Meditación.
1. Al iniciar un nuevo año, vamos a comprometernos a hacer todo lo posible, para que la fe, la esperanza y la caridad, constituyan el fundamento de nuestra existencia. Digámosle a Nuestro Señor que, más que una inmensa cantidad de bienes materiales, necesitamos constancia, alegría, fuerza y paciencia para sobrevivir a las vicisitudes a las que tenemos que enfrentarnos. Si cualquier día hemos de circular por una carretera llena de nieve con nuestro vehículo y no disponemos de cadenas para conducir con mayor seguridad, no tendremos más remedio que conducir con gran cuidado y serenidad, para poder llegar a nuestro destino sin sucumbir ante el riesgo que podemos correr si nos acaece un grave accidente. Quizá, si no tenemos cadenas para emprender nuestro viaje por la citada carretera, podemos encontrar un camino alternativo, pero, al no encontrar ese camino, hay que seguir circulando con normalidad. A lo largo de nuestra vida puede sucedernos que podemos evitar algunos problemas, pero seguramente todos tenemos dificultades ineludibles a las que tenemos que enfrentarnos para no quedarnos paralizados ante la inminencia de los posibles fracasos que pueden hacernos sufrir, o enseñarnos a abrir los ojos, haciéndonos ejercitar los dones y virtudes que hemos recibido del Espíritu Santo.
-En este año que ha comenzado hoy, vamos a intentar cumplir nuestros sueños, impulsados por la fe que tenemos en Nuestro Padre común. Dios siempre está dispuesto a escuchar nuestras oraciones, así pues, Él es nuestro confidente, el amigo en quien podemos confiar plenamente porque, aunque nos reprenderá cuando transgredamos conscientemente el cumplimiento de su Ley, sabremos que no nos traicionará jamás, pues sus reprensiones siempre tendrán la finalidad de hacernos recorrer el camino de la salvación. Confiémosle a Dios nuestros problemas, los temores y las preocupaciones que hemos anidado en nuestra alma.
-Propongámonos conocer los motivos fundamentales de nuestra vida, nuestro origen, el fin con que hemos sido creados, qué nos sucederá cuando dejemos este mundo para encontrarnos con Nuestro Padre común, y todos los acontecimientos relacionados con nuestros familiares, amigos, y, compañeros de trabajo. Tengamos en cuenta que nuestros seres queridos no recordarán nunca lo que les dijimos o les hicimos en un determinado momento, pero jamás olvidarán cómo les hicimos sentir en el pasado, especialmente si les causamos heridas sabiendo que les íbamos a mortificar. Al conocer los motivos fundamentales de nuestra vida, por el deseo constante que tenemos de alcanzar la más alta cumbre de la felicidad, intentaremos satisfacer esos motivos, según el alcance real de nuestras posibilidades. Nuestra misión de personas cristianas consiste en curar heridas, sanar rencores, y hacer que ,los resentimientos confesados se tornen en sentimientos de amor, más allá de las confusiones o cualesquiera otras circunstancias que los originaron.
-Es muy importante que cuidemos nuestra salud física, porque, la misma, es la raíz de nuestra salud mental. Si no nos cuidamos, si no somos sanos, ¿cómo podremos crecer espiritualmente? Si no crecemos espiritualmente, ¿cómo podremos cumplir la voluntad de Dios, consistente en salvarnos a nosotros y a nuestros prójimos?
-Para que nuestra vida cristiana produzca frutos a través del ejercicio de los dones y virtudes que hemos recibido por obra y gracia del Espíritu Santo, es muy importante que nos concedamos el tiempo que necesitamos para descansar. Si no descansamos, nos percataremos de que nuestras actividades llevadas a cabo con la intención de producir frutos salvíficos, pueden convertirse en actos cansinos inducidos al fracaso por la carencia de la serenidad que todos necesitamos para evaluar los acontecimientos que atañen a nuestra vida y a nuestro medio social.
-Cuando tengamos un problema, intentaremos analizarlo con serenidad, buscando su causa original, intentando solventarlo, afrontándolo y confrontándolo. Las mentes obstruidas por problemas difíciles de sobrellevar son incapaces de lograr todos sus propósitos si no vencen la animadversión a que sobreviven.
