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Estudio bíblico sobre el Sacramento del Bautismo y la conversión de la samaritana de Sicar. (Domingo III de Cuaresma del Ciclo A).

    Estudio bíblico sobre el Sacramento del Bautismo y la conversión de la samaritana de Sicar.

   Introducción.

   Estimados hermanos y amigos:
   En los primeros tiempos del Cristianismo, la Iglesia preparaba fervientemente a los catecúmenos, durante el tiempo de Cuaresma, para que recibieran los Sacramentos de la Penitencia, el Bautismo y la Eucaristía. Este año, siguiendo las indicaciones de los Padres del Concilio Vaticano II, sin perder de vista los textos evangélicos que meditaremos los tres Domingos anteriores al Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, vamos a meditar sobre los citados Sacramentos, así pues, en esta ocasión, meditaremos sobre el Bautismo (JN. 4, 5-42), el próximo Domingo, nos valdremos de la curación del ciego de Nacimiento (JN. 9, 1-41), para meditar sobre el Sacramento de la Penitencia, y, el Domingo siguiente, nos valdremos de la resurrección de Lázaro (JN. 11, 1-45), para meditar sobre la resurrección de los muertos, y el Sacramento de la Eucaristía, sobre el cual meditaremos, con mayor profundidad, el Jueves Santo en la Pasión del Señor.

   1. El Sacramento del Bautismo.

   El Bautismo es el Sacramento mediante el cual le pedimos a Dios que nos purifique de nuestros pecados para que, al ser inmaculados, -es decir, limpios de toda afección del mal-, podamos ser Hijos de Nuestro Creador, quien no está relacionado con el pecado, y cuya justicia exige nuestra regeneración espiritual (la pureza y el hecho de que nos adaptemos al cumplimiento de la voluntad del Altísimo), para que podamos llegar a ser sus hijos. Por medio del citado Sacramento, nos identificamos con Cristo, en la esfera de su estado de Rey, es decir, de su autoridad y señorío. El don de nuestra purificación no se logra instantáneamente, pues conseguimos el mismo a través de una vida de esfuerzo penitencial. Dado que Dios sabe que nuestra imperfección nos impide igualarnos a Él, Nuestro Padre común es paciente, por lo que, tanto nuestro deseo de ser totalmente purificados y santificados, como nuestro esfuerzo a la hora de perfeccionarnos, le bastan para aceptarnos como hijos.
   La purificación ceremonial que los judíos llevaban a cabo antes de comer, lavándose las manos y los brazos hasta los codos, vertiéndose agua sobre los mismos, puede ser vista como un símbolo del Bautismo (MC. 7, 3-4).
   La palabra "bautismo", es empleada en la Biblia, para simbolizar los padecimientos de Nuestro Salvador (LC. 12, 50). Tengamos en cuenta, -a este respecto-, que el proceso de la conversión, no siempre es fácil, pues suele estar caracterizado por dificultades.
   Cuando los hermanos Juan y Santiago, acompañados de su madre, le pidieron a Jesús que, en el Reino de Dios, los sentara, al uno a su izquierda, y al otro a su derecha, nuestro Redentor les dijo: (MC. 10, 38-39). La copa de la que Jesús les habló a sus amigos, es aquella que contenía los padecimientos que exterminaron su vida. Nuestro Señor les dijo a dichos hermanos que, al igual que Él, ambos sufrirían mucho por causa del Evangelio.
   Jesús describe el proceso de su bautismo, -el cual también es nuestro bautismo, que vivimos en conformidad con la grandeza de la fe que tenemos y ejercemos en el Dios Uno y Trino-, en el siguiente pasaje de la primera obra de San Lucas: (LC. 12, 49-50). El fuego al que Jesús hizo referencia, es el elemento que nos purifica, el cual no es un fuego literal, sino las dificultades, mediante las cuales, somos limpios del pecado, y, por tanto, hechos aptos, para ser hijos de Dios. Dado que Jesús tenía que demostrarnos su amor tanto a Dios Nuestro Padre como a los hombres, tenía mucho miedo mientras esperaba enfrentarse a su dolorosa Pasión, pero, a pesar de su gran temor, tenía una gran ansiedad por superar esa prueba, porque sabía que, después de vivir su padecimiento, viviría con la dicha de haber servido convenientemente a Nuestro Creador.

   1-1. El Bautismo de San Juan el Bautista.

   El Bautismo de San Juan el Bautista, les era administrado a quienes deseaban ser purificados de sus pecados, para así poder vivir entregados al cumplimiento de la voluntad de Edonay (MC. 1, 4-5).
   Quienes eran bautizados por San Juan, debían dar frutos dignos de su arrepentimiento, es decir, debían ceñirse al cumplimiento de la voluntad de Dios (MT. 3, 8).

