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¿Por qué decimos que María de Nazaret fue concebida sin pecado original). (Fiesta de la Virgen de Guadalupe. 12 de diciembre).

   Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe (12 de diciembre).

   Nota: Para obtener más información respecto del Evangelio que consideraremos en el presente trabajo, consultad el ejercicio de Lectio Divina del Domingo IV de Adviento del Ciclo C.

   ¿Por qué decimos que María de Nazaret fue concebida sin pecado original?

   1. Explicación del dogma de la Inmaculada Concepción de María.

   Estimados hermanos y amigos:

   A quienes temen que el culto mariano se superponga a la Liturgia correspondiente al Domingo III de Adviento, les digo que también voy a publicar una meditación para tal ocasión, para que mis lectores tengan ocasión de leer las dos meditaciones, pues, si la Liturgia de este Domingo debe ser celebrada, no es conveniente que dejemos pasar la ocasión de recordar a María Santísima, en su advocación de Guadalupe. Esta es la primera vez que voy a escribir una meditación para la fiesta que estamos celebrando, y lo hago con mucho gusto, por el amor que siento por la Madre de Dios, y para darles gracias a la inmensa mayoría de mis lectores, que son latinoamericanos, por leer mis meditaciones semanales, y por haberme manifestado su apoyo emocional cuando lo que erróneamente llamamos adversidad me ha afectado.

   El pasado día ocho del presente mes, con ocasión de la celebración de la Inmaculada Concepción de María, escribí una meditación en la que expliqué brevemente el dogma de fe que estamos considerando. Mis lectores católicos aceptaron el contenido de dicha meditación sin problemas, e incluso muchos de ellos me felicitaron por la claridad del texto, pero otros tantos lectores, que no son católicos, me han manifestado las razones por las que rechazan este dogma mariano, lo cuál ha tenido la consecuencia de que escriba la presente meditación, con tal de demostrar que María no fue afectada por la mácula del pecado original, con la Biblia en la mano.

   La Iglesia Católica, siguiendo la doctrina de San Pablo (ROM. 5, 12), nos enseña que, al haber pecado nuestros primeros padres, nosotros nacemos afectados, tanto por la mancha vergonzante del pecado, como por las consecuencias de dicha desobediencia a Dios por parte de nuestros antepasados comunes.

   Apenas Adán y Eva desobedecieron a Dios, Nuestro Padre dispuso que su Unigénito redimiera a la humanidad mediante su Pasión, su muerte y su Resurrección. Si Adán, que era un hombre semiperfecto, desobedeció a Dios, sólo Jesucristo, el Hombre perfecto, podía pagar con su vida el precio de dicha desobediencia, dado que no era posible que Dios purificara a la humanidad caída por medio de una víctima sacrificial marcada por la mancha del pecado.

   Si María Santísima no hubiera nacido sin pecado original, la humanidad del Mesías hubiera estado afectada por la mancha del pecado de origen, por lo que, en consecuencia, Nuestro Señor no hubiera podido vivir como un Hombre perfecto.

   Excepcionalmente, el Espíritu Santo impidió que la mancha del pecado original contaminara el alma de María, para que Nuestra Santa Madre, de la que el Arca de la Alianza, el Templo de Jerusalén, la Iglesia terrena y el Templo celestial apocalíptico son imágenes, pudiera ser el Templo divino capaz de contener a su Creador. El gran prodigio de la Inmaculada Concepción de María se llevó a cabo gracias a los méritos que posteriormente al tiempo en que dicho milagro se llevó a cabo, obtuvo Nuestro Señor por medio de su Pasión, su muerte y su Resurrección.

   ¿Por qué quiso Dios que su Santa Madre fuese Inmaculada? Todos nacemos para desempeñar la misión que Dios nos encomienda. La mayoría de cristianos vivimos como seglares mientras que algunos de entre los nuestros deciden consagrarle su vida a Dios, porque, por causas que desconocemos, el Espíritu Santo los colma de dones y virtudes, que Dios les concede, para que los ejerciten en su presencia. María de Nazaret nació sin ser afectada por el pecado original, porque Dios quiso escoger a una mujer, y hacer de ella el prototipo de lo que llegaremos a ser, cuando concluya la plena instauración de su Reino en el mundo, -es decir, una imagen inspirada en la esencia de Nuestro Señor Resucitado de entre los muertos-.

