que, en lugar de buscar amigos, prefiere ser buscada, por lo que, consecuentemente, cada día está más aislada. La excusa que tiene para buscar amistades, consiste en que se ve rechazada, pero esa es una manera de evadir el miedo a relacionarse, y a fracasar en el intento de no vivir aislada.
Dios Padre se manifestó en una nube, e invitó a los amigos del Señor a escuchar a su Hijo. Muchas veces oímos a quienes nos hablan esperando encontrar la oportunidad de hablar aunque tengamos que interrumpir a nuestros interlocutores, pero Nuestro Santo Padre requiere de nosotros que escuchemos a Jesús activamente, prestándole atención a lo que nos dice, y a la intención con que nos lo dice. El hecho de que la Palabra de Jesús sea la Palabra de Nuestro Padre celestial, no significa que tenemos que acatarla sin comprenderla. Jesús no predicó el Evangelio imponiéndoselo a nadie, sino haciéndolo atractivo para que sus oyentes lo aceptaran. Los ataques de Jesús a las autoridades judaicas que aparecen en los Evangelios, son la intención de los autores de tales obras de hacer el Cristianismo superior al Judaísmo.
Los amigos de Jesús acataron la orden del Señor de no decirle a nadie lo que habían visto, hasta que Jesús resucitara de entre los muertos, aunque no entendían qué quería significar el Mesías, al hablarles de su Resurrección de entre los muertos. Quizás nosotros, por tener una fe intelectualizada, decimos que creemos en la Resurrección de Jesús y en la resurrección de los muertos, pero, ¿seguiríamos manteniendo dicha creencia, si supiéramos que dentro de pocos días moriremos? Quizás entendemos nuestra fe al nivel intelectual, pero ni la aceptamos, ni la vivimos. ¿Tendrá esta realidad relación con lo difícil que es para nosotros aumentar el número de miembros de la Iglesia -o congregación cristiana- a la que pertenecemos?
Oremos:
Espíritu Santo:
Porque cedo a la tentación de pensar que la humanidad no cree en Dios, y no me formo adecuadamente para fortalecer mi débil fe, infúndeme el deseo de conocerte, amarte y aceptarte, a fin de que aprenda a dejarte purificarme y santificarme.
Porque, aunque pienso que Jesús es el Dios hecho Hombre, mi Salvador, y el Libertador de la humanidad, infúndeme el deseo de conocerte, amarte y aceptarte, para que, por tu medio, pueda conocer a Jesús, y desear experimentar su Pasión y muerte en las dificultades que deba vivir, para, por medio de la fe que me caracteriza, gozar de su Resurrección de entre los muertos.
Porque no me formo espiritualmente para testimoniar mi fe predicando el Evangelio y haciendo el bien, o porque he tomado la decisión de no manifestar mi creencia en Dios, infúndeme el deseo de conocerte, amarte y aceptarte, para que, al experimentar tu presencia iluminadora en mi vida, sienta el deseo de ser un buen predicador, y dé testimonio de mi fe, predicando el Evangelio, y, haciendo el bien.
Porque me es difícil vivir sin que mis familiares, amigos, compañeros de trabajo y hermanos en la fe me alaben constantemente, infúndeme el deseo de conocerte, amarte y aceptarte, para que no deje de dar testimonio de fe, aunque me suceda lo mismo que a Jesús, cuando sintió el rechazo de sus hermanos de raza, animados por muchos líderes religiosos judíos.
Porque pienso mucho en mis dificultades, y no he aprendido que me quieres ayudar a resucitar de las mismas, ayúdame a conocerte, amarte y aceptarte, para que, según acepte tus revelaciones e inspiraciones, aprenda a resolver mis problemas, y ello me ayude a ser un buen discípulo de Jesús.
Porque necesito que mis actos sean aprobados por quienes me conocen constantemente para sentirme valorado, ayúdame a conocerte, amarte y aceptarte, a fin de que aprenda que negarme a mí mismo no consiste en sumirme en una depresión estéril y vivir esperando la muerte sin producir frutos de santidad, sino en amoldarme al cumplimiento de la voluntad divina, para que puedas purificarme y santificarme, y para que pueda ser un útil instrumento en tus manos para evangelizar a quienes se percaten de mi ejemplo, predicando el Evangelio, y haciendo el bien.