   1-2. La circuncisión, un símbolo del Bautismo cristiano, mencionado en el Antiguo Testamento.

   De la misma manera que los judíos debían ser circuncidados para pertenecer a su religión, los cristianos debemos ser bautizados, para poder formar parte de la asamblea de los discípulos de Cristo (GN. 17, 9-14. JN. 3, 5).
   Antes de ascender al cielo, el Mesías les dijo a sus Apóstoles: (MC. 16, 16).
   Recordemos lo expuesto al principio del epígrafe 1 de este estudio bíblico: "El Bautismo es el Sacramento mediante el cual le pedimos a Dios que nos purifique de nuestros pecados para que, al ser inmaculados, -es decir, limpios de toda afección del mal-, podamos ser Hijos de Nuestro Creador, quien no está relacionado con el pecado, y cuya justicia exige nuestra regeneración espiritual (la pureza y el hecho de que nos adaptemos al cumplimiento de la voluntad del Altísimo), para que podamos llegar a ser sus hijos". De la misma manera que los hebreos se circuncidaban para simbolizar su entrega a Dios, -la cual debía materializarse por medio de una vida de obediencia al Altísimo-, el proceso de nuestra conversión al Evangelio, debe conducirnos a través de la purificación y la entrega generosa a Dios, lo cual no puede ser logrado por quienes no se preparan adecuadamente a recibir el Bautismo, porque ello es una capacitación espiritual que se prolonga, desde que los creyentes aceptan a Dios y se entregan a su servicio, hasta que los tales mueren.
   Para demostrar la importancia tanto de la circuncisión para los judíos como del Bautismo para los cristianos, respondamos una pregunta a la que no encuentran respuesta muchos lectores de la Biblia: ¿Por qué intentó Dios matar a Moisés? (ÉX. 4, 24-26). Por medio de Abraham, -el primero de los Patriarcas de Israel-, Dios les impuso a los hebreos la obligatoriedad de circuncidarse, para que los tales pertenecieran a su pueblo. Aunque Moisés se entregó al cumplimiento de la orden de Dios de liberar a sus hermanos de raza de la esclavitud de Egipto, había pasado por alto el precepto de circuncidar a su hijo. Como Séfora sabía lo que tenía que hacer para salvar a su marido, circuncidó a su ascendiente, el cual quizá no fue circuncidado al octavo día de su nacimiento, porque ella no quiso que ello sucediera.

   1-3. El Bautismo cristiano.

   Al recibir el Bautismo, los cristianos aceptan a Jesucristo como su Dios y Señor, se identifican con la muerte y posterior Resurrección del Mesías, -lo cual los diferencia de los judíos-, y se niegan a vivir según la afirmación gentil, de quienes rechazan la posibilidad de que Dios exista (HCH. 2, 38-40. ROM. 6, 3-6. 23. EF. 2, 4-13).
   Dado que tanto el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un único Dios, el Bautismo se nos administra en el Nombre de la Santísima Trinidad, y en el nombre de Nuestro Salvador (MT. 28, 19. HCH. 2, 38; 10, 48).

   2. La samaritana de Sicar.

   2-1. Jesús y sus Apóstoles bautizaban a quienes aceptaban el Evangelio.

   (JN. 4, 1-2). La Iglesia Católica, en sus primeros tiempos, tenía un proceso catequético diferente al que conocemos actualmente, así pues, quienes querían ser bautizados, debían tener un gran conocimiento de la Palabra de Dios. En la actualidad, basándose en la conclusión del Evangelio de San Mateo, la fundación de Cristo no exige un conocimiento de Dios muy profundo para que los catecúmenos reciban el citado Sacramento, aunque recomienda que, posteriormente a la recepción del mismo, se emprenda un estudio catequético vital (MT. 28, 19-20).
   Aunque las catequesis pre sacramentales no facultan a los catecúmenos para que sean grandes predicadores, les ofrecen la posibilidad de abrazar la fe que profesamos. Dado que no es posible que todos los cristianos conozcamos profundamente al Dios Uno y Trino y a su Iglesia, Jesús quiso que todos los que acepten su Evangelio fueran bautizados, para que los tales pudieran alcanzar la condición de hijos de Dios.

   2-2. ¿Podrán alcanzar la salvación los niños que murieron sin recibir el Bautismo?

