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Meditación para el Domingo IV del Tiempo Ordinario del Ciclo A.

   Domingo IV del Tiempo Ordinario del Ciclo A.

   Meditación de MT. 5, 1-12A.

   Nota: El ejercicio de lectio divina correspondiente al texto evangélico que meditaremos en esta ocasión, puede solicitárseme escribiéndome a
joseportilloperez@gmail.com
o leerse en la sección de mi blog, de la Solemnidad de Todos los Santos.

   1. El sermón de la montaña se encuentra en los capítulos 5, 6 y 7 del Evangelio de San Mateo. Las Bienaventuranzas son un resumen del citado sermón, sin el que las mismas carecen de significado. Las Bienaventuranzas pueden ser observadas como las recomendaciones que Nuestro Señor nos hace para que anhelemos la santidad. Para que podamos vislumbrar esquemáticamente el programa de nuestra vivencia cristiana, es conveniente que recordemos el siguiente texto de San Pablo: (1 COR. 13, 1-8a).

   2. Si creemos que somos prepotentes o que somos unos fracasados, evitamos el hecho de convertirnos a Nuestro Padre y Dios, así pues, San Lucas define la primera Bienaventuranza en su segunda obra en los siguientes términos: (LC. 6, 20-21A). El compañero de peregrinación de San Pablo, sin la pretensión de plasmar en su Evangelio un estudio teológico profundo con respecto a las frases con que Jesús inició su sermón del monte, nos dice que todos los pobres, sólo por carecer de los recursos que necesitan para vivir, y por dejarse enriquecer por Dios cuando acontezca la Parusía de Cristo para que todos podamos creer que Dios tiene poder para extinguir nuestras carencias, son bienaventurados o dichosos. La misión que tienen los pobres y los enfermos en este mundo le inspiró a Isaías las siguientes palabras: (IS. 26, 8-9).

   San Mateo, al hablarnos de la pobreza en su inicio del sermón del monte, nos hace reflexionar sobre la sencillez del espíritu (MT. 5, 3). La pobreza o sencillez espiritual consiste en sentirnos pequeños para que así podamos amar y desear la grandeza con que Dios nos coronará el día en que Cristo venga a nuestro mundo a concluir la obra que el Padre le encomendó. La pobreza espiritual no ha de ser confundida con la sumisión total con respecto a quienes desean explotarnos, así pues, muchas madres, basándose en su sencillez, les conceden a sus hijos todos los caprichos que les son posibles, y no se percatan de que, al hacer eso, lo único que logran, es ser manipuladas por ellos, y que sus descendientes, en un futuro no muy lejano, maltraten a sus mujeres, al exigirles que actúen como sus progenitoras lo hicieron siempre. Cuando Jesús envió a sus Apóstoles delante de él para que anunciaran la Palabra de Dios, alimentaran a los hambrientos y sanaran a los enfermos, les dijo las palabras expuestas en MT. 10, 16.

   Los pobres espirituales son conscientes de que no se pueden comparar con Dios, pero, al dejarse instruir por Nuestro Maestro, intentan aplicarse las siguientes palabras del Mesías con el corazón henchido de gozo (MT. 5, 13-14). Jesús dijo en su sermón del monte, estas palabras: (MT. 7, 24-25).

   En virtud de la misericordia de Dios y de la grandeza de los pobres de espíritu, el Salmista escribió, las palabras que encontramos en SAL. 9, 11, y 37, 25.

   Jeremías, el segundo de los Profetas mayores, en su aflicción, oraba para no perder la esperanza en Yahveh (JER. 15, 16).

   El mayor ejemplo de pobreza es Jesús, el Señor, pues Jesús dijo cuando se encarnó en Santa María, las palabras expuestas en HEB. 10, 7).