   Existen tres argumentos bíblicos que demuestran la veracidad del dogma sobre el que estamos reflexionando, los cuales son:

   1-1. La santidad absoluta de Dios,

   1-2. las figuras del Antiguo Testamento (la primera parte de la Biblia) referidas a la Madre de Jesús, y

   1-3. las palabras con que el Arcángel San Gabriel saludó a Nuestra Señora, el día en que aconteció la Anunciación del Nacimiento de Nuestro Salvador (LC. 1, 28).

   Desarrollemos dichos argumentos con la Biblia en la mano.

   1-1. La santidad absoluta de Dios.

   Aunque mientras se prolongan nuestras vidas tenemos la oportunidad de superar los errores que nos caracterizan, Dios, por su santidad absoluta, no está relacionado con el pecado. Recordemos que, después de que nuestros primeros padres le desobedecieran, aconteció el siguiente hecho: (GN. 3, 22-24).

   Mientras nos purificamos y nos santificamos para vivir en la presencia de Dios, no podemos vivir en el Edén comunicándonos con Nuestro Creador, no sólo espiritualmente, sino también escuchando su voz, porque Dios no está relacionado con el pecado. La razón que nos insta a desear alcanzar la plenitud de la pureza, es el deseo que tenemos de vivir en presencia de Nuestro Padre común.

   En el pasaje bíblico de la revelación de Dios a Moisés en el monte Sinaí, leemos las siguientes palabras de Yahveh: (ÉX. 3, 5). Moisés debía abstenerse de mezclar el polvo de la tierra profana que estaba pegado a sus sandalias con el polvo del terreno que fue santificado por la presencia de Elohim, el Dios Todopoderoso. Las realidades del mundo deben ser santificadas antes de serles presentadas a Dios. Dado que el mundo se opone a Dios, y Nuestro Creador es celoso de todo lo que toca, no es posible que su Hijo naciera de una mujer marcada por la desobediencia a YHWH.

   Si la presencia del Dios Uno y Trino santifica, ¿cómo hubiera podido Jesús nacer de una mujer marcada por el pecado, sin haberla santificado previamente a su concepción? Esta es la razón por la que los cristianos católicos creemos que la Madre de Dios fue santificada desde el momento en que Dios creó su alma y fue concebida.

   (NÚM. 4, 15). Los hebreos no consagrados a Dios tenían prohibido el hecho de tocar los objetos consagrados al culto divino. ¿Cómo Jesucristo, siendo el Gran Sumo Sacerdote de la humanidad, podría haber nacido de una mujer contagiada por la mancha del pecado original?

   Veamos un ejemplo de cómo la justicia de Dios actúa contra quienes están en su presencia y se niegan a ser santificados (1 SAM. 5, 1-12).

   Dado que el Antiguo Testamento contiene el anuncio de nuestra Redención que ha acontecido en tiempos del Nuevo Testamento, y contiene el anuncio de la plena instauración del Reino de Dios entre nosotros que aún esperamos, podemos decir, con toda justicia, que la santidad de Dios se nos revela más plenamente en la segunda parte de la Biblia, que en el Antiguo Pacto.

   (LC. 19, 45-48). Si el Templo de Jerusalén, que sólo era una figura de la morada de Dios, -la cuál es el corazón de los hombres-, no debía utilizarse para llevar a cabo prácticas relacionadas con el pecado, ¿cómo podría haber nacido Jesús de una mujer necesitada de la purificación de su alma?

   No sólo el Alma y el Cuerpo de Nuestro Señor, sino hasta los vestidos de Jesús eran santos. (MT. 9, 20-22. 14, 36).

   Si las ropas de Jesús eran santas, ¿cómo no había de ser santo el cuerpo que durante nueve meses le hizo de vestido a Nuestro Salvador?