   Entre la Edad Media y el tiempo anterior al Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica mantuvo la creencia de que, los niños menores de edad que han fallecido sin recibir el Bautismo, aunque no cometieron pecados personales, son dignos de ser castigados con las penas del Infierno, por estar marcados por el pecado original, así pues, los tales, permanecerán eternamente privados de vivir en la presencia de Dios. A pesar de dicha creencia de San Agustín de Hipona, otros estudiosos, intentaron suavizar este pensamiento, enviando a tales niños al limbo, entendiendo que, al no haber cometido pecados personales, no eran dignos de la condenación de sus almas, aunque hubieran nacido con la mácula del pecado de origen. Estas creencias han sido rebatidas, porque las mismas carecen de fundamentos bíblicos fiables, y porque, cuanto más se acerca la conclusión de la instauración del Reino de Dios entre nosotros, la Iglesia se flexibiliza a la hora de exigirles a sus hijos que se purifiquen, porque se convence más de la grandeza del amor de Dios para con nosotros. ¿Por qué deben ser privados de la visión beatífica aquellos a quienes no se les puede exigir que se entreguen a la práctica de la ascesis porque carecen de uso de razón? (1 COR. 10, 13).
   ¿Cómo puede Dios exigirles a los niños carentes de la capacidad de razonar que se esfuercen en alcanzar la purificación del pecado, si este hecho escapa a sus posibilidades? Teniendo en cuenta este interrogante, tenemos que atenernos a una de las siguientes razones: O pensamos que Dios es tan injusto como lo son muchos hombres, o desechamos la creencia en la existencia del Limbo. Tengamos en cuenta que, el hecho de no poder responder el interrogante que nos hemos planteado certeramente, ha causado el efecto de que la Iglesia Católica jamás haya dogmatizado la creencia en la existencia del Limbo, es decir, dicha creencia no ha llegado jamás a ser sostenida como indispensable por los hijos de la fundación de Cristo, tal como sucede con las demás postrimerías (CIC. 1261).
   Las miles de iglesias cristianas existentes, se debaten entre la posibilidad de bautizar a los niños recién nacidos, y la opción de no bautizarlos, hasta que alcancen el uso de razón, y, libremente, opten por recibir -o rechazar- el llamado "nuevo nacimiento". Existen testimonios de bautismos de niños que datan del siglo II. En el Nuevo Testamento, se narran bautismos de familias enteras, en las que, aunque no se menciona explícitamente a los niños que hubiera en las mismas, se presupone que, en el caso de haberlos, los tales no fueron excluidos de la posibilidad de nacer a la vida de la gracia (HCH. 10, 34-47. 1 COR. 1, 16).
   Veamos unos ejemplos de cómo en la Biblia se nos demuestra que Dios desea que todos alcancemos la salvación.
   Recordemos el Protoevangelio, -es decir-, el primer anuncio del Evangelio hecho en la Biblia: (GN. 3, 15). Dado que, aunque Eva fue llamada desde que fue creada a ser la Madre de la humanidad, por causa de su desobediencia, y por el hecho de que ni Dios ni sus familiares los hombres pueden estar relacionados con el pecado, para que no se les aplique la ejecución de la justicia divina, la mujer de Adán, hubo de cederle su Maternidad a María de Nazaret, -es decir, a la nueva Eva, Madre del pueblo de Dios-. Dado que nuestra Santa Madre nació libre de la mancha y por tanto de padecer los efectos del pecado de origen cometido por nuestros ancestros, María de Nazaret vivió en condiciones para que se cumpliera en ella la voluntad de Dios, y su entrega le fuera acepta a Nuestro Santo Padre, por no haber vivido bajo el poder del pecado. Ya que la serpiente se reveló contra Dios, es comprensible el hecho de que, al estar de parte del Altísimo, María no haya estado de acuerdo con la actuación de Satanás, en su empeño de revelar a la humanidad contra su Creador. El linaje de la serpiente, está constituido por los enemigos de Dios, independientemente de que los tales sean ángeles u hombres. Aunque el linaje de María son los hijos de la Iglesia, la perícopa de la Biblia que estamos considerando, se refiere especialmente a Jesucristo, la víctima sacrificial que, por no haber vivido bajo el poder del pecado, fue acepta a los ojos de Dios Padre, para que pudiéramos comprender que Él nos ama, y nos concede cuantas oportunidades necesitemos, para que lleguemos a ser sus hijos. Aunque la serpiente le mordió el tobillo a Jesús, -es decir, a pesar de que Nuestro Salvador fue torturado y crucificado-, el Señor le ha pisado la cabeza al Demonio, -es decir, Jesucristo destruirá todas las potencias malignas, antes de concluir la instauración del Reino de Dios en el mundo-.
   Cuando Abraham superó la difícil prueba que Dios le impuso de que asesinara a su hijo Isaac, y después de que Nuestro Creador impidiera el acto que Yahveh no quiso que el citado Patriarca llevara a cabo, el Altísimo le dijo al citado Patriarca: (GN. 22, 18). ¿Quiénes son los descendientes de Abraham? San Pablo contesta esta pregunta, en los términos que siguen: (ROM. 3, 29-30. 1 TIM. 2, 1-6).
   Dios ha establecido la posibilidad de que seamos salvos, mediante la Pasión, muerte y Resurrección de Jesús (EF. 1, 17-23. 2, 4-13. ROM. 5, 1-21. 14, 7-9).
   Para poder alcanzar la salvación, necesitamos:
   1. Tener fe en Dios, y, consecuentemente,  cumplir su voluntad (HEB. 10, 35-39. 11, 6).
   2. Recibir el Bautismo (HCH. 2, 38; 16, 31).
   3. Recibir el Sacramento de la Eucaristía (JN. 6, 54-57).
   Si bien es verdad que los requisitos mencionados anteriormente para que podamos ser salvos son indispensables para quienes tenemos uso de razón y por tanto podemos cumplir la voluntad de Dios, Nuestro Padre celestial desea que todos seamos salvos (1 TES. 5, 9-11). en el n. 1257 del CIC., leemos: "Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo, pero su intervención salvífica no queda reducida a los sacramentos".
   Si quienes tenemos uso de razón hemos sido destinados a ser salvos, ¿por qué han de perderse los niños que, por carecer de uso de razón, no pueden practicar la ascesis? ¿Es justo que Dios prive a tales niños de su visión beatífica, sin que los tales tengan la oportunidad de perfeccionarse? (ROM. 8, 1-5. 24-25).
   San Pedro nos dice que Jesús es el Salvador de todos, sin señalar la edad de los creyentes, bajo el fundamento de que todos los hombres, -pequeños y grandes-, tenemos la misma dignidad ante Dios, y teniendo en cuenta que no podemos salvarnos a nosotros mismos, pues este don proviene de Jesucristo, Nuestro Señor (HCH. 4, 12).
   Jesús dijo en cierta ocasión, que los niños pequeños tienen ángeles encargados de su cuidado (MT. 18, 10).
   Jesús les manifestó un gran amor a los niños, y nos encomendó a los adultos que veláramos por la salvación de los mismos (MT. 18, 1-6).
   Dios ama a los niños pequeños no bautizados, y a aquellos de sus seguidores que trabajan dedicando su vida a la predicación del Evangelio, a quienes también llama "pequeños", porque los tales son débiles ante el mundo carente de fe en que vivimos, donde muchos han padecido por causa de la fe que profesamos (MT. 18, 12-14).
   Volvamos al texto de la conversión de la samaritana de Sicar, que la Iglesia nos pide que meditemos este Domingo III de Cuaresma del Ciclo A. San Juan, -tal como vimos anteriormente-, comenzó el capítulo 4 de su Evangelio, contando que los fariseos no solo se percataron de que Jesús tenía más éxito en sus bautismos que San Juan el Bautista, sino que hasta sus discípulos ayudaban a sus oyentes a nacer a la vida de la gracia. Esta información debe tenerse en cuenta, pues los fariseos, desde que Jesús comenzó su Ministerio público, se convirtieron en enemigos jurados del Mesías (MC. 3, 6).

