Estudio bíblico sobre el ayuno.
Las prácticas cuaresmales.
Estimados hermanos y amigos:
Un año más nos vamos a disponer a preparar la celebración de la Semana Santa y la Pascua de Resurrección a través de las prácticas cuaresmales.
El ayuno de carne y de productos lácteos es un símbolo de la abstención de hacer el mal.
La oración es la consecuencia directa de creer en Dios, así pues, sólo si hablamos con Nuestro Padre común, y creemos que Él nos habla a través de la Biblia, las circunstancias relativas a nuestras vidas y sus predicadores, podemos entender que tenemos fe. Quienes dicen que tienen fe, pero no oran, no creen en Dios firmemente, así pues, aunque la fe de los que oramos no es completa porque ello nos lo impide nuestra humana imperfección, si nuestra creencia es tan débil que ni siquiera nos crea la necesidad de hablar con Nuestro Creador, ¿qué frutos podemos esperar de dicha fe?
Por otra parte, aunque durante los próximos cuarenta días muchos de nuestros hermanos se mortificarán pretendiendo de esa forma corregir su humana imperfección, por el aumento de su fe, y su bienestar psíquico y físico, deberían buscar formas alternativas de corregir sus defectos en el caso de que ello les sea posible, pues el hecho de sufrir por sufrir nunca ha sido útil para nadie.
El ayuno.
"Llamamos "ayuno" a la abstinencia de alimentos y/o bebidas que es prolongado durante un espacio de tiempo mayor al habitual. Durante el transcurso de la Historia, las religiones que en mayor o menor medida han estado caracterizadas por la práctica del ayuno son: el Cristianismo, el Judaísmo, el Islam, el Confucianismo, el Hinduismo, el Taoísmo y el Jainismo. Algunos budistas tibetanos también practican el ayuno, a pesar de que en dicha religión se modera el consumo de los alimentos, sin que los adeptos de la misma se vean obligados a ayunar por causa de ningún rito cultual. En un principio, el ayuno fue concebido como uno de los numerosos actos cultuales en que las actividades físicas se suspendían total o parcialmente, de forma que quienes lo practicaban, simbólicamente, meditaban sobre lo que llegarían a ser cuando murieran, o en lo que fueron antes de nacer. Esta práctica también estaba relacionada con los ritos de fertilidad que conformaban muchas ceremonias primitivas que se celebraban en los equinoccios de primavera y otoño y se prolongaron durante siglos. Muchos investigadores consideran que el consumo de pan ácimo que hacían los judíos durante sus ayunos pascuales y la conservación de la citada práctica por los cristianos en el tiempo preparatorio de la Pascua (la Cuaresma) como una imitación de las prácticas primitivas del citado sacrificio ritual y penitencial. El ayuno también se ha practicado a lo largo de la Historia con el fin de alejar las catástrofes o para pedirle a Dios que les conceda favores a sus penitentes, a los familiares o a los amigos queridos de los mismos, así pues, muchos cristianos ayunan con la finalidad de obtener de Nuestro Padre común el perdón de sus pecados.
Los judíos han guardado el ayuno añadiéndole al mismo un sentido purificador, desde que Moisés lo prescribió por inspiración divina, para que sus hermanos de fe lo practicaran en la celebración anual de Yom Kipur (Día de la Expiación). En dicha celebración, los judíos no podían consumir alimentos ni bebidas.
Actualmente, los musulmanes han de ayunar con sentido expiatorio durante el mes del Ramadán todos los días del mismo, hasta la puesta del sol.
Durante los dos primeros siglos de vida del Cristianismo, la Iglesia concibió el ayuno como acto de expiación y purificación, de forma que lo practicaban voluntariamente quienes querían recibir el Bautismo, la Eucaristía y las órdenes sagradas. Con el transcurso del tiempo, los citados ayunos fueron obligatorios para todos los creyentes, al mismo tiempo que aparecieron nuevas prácticas que les obligaban a abstenerse de ingerir alimentos y bebidas. Si hasta el siglo VI el ayuno cuaresmal se prolongaba durante las cuarenta horas originales (el tiempo que Jesús pasó en el sepulcro), la citada práctica se prolongó durante la cuarentena que antecede a la Pascua, para que, a través del ejercicio de la penitencia, los creyentes desearan ardientemente ser purificados de sus transgresiones en el cumplimiento de la Ley divina. Durante la conmemoración de los cuarenta días que Jesús fue tentado por el demonio en el desierto, los cristianos sólo podían alimentarse una vez diariamente.