Porque rechazo el dolor dado que soy incapaz de aceptarlo como instrumento purificador y santificador, y lo concibo como ocasión de hacerme infeliz, ayúdame a conocerte, amarte y aceptarte, para que pueda comprender que mi cruz no es una concatenación de desgracias, sino un sinfín de oportunidades de vivir en la presencia de mi Padre celestial.
Porque no dejo de ceder a la tentación de buscar la vida fácil aunque ello me suponga seguir a quienes me prometen mucho, no me dan nada y me aíslan, ayúdame a conocerte, amarte y aceptarte, para que siempre actúe tal como lo haría Jesús, si viviera las circunstancias que caracterizan mi vida.
Porque quiero salvar mi vida recorriendo el camino fácil de no asumir el compromiso de ser un buen seguidor de Jesús, ya que mi egoísmo me impide servir a Dios en sus hijos adecuadamente, ayúdame a conocerte, amarte y aceptarte, para que pueda comprender que, para alcanzar la felicidad que ansío, quiero perder la vida fácil que deseo ganar por causa de mi falta de fe, con tal de ganar la vida que verdaderamente lo es.
2. Leemos atentamente MC. 9, 1-9, intentando abarcar el mensaje que San Marcos nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de MC. 9, 1-9.
3-1. Contexto en que se sitúa el Evangelio de la Transfiguración del Señor, según San Marcos.
En MC. 8, 27-38, vemos cómo Pedro reconoce a Jesús como Mesías (MC. 8, 27-30), cómo el Señor reprende a Pedro después de anunciar su Pasión, su muerte y su Resurrección por el empeño del citado discípulo de evitarle la muerte y para que sus otros discípulos vean que en la comunidad cristiana no han de existir los privilegios a costa de marginar a nadie (MC. 8, 31-33), y la sinceridad con que Jesús les habló a sus oyentes, de las dificultades del hecho que suponía -y a vuelto a suponer a lo largo de la Historia- el hecho de ser cristiano (MC. 8, 34-38). En este marco, comienza el segundo Evangelista su relato de la Transfiguración del Señor (MC. 9, 2-10).
3-2. ¿Qué significa el hecho de que algunos que oyeron el discurso de Jesús no morirían sin ver venir con poder el Reino de Dios? (MC. 9, 1).
“El texto que estamos considerando, puede confundirnos, así pues, el mismo, bien puede referirse al pasaje de la Transfiguración del Señor, -un pasaje evangélico en que Jesús adoptó su cuerpo de resucitado, con el rostro resplandeciente y vestiduras blancas-, a las apariciones de Jesús Resucitado a sus Apóstoles, -en que nuestro Salvador se les mostró a sus seguidores más allegados como Rey del universo-, o a la segunda venida de nuestro Salvador al mundo. La posibilidad de que MT. 16, 28 (y MC. 9, 1) se refieran a la Parusía del Mesías, ha hecho que muchos crean que, lo mismo que le sucedió a San Pablo, Jesús debió creer que estaba a punto de acontecer la plena instauración del Reino de Dios en la tierra, un hecho que, personalmente, no creo que fuera cierto” (Fragmento del Estudio bíblico sobre la Transfiguración del Señor, contenido en el apartado 6 del ejercicio de lectio divina del Domingo II de Cuaresma del Ciclo A).
3-3. Los discípulos que fueron aptos para contemplar a Jesús Transfigurado (MC. 9, 2).
Seis días después de que acontecieran los sucesos detallados en el apartado 3-1 del presente trabajo, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y se los llevó consigo a un monte alto, donde se transfiguró ante sus citados discípulos. Pedro, Santiago y Juan no eran superiores a sus compañeros, pero sus espíritus estaban dispuestos a contemplar a Jesús transfigurado, y el Señor sabía que iban a evitar difundir dicho suceso, hasta que el Mesías resucitara de entre los muertos (MC. 9, 9-10), pues, hasta que ello sucediera, no estarían preparados para predicar la Transfiguración del Señor, un hecho que, aunque los convenció de que el Hijo de Dios y María es el Mesías, debían ocultar, hasta que realmente pudieran creer, que Jesús resucitó de entre los muertos, pues no sabían lo que ello significaba (MC. 9, 10), lo cuál es lo mismo que afirmar, que no lo creían.