   2-3. Jesús dejó la región de Judea y emprendió su marcha a Galilea.

   (JN. 4, 3). La celebración de la Pascua hebrea era una oportunidad que tanto los comerciantes como los dirigentes político-religiosos de Palestina aprovechaban para ganar una gran cantidad de dinero. Aprovechándose de que los peregrinos no llevaban los corderos pascuales a la Ciudad Santa desde sus lugares de origen, vendían los citados animales a precios muy elevados, por causa de la circunstancia de que sin los mismos no se podía celebrar dicha fiesta religiosa. Por otra parte, dado que el dinero que se debía emplear en la compra de los corderos tenía que ser el acuñado para el Templo de Jerusalén, esta circunstancia también era aprovechada sutilmente para robar a los peregrinos. Jesús se reveló contra esta casuística cuando celebró su primera Pascua a partir del comienzo de su Ministerio público (JN. 2, 13-25), no solo por el robo que representaba para los peregrinos, sino por el perjuicio que representaba para el Judaísmo. Esta fue la razón por la que los saduceos se enemistaron con el Señor, y, al igual que los fariseos, -que también perseguían al Mesías por causa de las cuestiones legales que hacían que su doctrina chocara frontalmente con el punto de vista del Hijo de María de Nazaret-, empezaron a buscar la forma más idónea de eliminarlo (MC. 3, 6).
   Jesús no solo se marchó de Judea por causa de los saduceos y los fariseos que lo observaban muy de cerca, pues también lo hizo para no representar ante la gente que le hacía la competencia a San Juan el Bautista, el cual intentaba hacer que sus discípulos se hicieran seguidores del Señor, y, gradualmente, iba dando los pasos necesarios para concluir la realización de la misión que Nuestro Santo Padre le encomendó.

   2-4. Jesús llegó al pozo de Jacob.