   1-2. Las figuras del Antiguo Testamento referidas a María.

   Dios le dijo a la serpiente en el pasaje del pecado original de nuestros primeros padres, las palabras que leemos en GN. 3, 15.

   En esta ocasión, meditaremos sobre tres figuras de Nuestra Señora, las cuales, son:

   1-2-1. Eva,

   1-2-2. la enemistad entre la mujer y su descendencia (simiente) con la serpiente, y

   1-2-3. el Tabernáculo y el Arca de la Alianza.

   Meditemos sobre dichas figuras brevemente.

   1-2-1. Eva.

   La serpiente engañó a Eva, la cual, al perder la inocencia divina, dejó de depender de Dios, y se hizo esclava del hombre (GN. 3, 16).

   Eva es nuestra madre, por cuanto fue la primera mujer que existió, y, por tanto, de ella procede el linaje humano. "El hombre llamó a su mujer «Eva» (Hawa en hebreo), por ser ella la madre de todos los vivientes" (GN. 3, 20).

   Si Eva es la madre de la que hemos heredado nuestra condición pecadora, María es la Madre que nos conduce a la presencia de Dios.

   (AP. 12, 1-2). La angustia de la que se nos informa en el fragmento del Apocalipsis que acabamos de recordar, fue el resultado de una experiencia de entrega total de María Santísima al servicio de Dios. Recordemos cómo, en contraposición a la conducta que observó Nuestra Santa Madre, nuestra primera predecesora, se dejó seducir por Satanás (GN. 3, 6).

   En contraposición a la conducta de Eva, María le dijo al Arcángel San Gabriel, en el pasaje de la Anunciación, las palabras que encontramos en LC. 1, 38.

   De la misma manera que Jesucristo corrigió la desviación de la conducta de Adán al redimirnos, María Santísima corrigió el mal comportamiento de Eva con su buen proceder.

   Si de Eva nació Caín, el cuál asesinó a su hermano Abel por envidia (GN. 4, 8), de María nació Jesús, quien con su buena conducta corrigió el pecado de Caín, quien asesinó a un sólo hombre, vivificando a todos los que tengan y ejerzan fe en Él, por consiguiente, Nuestro Salvador, nos dice, las palabras que leemos en JN. 5, 24.

   1-2-2. La enemistad entre la mujer y su descendencia (simiente) con la serpiente.

   En la traducción Pseptuagésima de las Escrituras hebreas, en GN. 3, 15, la palabra que traducimos como "simiente" es "semenos", que se traduce literalmente al castellano como "semen". De la misma forma que Eva procedió directamente de Dios, el alma de María fue protegida para que no fuera manchada por la vergonzante mácula del pecado original. Es esta la causa por la que Jesucristo, el descendiente de la nueva Eva, -María de Nazaret-, es Aquel de quien profetizó el autor bíblico, -bajo la inspiración del Espíritu Santo-, que le aplastaría la cabeza al Demonio, cuando este intentara morderle el tobillo, -es decir, aunque Jesús se dejó asesinar por los secuaces de Satanás, resucitó de entre los muertos para no morir jamás, y fue glorificado por habernos redimido-. Ya que nuestras dos madres proceden directamente de Dios, Jesucristo también procede de Nuestro Padre común, -es decir, procede de una simiente no contaminada con la mancha del pecado de origen-. Tengamos en cuenta que es Dios quien protegió a María Santísima de llevar la vergonzante mancha del pecado sobre sí, pues le dijo a la serpiente, refiriéndose a María: "Enemistad pondré entre ti y la mujer" (GN. 3, 15).

   Eva no podía ser la mujer de la que Dios le habló a la serpiente, dado que nuestra antepasada común acababa de desobedecerle, por lo que, aunque fue creada totalmente purificada, a diferencia de Nuestra Santa Madre que fue preservada de pecar, tuvo la opción de elegir, y tomó la peor decisión de la Historia de la humanidad, ya que no sólo nos perjudicó a todos sus descendientes, sino que condenó a muerte al Unigénito de Dios.

   1-2-3. El Tabernáculo y el Arca de la Alianza.