Jesús llevó a sus seguidores a un monte alto, donde estuvieran lejos del ruido, las prisas y los afanes mundanos, a fin de que pudieran orar sin distracciones. Mis lectores que son cristianos activistas me dirán que en el mundo hay mucho que hacer y que no hay tiempo para orar, pero la oración es el único medio que tenemos para contactar directamente con el Dios Uno y Trino, de hecho, podemos hacerlo sin intermediarios, lo cuál no significa que rechazo la intercesión de los Santos, sino que afirmo que todos podemos hablar con el Dios Uno y Trino. Jesús oraba durante las noches para no dejar de hacer lo que tenía pendiente (MC. 3, 12), así pues, si somos almas activas, no olvidemos el estudio ni la oración, y, si somos dados a la contemplación, no olvidemos la formación ni la práctica de cuanto aprendamos, pues todo ello nos ayudará a ser los cristianos en que Nuestro Padre común está pensando desde la eternidad.
3-4. Los vestidos de Jesús Transfigurado (MC. 3, 3).
La blancura de los vestidos de Jesús, por ser significativa de la pureza divina, no podía verse en ningún traje, ya que ningún batanero podía blanquear un traje tan blanco y reluciente. Los cristianos vivimos intentando alcanzar la pureza con el fin de ser santificados, pero Jesús, por ser Dios, es infinitamente puro, y quiere hacernos semejantes a Él. ¿Le permitiremos al Señor que nos ayude a alcanzar tal logro, sabiendo que por nuestros medios no podemos alcanzar?
3-5. Moisés y Elías (MC. 9, 4).
Moisés representa la Ley, y Elías representa a los Profetas. Los hermanos de raza de Jesús debían cumplir la Ley, y necesitaban de los Profetas para que les sirvieran para estimularles la fe. También los cristianos cumplimos Mandamientos persiguiendo la perfección que significa el cumplimiento de los mismos, y necesitamos predicadores que tengan el coraje de vivir cumpliendo la voluntad divina, sin que cedan a la tentación de manipular el Evangelio, para adaptar el mensaje divino a la consecución de sus intereses humanos. Si no salimos a predicar el Evangelio a la calle, no aprovechamos los medios de comunicación que estén a nuestro alcance para predicar, y nos acuartelamos en nuestros lugares de culto, quienes se caracterizan porque se hacen seguidores de grandes ejemplos conductuales a imitar, no tendrán razones para creer en Dios, porque, aunque les enseñemos las vidas de los Mártires, necesitan ejemplos actuales, que les ayuden a creer que, la fe que profesamos, no por ser una utopía, deja de ser una realidad. No olvidemos que el Cristianismo es un sueño que debe despertar para hacerse realidad.
3-6. La conducta de Pedro y el acuartelamiento de muchos cristianos (MC. 9, 5-6).
Pedro, después de vivir muchas dificultades por ser discípulo de Jesús, cuando vio al Señor Transfigurado, acompañado de Moisés y Elías, tuvo la tentación de quedarse en el monte, cerca de Dios, distanciado de la problemática vida de los pobres, enfermos y desamparados, y lejos de los ricos que, no por tener muchos bienes eran plenamente felices, y eran los responsables de la miseria de la mayoría de sus hermanos de raza.
Los cristianos podemos quedarnos en un monte donde no nos relacionamos con Dios, sino que agrandamos nuestra soberbia, si nos empeñamos en vivir haciéndoles imposiciones morales a creyentes y no creyentes, evitando analizarnos a nosotros mismos, con el fin de corregir nuestros defectos, que, a fin de cuentas, son los más importantes para nosotros, ya que somos los únicos que podemos enmendarnos.
Dios es superior a los hombres, pero nosotros no tenemos por qué separarlos. Si distanciamos a Dios de las distintas realidades que viven los hombres, nos acuartelamos en el monte de nuestra soberbia, e intentamos en vano escondernos del mundo, intentando que Dios crea que somos mejores que los demás.
Si creemos que el pasado era mejor que el presente y el futuro negativo que esperamos porque la Iglesia de la que formamos parte era más influyente en el pasado que en la actualidad, nos empeñamos en distanciar a Dios de los hombres. Para predicar el Evangelio, más que ser miembros de una Iglesia todopoderosa, necesitamos fe, esperanza y amor.
