Introduce el texto que quieres buscar.

Vivamos un nuevo año de abundancia de amor y fe. (Meditación para la solemnidad de Santa María, Madre de Dios).

   Meditación.

   Vivamos un nuevo año de abundancia de amor y fe.

   1. ¿Por qué nos podemos sentir tristes o ansiosos en Navidad?

   Estimados hermanos y amigos:
   Os deseo un nuevo y feliz año de amor, fe y esperanza.
   No ignoro que muchos de vosotros estáis pasando periodos difíciles de vuestras vidas, así pues, algunos sufrís depresión, otros vivís los efectos de la pobreza, otros echáis de menos a aquellos de vuestros familiares y amigos que han fallecido... Vamos a orientar nuestra reflexión a lo que podemos hacer para celebrar la Navidad, dado que, aunque el mes de diciembre es muy agradable para los cristianos, factores tales como la acumulación de trabajo y de actividades de última hora para celebrar estas fiestas tan entrañables, y el hecho de extrañar a los seres queridos que viven lejos o han fallecido, hacen del tiempo de la celebración del Nacimiento de Nuestro Señor la época del año en la que, junto a celebraciones tales como el día de los enamorados, el día de las madres y el día de los padres, aumenta considerablemente el número de suicidios. El drástico aumento de la depresión en nuestra sociedad en este tiempo en el que hemos de estar caracterizados por la alegría que significa el hecho de ser hijos de Dios, debe concienciarnos de la necesidad que tenemos de buscar la forma de que las prisas características de este tiempo y el estrés no hagan de ninguna persona víctima de un sufrimiento que puede ser letal para la misma.
   En diciembre del año 2002, cuando inicié mi andadura en Internet como predicador-, conocí a un señor que decía que odiaba la Navidad, debido a que todo el mundo estaba de fiesta, y él no podía dejar de recordar ni un sólo momento a su padre, que había fallecido hacía poco tiempo.
   Igualmente, cuando empecé a trabajar en el mundo de la Hostelería, también conocí a una señora muy alegre que, al acercarse la Navidad, se deprimía hasta el punto de salir mal vestida a la calle, porque recordaba a su madre difunta, y se sentía deprimida porque sus hijos, -a medida que se hacían adultos-, cada año se alejaban más de ella.
   En el tiempo de Navidad, son muchas las víctimas de la ansiedad que se dejan arrastrar por la apatía, la nostalgia y la melancolía.
   Recuerdo el caso de un señor que repetía incesantemente que en Navidad somos muy hipócritas porque somos más afectuosos que el resto del año, el cual se vio obligado a reconocer que sostenía esa opinión porque vivía sólo, y, cuando caminaba por las calles de su ciudad y los centros comerciales de la misma y veía a la gente abrazándose y felicitándose, no podía olvidar la depresión que le producía el aislamiento que marcaba su vida.
   Durante los años que vendí lotería, me sucedió que, durante el tiempo de Navidad, cuando les transmitía a mis clientes mayores los deseos que tenía de que alcanzaran la plenitud de la felicidad junto a sus familiares y amigos queridos, muchos de ellos empezaban a llorar a pesar de que estábamos en la calle, porque echaban de menos a sus familiares difuntos, y a aquellos de sus hijos que no podían ver, porque vivían lejos de los tales.
   La Navidad es el tiempo del año en el que muchos depresivos tienen una especial tendencia a suicidarse porque, al ser comparado con otras celebraciones que sólo duran un día, es especialmente largo, y, por todas partes aparecen símbolos del mismo, lo cual hace que las víctimas de la ansiedad tengan presentes los motivos por los que sufren constantemente.
   Dado que antes de finalizar el año hacemos un balance -consciente o inconscientemente- del mismo, -dada la propensión que tenemos a recordar lo que consideramos malo y de olvidarnos de lo positivo-, los suicidas recuerdan constantemente los fracasos que han marcado, no sólo el año en curso, sino toda su vida, la muerte de sus familiares o amigos queridos, los problemas económicos, las desavenencias con otras personas, la soledad, etc. Desgraciadamente, muchos de los que creen que la depresión está fundada exclusivamente en la forma que quienes la padecen tienen de enfocar los acontecimientos de su vida, y tienen familiares o amigos depresivos, acusan a los mismos de sentirse enfermos por su culpa, hasta que les hacen creer a dichos enfermos que se sienten felices pensando en todos los motivos que les hacen sufrir, lo cual no es cierto en absoluto, dado que a nadie le gusta sufrir por sufrir.
   Dado que Dios nos ha creado para que vivamos en contacto con el mayor número de personas posible, es normal el hecho de que en este tiempo tengamos cierta sensibilidad a sentirnos culpables, no sólo de los hechos desagradables que hemos vivido, sino de las circunstancias dolorosas que han afectado a nuestros familiares y amigos, así pues, -a modo de ejemplo-, muchos de los que recuerdan a sus familiares fallecidos, se torturan pensando en que "deberían" haberlos tratado mejor, un hecho que no es realista, dado que, en lugar de empeñarse en manifestarles su amor a quienes no pueden decirles lo mucho que les aman, pueden esforzarse haciendo lo propio con quienes les rodean actualmente.