   (JN. 4, 4-6). Jesús estaba fatigado del camino. Este hecho es importante para nosotros, porque el Mesías nos ha demostrado cuál es el límite que debemos fijarnos a la hora de servir al Dios Uno y Trino. Mientras que muchos de nuestros hermanos acuden a las celebraciones sacramentales cuando no pueden evitar las mismas por los compromisos que contraen, otros asisten a la Eucaristía dominical, ora porque temen por su salvación, ora porque llevan muchos años aferrados a una tradición que no comprenden, y otros le dan un donativo a la Iglesia de vez en cuando, -muchos de ellos lo hacen para intentar limpiar su pecadora conciencia-, Jesús nos pide que sirvamos a nuestro Padre común en sus hijos los hombres, hasta que nos venza el cansancio. Tengamos presente el hecho de que, cuanto menos sirvamos al Señor, menos querremos hacerlo, y que, cuanto más trabajemos para el Dios Uno y Trino, mayor será nuestro deseo de cumplir su voluntad.

   2-5. Jesús le pidió a la samaritana que le diera agua.

   (JN. 4, 7). De la misma manera que Jesús le pidió agua a la mujer de Sicar, le pedimos al Señor que satisfaga la sed que tenemos de justicia, por consiguiente, el Mesías les dijo a los oyentes de su sermón del monte: (MT. 5, 6). En la Biblia, la palabra "justicia", además de ser un sinónimo del vocablo "fe", se refiere al reparto equitativo de los bienes de la tierra, entre los habitantes de la misma. Esta es la razón por la que no ha de extrañarnos el hecho de que Nuestro Salvador quiera hacer de la tierra su Reino, -es decir, una sociedad que no esté dividida en estamentos sociales-, con el fin de eliminar la marginación de los pobres, los débiles, los ancianos y los enfermos.
   ¿Queremos colaborar con Jesús en la construcción de un mundo de hermanos?
   ¿Seremos capaces de superar las diferencias que nos separan? (MI. 6, 8).
   Sé que hay gente que se hace pasar por pobre, con la intención de abusar de la caridad de los cristianos, con tal de no ganarse el pan por sus propios medios. Esta es la causa por la que San Pablo le escribió al Obispo Timoteo: (1 TIM. 5, 3-4). Muchos cristianos, basándose en el hecho de que no todos los que nos piden ayuda están impedidos para lograr lo que necesitan por sus propios medios, se niegan a prestarles ayuda a los pobres, porque temen ser engañados. Esta realidad es una pobre excusa, ya que existen ONGS. encargadas de beneficiar a quienes realmente necesitan ser socorridos.

   2-6. San Juan justificó a los Apóstoles por no poder satisfacer la sed del Señor.

   (JN. 4, 8). Tenemos hermanos entre nosotros que trabajan incansablemente para Dios. Entre tales cristianos, algunos quieren abarcar tanto trabajo instantáneamente, que se cansan y frustran, por no poder hacer todo lo que se proponen. Al igual que dividimos nuestra vida de hijos de este mundo entre el tiempo que le dedicamos a nuestra familia, al trabajo que llevamos a cabo, y a las actividades de ocio que realizamos, solos o con nuestros familiares o amigos, tenemos que capacitarnos para dividir la vivencia de la fe que profesamos, compartiendo el tiempo de que disponemos para ello, dedicándonos a nuestro crecimiento espiritual por medio de un ciclo de formación vital, a la práctica de todo lo que aprendemos por medio de dicha capacitación, y a la oración, porque, de la misma manera que no dejamos de hablarles a quienes viven bajo nuestro techo, no podemos vivir en la presencia de Dios, sin dedicarle, -al menos-, unos minutos todos los días, para pedirle que conduzca a la Iglesia por el camino de la santidad, que satisfaga las carencias de nuestros prójimos y nuestras y nos ayude en nuestras dificultades, y para darle gracias, en conformidad con las bellas palabras del Salmista (SAL. 126, 3).

   2-7. La samaritana se extrañó de que Jesús le pidiera agua.

   (JN. 4, 9). Las relaciones entre judíos y samaritanos eran tan tensas, que, el hecho de ser llamados samaritanos, era un grave insulto para los habitantes del Sur de Israel. En el hecho de que Jesús le pidiera agua a la mujer de Sicar, veo el deseo de Nuestro Señor, de eliminar todas las diferencias que nos separan a los hombres. ES importante que tengamos en cuenta que, el Redentor de las naciones, a la hora de animarnos a trabajar por la completa instauración del Reino de Dios en el mundo, no se nos presenta como el Dios Todopoderoso capacitado para lograr su propósito por la fuerza, sino como el hermano menesteroso que necesita de nuestra ayuda para poder sobrevivir, a pesar de que nos hemos acostumbrado a encontrarlo pidiendo que se le auxilie en los pobres y desvalidos, y por ello somos incapaces de maravillarnos de las palabras que el Señor Nuestro Dios le dijo a San Pablo, cuando dicho Santo le pidió que lo librara de un problema muy difícil de soportar (2 COR. 12, 9-10).