También nos apoltronamos en el monte de nuestro egoísmo, si nos amparamos en fenómenos paranormales con la intención de pretender estar más cerca de Dios de lo que realmente estamos. No necesitamos que Jesús se nos aparezca para estar más cerca de Dios, como se precisa para ello que seamos buenas personas, que acercan a la humanidad a la Divinidad suprema.
También permanecemos en el monte de nuestra soberbia cuando vemos el progreso como sinónimo del mal y sentimos que necesitamos cambiar formas, palabras y gestos para llevar a cabo una evangelización más eficiente, pues nos negamos a hacer tal esfuerzo, aun sabiendo que nuestra Iglesia ganaría seguidores, y en el mundo habría más cristianos, pero quizás para nosotros lo más importante no es el número de hijos de nuestra Iglesia, sino el acuartelamiento en nuestra zona de confor.
También permanecemos en el monte cuando predicamos mensajes rotundos, totalizantes y agresivos, porque estamos cómodos tal cuales estamos, y nos dan miedo los cambios. No queremos que las nuevas generaciones encuentren Iglesias dispuestas a abrazarlas, sino que se adapten a nuestras costumbres, de manera que no hacemos de la diversidad que nos caracteriza a unos y a otros, una fuente de riqueza. Pase lo que pase, necesitamos que la razón esté de nuestra parte, y no importa lo que tengamos que hacer, para lograr alcanzar nuestra meta.
También permanecemos en el monte si nuestra instrucción religiosa sólo se compone de contenidos de carácter espiritual, y nos desentendemos de las dificultades del mundo en que nos ha tocado vivir.
Nos atrincheramos en el monte de nuestra zona de confor, cuando convertimos la oración en un amuleto solucionador de todo tipo de problemas, que tiene el inconveniente de que no funciona cuando lo deseamos, sino cuando Dios lo quiere, por lo que la oración no es un acto de fe, sino una superstición que usamos para sobornar tanto a Dios como a sus Santos.
La petición que Pedro le hizo a Jesús y el acuartelamiento de muchos cristianos en sus lugares de culto, supone que el legalismo y el profetismo estén perfectamente equiparados, el impedimento del cumplimiento de la misión redentora de Jesús, el rechazo de la superioridad de Jesús respecto de la Ley y los Profetas, y el estancamiento para no cumplir la propia misión de creyente. Esto pretendió hacerlo Pedro, y también lo hemos hecho muchos cristianos, creyendo que esto es lo que Dios quería de nosotros.
Los amigos de Jesús tenían miedo de lo que les pudiera suceder, pues el Señor estaba ante ellos como un ser celestial, y, por su condición de pecadores, temían que la justicia divina los exterminara en cualquier momento, ya que Dios no es compatible con la maldad. Quizás nosotros tenemos miedo de predicar el Evangelio, de que el progreso irrumpa en la Iglesia a la que pertenecemos, y, por consiguiente, de que en la misma se instauren costumbres diferentes a las nuestras. Quizás nos negamos a predicar afirmando que hasta muchos de nuestros familiares nos ven como enemigos, pero yo me pregunto si tenemos la apertura mental necesaria para respetar lo que no entendemos y no aceptamos, y para hacer el Evangelio atractivo, y evitar que la creencia en Dios se reduzca a un agobiante código de imposiciones que es difícil de memorizar y de cumplir, porque tiene muchos mandatos que, aunque tienen la misión de perfeccionarnos como cumplidores de lo que entendemos que es la Ley de Dios, puede inducirnos a no desarrollar el hábito de pensar, ya que podemos creer que Dios y los líderes de nuestra Iglesia piensan por nosotros, y que nuestra misión radica en que cumplamos lo que está escrito. No tenemos la obligación de adoptar creencias que rechazamos, pero sí tenemos la obligación de no hacerle imposiciones a nadie, demostrando que somos superiores a quienes se dejen arrastrar a nuestro terreno.
3-7. La manifestación de Nuestro Padre celestial (MT. 9, 7).
Nuestro Santo Padre se manifestó en una nube, desde la que les pidió a los amigos de Jesús, que escucharan al Mesías. Tal pedido también nos compete a nosotros, pues hemos sido llamados a ser seguidores de Jesús.
3-8. La orden que Jesús les dio a sus amigos (MC. 9, 8-9).