   Dado que hemos convertido la Navidad en la fiesta del consumo excesivo, quienes no disponen del dinero que creen que les es indispensable para celebrar estas fiestas, pueden verse presionados, no sólo por sus familiares, sino por sí mismos, hasta el punto de pensar que son pobres por su culpa, aun cuando en muchos casos ello es incierto.
   Evitemos el hecho de enseñarles a los niños que "valemos lo que tenemos", con el fin de que, aquellos que no reciban regalos costosos por causa de la pobreza de sus familias, no sientan que son despreciados por quienes más les aman, dado que, -independientemente de nuestro estado social-, todos tenemos la misma dignidad de hijos de Dios, aunque vivamos circunstancias distintas.
   A pesar de lo anteriormente expuesto, hay cosas que muchos depresivos pueden hacer con tal de superar sus crisis actuales o, -en el peor de los casos-, sentirse mejor.
   1.    Desgraciadamente, son muchos los que han sido educados bajo la fatídica creencia de que deben ser hijos, alumnos y profesionales perfectos, los cuales, al ser rechazados en alguna ocasión, pueden caer en el error de pensar que son grandes inútiles. No podemos olvidar que tenemos que aceptar las circunstancias que vivimos, haciendo especial énfasis en aquellas situaciones que no podemos cambiar. Recordemos que no podemos agradar a todo el mundo, dado que, mientras que a algunos les gusta nuestra rebeldía, otros nos exigen que les seamos sumisos, por lo cual debemos actuar bajo nuestras creencias, dado que, en la medida que tenemos que respetar a los demás, ellos tienen el deber de respetarnos a nosotros. No pensemos que los hechos que atañen a nuestra vida deberían ser de otra manera, ya que ello lo único que logrará es hacernos sufrir por sufrir, y ya la vida nos proporcionará motivos para que nos entristezcamos, los cuales serán muy realistas como para que podamos olvidarnos de ellos, con la facilidad que podemos cambiar el modo que tenemos de ver nuestra vida (ROM. 12, 3).
   2. No permitamos que nadie nos exija que hagamos más de lo que podemos hacer. Si, -a modo de ejemplo-, trabajamos muchas horas y no podemos comprar todo lo que necesitamos para celebrar la Navidad, ello no es tan grave como para entristecernos. En los hogares en los que los hombres trabajan y las mujeres se consagran a la realización de las actividades domésticas, sucede que, mientras que los primeros les aportan a sus familias el dinero que buenamente obtienen al realizar sus actividades laborales, las segundas se comprometen a administrar el mismo de forma que puedan adquirir comida, ropa y otras muchas cosas de la mayor calidad posible. Cuando los hombres trabajadores se quejen de la comida que sus mujeres les sirven, y las mismas se quejen de que no pueden mejorar la calidad de su alimentación porque ellos no les dan más dinero, deberían invertir temporalmente sus papeles, con el fin de comprender en qué situación se encuentran sus cónyuges.
   Si vuestros hijos adolescentes y jóvenes son tan caprichosos como para obligaros a darles lo que quieren conseguir en esta Navidad, ponedlos a trabajar lo más pronto que podáis, con el fin de que aprendan lo que significa lo que en mi pueblo llamamos "ganarse las habichuelas".
   3. Planifiquemos bien nuestras actividades navideñas, las cuales han de estar equiparadas con las demás actividades rutinarias que no podemos -ni debemos- eludir, e intentemos no comer en exceso, no consumir alcohol ni alterar mucho nuestro horario de sueño, para que la pesadez y el cansancio no acaben por entristecernos, e incluso por hacernos abandonar algunas de nuestras actividades ordinarias.
   4. Si tenéis más tareas pendientes de las que podéis sobrellevar, en lugar de sentiros agobiados, involucrad en las mismas a vuestros familiares, pues por algo la Navidad tiene que ser celebrada en familia.
   5. Si os sentís tristes o preocupados, no os olvidéis de estar a solas el tiempo que preciséis para salir de ese estado, y, si no lo superáis, involucraos en actividades de la Iglesia o de cualquier O. N. G. relacionadas con el auxilio de los más desfavorecidos de vuestro entorno, pues, al comprobar que hay mucha gente que sufre más que vosotros, y al ver que en comparación con el dolor de los mismos vuestras desgracias son insignificantes, encontraréis parte de la fuerza que necesitáis para seguir viviendo.
   6. Aunque no sea fácil, intentemos ver el futuro que nos aguarda con optimismo, pues ya la vida nos proporcionará momentos de tristeza los cuales nos afectarán según la manera de vislumbrar los acontecimientos que vivamos. Hagamos cosas que hace tiempo que no hacemos o que nunca hemos hecho, pues los buenos recuerdos que nos traen a la memoria las primeras o la novedad que nos aportan las segundas, nos proporcionarán momentos de felicidad verdadera.
   7. Hagamos ejercicios físicos para mantener el buen estado de ánimo y miremos, no sólo el año que hemos comenzado, sino la vida con buenos ojos.

