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Estudio bíblico sobre la Transfiguración del Señor. (Domingo II de Cuaresma del Ciclo A).

   Estudio bíblico sobre la Transfiguración del Señor.

   1. ¿En qué contexto sucedió la Transfiguración del Señor?

   Entre los Apóstoles de Nuestro Señor, existía el anhelo de que uno de ellos debía ser considerado como el superior de entre sus compañeros. Veamos unos ejemplos de ello.

   Después de que Jesús descendió del monte Tabor, y curó a un joven endemoniado, aconteció el siguiente hecho: (MC. 9, 33-37).

   Durante la celebración de la última Cena de Jesús con sus futuros Apóstoles, también acaeció lo siguiente: (LC. 22, 24-27).

   Para solucionar las discrepancias entre sus Apóstoles, Nuestro Salvador instituyó el Papado, e instituyó a San Pedro, como su primer representante en la tierra (MT. 16, 13-20).

   Meditemos el texto de San Mateo que acabamos de recordar.

   A pesar de que Jesús había convivido mucho tiempo con sus futuros Apóstoles, solo le había revelado su identidad de Mesías abiertamente a la samaritana de Sicar, -cuya conversión recordaremos el próximo Domingo III de Cuaresma del Ciclo A-, en los siguientes términos: (JN. 4, 25-26).

   Cuando Jesús hizo que San Pedro fuera su primer sucesor, le dijo que sus enemigos (el hades, el infierno) no exterminarían la fundación de la institución que sería su Reino, la cual nació el día de Pentecostés, cuando sus seguidores más allegados fueron llenos de los dones del Espíritu Santo.

   Aparecen dos símbolos en el versículo 19 de MT. 16 que estamos meditando, los cuales son; las llaves, y el poder de atar y desatar del Papa. Las llaves significan la potestad que el Vicario de Cristo tiene de decidir quiénes son hijos de la Iglesia y quiénes deben ser expulsados de la misma, y, el poder de atar (permitir) y desatar (prohibir), es la potestad que el Papa tiene de regir la Iglesia, en nombre y representación de Jesucristo, Nuestro Señor.

   Una vez hubo instituido Nuestro Señor el Papado, les recordó a sus Apóstoles su futura Pasión, muerte y Resurrección. En este relato, el Apóstol que debía haberles dado ejemplo de fe a sus compañeros, se mostró como el más débil. Dado que el citado Apóstol se llevó al Señor a parte para persuadirlo de su intento de sacrificarse, Jesús le reprendió ante sus compañeros duramente, a fin de que los tales no recelaran del que debían considerar el principal miembro del Colegio Apostólico. Aunque muchos traductores de la Biblia han hecho llamar a San Pedro Satanás por parte de Jesús, la traducción original del texto que vamos a recordar, se limita a hacer que San Pedro recuerde que el cumplimiento de la misión de Nuestro Redentor, era ineludible (MT. 16, 21-28).

   Dado que, en vez de analizar profundamente los textos en que se sitúa el contexto en que aconteció la Transfiguración del Señor, solo estamos considerando los aspectos más destacables de los mismos, en el caso que nos ocupa, debemos recordar que Nuestro Señor no nos prometió jamás ninguna vida fácil o regalada en este mundo, y, especialmente a los predicadores, nos prometió una vida plagada de dificultades.

   El final del texto que estamos considerando, puede confundirnos, así pues, el mismo, bien puede referirse al pasaje de la Transfiguración del Señor, -un pasaje evangélico en que Jesús adoptó su cuerpo de resucitado, con el rostro resplandeciente y vestiduras blancas-, a las apariciones de Jesús Resucitado a sus Apóstoles, -en que nuestro Salvador se les mostró a sus seguidores más allegados como Rey del universo-, o a la segunda venida de nuestro Salvador al mundo. La posibilidad de que MT. 16, 28 y MC. 9, 1 se refieran a la Parusía del Mesías, ha hecho que muchos crean que, lo mismo que le sucedió a San Pablo, Jesús debió creer que estaba a punto de acontecer la instauración del Reino de Dios en la tierra, un hecho que, personalmente, no creo que fuera cierto.

   2. La Transfiguración del Señor.

   (LC. 9, 29-30. MT. 17, 2). ¿Por qué los Apóstoles Pedro, y los hermanos Juan y Santiago, fueron los que acompañaron a Jesús en momentos muy destacables de su Ministerio público? Ello sucedió porque tales amigos de Jesús debían tener un conocimiento de la Palabra de Dios y un acercamiento al Hijo de Yahveh que no caracterizaba tanto a sus compañeros como a ellos.

   La blancura de los vestidos de Jesús transfigurado, significa la pureza de Nuestro Salvador, y la limpieza interior que anhelamos, con tal de poder ser buenos imitadores del Hijo de Dios y de María de Nazaret.

   El resplandor del rostro de Jesús, significa que aún nos queda un largo camino que recorrer en términos espirituales, para que podamos estar listos para ser glorificados con Nuestro Salvador.

   Al redactar brevemente su recuerdo de la Transfiguración del Señor, San Pedro afirmó haber visto la Majestad del Redentor de la humanidad (2 PE. 1, 16).

   Sabemos que los Apóstoles tenían dificultades para comprender la razón por la que Jesús quería sacrificarse, así pues, ¿por qué debía el Mesías, -el Hijo del Dios Todopoderoso-, entregar su vida, en beneficio de los pecadores, de quienes los judíos creían que no merecían ninguna consideración? Dado que Jesús no consiguió inculcarles a sus compañeros el valor de su entrega sacrificial, hasta que resucitó de entre los muertos, y el Espíritu Santo iluminó su entendimiento, Nuestro Señor quiso que, los más allegados a Sí de sus Apóstoles, tuvieran la dicha de contemplarlo tal como sería después de vencer la muerte.