   3. Isaías nos transmite un consolador mensaje de Nuestro Padre común (IS. 25, 8).

   San Lucas nos dice con respecto a la segunda Bienaventuranza: (LC. 6, 21 b). Podemos entender las palabras del citado doctor perfectamente si recordamos que, en su breve exposición de las Bienaventuranzas, no cesó de alentar a los pobres, pues él no profundizó tanto en el estudio de las mismas como lo hizo San Mateo, el cual ignoró los ayes, las consecuencias que, de forma simbólica, tendrán que sufrir quienes no vivan bajo el influjo del espíritu de las Bienaventuranzas. Aunque parece que el texto del Evangelista es surrealista al ser leído en el tiempo en que la mayor parte de los habitantes de la tierra sufren carencias muy graves, el autor de los Hechos de los Apóstoles, sigue afirmando que, los ancianos que se sienten solos, los niños abandonados, las viudas, quienes padecen depresión, y todos los que sufren por cualquier causa, podrán reír cuando acontezca la Parusía de Cristo Rey, porque Él les extirpará sus miserias. Cuando Jesús bendice a quienes lloran, no hemos de entender que les dice que se limiten a gemir hasta que los libre de la adversidad, así pues, el Señor nos da medios suficientes para que luchemos para remediar nuestras carencias, en conformidad con nuestra fe, y, nuestra capacidad de producir frutos ejercitando los dones y virtudes que hemos recibido del Espíritu Santo. Todos conocemos a más de una madre crucificada que sólo sabe hacerse amar presumiendo de que les ha entregado su vida a sus hijos, y, ellos, aunque la adoren, tienen que soportar la incomodidad de que ella les diga a todos sus conocidos que sus descendientes la desprecian. Los pobres en el espíritu, los que lloran en sus estados adversos sin perder la esperanza de vivir en un mundo mejor que ellos mismos han de crearse con la ayuda de Nuestro Padre común, no han de presumir de su bondad, pues ocuparán todo su tiempo en ejercitar los dones y virtudes que han recibido del Espíritu Santo, pues ellos, viven en Dios, viven de Dios, y viven para Dios.

   San Mateo nos expresa el sentido espiritual de la segunda Bienaventuranza: (MT. 5, 4). Dios consolará a quienes lloran porque padecen las consecuencias de sus carencias materiales y espirituales. Tanto Lucas como Mateo no se refieren a quienes lloran porque les gusta ser sobrestimados constantemente, sino a quienes lloran más allá de la tristeza, con el corazón henchido de esperanza, porque han aprendido a creer que, su Dios, hará realidad sus más profundas aspiraciones. Como os dije anteriormente, no debemos ser prepotentes, pero tampoco debemos creer que somos desgraciados, por consiguiente, San Lucas, en su Evangelio, nos dice que es necesario que seamos pobres y que lloremos en sentido espiritual, así pues, el Evangelista de la misericordia, escribió en su primera obra, los siguientes ayes: (LC. 6, 24-26).

   Las palabras del Maestro pueden molestar a los indecisos y a quienes no aceptan nuestra doctrina cristiana, pero nosotros sabemos que sólo existe un camino para alcanzar la cumbre de la felicidad.

   Yo no soy partidario de la aplicación de la pena de muerte ni de la aplicación de ninguna clase de tortura, pero sólo Dios podrá hacer que jamás conozcamos más casos de madres que tiran a sus bebés en contenedores de basura ni otras injusticias semejantes, pues, Dios, al conocer la causa por la que se cometen semejantes actos, solventará nuestras carencias, para que podamos vivir en un ambiente de paz y concordia. Entre 7 y 8KM del pueblo en que vivo, el pasado Domingo, un hombre de 21 años, le asestó siete puñaladas a su esposa, y se sabe que la estranguló, porque la joven, de 22 años, fue encontrada en un garaje con el rostro desfigurado, con un cordón atado al cuello. El aspecto de la joven era parecido al del Varón de dolores el día en que el Mesías fue crucificado, según la Profecía del primero de los Profetas mayores (IS. 53, 2).