   2-8. El don de dios y el agua viva.

   (JN. 4, 10-12). Cuando hablamos del don de Dios, o bien nos referimos a la entrega sacrificial de Jesús, -tengamos en cuenta que la muerte de Nuestro Salvador fue un gran "desmembramiento" de la Santísima Trinidad-, o, -como sucede en el caso que nos ocupa-, mencionamos al Espíritu Santo, el don del que recibimos, los dones y virtudes, que nos son necesarios, para poder perfeccionarnos, durante los años, que se prolonga nuestra vida.
   El agua viva del que Jesús le habló a la samaritana, es el agua de la regeneración espiritual del Bautismo, un agua que no podemos tener por nuestros medios, y que, -por consiguiente-, solo podemos recibir de Jesús.
   Aunque Jesús sabía que Él es muy superior al Patriarca Jacob, no quiso entablar una discusión teológica con su interlocutora, dado que ella, durante el tiempo de su conversión, tendría tiempo para conocer el punto de vista del Señor respecto de las Sagradas Escrituras, y, por lo pronto, lo que le interesaba a Nuestro Redentor, era ganar el alma de aquella mujer para Dios.
   DE la fina forma de hilar que tenía Jesús, los que predicamos la Palabra de Dios, tenemos mucho que aprender, a fin de que no perdamos tiempo, utilizando la verdad de Dios, como una espada de doble filo, con que les impedimos a nuestros prójimos conocer a Dios, y herimos nuestro orgullo de trabajar correctamente, con el fin de aumentar el número de hijos de Nuestro Padre común (1 TIM. 1, 5-6).

   2-9. La justificación de nuestra necesidad de recibir el Bautismo.

   (JN. 4, 13-14). Mientras que todo lo que podemos alcanzar en esta vida, -independientemente de que ello sea bueno o malo-, es pasajero, los bienes que nos concede Jesús por medio del Bautismo, son de carácter eterno, porque, al recibir el citado Sacramento, le pedimos a Nuestro Salvador, que nos haga nacer a la vida de la gracia, y, posteriormente, nos conceda la vida eterna (COL. 2, 12-13).

   2-10. Pidámosle a Jesús que nos eleve a la condición de hijos de Dios.

   (JN. 4, 15). Una de las razones por las que es difícil que sea incrementado el número de hijos de la Iglesia -o la congregación cristiana a que pertenecemos-, es la dificultad que tenemos, en un mundo en que hay gente extremadamente egoísta, para aceptar la gratuidad de los dones y virtudes con que Dios quiere hacernos sus hijos, sin que hayamos tenido méritos especiales para alcanzar la plenitud de la felicidad. ¿Cómo podemos creer que, el hecho de pedirle a Dios que nos santifique, es suficiente para que nos eleve a la condición de hijos suyos, y, por tanto, de hermanos de Jesús, e hijos de María? (GÁL. 4, 4-7).

   2-11. Los catecúmenos necesitan hacer penitencia antes de ser bautizados.

   (JN. 4, 16-19). Jesús hizo que aquella mujer le confesara los aciertos y errores de su vida. El hecho de que conviviera con seis hombres, indica la alta probabilidad de que la vida de la samaritana estuviera marcada por uno o varios desequilibrios, que ella no tuvo reparo en reconocer ante el Mesías, a pesar de la dificultad que suele entrañar el hecho de reconocer los errores propios, en un mundo en que gusta alardear de los logros, y esconder todo lo que se hace mal.
   En la Biblia, se compara la relación existente entre Dios y quienes le aceptan, con una relación matrimonial, por consiguiente, cuando los fieles del Señor se entregan a la comisión de pecados, y, por tanto, se separan de Nuestro Creador, se dice que los tales cometen adulterio. Veamos un ejemplo de ello: (OS. 3, 1).

   2-12. ¿Cómo quiere Dios que le tributemos culto?

