Introduce el texto que quieres buscar.

Meditación para el Miércoles de Ceniza.

    Meditación.

   1. A partir del segundo Domingo del tiempo ordinario empecé a preparar las meditaciones de Cuaresma junto a todos los hermanos y amigos para editar los boletines de Padre nuestro. Hoy es el gran día tan esperado en el que empezamos a vivir el tiempo de Cuaresma. Este Miércoles es el primero de los 40 días durante los que nos preparamos espiritualmente para celebrar el Misterio Pascual. Dispongámonos a acompañar a Jesús en su última peregrinación a Jerusalén para que Nuestro Señor no se sienta sólo durante las horas en que se prolongará su Pasión.

   2. Uno de los aspectos más relevantes de este periodo litúrgico es la recepción por nuestra parte del Sacramento de la Reconciliación -o Penitencia- Dios no tiene nada que perdonarnos porque nos ama y, quienes saben amar, no tienen necesidad de ejercitar la virtud del perdón. Quienes anteponen la caridad a su amor propio son incapaces de ofenderse, pero ello no significa que esas personas estén incapacitadas para no sucumbir ante los estados adversos que viven. Si somos conscientes de que lo más lógico que podemos hacer es equivocarnos según decía Madre Teresa de Calcuta, deberíamos aprender a perdonarnos a nosotros mismos y a nuestros prójimos. La extrema aplicación de la penitencia a nuestras vidas puede convertirse en una barrera sicológica insalvable. San Pablo decía las siguientes palabras, que encontramos en ROM. 7, 15.

   Hace varios años conocí a un chico de catorce años que ignoraba la diferencia que existe entre pensar y consumar los inocuos deseos que pueden oscurecer nuestra mente cuando estamos airados. El pobrecillo Juan, cuanto más deseaba ser paciente, más pensamientos iracundos albergaba ya no contra sus prójimos, sino respecto de sí mismo. Mi amigo Juan vive sedado, su siquiatra cree que jamás podrá dejar de consumir tranquilizantes que le han causado pequeñas deformaciones en el cuerpo y lo debilitan de tal forma que no puede caminar si no es ayudado por sus familiares, simplemente por haber concebido en su pubertad la penitencia como una carga insuperable. Juan decía:

   "Si el demonio me induce a pecar, ¿cómo podré resistir mis tentaciones?

   ¿De qué me sirve aspirar a la Santidad si el demonio no deja de asfixiarme?

   ¿Peco al pensar que no siento que Dios me libra de las garras del diablo?".

   3. Si desestimamos el Sacramento de la Reconciliación, nos oponemos a alcanzar un mayor estado de perfección personal. Si desestimar la penitencia equivale para nosotros a vivir mediocremente, abusar de los actos de petición de perdón significa disminuir nuestras posibilidades de constatar que Nuestro Padre y Dios no nos ha abandonado. Personalmente pienso que Dios no quiere ser una necesidad vital para nosotros, sino un miembro más de nuestra familia, una fuente de dones y virtudes que se nos da, por cuanto Él es la personificación del amor. No tengamos prisa pensando que necesitamos superar rápidamente nuestros defectos simplemente porque se acerca la Semana Santa, así pues, si nos superamos un poco respecto de nuestras debilidades, habremos logrado dar un paso más para alcanzar la tan ansiada meta de nuestra santificación. Quienes haremos actos de reconciliación durante este periodo litúrgico, le pediremos a Dios que nos enseñe a perdonarnos a nosotros, y a no sentirnos ofendidos ni heridos ante los comportamientos de nuestros prójimos que no podemos aceptar. El Sacramento de la Reconciliación tiene un sentido muy amplio si lo vemos como medio de conocer la profundidad de nuestro corazón con la intención de detectar nuestros defectos y la forma de superar los mismos, y también es de gran provecho si a través del citado rito nos acercamos a aquellos de nuestros seres conocidos a quienes desestimamos porque son más pobres que nosotros o porque han abrazado un estado de vida escandaloso para nosotros porque desconocemos la citada forma de existencia. Para que nuestros hermanos los hombres nos comprendan y respeten, tenemos que comprenderlos y respetarlos a ellos. A pesar de que los cristianos no podemos apoyar las diversas prácticas injustas existentes, tenemos que abrirnos a quienes no comparten nuestras creencias, para que ellos se acerquen a nosotros con confianza y siendo conscientes de que somos maestros del arte de amar, pues es necesario que se nos conozca por predicar el Evangelio mediante el ejemplo que les damos a quienes nos conocen de convertir en obras las palabras de Nuestro Hermano y Señor Jesús.

   No podemos hacer penitencia sin ser absorbidos por el hastío ignorando que la práctica de la caridad empieza por nosotros mismos y se extiende a nuestros prójimos. No hacemos penitencia porque nuestra naturaleza es pecadora por antonomasia, pues intentamos reconciliarnos con nosotros y nuestros prójimos en aras de alcanzar un estado de perfección más satisfactorio (2 COR. 5, 20).

   Vamos a pedirle a Nuestro Santo Padre que el tiempo de Cuaresma nos sirva para profundizar la relación que mantenemos con Él, y para fomentar el vínculo que nos une a la Trinidad Beatísima.

