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Meditación para el Miércoles de Ceniza.

   Meditación.

   Imaginemos que Jesús ha concluido plenamente la instauración de su Reino de amor y paz entre nosotros. Imaginemos que vivimos en un mundo en que nuestra mayor prioridad consiste en amar y ser amados, por lo que no se hace nada con doble intención.

   Contemplemos el mundo sin sufrimientos que añoramos, cuyos habitantes nos serviremos, por el gozo de amar, y de ser amados.

   Mientras Jesús concluye la instauración de su Reino entre nosotros, oremos sinceramente, para que dios haga aquello que nos es imposible, pero necesitamos que sea hecho, para que, tanto nosotros como toda la humanidad, seamos mejores.

   Parece que no ha transcurrido el tiempo desde que el pasado año os envié mi primera meditación a la lista, así pues, ese texto también correspondía al Miércoles de Ceniza. En esta ocasión no pretendo hacer un análisis exhaustivo de mi trabajo en todos los sitios asociados de Trigo de Dios, así pues, sólo deseo deciros que el año junto a vosotros ha sido muy corto y agradable.

   La primera lectura que meditamos en esta ocasión, hace referencia a la penitencia, a los golpes de pecho, al rezo a veces estéril de cientos de Rosarios continuados... Yo quiero sugeriros que la Cuaresma de este año sea distinta para nosotros. Hermanos: Conozco el caso de muchos enfermos que son despreciados por sus familiares, grandes hipócritas que reconocen ante la gente amar mucho a sus minusvalorizados.

   No seamos hipócritas, y démosle a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César. (MT. 22, 21).

   Rasguemos esa tela gruesa y opaca que cubre la urna de nuestros defectos, pecados y resentimientos.

   Hubo un tiempo en que el rey David se enamoró de Betsabé, la mujer de aquel Urías a quien el rey de Israel mandó asesinar para quitarle su cordera al pastor a quien Natán mencionó en su parábola en presencia del monarca. David, al percatarse de la atrocidad que llevó a cabo, compuso el Salmo 51. Estoy de acuerdo con que hemos de hacer penitencia para reconocer nuestros errores y los pecados que hemos cometido voluntaria y conscientemente si ello ha sucedido, pero personalmente prefiero ampararme en la Psicología moderna para corregir mis penas antes que pasar la vida llorando inútilmente esperando que se aparezca Dios y me solucione mis amarguras. A mí no me va a caer un rosco del cielo, Dios ha puesto a mi alcance medios para solventar mis deficiencias.

   (2 COR. 5, 20). Somos conscientes, queridos hermanos, de que algunos hemos recibido una instrucción muy negativa respecto de las verdades fundamentales de Nuestro Dios, de igual manera que también reconocemos que los conceptos referentes al pecado y a nuestra condenación han causado en muchos de nuestros hermanos el nacimiento de una gran aversión a la Iglesia Católica, y, por extensión, a Nuestro Padre y Dios. Nosotros qeremos corregir esas desviaciones que hacen sufrir a fieles y a retirados de la Iglesia, porque no tiene lógica alguna el absurdo hecho de que el Creador del amor nos condene, porque Él no tiene capacidad de ofenderse por nuestras rebeldías. No sólo hemos de conformarnos siendo en nuestra Iglesia los pocos que de ella formamos parte, dado que es necesario que atraigamos a Cristo a quienes se han alejado de Él simplemente porque son más fuertes que el miedo que otros les han inducido a tener ante la supuesta realidad del infierno, esa muletilla que muchos han usado, los unos por error, y los otros para someter a las masas a su voluntad, usando sutilmente la infusión del miedo.

   (2 COR. 5, 21). Cristo Jesús, además de ser pecado que se perdona cuando proviene de los pecadores, se convirtió en cobardía en los cobardes, y en bondad en los Santos. Jesús, independientemente de nuestra justicia, -no olvidemos que aquí la única justicia es la de Dios-, murió para enseñarnos a afrontar la adversidad valientemente, sin temor alguno a las caras de quienes no comprenden nuestra forma de proceder y al mismo fracaso.

   La Cuaresma es el día favorable de la gracia y la salvación (2 COR. 6, 2).

   Hagamos el propósito de fortalecer los lazos que nos unen a Nuestro Padre celestial, nuestros prójimos los hombres y nosotros mismos.

   La lectura del Evangelio que la Iglesia nos propone para esta ocasión, nos dispone a prepararnos para recibir la imposición de la ceniza. Nuestro sacerdote, al poner la cruz de ceniza sobre nuestra frente, nos dirá estas palabras evangélicas:

   "Conviértete y cree en el Evangelio".

   Pedidles a vuestros sacerdotes que utilicen esta fórmula incluida en los leccionarios litúrgicos para ser recitadas al principio del tiempo de Cuaresma, porque, vosotros y yo, en nuestra pequeñez, somos la más plena realización del todo que Nuestro Padre y Dios significa para nosotros.

José Portillo Pérez.
joseportilloperez@gmail.com