   (MT. 17, 3). Moisés era representante de quienes creían que se salvaban por causa de su estricto cumplimiento de la Ley (DT. 10, 12-13).

   Elías representaba, en el relato de la Transfiguración del Señor, a quienes serán salvos por su fe. Dado que los creyentes seremos vivificados al final de los tiempos, aunque fallezcamos, a este respecto, el hecho de que Elías fue ascendido al cielo sin experimentar la muerte, debe hacernos creer que nuestra fe es cierta. Veamos cómo, ante los ojos de Eliseo, -siervo de Elías-, el citado profeta fue ascendido a la presencia de Dios (2 RE. 2, 1-15).

   ¿DE qué hablaron los dos Profetas más relevantes del Antiguo Testamento con Nuestro Señor? (LC. 9, 31-32). Es importante constatar que Jesús, Moisés y Elías, no hablaban de la muerte de Jesús, como si la misma fuese una tragedia sin sentido, sino que meditaban la partida de Nuestro Redentor de este mundo a la presencia de Nuestro Padre común. Tales Profetas debieron confortar a Jesús, pues faltaba aproximadamente un año para que el Hijo del carpintero nazareno experimentara su Pasión, muerte y Resurrección. Jesús sabía que con su Resurrección nos iba a demostrar que la puerta del cielo está abierta para todos nosotros, pero, para lograr su objetivo, tenía que humillarse, hasta experimentar la muerte (FLP. 2, 5-11).

   ¿Cómo contemplaron los Santos Pedro, Juan y Santiago la escena de la Transfiguración del Señor? (LC. 9, 32). El estado de sopor que experimentaron los Apóstoles de Jesús, es perfectamente comprensible. Por una parte, ellos conocían las consecuencias expuestas en el Antiguo Testamento que vivirían quienes vieran a Dios sin haber superado su condición de pecadores. Dado que Yahveh no está relacionado con el pecado, su justicia ha de ejecutar inmisericordemente a los pecadores que se le acerquen sin estar completamente purificados. A pesar de este hecho tan conocido, los tres amigos del Señor debieron asombrarse, al constarles que, al estar delante de quien sabían que era el Mesías de Dios, -el Unigénito de Dios, el mismo Dios-, en vez de ser exterminados instantáneamente, sintieron una dicha inexplicable.

   (LC. 9, 33). Ilustremos con un ejemplo lo que le sucedió a San Pedro en el monte Tabor. Imaginemos el caso de un cristiano a quien le ha salido mal en la vida la gran mayoría de actividades que ha emprendido, y que vive aislado. Al vivir intensamente unos ejercicios espirituales durante tres días, descubre que muchos de sus conceptos son erróneos. Al final de dicha vivencia, el protagonista de esta historia que resumo mucho, siente que no quiere abandonar la casa de espiritualidad en que ha descubierto que la felicidad existe realmente. Después de decirle lo que le sucede al director de los ejercicios que le han revitalizado el alma, éste le dice que es natural que tenga miedo de enfrentarse con sus problemas actuales y los recuerdos amargos del pasado, y le recuerda que los ejercicios espirituales tienen la misión de fortalecer a los creyentes, para que éstos sean fuertes para enfrentarse a sus dificultades, para que, a través de las mismas, maduren la fe y la caridad cristianas en sus corazones, para que sean aptos para vivir en la presencia de Nuestro Padre común.

   San Pedro fue uno de los primeros seguidores de Nuestro Señor, y, por tanto, uno de los primeros creyentes en tener problemas por causa del Evangelio. Jesús sacaba de la gran mayoría de problemas que vivían a sus Apóstoles, pero, a pesar de ello, el hecho de seguir a Jesús, comportaba algo más que satisfacciones, lo cual, más que agradable, era angustioso muchas veces. Después de pasar años siguiendo a Jesús sin comprenderle plenamente, San Pedro encontró un poco de tranquilidad entre el aturdimiento que vivió en la presencia de Jesús transfigurado, de Moisés y de Elías. Aunque el citado Apóstol aún tenía que engrandecer su fe y practicar las virtudes que le concedió el Espíritu Santo, sintió el deseo de quedarse para siempre en el Tabor, más allá de los sufrimientos que, a fuerza de convivir con ellos, se hacen familiares, pero cuyo peso quizás no disminuye nunca, aunque a veces creemos que ello no es cierto.

   (LC. 9, 34-35). Dios Padre, que se hizo presente en la Transfiguración del Señor, no permitió que su justicia se ejecutara contra aquellos hombres que luchaban incesantemente para ser purificados. El Padre Santo de los judíos, cristianos y musulmanes, les dijo a aquellos hombres que escucharan a su Hijo, pues Él es el Camino que nos conduce a su presencia, la Verdad que nos santifica y nos hace libres, y la Vida de gracia que anhelamos (JN. 14, 6).

   Jesús se fortaleció después de vivir su Transfiguración para llevar a cabo su misión redentora (LC. 9, 51). Jesús sabía el dolor que le iba a costar nuestra salvación. Para poder cumplir su misión, Nuestro Señor se empobreció totalmente (LC. 9, 57-58).

   Al meditar la Transfiguración del Mesías, aceptemos el hecho de ser transfigurados y configurados a la imagen y semejanza de nuestro Salvador (ROM. 12, 2. 1 JN. 1, 1-3).

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com