-Vamos a aprender a esforzarnos para que, nuestro día a día y el curso de nuestra vida, transcurran según el plan que elaboremos para ello, inspirados por el fiel y constante cumplimiento de la voluntad de Dios.
-Aprenderemos a valorar nuestros dones y virtudes de una forma realista, intentando no restarnos el valor personal cuando fracasemos, y sin dejarnos arrastrar por nuestra imaginación, pues no debemos creer que somos sobrenaturales, ni que tenemos virtudes que nos hacen superiores a las personas que nos rodean.
-Tengamos una relación lo más positiva posible con nuestro entorno laboral y de ocio. A muchos no nos gusta el trabajo que realizamos, pero ello no significa que nos vamos a dejar invadir por el estrés y el agobio, pues sabemos que hemos nacido para luchar para alcanzar la felicidad que anhelamos, en conformidad con las posibilidades que tenemos de lograr nuestra ansiada meta.
-El buen humor nos ayudará a soportar nuestras enfermedades, a sobrellevar los momentos de intensas preocupaciones, y los malos entendidos que probablemente nos surgirán con alguno de nuestros familiares, amigos, o compañeros de trabajo.
2. La mejor forma de comenzar el año, consiste en que afrontemos nuestra vida de una forma muy positiva, para que quienes nos rodean sean contagiados por nuestros buenos sentimientos.
-Somos mejores de lo que pensamos.
¿De qué nos sirve el hecho de recriminarnos nuestros defectos?
¿Para qué nos sirve el hecho de considerarnos inútiles por causa de nuestros fracasos?
¡Los fracasos son excusas perfectas para comenzar de nuevo a luchar por lo que queremos alcanzar de la misma forma que las aves Fénix surgen de sus cenizas!.
-No temamos a los cambios personales. Aceptemos la vida como una sucesión de cambios. Si siempre tuviéramos la misma forma de ser, no podríamos mejorar nuestra personalidad. Aceptemos los fracasos como posibilidades de alcanzar elevadas cumbres espirituales.
-Evitemos compadecernos de nosotros mismos. Quienes intentan hacer que sus prójimos sientan lástima por ellos se convierten en cargas insufribles, por lo que logran el efecto contrario a sus deseos, que consiste en que han de vivir aislados porque, el hecho de evitarlos, se convierte en la evitación de dolores de cabeza estériles.
-Evitaremos el hecho de impresionar a nuestros prójimos con engaños. Todos somos lo que somos y como somos, a partir de este razonamiento, conformémonos tal como estamos, o, mejor aún, superémonos, no inventando cuentos para que la gente nos admire, pues la gente inteligente conoce a quienes intentan engañarle.
-No viviremos estancados en la vivencia de nuestros recuerdos del pasado independientemente de que los mismos sean buenos o adversos. No retrasaremos nuestra superación pensando que Dios o alguno de nuestros seres queridos nos solucionarán los problemas en el futuro evitando todas las ocasiones que nos impiden seguir avanzando en nuestro camino de crecimiento.
-Aceptemos y comprendamos a los demás sin provocar su rechazo. Obviamente todas las personas que nos rodean no pueden adaptarse a nuestros gustos, así pues, adaptémonos a quienes son próximos a nosotros, recordando que Dios nos ha llamado a vivir siendo pacificadores.
-Siempre seremos nosotros mismos, rechazando las posibilidades de ser una especie de fotocopias de quienes admiramos. Nuestro ídolo favorito no será un deportista, ni un cantante, ni un político, ni un líder religioso, sino el apasionante y desafiante cumplimiento de la voluntad de Dios. (Entiéndase que el cumplimiento de la voluntad de Dios es un desafío apasionante si lo vemos con ganas de vivir y un buen sentido del humor, que nos ayudará a soportar la adversidad).
-No viviremos estresados y agobiando a quienes amamos anticipando los problemas que tememos, pues muchos de ellos nos vendrán por sí mismos. ¿Imagináis lo que sufriría una madre al pensar en la desdichada adolescencia de su hijo al acabar de traerlo al mundo? ¿No se podría pensar que ese prematuro presagio de desgracias es absurdo?