   (JN. 4, 20-24). Aunque Jesús sabía que la forma de rendirle culto a Dios correcta provenía de los judíos, porque el culto de los samaritanos, fue un arreglo que se hizo, cuando el país de Israel fue dividido en los Reinos del Norte y del Sur, para evitar que los samaritanos se hermanaran con los sureños, Nuestro Señor, nuevamente, se negó a la posibilidad de entablar una discusión teológica, que, aunque Él sabía sobradamente que podía ganar, porque la razón estaba de su parte, en aquel momento, solo le hubiera servido para distanciarse más de la samaritana, lo cual no le interesaba, porque quería salvar el alma de aquella mujer.
   Los cristianos perdemos mucho tiempo, diciendo que nuestra denominación es "la verdadera", y desprestigiando a quienes, aunque también son cristianos, no son nuestros hermanos de iglesia -o congregación-. A pesar de que la Iglesia Católica, -entre cuyos hijos se encuentran los autores del Nuevo Testamento-, tiene poderosas razones bíblicas para definirse como la fundación de Jesucristo, a la hora de defender la fe que profesamos, debemos cuidarnos de que nuestra verdad no nos separe de nuestros hermanos de otras denominaciones, pues tenemos que recordar que Dios quiere que nos mantengamos unidos. Evitemos el hecho de mantener batallas campales bíblicas recitándonos versículos unos a otros, al modo que actuaríamos como si nos estuviéramos apuñalando, pues, San Pablo, escribió, en una de sus Cartas: (2 TIM. 2, 14-15).
   Los buenos apologetas, deben tener en cuenta, las siguientes palabras de San Pablo: (1 TIM. 4, 16).
   No prediquemos el Evangelio con el interés de enorgullecernos de utilizar nuestro conocimiento como una razón para que nuestro orgullo rinda a quienes oigan nuestros discursos, así pues, pidámosle al Espíritu Santo que nos inspire las palabras que tenemos que decirles a los tales, a fin de que puedan vivir en la presencia de Nuestro Padre común (1 COR. 3, 18).
   A la hora de defender nuestra fe, tengamos presente que lo importante no es que venzamos a quienes podemos caer en el error de ver como adversarios, sino que prediquemos la verdad de Dios (2 TIM. 4, 2).

   2-13. Jesús  le dijo a la samaritana que Él es el Mesías.

   (JN. 4, 25-26). Aunque probablemente la samaritana no disponía de argumentos teológicos para contrarrestar la opinión de Jesús de que el culto querido por Dios provenía del Judaísmo oficial, al ver que, en una sociedad en que los hombres se avergonzaban de hablar con las mujeres en la calle, el Señor la trataba respetuosamente, al decirle al Hijo del carpintero que el Mesías resolvería las disputas religiosas de los palestinos cuando aconteciera su advenimiento, le manifestó, al Hijo de María, que tampoco quería discutir con Él.
   Los predicadores agresivos, tienen mucho que aprender, del relato bíblico que estamos meditando. Notemos que ni Jesús ni la samaritana rehusaron a sus creencias, y, al mismo tiempo, se valieron de su habilidad, para no enemistarse con su interlocutor.

   2-14. Los futuros Apóstoles se maravillaron al ver que Jesús estaba hablando con la samaritana. La rareza de Jesús.

   (JN. 4, 27). Mientras que muchas veces nos arrastramos por los prejuicios sociales de las mayorías, nos extrañamos, al comprobar que, Jesús, era un caso realmente extraño, por consiguiente, en el relato que estamos considerando, se atrevió a mantener una entrevista con una mujer a pesar de que podía ser visto, y otro día tuvo la ocurrencia de asistir a la fiesta a que le invitó el recaudador de impuestos Leví, -quien llegó a ser uno de los Doce Apóstoles- (MC. 2, 14-17).
   En otra ocasión, un fariseo llamado Simón, debió sentirse despreciado por Jesús, cuando el Mesías le dijo que, una simple pecadora pública, -la cual le amó más, en razón de que se le perdonaron más pecados que a él-, tenía mejor consideración que el citado fariseo, en la presencia de Dios (LC. 7, 36-50).
   A pesar de que los ricos son dueños de este mundo, Jesús sorprendió a sus discípulos, cuando les dijo en cierta ocasión: (MC. 10, 25). Aunque la riqueza a la que se refirió Nuestro Señor es la soberbia, dichas palabras pudieron ser interpretadas como una amenaza estéril contra los ricos, por muchos de sus hermanos de raza.
   Jesús llegó a ser lo suficientemente raro, como para afirmar, en un mundo en que no tenemos más valor que el que marca el valor de nuestras riquezas, que, ante Dios, el valor que tenemos, se mide por nuestra capacidad de hacer el bien, sin reservas (MT. 25, 34-40).

   2-15. Después de dejar el cántaro, la samaritana se fue a su ciudad, y le dijo a la gente que, probablemente, Jesús era el Mesías.

   (JN. 4, 28-29). Aunque la samaritana fue al pozo a buscar agua, al contemplar la posibilidad de recibir el don de Dios y el agua viva, dejó el cántaro, y se fue a decirle a la gente de su ciudad que, probablemente, había encontrado al Mesías. El hecho de que dicha mujer dejara su cántaro ante el pozo es muy significativo, pues nos recuerda las renuncias que tenemos que llevar a cabo, con el fin de convertirnos al Señor.
   La samaritana no estaba realmente segura de que Jesús es el Mesías, pero, a pesar de ello, no tuvo reparo alguno en manifestar lo que estaba empezando a creer. ¿Por qué no podía creer la samaritana que Jesús es el Mesías?
   Nuestra fe es más débil que la de la samaritana de Sicar, porque, aunque decimos que creemos que Jesús es el Mesías, no somos capaces de predicar el Evangelio, así pues, ello no sucede únicamente porque nos falta formación, pues también pasa porque no creemos en Dios, y, en el caso de que nos falten conocimientos, no tenemos la intención de adquirirlos.
   La samaritana tenía razones poderosas para creer que estaba sumida en un sueño cuando tuvo la dicha de conocer a Jesús, el Hombre que no solamente evitó el hecho de discriminarla por ser mujer y por haber convivido con seis hombres, sino que le ofreció la posibilidad de que recibiera el don de Dios, y de que fuera purificada con el agua viva del Bautismo.