   No derramar las lágrimas de las que nos hablan los Hagiógrafos, significa para nosotros ser insensibles desconocedores del dolor humano, como si ello no nos afectara de ninguna manera.

   4. (MT. 5, 5). Qué paradójico es el hecho de hablar de la humildad en la sociedad que ha establecido un límite de competitividad que sobrepasa todo sentimentalismo, de forma que son muchas personas las que están capacitadas para hacer cualquier cosa por escalar un puesto mejor al que tienen actualmente sin escrúpulo alguno que les haga compadecerse de quienes no tienen oportunidades o, mejor dicho, amistades que les eleven a una categoría semejante a la que desean obtener. Son humildes quienes se dan a sí mismos, desinteresadamente, a servir a Dios en las personas de sus prójimos, especialmente en aquellos de quienes quizá sólo pueden recibir un poco de gratitud con mucha suerte.

   5. (MT. 5, 6). Nosotros hemos sido llamados a ser santos, así pues, hemos de cuidar nuestros deseos para que hasta nuestros pensamientos, según la medida de nuestras escasas posibilidades de gestionar los mismos, sean correctos, según los Mandamientos divinos. Los humildes se caracterizan por su capacidad de no sucumbir ante la adversidad (SAL. 16, 7-8).

   6. (MT. 5, 7; SAL. 112, 1-9). La palabra misericordia expresa una gran belleza en su significado, pues nos insta a entregarle nuestro corazón a Dios, en el servicio de nuestros hermanos los hombres.

   7. (MT. 5, 8). Isaías escribió que, el día en que Cristo Rey venga a encontrarse con nosotros, acaecerá lo expuesto, en IS. 11, 9-11; 1 JN. 3, 19-24.

   8. (MT. 5, 9). Nuestro Padre común les ofrece agua a los sedientos, comida a los hambrientos, salud a los enfermos, y riquezas espirituales a los pobres, pero, a quienes trabajan por el establecimiento de la paz en el mundo desde el interior de los hombres, les llama hijos suyos, no con la intención de hacernos saber que ellos son sus únicos hijos, sino destacando el esfuerzo que hacen constantemente para apresurar la venida de Cristo Rey (EF. 1, 2). La paz divina sólo la consiguen quienes siguen el ejemplo del autor de la Carta a los Gálatas, pues él les escribió a sus lectores de la comunidad cristiana que fundó en Galacia, las palabras que encontramos, en GAL. 2, 20.

   9. (MT. 5, 10-12). Quienes leéis mis meditaciones desde hace varios años, os habéis percatado probablemente de que, siempre que escribo algún comentario de las Bienaventuranzas de San Mateo, me gusta unir los versículos en los que el Hagiógrafo sagrado nos habla de las persecuciones que han de caracterizar la vida de los justos. El cantante Julio Iglesias canta una canción en cuyo estribillo afirma: "La gente tira a matar si no volamos muy alto". Mirad lo que escribió San Lucas, en LC. 6, 26. San Mateo nos dice, las palabras expuestas en MT. 5, 12b). ¿Recordáis cómo murió el Diácono San Esteban? (HCH. 7, 59). Jesús no quiere que sus seguidores se dejen asesinar, a menos que no puedan escapar de sus enemigos, así pues, cuando el Mesías instruyó a sus seguidores para que predicaran el Evangelio, les dijo, las palabras que encontramos en MT. 10, 23. En una ocasión en que San Pablo iba a ser azotado, se defendió con el fin de librarse de ser torturado, según leemos en HCH. 22, 25. Pablo se dejaba torturar cuando no tenía más remedio que someterse a la brutalidad de sus enemigos, pero no dudaba en apelar a la justicia de Roma valiéndose de su ciudadanía, un derecho que le pertenecía y que muchos se admiraban de que no tuvo que comprarlo.

   Vamos a concluir esta meditación, pidiéndole a Nuestro Padre y Dios que nos haga sentir el profundo deseo de vivir según el espíritu de las Bienaventuranzas.

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com