A pesar de que esta práctica ha estado muy arraigada en el Judaísmo y el Cristianismo, algunos autores bíblicos y cristianos no han dudado en afirmar que no convirtamos el ejercicio del ayuno en una formalidad vacía, ya que ello no nos impide el hecho de vivir al margen de la Ley de Dios.
Actualmente, la Iglesia Católica insta a sus fieles que tienen más de ventiún años y no son mayores de sesenta y uno a que ayunen selectivamente, de forma que no se abstengan totalmente de consumir alimentos y bebidas, exceptuando la hora que antecede a la Comunión. A pesar de la reducción del ejercicio de dicha práctica, la Iglesia les recomienda a los citados creyentes que ayunen el Miércoles de ceniza (el primer día de la Cuaresma) y el Viernes Santo (con el fin de conmemorar la Pasión y muerte de Jesús de Nazaret, para que comprendan que el Hijo de María padeció a manos de sus persecutores y que murió por causa de la maldad de la humanidad, y para que deseen ser purificados de ese mal y de otros pecados que hayan cometido).
Es curioso comprobar que, a pesar del arraigo que el ayuno ha tenido en el Judaísmo y el Cristianismo, el Hijo del carpintero nazareno no estableció ningún ayuno para que lo practicaran sus Apóstoles ni sus discípulos. Jesús les dice a los amantes de las prácticas religiosas superficiales, las palabras que leemos en MC. 2, 19-20. Voy a contaros una anécdota simpática que ilustra perfectamente lo que pienso que Jesús quiso decirnos al comparar nuestra existencia con un banquete de bodas, en el que Nuestro Señor es el novio que sacia de alimentos a sus invitados, es decir, que colma todas sus aspiraciones. Durante muchos años he tenido un problema de exceso de peso, Así pues, cuando tenía 23 años (actualmente, en el año 2006, tengo 29), llegué a pesar 108 kilos. Como por causa del comienzo de mi actividad de vendedor del cupón de la ONCE, tenía que recorrer varios kilómetros a pie todos los días, y tenía que permanecer más de 17 horas de pie, no tardé mucho tiempo en empezar a trabajar para reducir mi peso excesivo. A pesar de que mi peso ha bajado 36 kilos, siempre que voy a mi pueblo, quienes pasaron hambre durante los años que se prolongó la Guerra Civil Española, me dicen que me alimente bien, por si me toca vivir un nuevo periodo de carestía.
Los psicoanalistas afirman que quienes sufren depresión necesitan sufrir constantemente, pero la Psicología moderna no comparte este principio, así pues, la mejor forma que tenemos de solucionar muchos de nuestros problemas (aquellos que nos causamos nosotros), consiste en enfrentarnos a ellos. No me opongo al hecho de que oremos para pedirle a Nuestro Padre común que nos ayude a vencer los obstáculos que impiden nuestra consecución de la felicidad, pero pienso que no tiene sentido el hecho de ayunar ni lacerarnos con tal de que Dios se apiade de nosotros y haga lo que no nos sentimos capaces de hacer, unas veces porque efectivamente ello escapa a nuestras posibilidades, y otras veces porque somos nihilistas, y nos es más fácil quejarnos para que Dios siga alimentando nuestra pereza, que esforzarnos para alcanzar nuestras metas.
El ayuno es una práctica judeocristiana utilizada para pedirle mercedes a Dios. Muchos cristianos creemos que esta práctica no tiene sentido porque Nuestro Padre celestial no necesita vernos sufrir para concedernos lo que le pedimos, pues Él sabe en qué momento debe otorgarnos los dones que necesitamos. Estoy cansado de ver a miles de penitentes que llevan a cabo actos carentes de toda lógica con el fin de convencer a Dios para que les conceda lo que quieren de Él, ya que todos los que tenemos conocimientos bíblicos sabemos perfectamente que nos es imposible sobornar a Nuestro Padre común, o llevarnos a Dios a nuestro terreno por las malas.
A Dios no le sirven nuestros ayunos, pero Jesús aprovecha la existencia de esa práctica para purificar nuestras intenciones, y para convencernos de que no seamos hipócritas, según vemos al reflexionar sobre el modo en que hemos de darles limosna a los carentes de dádivas materiales (MT. 6, 16-18)".