   2-16. El cumplimiento de la voluntad de Dios, es nuestro alimento espiritual.

   (JN. 4, 30-34). En la Biblia, se nos da a entender, que, el cumplimiento de la voluntad de Dios, es nuestro alimento espiritual.
   El Profeta Jeremías, oraba en su aflicción (JER. 15, 16).
   ¿Devoramos la Palabra de Dios contenida en la Biblia, con el anhelo de constatar el aumento de nuestra fe?
   ¿Somos conscientes de que el alimento espiritual es tan importante como el alimento de nuestros cuerpos físicos? Jesús, nos dice: (JN. 6, 63).
   ¿Anhelamos cumplir la voluntad de Nuestro Padre común?
   Oremos con el Señor Jesús y el autor del Salmo 40: (SAL. 40, 10-12).

   2-17. Este es el tiempo en que debemos predicar la Palabra de Dios.

   (JN. 4, 35). Corremos el riesgo de pensar que nunca llega el tiempo de que nos dediquemos a la predicación del Evangelio, por nuestra falta de formación bíblica, porque tenemos otras cosas que hacer que para nosotros son más importantes, o porque sabemos que el mensaje de Jesús nunca es tan bien acogido en los corazones de quienes nos rodean como debiera ser aceptado tanto por nuestros oyentes o lectores como por nosotros mismos. Seguidamente vamos a recordar que, en vez de preocuparnos por predicar exitosamente, nuestra ocupación ha de fundarse en la predicación de la Palabra de Dios, pues, en el caso de que logremos alguna conversión al Evangelio, existen muchas probabilidades de que, quien nazca a la vida de la gracia por nuestro medio, no tenga el detalle de agradecernos el esfuerzo que ello nos haya podido costar.

   2-18. Dediquémonos a sembrar la semilla de la Palabra de Dios en los corazones de nuestros hermanos los hombres.

   (JN. 4, 36-37). Los predicadores, -como buenos sembradores de la semilla de la Palabra de Dios-, se alegran junto al Señor Jesús, -quien cosecha el fruto de la siembra de sus siervos, apoyando las conversiones que los tales logran, por obra y gracia del Espíritu Santo-.
   Seamos cuidadosos a la hora de trabajar para el Señor, en atención a las siguientes palabras de San Pablo: (1 COR. 3, 11-15).
   No olvidemos los predicadores que tenemos que ocuparnos en la labor de siembra que se nos ha encomendado, pues, San Pablo, les escribió a los cristianos de Corinto, que no adoraran a sus predicadores, sino a Nuestro Santo Padre celestial (1 COR. 3, 4-8).

   2-19. Prediquemos el Evangelio, teniendo como base de nuestro mensaje la doctrina apostólica.

   (JN. 4, 38). Si los Apóstoles se valieron del fundamento de la Ley vista desde la óptica de Jesús y del mensaje de los antiguos Profetas para predicarles el Evangelio a sus oyentes y lectores, nosotros, teniendo como base la doctrina de los Apóstoles, les predicaremos a nuestros oyentes y lectores (EF. 4, 1-7).

   2-20. Predicadores: No ambicionemos el hecho de alcanzar fama como evangelizadores, sino la posibilidad de ser buenas herramientas en las manos de Dios.

   (JN. 4, 39-42. HCH. 17, 11). Observemos que la samaritana no se sentía poca cosa porque la gente le decía que había comprobado personalmente que Jesús es el Mesías, sino que, al contrario, se mostraba llena de alegría y maravillada, por haber tenido el privilegio de conocer a Nuestro Señor. Yo os garantizo que he tenido muchos problemas con hermanos católicos que han verificado la veracidad de algunas exposiciones mías en la Biblia, con tal de ver si soy favorable o contrario a la predicación de la Iglesia Católica. En algunos casos, tales hermanos me han apoyado, y, en otros, se han mostrado reticentes a aceptar mi forma de interpretar la Biblia, pero, ya que Dios es quien recoge el fruto de mi trabajo, lo importante para mí, es que me he esforzado, porque el Señor ha permitido que yo pueda predicar su Palabra.
   Concluyamos esta meditación, aplicándonos las siguientes palabras de San Pablo: (1 COR. 9, 16).

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com