   2. Consejos bíblicos para sobrevivir a la depresión.

   De todos nosotros es sabido que la Biblia no es un manual de Psicología ni de Psiquiatría, pero, -a pesar de ello-, en sus páginas hay consejos valiosos para que muchos depresivos leves se sientan aliviados.
   La depresión suele fundamentarse -generalmente- en que quienes la padecen llegan a creer que como personas carecen totalmente de valor, su vida no tiene importancia, no son dignos de ser tratados afectuosamente por nadie, y les espera un futuro incierto, en el sentido de que estará plagado de desdichas.
   (PR. 24, 5-6). Efectivamente, si cuando estamos deprimidos buscamos apoyo de familiares y/o de amigos que nos entiendan, e incluso en el caso de llegar a necesitarlo, buscamos la ayuda de un profesional cualificado, "con sabios consejos haremos la guerra", es decir, con la ayuda de quienes comprendan lo que nos sucede, -los cuales nos encaminarán por el camino correcto que podemos seguir-, solucionaremos los problemas que tenemos, si no del todo, en parte.
   En varios de mis escritos he hablado del caso de una señora de la cual descubrí que, cuando yo vendía lotería, no se me acercaba a comprarme boletos pensando en que le iba a tocar algún día una buena cantidad de dinero, pues utilizaba ese medio para evitar recordar las causas que le hacían sufrir. Las depresiones no se solventan ingiriendo alcohol ni muchos alimentos, ni descargando la ira sobre otros, ni intentando vivir bajo dosis de tranquilizantes, de los cuales, en el caso de abusar de los mismos, pueden aportarles a los pacientes que los consumen problemas de salud muy peligrosos.
   (PR. 12, 25-26). Aunque nos sintamos ansiosos por las causas que sufrimos, no olvidemos buscar ayuda en el caso de que la necesitemos. Si empezamos a sentirnos tristes y durante varios días no superamos dicho sentimiento -u otro sentimiento depresógeno-, no dudemos en buscar la ayuda de un profesional que evite el hecho de que nos sintamos peor.
   No olvidemos que nuestros prójimos no son sabios, así pues, si no les manifestamos nuestros sentimientos, no podrán saber si somos felices o si por el contrario nos sentimos desgraciados.
   Evitemos el hecho de manifestarnos orgullosamente ante nuestros prójimos a la hora de decirles que no nos sentimos bien, pues, desde que Dios creó el mundo, sólo un Hombre perfecto ha vivido en nuestro planeta.
   (PR. 27, 9. 17, 17; FLP. 4, 5). Aunque si fracasamos en algunos aspectos de nuestra vida necesitamos preguntarnos si nos hemos exigido más de lo que hemos podido dar o hacer en un determinado periodo de tiempo, o si nuestro fracaso se debe a personas ajenas a nosotros, ¿qué sucede en el caso de que seamos responsables de los motivos que nos hacen sufrir? (IS. 55, 6-7).
   Si el Dios perfecto y Todopoderoso puede perdonarnos los errores que cometemos, ¿qué razón existe para que nos torturemos mentalmente por causa de las equivocaciones que como humanos que somos hemos cometido? (SAL. 103, 8-18).
   A Dios, más que el hecho de que vivamos angustiándonos por lo que quizás no tiene remedio, le gustaría que demos pasos en orden a solucionar los problemas que tenemos en conformidad con las posibilidades que tenemos para lograr nuestro ansiado propósito.
   "En efecto, la tristeza según Dios (lograda por el esfuerzo que cuesta superar la depresión) produce firme arrepentimiento para la salvación; mas la tristeza del mundo (que estanca al hombre en el error y en la no realización de sus actividades ordinarias) produce la muerte" (2 COR. 7, 10).
   ¿Vivimos pensando en un pasado marcado por el sufrimiento, los maltratos o los errores? Miremos con optimismo el presente y el futuro, y apliquémonos las palabras de San Pablo, contenidas en FLP. 3, 10-14.
   ¿Somos víctimas de la envidia o de los celos? (PR. 14, 29-30).
   Con respecto a la autoestima, no olvidemos que, si Dios nos valora porque somos sus hijos, ¿qué razones tenemos para despreciarnos? (LC. 12, 6-7).
   San Pedro nos insta a que vivamos bajo la inspiración del Espíritu Santo, confiándole nuestras preocupaciones a Dios, quien se preocupa por nosotros (1 PE. 5, 7).
   Refugiémonos en la oración, pues en la Biblia, leemos, el texto de 1 JN. 5, 13-15, y FLP. 4, 6-8).

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com