Dado que los cristianos católicos no nos ponemos de acuerdo con respecto a la cuestión del ayuno, veamos qué nos dice la Biblia al respecto de esta práctica.
Veamos dos fragmentos de la prescripción legal -y por tanto obligatoria- de lo que se cree que era el ayuno del día de la Expiación: (LV. 16, 29-31). En el capítulo 23 del Levítico, se dice con respecto al citado día de la Expiación: (LV. 23, 29-32). El ejercicio penitencial empezaba en la tarde del día nueve del mes séptimo, y terminaba en la tarde del día siguiente, ya que los judíos finalizaban el día a la puesta del sol, es decir, no consideraban que el día empezaba al amanecer, tal como nosotros lo hacemos actualmente. ¿Para qué les servía a los judíos el citado ayuno? Los hermanos de raza de Nuestro señor sentían dolor por sus pecados en el citado día, porque les era necesario reconocer el estado en que estaban sumidos por causa de los pecados que habían cometido, para de esa forma tener presente la necesidad que tenían de que se les redimiera o eximiera de sus culpas.
Dios no desea que vivamos encerrados en el dramático pensamiento de que somos pecadores irremisibles, dado que ello perjudicaría nuestra relación con Él y nos destruiría psicológicamente. A pesar de esta realidad, nos es necesario recordar en algunas ocasiones que hemos transgredido el cumplimiento de la Ley de Nuestro Padre común, con el fin de que valoremos todos los bienes que Nuestro Creador nos ha concedido.
Aunque el único ayuno obligatorio según la Ley de Israel era el de el día de la Expiación, los descendientes de Abraham ayunaban voluntariamente en otras ocasiones. Veamos algunos ejemplos:
Cuando Moisés subió al monte Sinaí para que Dios le entregara las dos tablas de la Ley, y el pueblo le esperaba junto a su hermano Aarón, sucedió lo expuesto en ÉX. 34, 28.
Cuando transcurrieron veinte años desde que los filisteos les devolvieron el Arca de la Alianza a los judíos, aconteció el siguiente suceso: (1 SAM. 7, 3 y 6)
El profeta Joel aclaró en su Profecía inspirada que quienes ayunen han de hacer penitencia sinceramente, y no han de actuar como hipócritas que quieren galantear por causa de su falsa fe (JL. 2, 12-13). El texto profético que estamos recordando nos hace pensar a muchos cristianos que el ayuno que Dios nos pide no consiste en la privación de alimentos, sino en la abstención de hacer el mal, según nos apoya la profecía de Isaías, un texto en el que se recogen las palabras de Dios a uno de sus Hagiógrafos (IS. 58, 1-10).
Desgraciadamente, entre los católicos, muchos tienen la costumbre de afligir su alma, pero no hacen penitencia indicando de esa forma que son conscientes de su estado de pecado y debilidad y de que se convierten a Dios para someterse al cumplimiento de la voluntad de Nuestro Padre común, pues únicamente se esfuerzan, como dice el texto de Isaías que acabamos de considerar, para conseguir que Dios actúe para darles gusto. Durante los días de Semana Santa, muchos de nuestros hermanos saldrán a las calles de los pueblos y ciudades en que viven vestidos de penitentes dándole a conocer a todo el mundo el impresionante esfuerzo que harán para cumplir promesas que les han hecho a las imágenes, no para alabar a Dios, sino para ver cumplidos sus deseos, así pues, si los Santos cumplen sus deseos, los considerarán dignos de su devoción, pero, si no ven que las cosas se hacen según su gusto, se preguntarán:
¿Por qué es Dios tan desconsiderado con nosotros?
Sé que muchos actúan de esa forma por ignorancia, pero otros lo hacen conscientemente, porque, a pesar de que conocen las Escrituras Sagradas, sólo se acogen a las cosas que les convienen.
Cuando los judíos regresaron a su país después de que concluyera el tiempo de su cautividad en Babilonia, el pueblo de Judá llegó a ayunar hasta cuatro veces al año, no para recordar que fue hecho cautivo en el pasado porque desobedeció a Dios, sino que Yahveh lo maltrató. ¿Podía Dios permitir esa situación? ¿Quiere Dios que pensemos en nuestros problemas y que paralicemos nuestras vidas pensando únicamente en el sufrimiento que nos caracteriza? Dios le inspiró a Zacarías las siguientes palabras: (ZAC. 8, 19).