Jesús no quiso que sus seguidores le dijeran a nadie lo que habían visto, hasta que Él resucitara de entre los muertos. Todos podemos predicar el Evangelio sin ser teólogos, pero el cultivo de la fe, la formación y la oración, le darán credibilidad tanto a nuestra predicación, como al ejemplo que demos con nuestra vida de fe.
3-9. ¿Qué es eso de resucitar de entre los muertos? (MC. 9, 10).
Los discípulos no entendían a qué se refería Jesús cuando les hablaba de su Resurrección de entre los muertos, y ello nos llama la atención, porque seguro que sabían lo que es resucitar de entre los muertos, pero quizás les sucedía como a los cristianos que tienen una fe intelectualizada, que no viven en el plano práctico. Quizás decimos que creemos que Jesús resucitó de entre los muertos y en nuestra futura resurrección, pero, ¿qué haríamos si supiéramos que nos moriremos apenas terminemos de leer el presente trabajo? En nuestras sesiones de estudio y en las celebraciones de culto a las que asistimos se nos habla de prodigios divinos que aceptamos por tener una fe intelectualizada que no los cree, porque no la llevamos al plano práctico.
Los discípulos observaron la recomendación del Señor, a pesar de que no la entendían. Nosotros tampoco entendemos cómo es posible que exista la resurrección de los muertos y cómo hace Dios para hacer prodigios, pero sin embargo lo creemos, porque es parte del contenido de la fe milenaria que profesamos.
3-10. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.
3-11. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en MC. 9, 1-10 a nuestra vida.
Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la consideración que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿Por qué es importante el reconocimiento de Jesús como Mesías por parte de Pedro?
¿Por qué reprendió Jesús a Pedro?
¿Creemos que Jesús tendría que reprendernos a nosotros porque queremos llevarlo a nuestro terreno en lugar de anhelar cumplir la voluntad divina?
¿Por qué les habló Jesús a sus oyentes de las dificultades que puede suponer su seguimiento, y muchos predicadores intentan hacer el discipulado agradable intentando evitar hablar del sufrimiento que puede suponernos, con el fin de que formemos parte de sus Iglesias -o congregaciones-?
¿Cuándo y por qué atrae dificultades el seguimiento de Jesús?
3-2.
¿Cómo podemos interpretar el misterioso texto de MC. 9, 1?
¿Por qué han surgido quienes creen que Jesús pensaba que estaba a punto de concluir la plena instauración de su Reino en la tierra en el siglo I?
3-3.
¿Por qué se llevó Jesús a Pedro, Santiago y Juan a un monte alto?
¿Por qué no llevó Jesús consigo a otros de los Doce?
¿Por qué era necesario que los citados discípulos de Jesús no difundieran la Transfiguración del Mesías?
¿Qué significa el hecho de que los citados discípulos de Jesús no sabían qué quería decirles el Señor cuando les habló de su Resurrección de entre los muertos?
¿En qué medida son la formación, la acción y la oración importantes para nosotros?
3-4.
¿Qué significa la blancura de los vestidos de Jesús?
¿Qué relación existe entre los cristianos y la pureza de cuerpo y alma?
¿Por qué quiere Jesús hacernos semejantes a Él?
¿Le permitiremos al Señor que nos ayude a alcanzar tal logro, sabiendo que por nuestros medios no podemos alcanzar?
3-5.
¿Qué representa Moisés?
¿A quiénes representa Elías?
¿Por qué eran importantes para los hermanos de raza de Jesús la Ley y los Profetas?
¿Por qué cumplimos los cristianos los Mandamientos de dios y las prescripciones de las Iglesias -o congregaciones- a las que pertenecemos?
¿Por qué necesitamos predicadores que se entreguen al cumplimiento de la voluntad divina sinceramente y sin reservas?
¿Qué sucederá si nos acuartelamos en nuestros lugares de culto y no evangelizamos en la calle ni en los medios de comunicación que estén a nuestro alcance?
¿En qué sentido es el Cristianismo un sueño que debe despertar para hacerse realidad?
3-6.
¿Por qué quiso Pedro construir chozas para Jesús, Moisés y Elías?
¿Por qué quiso Pedro quedarse en el monte?
¿Es exitosa la predicación del Evangelio que se basa en hacer imposiciones morales? ¿Por qué?