   Los hebreos, por orden de Dios, construyeron un templo portátil (ÉX. 25, 8-9). Si dicho templo era figura de la morada de Dios, -la cuál es Cristo, quien vive en las almas de sus creyentes-, Nuestra Santa Madre fue la morada del Redentor de las naciones.

   De la misma manera que la gloria de Dios llenó el primer Tabernáculo, Nuestra Santa Madre también fue glorificada por Nuestro Creador (ÉX. 40, 34-38). La gloria del Espíritu Santo llenó el corazón de Nuestra Santa Madre (LC. 1, 35). El hecho de que el Espíritu Santo cubriera con su sombra a María, significa que la Madre de Jesús fue convertida en Templo -o Morada- de Dios.

   San Lucas quiso que sus lectores vieran a María como una perfecta Arca de la Alianza, contenedora de la esencia de Dios.

   Fijaos en el siguiente paralelismo: (2 SAM. 6, 9 y LC. 1, 43).

   Consideremos un nuevo paralelismo (2 SAM. 6, 14 y LC. 1, 44).

   Consideremos un último paralelismo (2 SAM. 6, 11 y LC. 1, 56).

   1-3. Las palabras que San Gabriel le dijo a Nuestra Señora, en el pasaje de la Anunciación.

   Sabemos que el Evangelio de San Lucas fue escrito en griego coiné. San Gabriel le dijo a María, en el pasaje de la Anunciación: "Jaire Kejaritomene" (LC. 1, 28). Tales palabras, se traducen al castellano, como: "Alégrate, llena de gracia".

   María es la hija de Sión, la imagen de la Jerusalén purificada de sus pecados (JL. 2, 21-27). El suelo en la Biblia es sinónimo de fertilidad, así pues, veamos algunos pasajes donde el suelo fértil es el seno de María, Madre de Jesús, y Madre de la humanidad redimida: (GN. 2, 7). Dios creó a Adán y a Eva libres de la mancha del pecado que ambos atrajeron hacia sí después libremente. Este hecho indica que la humanidad redimida es hija de Nuestra Santa Madre, María, la mujer que fue creada para ser Madre de Dios.

   DE la misma manera que Dios hizo al hombre con tierra del suelo, de la carne purísima de María, formó a Jesús, Nuestro Salvador.

   (GN. 22, 13). En el pasaje que estamos considerando, Abraham es imagen de Dios, e Isaac, -su hijo-, es imagen de Jesús por cuanto estuvo a punto de ser sacrificado, e imagen nuestra, por cuanto fue librado de la muerte, de la misma forma que, por los méritos de Cristo, hemos ganado la vida eterna. Mientras que Abraham fue probado por Dios, Nuestro Padre común, con tal de demostrarnos su amor para con nosotros, consintió la muerte de su Unigénito.

   Si el carnero que Abraham vio no hubiera aparecido de la nada, dicho jeque no hubiera tenido en cuenta la vida de su hijo, porque consideraba que su misión más importante en la vida, era tributarle culto a Dios.

   El citado carnero, también es imagen de Cristo, por cuanto, de la misma manera que la vida de dicho animal le ganó a Isaac el hecho de seguir viviendo, Jesucristo, por su Pasión, su muerte y su Resurrección, nos ha ganado la vida eterna.

   De la misma manera que el citado carnero parecía ser fruto del monte de Moriah, en el que Abraham iba a sacrificar a su hijo, para rendirle culto a Dios, Jesucristo procede de una tierra santa, -el seno de María-, la cual lo trajo al mundo para que pudiera redimirnos con su sacrificio.