Es justificable el hecho de que muchos adolescentes de carácter débil se sonrojen ante quienes les atraen físicamente, pero, los adultos, no podemos sufrir esa paralización de nuestra capacidad decisiva y expresiva.
-Aceptaremos lo que no podemos cambiar. No he podido evitar sonreír al pensar lo que sería de mi vida si no pudiera aceptar que soy ciego, e intentara disimular que mi visión no es perfecta.
-Vamos a conocer nuestros sentimientos. Antes de afrontar y confrontar nuestros problemas, examinaremos los sentimientos que se originan en nuestro corazón con respecto a los mismos, pues, sabiendo que los hechos que nos suceden sólo tienen la importancia que les atribuimos, podremos ver la luz, sin caer en el pozo del agobio.
-Seremos honestos con nosotros. Podemos engañar a nuestros prójimos, pero no podemos mentirle a Dios, ni, por supuesto, a nosotros.
-Llorar nos conforta paz, serenidad y sosiego. No alberguemos en la cabeza la absurda idea de que los hombres no lloran, porque, los corazones de piedra que no expulsan sus sentimientos buenos y malos como sale el agua de las esponjas, se convierten en monumentos construidos para homenajear la absurda cerrazón y el estéril aislamiento.
-No permitiremos que la culpabilidad nos atormente jamás. Si nos hemos equivocado procuraremos corregir nuestros errores según las posibilidades que tengamos para ello, porque, la culpabilidad, más que un instrumento de tortura inútil, es un sentimiento que, bien utilizado, nos permite desandar caminos tortuosos, construir lo que destruimos en el pasado, y corregir nuestra vida desordenada.
-Se nos permite lamentarnos un poquito, pero no exageremos nuestros problemas. Si exageramos nuestras preocupaciones nos aislaremos, procurando el efecto contrario a nuestra absurda pretensión de convertirnos en unos crucificados mentales de los que sus prójimos rehuyen porque saben que sus cruces no existen.
-Aprenderemos lecciones positivas de los errores que cometimos en el pasado. Lo que consideramos pecado no está enraizado en nuestra maldad siempre, así pues, muchos de nuestros fallos han sido originados por nuestro desconocimiento de Dios, nuestros prójimos y nosotros, por lo que no son pecados. Al aprender las lecciones positivas de nuestros errores, los olvidaremos, para que no se conviertan en espadas que nos priven de ser felices.
-No somos responsables de todo lo malo que sucede en el mundo. Si Dios consiente que no seamos plenamente perfectos, ¿será porque quiere que seamos santificados para que nos sea posible aprender a valorar los bienes que nos está dando según nos va perfeccionando a través de nuestras vivencias buenas y adversas?
-Nuestras decepciones no alterarán nuestros planes.
-Las cosas que consideramos malas nos suceden a todos, independientemente de que seamos buenos o malos. No quiero que nadie me vuelva a escribir diciéndome: "No sé por qué se me ha muerto mi familiar con lo bueno que era...". Los malos no llevan a cabo todas sus acciones inspirándolas en su maldad, y, por la existencia de ellos, es conveniente que los buenos condimenten la receta de su inocencia con un poco de destreza para ponerle sal a su existencia.
-En nuestra vida tendrá más valor la evolución que la revolución. Imaginad lo que le sucedería a un ateo que, después de pasar toda su vida maldiciendo a Dios, se convirtiera en un fanático defensor de nuestras verdades. Si la conversión del mismo es lenta, sus conocidos le aceptarán, según la medida de su tolerancia y respeto.
-Cuando necesitemos ayuda, la pediremos. En esos momentos se verá si se ha grabado en nuestra mente el hecho de que es tan importante dar como recibir.
-Cumpliremos nuestras obligaciones puntualmente. Al hacer esto, nuestros conocidos nos estimarán, a menos que no nos aprecien, y sientan animadversión contra nosotros.
-Víctor Hugo escribió: "El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad".
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com