¿Por qué necesitamos mejorar nuestra personalidad en lugar de vivir pensando en los defectos de los demás?
¿Qué sucederá si separamos a Dios de los hombres?
¿Por qué tenemos que mezclar a Dios con los hombres, si la superioridad de Nuestro Padre común respecto de nosotros es incuestionable?
¿Necesitamos formar parte de una Iglesia muy influyente para predicar el Evangelio exitosamente? ¿Por qué?
¿Qué necesitamos para predicar el Evangelio adecuadamente?
¿Atenta el progreso contra la evangelización? ¿Por qué?
¿Nos dan miedo los cambios? ¿Por qué?
¿Tendría más seguidores Jesús si predicáramos el Evangelio adaptándonos a las necesidades de la gente de nuestro tiempo?
¿En qué sentido podemos convertir la diversidad de puntos de vista en fuente de riqueza?
¿Ha de distanciarse nuestra instrucción religiosa de los problemas que tiene la gente que nos rodea? ¿Por qué?
¿Es la oración una conversación que mantenemos con Dios y sus Santos porque nos sentimos miembros de la familia divina, o un amuleto que utilizamos por si se cumplen nuestros deseos?
¿Qué cuatro cosas supone la petición que Pedro le hizo a Jesús, y por qué se reflejan las mismas en la profesión de fe de muchos cristianos?
¿Por qué sintieron miedo los amigos de Jesús cuando vieron al Mesías transfigurado?
¿Hasta qué punto necesitamos ser abiertos de mente para predicar el Evangelio, y debemos tener cuidado de no dejar de profesar nuestra fe?
3-7.
¿Cuál es el significado de la nube en que Nuestro Santo Padre les habló a los discípulos de Jesús?
¿Qué les pidió Dios a Pedro, Jacobo y Juan?
¿Por qué nos compete a nosotros el citado pedido?
3-8.
¿Por qué no quiso Jesús que sus amigos difundieran lo que habían visto?
¿Hasta cuándo había de ser observada la citada recomendación?
¿Qué necesitamos para ser predicadores eficientes?
3-9.
¿Es nuestra fe intelectualizada y práctica?
¿Por qué creemos realidades características de Dios que no entendemos?
5. Lectura relacionada.
Leamos y meditemos los Salmos graduales, gozando de nuestro ascenso al monte, y de nuestra entrada en la morada divina, que es el Templo de dios.
6. Contemplación.
Dispongámonos a orar en la presencia del Señor, y contemplemos a Jesús sacando a Pedro, Jacobo y Juan de su rutina, y llevándolos a un monte alto, para que se relacionaran con Dios, sin interrupciones.
Oremos cuanto queramos y cuanto necesitemos hacerlo. Oremos con corazón de niño, y la adulta responsabilidad de tener la conciencia de que la oración es la catapulta que nos lanza al cumplimiento de nuestras responsabilidades.
Así como Jesús se transfiguró delante de sus discípulos, el Señor se manifiesta ante nosotros, y lo hace por medio de la gente con la que nos relacionamos.
Ningún batanero podía lograr blanquear un traje con la blancura de la ropa de Jesús. Tampoco nosotros podemos alcanzar la pureza y la santidad de Jesús por nuestros medios, pero el Señor desea ayudarnos, y no se lo vamos a impedir.
Tenemos una Ley moral la cual tiene el deber de asimilarnos a Jesús, y necesitamos profetas que cumplan la voluntad divina para estimular nuestra fe, independientemente de lo que ello les cueste.
No hemos ascendido al monte con Jesús para permanecer allí indefinidamente, sino para bajar al valle dispuestos a cumplir la voluntad divina.
Escuchemos a Jesús, comprendiendo y aceptando su Palabra, en la medida que ello sea posible para nosotros.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en MC. 9, 1-9.
Subamos a un monte elevado a la hora de orar y por tanto de relacionarnos con Dios, para posteriormente descender al valle para ejercer nuestras responsabilidades de cristianos adultos en la fe que profesamos.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús:
Ayúdame a reconocerte en mis prójimos felices y en quienes sufren, y fortaléceme espiritualmente para que pueda ser un fiel discípulo tuyo.
9. Oración final.
Leamos y oremos el Salmo 7, una súplica de quienes están desesperados por causa de su aflicción.
José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en
joseportilloperez@gmail.com