   (ÉX. 3, 1-2). Con tal que los creyentes no se hicieran imágenes de Yahveh, y confundieran a su Dios con las divinidades extranjeras, Elohim adoptó la costumbre de manifestársele a su pueblo y especialmente a sus amigos íntimos por medio de teofanías, es decir, imágenes sensibles. En esta ocasión, Moisés vio a Dios convertido en zarza ardiente, cuyo fuego era inextinguible, por causa del simbolismo purificador que dicho elemento tiene en la Biblia. De la misma forma que el fuego y la voz de Dios salían de la zarza ardiente, Cristo procede de Dios. El símbolo del fuego se identifica perfectamente con Jesús, pues Nuestro Señor es la luz del mundo (JN. 8, 12). De la misma forma que la zarza que Moisés vio estaba plantada en el suelo, Jesús procede de la Virgen María, la tierra fértil sobre la que se fundamenta el Reino de Dios, por los méritos obtenidos por la Pasión, la muerte y la Resurrección de Cristo.

   María reconoció que el texto de Joel que recordamos anteriormente se refiere a Ella (LC. 1, 49).

   (ZAC. 9, 9). María fue la tierra santificada que recibió a su Salvador con gran alegría, tal como Jerusalén debió haber recibido a su Redentor en su entrada triunfal a la Ciudad Santa.

   (SOF. 3, 14-18). Quienes de entre mis lectores han sido emigrantes, saben perfectamente lo que significa el hecho de tener una tierra propia en la que echar raíces. La tierra de los cristianos es el Reino de Dios. Mientras que dicho Reino concluye su plena instauración en este suelo, vivimos como emigrantes, ya que, si somos cristianos practicantes, no estamos exentos de tener problemas, porque nuestra fe no es compatible con todas las creencias del medio en el que nos desenvolvemos. María Santísima es la tierra santa que produjo al Salvador, y, por los méritos obtenidos por la Pasión, la muerte y la Resurrección de Nuestro Señor, es la tierra que, porque Dios lo quiere, no cesa de orar para atraer a sus hijos al Reino de Nuestro Padre común.

   2. Los protestantes y la Inmaculada Concepción.

   Nuestros hermanos protestantes dicen que los dogmas marianos sólo son invenciones del clero para atarnos a los feligreses a creencias absurdas. Tales hermanos nuestros dicen que María Santísima es pecadora (ROM. 3, 23; 1 JN. 1, 8).

   Según nuestros hermanos, dado que todos somos pecadores según ROM. 3, 23, decir que María Santísima fue excepcionalmente salvada de llevar la vergonzante mancha del pecado original, es una falacia. Para justificar sus creencias, nos recuerdan el siguiente pasaje del Evangelio de San Mateo: (MT. 12, 46-50). Lo primero que hacen nuestros hermanos cuando leen este pasaje, es hacer un comentario referente a que los católicos manipulamos las Escrituras, pues prueba de ello es que negamos el hecho de que Jesús tuvo hermanos, dado que, según ellos, María solo fue Virgen hasta que dio a luz a Jesús, pues interpretan erróneamente MT. 1, 25, donde se dice que José no conoció a María hasta que ésta dio a luz a Jesús, lo cuál no ha de interpretarse literalmente, pues, siendo María el Templo de Dios, ¿cómo podía José mantener relaciones maritales con Ella?

   La falta de espacio me imposibilita el hecho de tratar la cuestión de la Virginidad de María y el hecho de si Jesús tuvo hermanos carnales, temas utilizados por muchos de quienes no saben qué hacer para contradecirnos, al interpretar MT. 12, 46-50, en atención a sus creencias.

   Para los judíos, todos los descendientes de un mismo abuelo, eran hermanos. Los primos de Jesús no estaban de acuerdo con la doctrina predicada por el Mesías. María, siendo mujer, -aparte de que seguro desearía abrazar a su Hijo-, no tenía potestad legal para tomar decisiones. Al haber fallecido José, la Madre de Jesús vivía a merced de sus familiares, los cuales debieron obligarla a buscar a Jesús, forzándola para que convenciera a Nuestro Salvador de que se volviera a casa con ellos, con tal de impedir lo que todos veían acercarse: la lapidación o la crucificción del Señor.

   Jesús utilizó palabras que probablemente dañaron el corazón de María, porque quizás Ella se sintió culpable de haberse dejado arrastrar por sus familiares para impedir que su Hijo llevara a cabo su obra, pero María comprendía que Jesús tenía que utilizar un vocabulario claro y conciso, con tal que sus familiares no lo ridiculizaran ante sus oyentes, para que los tales no aceptaran su predicación.