Según los ejemplos bíblicos citados en esta meditación y otros existentes en el Antiguo Testamento, ¿debemos los cristianos practicar el ayuno? Jesús, sus Apóstoles y discípulos, practicaron el ayuno del día de la Expiación, porque eran judíos, y, como tales, estaban bajo la Ley de Moisés, y, aunque Nuestro Señor no instituyó ninguna nueva norma sobre el ayuno, ni dijo de dicha práctica que era obligatoria ni que tampoco era necesario llevarla a cabo, en la Biblia vemos que algunos de sus seguidores ayunaban voluntariamente, así pues, San Lucas nos cuenta en sus Hechos -o Actas- de los Apóstoles cómo San Pablo y sus compañeros ayunaban cuando el Espíritu Santo les pidió que apartaran a Saulo y a Bernabé, con el fin de que ambos iniciaran el primer viaje misional (HCH. 13, 1-3). También podemos ver cómo Pablo y otros creyentes ayunaron en la comunidad que dicho Santo fundó en Listra, en la cuál eligieron ancianos para que cuidaran la fe de quienes a ellos les fueron encomendados (HCH. 14, 23).
Jesús dijo con respecto al ayuno, las palabras que leemos en LC. 5, 34-35. Dado que tanto los discípulos de los fariseos como los de San Juan el Bautista ayunaban voluntariamente para hacer penitencia, los enemigos de Jesús querían saber por qué el Mesías no instaba a sus seguidores a que hicieran lo mismo. Jesús les respondió que sus seguidores no tendrían que afligirse mientras estuvieran con Él, dado que sufrirían mucho cuando Nuestro Señor muriera, se lamentarían mientras no recibieran el Espíritu Santo, y sufrirían mucho aquellos que estuvieran destinados a tener una fe lo suficientemente grande como para resistir el martirio. Nosotros, al igual que los creyentes de los primeros siglos de la Historia de la Iglesia, cuando somos atribulados por causa de enfermedades y otros problemas, afligimos nuestra alma con ayunos si creemos que esta práctica es útil, y oramos, con el fin de que nuestra fe se fortalezca, para que podamos resistir las pruebas a las que tenemos que sobrevivir.
¿Por qué los cristianos no celebramos el día de la Expiación? La respuesta a esta pregunta la encontramos en la Carta a los hebreos, en un fragmento de la misma que nos hace deducir que el sacrificio de Jesús es el pacto (el Nuevo Testamento) que anuló los sacrificios de la antigua Ley de Israel (HEB. 9, 27-28).
Aunque Jesús no dijo nunca que sus seguidores hemos de ayunar, hemos de tener presente el siguiente fragmento evangélico, que aconteció cuando el Mesías fue bautizado: (MT. 4, 1-2).
¿Por qué ayunó Jesús? De la misma manera que cuando estamos preocupados, nos encontramos enfermos o necesitamos perder mucho peso en poco tiempo ayunamos, Jesús ayunó para comunicarse con Dios, pues tenía que prepararse a iniciar su difícil Ministerio público, para desmentir a quienes no creen en la fuerza del amor divino y humano, según el siguiente texto: (JOB. 2, 4), para santificar el nombre del Dios de quien la serpiente le dijo a Eva que era un mentiroso, al desmentir las palabras de Dios expuestas en GN. 2, 17, según los siguientes versículos del Génesis, que contienen unas palabras que el demonio le dijo a Eva (GN. 3, 4-5), y para salvar a la humanidad de los efectos del pecado: la enfermedad, el sufrimiento y la muerte (ROM. 6, 23).
Conclusión.
Dios no nos obliga a que ayunemos ni nos impide que lo hagamos, así pues, el hecho de que ayunemos depende de si nuestra conciencia nos obliga a ello, o de si utilizamos dicha práctica para mortificarnos creyendo que ello es provechoso, o para perder unos kilos cuando se acerca el verano, y llevar a cabo un acto teatral durante la Semana Santa, fingiendo que lloramos por unos pecados de cuyo alcance no somos -o no queremos ser- plenamente conscientes, si es que los hemos cometido.
José Portillo Pérez.
joseportilloperez@gmail.com