   Intentemos no conformarnos creyendo que cumplimos con Dios porque asistimos a la celebración de la Eucaristía dominical, olvidando así nuestros deberes cristianos.

   Nuestro Santo Padre nos creó a su imagen y semejanza para que seamos como Él, así pues, atendamos las siguientes exhortaciones bíblicas: (MT. 5, 48: 1 PE. 1, 16).

   (EF. 1, 3). Nosotros podemos asemejarnos a Dios en su conducta amorosa si nos decidimos a imitar a Jesús de Nazaret (2 COR. 5, 21).

   Cristo no sólo asumió nuestra condición humana, pues Él también quiso dejarse marcar por nuestra debilidad (FLP. 2, 7).

   ¿Por qué se sometió Nuestro Hermano Jesús al dolor? Jesús hubiera podido purificarnos sin dolor, pero nuestro amor a la vida fácil y vacía nos incita a vencer la adversidad para concienciarnos del valor de los dones y virtudes que Dios nos ha dado para que seamos felices según nuestras posibilidades.

   4. Los buenos penitentes no pueden manifestarse a Dios, a ellos y al mundo mediante el ejercicio de sus actos de penitencia, si no hacen de la oración un elemento esencial de sus vidas. Cuanto más nos relacionamos con nuestros seres queridos, más estrechos se hacen los lazos que nos vinculan a ellos, así pues, si Dios es el más amado de nuestros prójimos, ¿cómo prescindiremos de orar si la oración consiste en hablar con Dios?

   ¿Es difícil orar para nosotros? Si nos sucede esto, entendamos que en el caso de que no tengamos fe, sólo usamos a Dios para que nos ayude cuando necesitamos de sus gracias divinas para superar nuestra adversidad. Dios no es el padre oprimido por un adolescente porque no puede darle a su hijo el dinero que le pide, de hecho, Nuestro Santo Padre es el más grande de los amores, pero no por ello se deja manipular por nuestro egoísmo.

   (1 JN. 4, 8). Esta realidad no significa que ese amor no se convertirá en exigencia cuando Nuestro Santo Padre crea oportuno el hecho de hacernos ver que nuestra forma de expresarnos o de proceder en un determinado momento es incorrecta. A Dios no le gusta ser severo cuando nos estancamos en nuestros defectos negándonos a superar los citados estados, pero el amor "encuentra su gozo en la verdad" (1 COR. 13, 6).

   Todos tenemos una forma de orar que se adecua a nuestro carácter, así pues, mientras que algunos de nuestros hermanos se sienten muy motivados a elevar sus plegarias al cielo ante las imágenes religiosas de su devoción, otros nos sentimos más inspirados para orar en grupos de Liturgia y oración o cuando estamos a solas en estado de contemplación. A Dios no le incumbe nuestra forma de orar como la sinceridad de los pensamientos, gestos, palabras u obras con que le formulamos nuestras peticiones y le agradecemos la infinitud del manantial de misericordia que derrama constantemente sobre nosotros. Seguramente sufriremos mucho cuando contemplemos a Jesús durante las horas de su Pasión y muerte en la conmemoración del Santo Triduo Pascual, pero nos es necesario que Jesús sufra nuestra adversidad y mucho más para que no sintamos que somos cobardes cuando tengamos que demostrarnos a nosotros y al mundo nuestra fe enfrentándonos al dolor que nos caracteriza.

   Jesús nos dice en el Evangelio correspondiente a esta celebración eucarística que nuestras oraciones sean sinceras intenciones de petición y de acción de gracias que brotan de nuestro corazón como ríos de agua viva. Jesús es nuestro gran modelo de fervoroso Hijo de Dios que se dedicaba a orar durante muchas horas y, nosotros, los que deseamos imitarlo, leemos llenos de asombro y emoción las palabras del Evangelio del Apóstol y Evangelista Juan: (JN. 7, 37-38).

   No creamos que Dios nos va a conceder todo lo que le vamos a pedir simplemente porque oramos durante muchas horas. Si Nuestro Padre sabe que le pedimos dádivas que no nos convienen, nos será imposible agotar su paciencia con nuestros ruegos. No tengamos miedo a elevar nuestras peticiones a Dios cuando oramos (MT. 7, 7. 6, 8).

   No  nos quejemos de nuestro sufrimiento purificador. No nos sirve de nada lamentarnos porque atravesamos una situación difícil.

   ¿Dónde está nuestra fe? No puedo evitar pensar en lo que es el amor cristiano cuando veo a muchos padres presumir de los cuidados con que aman a sus hijos discapacitados y se lamentan de la cruz que Dios les ha echado encima. Pocos meses antes de que mi hermana Lucía muriera con parálisis cerebral, epilepsia y otras enfermedades, yo la tuve entre mis brazos. Su cuerpo temblaba, y su vida era vencida por la muerte muy lentamente. Yo no me hacía pasar por santo porque abrazaba su cuerpo que era abandonado por la vida lentamente, estaba con ella hasta el fin de su existencia. Yo era un niño de once años que tuve que aprender en aquellas circunstancias la diferencia que existe entre el amor verdadero y la hipocresía. Por cierto, os digo que en aquel tiempo no me vi en la necesidad de reunir a todos mis vecinos para que se jactaran viéndome llorar como un hipócrita.

José Portillo Pérez.
joseportilloperez@gmail.com