   (LC. 11, 27-28). Si María escuchó o tuvo conocimiento de que Jesús pronunció tales palabras, debió sufrir, en el sentido de que a todas las madres que aman a sus descendientes les gusta gloriarse de lo que sus hijos dicen y hacen, pero Ella sabía bien que la misión que Dios le encomendó no le reportaba en este mundo más que motivos de sufrimiento, porque el Reino de Dios en este mundo a veces es causa de violencia (MT. 11, 12).

   Jesús no pretendió minusvalorar a su Madre, sino hacer que sus creyentes comprendieran lo importante que es el hecho de que le seamos sumisos a Dios. Muchos católicos se escandalizan porque entre nosotros hay quienes le piden cosas a María antes de pedírselas a Jesús, pero, dado que tanto la Madre como el Hijo se aman y son Dioses, ¿qué importa a quién le pidamos dádivas primeramente?

   Volviendo al tema que nos ocupa en esta meditación, podemos tener en cuenta los siguientes versículos bíblicos, para fundamentar el dogma de la Inmaculada Concepción de María, ante los protestantes: (JD. 1, 24-25). Sólo Dios pudo mantener a Nuestra Santa Madre incontamida de la mácula del pecado original.

   Volvamos al texto de ROM. 3, 23. San Pablo, al hablar de "todos", no pudo referirse a toda la humanidad, sino a los pecados que todos cometemos individualmente, porque ni Elías ni Henoc experimentaron la muerte física, pues fueron arrebatados al cielo (GN. 5, 24; 2 RE. 2, 11). Como todos sabemos, Cristo, -quien también se hizo Hombre por nuestra causa-, tampoco está incluido en el "todos" que San Pablo escribió en el citado versículo de su Carta a los Romanos que estamos considerando.

   1 JN. 1, 8, tampoco puede referirse a Jesús (HEB. 4, 15). Si Jesús hubiera nacido de una mujer pecadora, no hubiera podido vivir como un Santo perfecto, porque hubiera contraído la mancha del pecado original, la cuál le hubiera impedido llevar a cabo su propósito, por consiguiente, aunque se hubiera dejado crucificar, su condición pecadora le hubiera impedido que el Padre hubiera aceptado su sacrificio, otorgándole el valor redentor que lo caracteriza.

   Tanto en ROM. 3, 23 como en 1 JN. 1, 8-9, no se aborda la cuestión del pecado original, sino el tema del pecado personal. Vemos que San Juan no aborda la cuestión del pecado original, sino el tema de los pecados individuales de sí mismo y de cada uno de sus lectores.

   ¿Pretendo decir que en la Biblia no se aborda el pecado original? No puedo decir esto, dado que San Pablo escribió en su Carta a los Romanos: (ROM. 5, 12).

   Aunque los textos de ROM. 3, 23 y de 1 JN. 1, 8-9, hacen referencia a nuestros pecados personales, el "todos" de ROM. 3, 23, no puede abarcar a toda la humanidad, ya que, quienes por su edad o por las enfermedades que padecen no tienen uso de razón, están libres de cometer pecados personales, aunque se dé el caso de que algunos de ellos puedan hacer el mal, pero, al no ser conscientes de sus acciones, no pueden ser tenidos como pecadores.

   Consideremos LC. 1, 28. La palabra "Kejaritomene" ("llena de gracia") nos sorprende, porque indica un cambio de nombre. Sabemos que en la Biblia, tanto Dios Padre como Jesús, les cambiaron el nombre a algunos personajes, para indicar con cierto énfasis la misión que debían llevar a cabo los tales (MT. 16, 16-19).

   María es "la llena de gracia", porque fue convertida por el Espíritu Santo en Templo de Dios.

   A quienes celebráis el día de Nuestra Señora de Guadalupe, os deseo que Nuestra Santa Madre interceda ante Jesús por vosotros, para que, desde vuestras circunstancias actuales, experimentéis la salvación que todos esperamos. Amén.

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com